ENERO
JUNIO
2019
Cristina Híjar González • EDITORa HUÉSPED |
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Mucho se ha dicho sobre la relación entre el arte y lo político. Para efectos de esta presentación caben destacar dos puntos que atinadamente distingue Nelly Richard, que en el caso de la producción significativa alrededor de Ayotzinapa no se excluyen.
El primero tiene que ver con la profusa producción de agitación y propaganda, cuyas características son la “explicitud referencial y eficacia pedagógica” con el objetivo de encender los ánimos y repetir los argumentos una y otra vez mientras no haya verdad y justicia. Indispensable mantener presentes los rostros y retratos de los normalistas y el numeral 43, emblemas de lo acontecido el 26 y 27 de septiembre de 2014 y su saldo trágico: tres estudiantes masacrados, uno que hasta el día de hoy permanece en coma, 43 detenidos-desaparecidos y tres civiles asesinados, a lo que se suma la cauda de dolor y agravio infligidos a familias y comunidades. Significar Ayotzinapa implica variados lenguajes y gramáticas para intentar transmitir y comunicar el sentido profundo de lo irrepresentable. Se intenta en esfuerzos y empeños valiosos con palabras e imágenes, gestos y gritos, canciones, música y poesía que exigen poner el cuerpo y las capacidades particulares al servicio de la memoria y la historia. Signos social y comunitariamente construidos que aportan a la dimensión histórica y política como testimonios de un acontecimiento trágico de esta magnitud.
Lugar destacado ocupa el panfleto, ese género tan injustamente despreciado pero tan necesario por su ámbito particular de circulación, por su sitio de enunciación que se sitúa sin lugar a dudas en la batalla, que busca encender ánimos y corazones al estar ubicado en un espacio pasional; que produce, más que conocimiento, sensaciones, ánimos e ideas. Necesario proveer de pasión esta lucha.
El segundo punto tiene que ver con el hecho de que este acontecimiento ha impactado la dimensión estética y las formas de producción artística, ha llevado a cuestionamientos que van más allá del arte urgente y acompañante para plantearse la generación de tiempos y espacios liberadores y transformadores de colectividades con objetivos a largo plazo. Lo acontecido en Ayotzinapa ha sido una escuela ético-política, un espacio formativo para cientos de personas que se toparon de frente con la más cruda de las realidades y que van entendiendo que esto no contituye un hecho aislado sino que es producto y síntoma de un estado de cosas que tiene que ser transformado. Esta conciencia ha dado lugar al encuentro de variadas luchas y resistencias en las que se devela el enemigo común: el Estado como instrumento ejecutor de políticas neoliberales implementadas en un sistema-mundo que nos excluye y que exige nuestra desaparición. El enemigo crece y se descubre como sistema y modo de producción global implantados a sangre y fuego. El descubrimiento de lo común es ineludible.
Todas las formas de lucha incluyen el combate en la significación y en la proposición de sentidos concretos para participar activamente en la construcción social de la realidad para salirle al paso a las “verdades históricas” y evidenciarlas en toda su infamia, pero también para proponer y anticipar otro mundo posible. La praxis exige transformación y esto implica no sólo las condiciones de una situación externa dada sino también a la conciencia personal y las subjetividades individuales. La conmoción tiene que dar paso a la participación y a la organización, si no es sentimiento inútil.
Esto es la dimensión estética afectada y a la vez también erigida como campo de batalla para el despliegue de sentimientos, afectos, sensaciones e ideas plenas de solidaridad y empatía; de propuestas, de nuevos modos de hacer y de ser, y de ahí el encuentro con lo político.
Así lo entienden los autores participantes en este número 43 de Discurso Visual. El cuerpo de textos, a los que se hace referencia puntual más adelante, y la Separata, dan cuenta de todo lo afectado, pero no únicamente eso, constituyen también una declaratoria del amor presente cuando se trata un tema tan sensible. El amor entendido como concepto político, como propuso Michael Hardt en su intervención en el festival de la Digna Rabia en territorio zapatista en enero de 2009, es decir, como máquina creativa productora de nuevas formas de vida; como práctica organizada de encuentro constante con el/lo otro y de construcción del ser-con, mucho más allá del yo-tú. Sin duda, hablamos de poéticas construidas con mucho dolor, dolor que no ha logrado inmovilizarnos, al revés, nos ha fortalecido y radicalizado. No hay vuelta atrás más que la invitacion a seguir corazonando, como proponen los índigenas kitu kara ecuatorianos como respuesta política, o a sentipensar en palabras de Eduardo Galeano, a partir de nuestros variados y ricos saberes para que todo lo que acontezca, bueno o malo, toda la experiencia histórica sirva para construir otras relaciones sociales y otro proyecto de futuro para el que la afectividad y la razón son igualmente indispensables, es decir, construir y alimentar la dimensión estético-política, garantía de transformación profunda.
Discurso Visual 43 da cuenta de esta razón emocionada. Textos y obras afectadas sensiblemente que nos aportan conocimientos precisos sobre procesos, acciones, reflexiones y análisis necesarios para ampliar nuestra percepción y conocimiento alrededor de un acontecimiento trágico que marcó la vida nacional. Imposible dar cuenta de todo lo generado por Ayotzinapa, por ejemplo, la importancia del primer antimonumento +43, lugar de memoria y alerta encendida, instalado en abril de 2015 en Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, o los muchos libros y documentales testimoniales que han sido fundamentales por su contribución a la verdad. Todo suma, y esta revista constituye un aporte estético-político construido colectivamente, como se apreciará a continuación.
Antimonumento +43, primer aniversario. Foto: Cristina Híjar.
Ayotzinapa convoca y exige un involucramiento apasionado, sin resquemores ni asepsias; contra la cultura del descomprometimiento y la anestesia generalizada, “poner las tripas y el corazón” como invita Galeano, para el deslinde radical de nuestros enemigos. Razón y emoción, praxis estética para cambiar este mundo de mierda que está embarazado de otro, siguiendo con el poeta uruguayo, y esta tarea inmensa exige responsabilidad. Alfredo Gurza propone, devela, alerta y advierte de posibilidades y riesgos. No hay marcha atrás. Nos comparte una reflexión filosófica sin concesiones que apunta a la necesidad imperante de radicalizar el amor y la ternura, pero también la terquedad y el coraje hasta sus últimas consecuencias políticas. Nuestros 43 “no son sólo memoria, son vida abierta”, y hay que hacernos cargo. “Abrazar y abrasar, revelar y rebelar”, como bien propone Araceli Zúñiga. No hay expoliación ni desaparición posible si los cobijamos y los mantenemos presentes junto a nosotros. Memoria herida pero no vencida, memoria indómita, memoria operante y viva en un presente de lucha en donde la tríada política-estética-poética resulta indispensable para cambiarlo todo, justo a lo que invita este bello y conmovedor “panfleto declamatorio”.
Algunos textos reiteran la necesidad de todas las formas de lucha y, en particular, la defensa de la alegría aun en tiempos infames. Resultan importantes porque dan cuenta de una veta necesaria de apuntalar en este proceso: el descubrimiento y la construcción de la dimensión común, única posibilidad de enfrentar los constantes agravios e injusticias. Sólo en comunidad somos y podemos.
Propuestas y recursos artísticos se constituyen en el medio para proponer una experiencia estética que no por su dimensión lúdica deja de ser política. Al contrario, posibilita otras formas de expresión y de vivencia, otros modos de aprehender situaciones y experiencias al inaugurar nuevas relaciones sociales a partir del encuentro colectivo.
Claudia Berdejo nos comparte la crónica de un proyecto colectivo ejemplar: Lotería 43. Metáfora de una búsqueda, realizado por cerca de 120 participaciones entre artistas plásticos y escritores, coordinados por la autora, profesora de la Universidad de Guadalajara. Varias preocupaciones dieron lugar a este proyecto. La primera, el cuestionamiento sobre el papel y las aportaciones de las artes visuales en una problemática de esta magnitud: cómo abordar la violencia y la impunidad pero también la memoria y la dimensión comunitaria para hacer una contribución significativa a la lucha de Ayotzinapa. Las posibilidades abiertas de los recursos y medios artísticos, en tanto soportes de la denuncia pero también como promotores de realidades alternativas, propiciaron una iniciativa educativa y pedagógica para jóvenes estudiantes de artes visuales, propuesta estético-política muy efectiva que ya ha itinerado por distintas sedes nacionales e internacionales.
“Lotería 43 propone la analogía de una búsqueda colectiva de justicia mediante la cual se nombra en conjunto a quienes hacen falta”. La búsqueda se realiza mediante un juego que acaba siendo un catalizador de las dificultades y también de las posiblidades de encontrar a los 43 normalistas detenidos-desaparecidos. La dimensión ético-política presente en el resultado es producto de un largo proceso de discusión colectiva en el que se cuidaron todos los detalles para proponer una experiencia estética necesaria. No resulta suficiente el entendimiento político de una situación como ésta, es necesario intervenir la dimensión afectiva de lo social, conmocionar y sentipensar a través de las amorosas re-presentaciones de los jóvenes estudiantes y los textos acompañantes que constituyen relatos con historia. El juego acaba por convertirse en un emprendimiento colectivo consciente de responsabilidad compartida hasta que haya verdad, hasta que haya justicia.
Por su parte, Blanca Gutiérrez elabora su reflexión a partir de la iniciativa #IlustradoresConAyotzinapa haciendo énfasis en la dimensión ético-política. Advierte la dimensión del acontecimiento detonador y su semejanza con otras experiencias, como la argentina, en la producción de un lenguaje simbólico nacido de la tragedia y el proceso de lucha en la exigencia por verdad y justicia. La modularidad en el repertorio de la protesta es inevitable cuando se enfrentan los mismos males, de ahí las fotografías de los detenidos-desaparecidos como índices indispensables, y las siluetas, presencias de la ausencia.
El descubrimiento y la construcción de lo común erigen sus propias formas de expresión a partir de asumir la desaparición forzada de 43 jóvenes como un asunto y responsabilidad de todos y todas. En un primer momento es la afección sensible que da lugar a la necesidad de realizar algún aporte a esta lucha y sumarse a la exigencia, en este caso de manera creativa. La compasión y la empatía están presentes en todos y cada uno de los más de cuatrocientos retratos realizados desde 2014 con el rostro de cada normalista como elemento principal, acompañado por otros elementos gráficos de igual importancia que significan el recuerdo, la esperanza, la tristeza o la rabia remarcada con la exigencia textual incorporada que unifica las imágenes del proyecto: “Yo (nombre del realizador) quiero saber dónde está (nombre del normalista)”. Todo cuenta: desde sumarse a la convocatoria hasta la realización amorosa de una imagen con técnicas y medios variados, con la inclusión de frases y colores también significantes.
Todos los proyectos estético-políticos de realización colectiva
generados alrededor de Ayotzinapa tienen este elemento ético-político.
No podría ser de otro modo, y de ahí su contundencia que incluso
instaura ritualidades comunitarias alrededor de estos emblemas sin
olvidar la consigna principal: Vivos se los llevaron, vivos los
queremos.
Dice bien Julius Fucik, comunista, periodista y escritor checo asesinado por los nazis en 1943, en su texto “Figuras y figurillas”:
Sólo pido una cosa: los que sobrevivan a esta época no olviden. No olviden ni a los buenos ni a los malos. Reúnan con paciencia testimonios sobre los que han caído por sí y por nosotros. Un día, el hoy pertenecerá al pasado y se hablará de una gran época y de los héroes anónimos que han hecho historia. Quisiera que todo el mundo supiera que no hay héroes anónimos. Eran personas con su nombre, su rostro, sus deseos y sus esperanzas y el dolor del último de los últimos no ha sido menor que el del primero, cuyo nombre perdura. Yo quisiera que todos ellos estuvieran cerca de ustedes, como miembros de su familia, como ustedes mismos...
Gráfica de El Gritón, a 25 meses. Foto: Verónica Híjar.
En su amoroso texto, Aracelia Guerrero atiende lo invisible: los niños
y niñas de Ayotzinapa, víctimas también de la tragedia. Dicen los
expertos que este tipo de acontecimientos traumáticos impacta, al
menos, tres generaciones familiares.
Un colectivo multidisciplinario de mujeres formula un proyecto urgente: la atención a la comunidad infantil, para lo que genera proyectos artísticos comunitarios para dar acompañamiento, atención y contención a los infantes afectados. En 2014, dentro de la Escuela Normal, crearon la Ludoteca Ayotzinapa como un espacio abierto a la acción y a la expresión artística que alcanzó a las madres y padres y a los normalistas, también beneficiados por este espacio. El amor, la solidaridad, la empatía y la resiliencia presentes en quienes conciben lo educativo como “profundamente político” da lugar a la posibilidad tanto de canalizar y expresar el dolor y la rabia mediante recursos variados siempre en comunidad como de defender el derecho a la alegría. Lo individual es colectivo y demanda una atención psicosocial contra el silencio y la resignación en soledad. De esta forma, se restauran y construyen lazos afectivos y efectivos para enfrentar el largo plazo que demanda el trauma colectivo. Comprometidas compañeras que asumen su intervención como acción política “activista, combativa y crítica” y que en tiempos infames asumen la consigna de José Martí: “los niños nacen para ser felices”.
Las fotos, entrañables testimonios, informan y dan cuenta de cómo niños y niñas producen sus propios procesos simbólicos, su descubrimiento del enemigo, de aquellos que los lastimaron profundamente, y sus propias formas de resistencia y de exigencia de verdad y justicia para sus familiares detenidos-desaparecidos. Hay relevo.
Christian Vargas realiza una reflexión puntual alrededor de la exposición 43: los estamos esperando presentada en el Museo Casa de la Memoria Indómita (MCMI) en 2016, y extiende sus reflexiones a los usos de la memoria, a las narrativas curatoriales y a las políticas culturales institucionales generalmente ajenas a estas temáticas. Sin duda, el MCMI es un espacio excepcional, un lugar de memoria fundado por el Comité Eureka en 2012 y único en su tipo.
Vargas advierte de la tensión permanente que existe entre el olvido y la memoria y reitera la necesidad de hacernos cargo, colectivamente, de la construcción de la memoria histórica. Aunque no lo refiere, su texto versa sobre las “memorias heridas”, así definidas por Paul Ricoeur para denominar a aquellas que encuentran múltiples obstáculos y dificultades para su construcción. Sin duda, este fue el reto que enfrentó el curador Scott Brennan.
El autor recupera la distinción entre memoria literal y memoria ejemplar propuesta por Tzvetan Todorov. Advierte de los límites de la primera y afirma la erección de la segunda en el largo proceso de lucha emprendido por las madres y padres de Ayotzinapa. Me parece que ambas se encuentran presentes, la literal en la precisión de los casos individuales y su cauda de afecciones familiares y comunitarias particulares; la ejemplar, construida en el proceso de descubrimiento de lo común y en la inevitable politización del colectivo de madres, padres y familiares para erigirse en agentes sociales en la lucha por la verdad y la justicia en un acontecimiento trágico que no acaba de acontecer. Sin duda, la memoria ejemplar es constructiva y prospectiva, necesaria para tender puentes entre el pasado, el presente y el futuro.
La descripción de la construcción de una narrativa curatorial pertinente y respetuosa, sin mediaciones interpretativas, resulta destacable en un medio cultural institucional ajeno a la dolida realidad nacional a pesar de la profusa y muy rica producción plástica y gráfica alrededor de Ayotzinapa.
Colectivo Tres Sangres, Un lugar para las tortugas, cartonería intervenida. Foto: Cristina
Híjar.
Resulta justo mencionar que si bien prevalece este panorama, existe un voluminoso libro elaborado por el Sindicato de Profesores del INAH (Delegación D-II-IA-1), titulado Ayotzinapa. Jornadas dominicales en el Museo Nacional de Antropología (2015) con ensayos, fotografías y opiniones del público que acudió a las actividades realizadas en este museo y que resulta un valioso documento testimonial.
Manuel Francisco González comparte una importante reflexión sobre la memoria y los procesos de aprendizaje y conocimiento a partir del proyecto Acción visual por Ayotzinapa de Marcelo Brodsky, al advertir la contundencia de la argumentación visual y su potencia comunicativa. El fotógrafo argentino replica creativamente su experiencia con los jóvenes detenidos-desaparecidos del Colegio Nacional de Buenos Aires desde donde plantea la necesidad de oponerse a los “relatos sin historia”, aquellos que refieren a las personas únicamente a partir de que han muerto o desaparecido. Propone y convoca a la realización de fotografías en donde aparecen 43 estudiantes, re-presentando/encarnando a los normalistas de Ayotzinapa, portando una consigna con la exigencia política. González da cuenta de la importancia formativa de esta experiencia al poner el cuerpo por los 43, acción creativa inscrita en el terreno de la memoria en disputa.
Esta campaña gráfica se suma a las acciones globales por Ayotzinapa. Realizada junto con las comunidades agraviadas: la Normal Rural, los familiares, el Centro de Derechos Humanos Tlachinollan, constituye una manifestación práctica de solidaridad en sus dos circuitos de circulación: en tanto exposición presentada ya en varias sedes como con su difusión en redes sociales. El alcance mundial no es asunto menor, en todo el orbe hay manifestaciones solidarias y de repudio al Estado mexicano, y hay que dar cuenta de las resistencias también globalizadas.
“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir” dice contundente José Saramago en los Cuadernos de Lanzarote (1993-1995); la construcción colectiva de la memoria histórica resulta en un imperativo ético-político en proceso de realización con variados medios y recursos; este texto se refiere uno de ellos.
María Teresa Espinosa nos da ejemplos claros en donde los emblemas de Ayotzinapa, los rostros y el 43 estallan en la acción colectiva en México y en el mundo tras haber recorrido un itinerario expresivo desde septiembre de 2014 a partir de las fotos de credencial de los estudiantes normalistas. El repertorio de la protesta se enriquece en cada propuesta visual, se crean e imaginan nuevas re-presentaciones, desde campañas gráficas hasta actos performáticos, frente a la necesidad de interpelación político-estética.
Interlocución en tanto actos comunicativos conativos, perlocucionarios de la argumentación visual rica y variada producida por Ayotzinapa. Los rostros de los normalistas y el numeral 43 rebasan su condición indicial para erigirse en símbolos históricos comunitariamente construidos, de ahí su pertenencia, de ahí su efectividad y potencia. Uno a uno: la presencia contundente de la ausencia; argumentarios visuales repetidos y nunca agotados en la lucha por verdad y justicia. Memoria literal necesaria que ha de enriquecerse con la memoria ejemplar cuando de narrar nuestra otra historia se trata y para ello la necesidad de historificar, precisar, develar dominios y señalar líneas de demarcación.
Jaime Lara describe la creación del Memorial Estudiantes 43 que planteó desafíos a los realizadores desde el mismo momento de cuestionarse las características de un arte público en tiempos infames. La pieza, realizada en las instalaciones de la Universidad de las Artes de Aguascalientes, es en realidad un antimonumento a manera de los cuatro instalados en la Ciudad de México. No es un monumento porque no refiere ni conmemora hechos pasados apelando a una memoria inamovible e inoperante que no interpela a nadie. Al revés, los antimonumentos se ubican en la okupación del espacio público para encender un alerta, un llamamiento respecto a un hecho trágico que, a pesar del tiempo transcurrido, no deja de acontecer. Son lugares de memoria viva y ejemplar.
Todo significa: la elección de una forma monumental, escultórica y abstracta con elementos simbólicos incorporados; la intervención de elementos naturales como el viento, el sol y la tierra, que denotan la integralidad de la propuesta para honrar a quienes establecen una relación orgánica con su entorno: la producción agrícola y el cuidado de los animales domésticos como parte fundamental de la formación de los normalistas campesinos.
Efímero por los materiales usados, es un pronunciamiento y una invitación a sentipensar, a experimentar sensaciones, a descubrir el símbolo 43 por la intervención de la luz solar, a cuestionarse por la figura humana sin rostro incorporada en esta suerte de instalación escultórica que bien puede significar: todos somos los 43; ellos están aquí. Es además una obra participativa por la invitación a escribir los nombres de los 43 en los listones. Cada elemento es signo de algo: del dolor, de la tragedia pero también de la esperanza.
La crónica que describe el proceso de realización resulta importante. Inconcebible el hecho de su vandalización en un espacio universitario, lo cual da cuenta no únicamente de las contradicciones y enfrentamientos sociales sino de la efectividad de la obra.
La acción social no sólo moviliza recursos, también los crea. Desde su quehacer y capacidades particulares, los artistas y trabajadores de la cultura hacen honor a una tradición de compromiso y generación de iniciativas artísticas alrededor de temas y momentos críticos urgentes de significación. Este es el caso de varias campañas gráficas impulsadas por Ayotzinapa.
Esténcil México qué herido. Foto: Cristina Híjar.
Itzia Solís reflexiona y describe dos de ellas impulsadas desde 2014 ante la jornada represiva en Ayotzinapa: #IlustradoresConAyotzinapa e Imágenes en Voz Alta. Con desarrollos similares, ambas constituyen un valioso aporte al repertorio de la protesta y constituyen una acción colectiva de características particulares por sus modos de producción y circulación. Necesario aludir a las “multitudes conectadas”, ese circuito-red de solidaridad y acción colectiva.
Ambas campañas comparten la apropiación amorosa de los retratos de los 43 normalistas y los tres masacrados en esa terrible jornada de septiembre de 2014. Los rostros y los nombres rebasan su calidad de identidad jurídica para transformarse en emblemas y símbolos de la movilización social, signos erigidos al calor de la exigencia por verdad y justicia. La comunidad de acogida se amplía a todos y todas, rebasan a la Escuela Normal y a las familias, víctimas también del hecho atroz de la desaparición forzada; todos somos Ayotzinapa es la consigna orientadora bajo la premisa de que el sinsentido sólo cobra algún sentido en la mirada y en el reconocimiento del otro.
La autora realiza un sucinto análisis de las formas gráficas echadas a andar en la lucha por la significación y por la construcción de una narrativa histórica apegada a la verdad. “Formas sensibles” que integran la emoción, la información y el conocimiento alrededor de un trágico acontecimiento histórico con protagonistas con nombre y apellido, sueños y deseos, amores y desesperos, presentes en cientos de imágenes de gran riqueza técnica y expresiva que hacen buen uso de la retórica visual, por ejemplo, al establecer relaciones lingüísticas-icónicas contundentes. Todas las formas de lucha incluye, por supuesto, estas acciones estético-políticas con recursos y medios artísticos que constituyen otras y nuevas formas de comunicación e interpelación.
Como información adicional importante, cabe mencionar que #IlustradoresConAyotzinapa se encuentra en una segunda etapa. Valeria Gallo, Andrea Fuentes Silva, Beatriz Zalce y Mauricio Gómez Morín se constituyeron como colectivo para dar salida al proyecto Te buscaré hasta encontrarte. En palabras de Mauricio Gómez:
el libro reúne las 411 ilustraciones de los retratos de los 43 normalistas desaparecidos y otros de los asesinados, como memoria ilustrada esta obra es, no sólo homenaje, sino espejo que nos devuelva su imagen y así los haga presentes, los recuerde y nos recuerde la fundamental demanda de justicia en torno a su desaparición, como un símbolo de la resistencia creativa por ellos y por todos los muertos y desaparecidos en México. Prologado por Elena Poniatowska, además de la colección de retratos el libro incluye las semblanzas biográficas de los normalistas realizadas por el periodista Paris Martínez, una cronología de los hechos realizada por el también periodista Témoris Grecko y el poema Ayotzinapa de David Huerta.
Próximamente estarán convocando a la participación en una colecta de fondos y a una subasta de arte a través de las cuales puedan alcanzar los montos necesarios para la producción del libro y para la recaudación de recursos para las madres, padres y familiares que siguen incansables en la exigencia de su presentación con vida y de justicia para todas las víctimas del 26 y 27 de septiembre de 2014.
Ayotzinapa nos estalló en la cara y Rebeca Mundo nos habla desde la danza como acción directa y combativa. La dimensión performativa presente en la movilización social es advertida en este texto a través de la danza-resistencia y otras expresiones escénicas que han okupado la calle para construir espacio público y dar lugar a nuevas interacciones y relaciones sociales. Praxis estética que erige poéticas libertarias con otros lenguajes: el del cuerpo y el movimiento, y que plantea nuevos escenarios de experiencia y vivencia sensible.
“La política como el arte de lo posible” plantea Franz Hinkelammert, lo cual incluye a la imaginación y a la anticipación de realidades otras con medios y recursos artísticos que intervienen discursivamente y afectan espacios y tiempos. El objetivo es político y así es asumido por “sujetos-singularidades” y colectivos dancísticos que se formularon ineludibles y valiosas preguntas a partir de los desafíos planteados por el acontecimiento trágico de septiembre de 2014.
“Cuerpos aliados” plantea Judith Butler, y la denominación advierte la potencia presente: la física, la expresiva, la comunicativa, la estética y la política, que en este caso aplica sin problema a los dispositivos poéticos dancísticos referidos en esta reflexión que se amplía hasta su prácticas pedagógicas y formativas. Poner el cuerpo instaura un lugar de enunciación que es colectivo, que es comunitario y es no sólo una elección profesional sino ético-política ante los imperativos del momento histórico presente.
El Grupo Mamut propone una reflexión indispensable al advertir la determinación económica-política de la violencia social imperante. El capitalismo por despojo exige la generación de un clima social que mantenga el terror inmovilizante para el ejercicio de su poder en todos los ámbitos de la vida social.
Fue el Estado es una consigna que acusa responsabilidades y que es posible constatar en todos y cada uno de los agravios compartidos: desde el ecocidio perpetrado por planes y proyectos económicos trasnacionales hasta las represiones a toda oposición y resistencia existentes. Pero no únicamente, Mamut advierte de un biopoder práctico que nos afecta y provoca susto constante por la violencia institucionalizada e internalizada que exige el fortalecimiento de lo comunitario como única fuente de oposición posible. Se trata de develar la dimensión colectiva tanto de los males como de sus curas, lo cual obliga a prácticas terapéuticas comunitarias a largo plazo contra el terrorismo de Estado imperante. En particular en casos como el de Ayoztinapa y de Guerrero, con una historia de lucha y de represión feroz recuperada y revitalizada por organizaciones como la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México que agrupa a las normales rurales; la memoria histórica, construida y operante, rebasa el anecdotario y las efemérides para constituirse en memoria ejemplar para la que hay que producir espacios y tiempos de realización práctica y reflexiva que fortalezcan a la comunidad en la exigencia por verdad y justicia y que, además, acompañen y cobijen los dolores, los sustos, las penas y las tristezas.
Bordado Julio César Modragón. "Justicia será tu nombre en la
memoria". Foto: Cristina Híjar.
En cuanto a la Separata incluida, constituye una mínima y digna muestra de todo lo producido alrededor de Ayotzinapa. Optamos por hacer un breve comentario para cada uno de los autores participantes al lado de la presentación de sus trabajos.
Por último, cierra esta presentación con el poema de Eduardo Vázquez Marín de elocuente y preciso título Los nuestros, porque de eso se trata todo. La desaparición forzada es una condición terrible, es la concreción del sinlugar: ni vivos ni muertos, desaparecidos. Es el espacio de la incertidumbre, del miedo, del sinsentido y la sinrazón. La única posibilidad de sobrellevar esta condición es cuando el otro, la otra, nos reconoce y nos abraza. No hay resignación ni duelo posible, no aún, y ellos, ellas, nuestros desaparecidos sólo pueden estar presentes y vivos en la invocación colectiva. No únicamente mediante los emblemas y argumentarios que los re-presentan sino en todo a lo que dan lugar: reuniones, marchas, exigencias colectivas, procesos de organización y trabajo constante hasta encontrarlos. Sin ello, no sólo no están sino no son. Como dice el poeta: “porque no hay dónde para ellos que no sea estar entre nosotros”, y esto nos exige una responsabilidad a largo plazo que, por lo pronto, todos los participantes en esta revista asumimos.
Aún queda mucho camino por delante. Le doy gracias al Cenidiap la oportunidad de haber realizado este número a los cuatro años de Ayotzinapa y con ello sumarnos a la exigencia por verdad y justicia desde un espacio académico que no es ajeno a nuestra realidad. Por supuesto, agradezco a todos los participantes que respondieron a la convocatoria y al comprometido grupo de árbitros especialistas que dictaminaron los textos como lo exige el proceso editorial. Al atento y profesional equipo editorial del Cenidiap, mi profundo agradecimiento.
Los nuestros
Eduardo Vázquez Marín
Para María Herrera
Están aquí
entre nosotros
los desaparecidos de México
A veces parecen invisibles
pero están aquí
no pueden irse
porque no hay dónde para ellos
que no sea estar entre nosotros
Míralos son tuyos
son nuestros desaparecidos
y cuando entre las sombras buscas su rostro
el corazón se adentra en esa tierra árida
y el costillar le recuerda la cárcel en que habita
y el esternón afila su estructura vertical de puñalada
y dice tente
no te desboques corazón
no dejes que tu boca grite su hiel amortajada entre los dientes
calla
serénate
aun cuando te duela tanto
Importa
y no importa
en qué cajuela
dónde les cortaron la garganta
en qué solar fueron arrancados los pechos de muchacha
con qué artes carniceras se empeñaron en borrar
los genitales del chamaco
cómo acabaron de desfigurarle el rostro los verdugos
para quitarse de encima la obstinada perplejidad
del ser frente a la muerte
Importa y no importa
en qué rincón de mierda padecen maniatados
porque en la imagen que su ausencia guarda
nuestros desaparecidos recobran su íntima alegría
de haber sido en los brazos del otro carne viva
Sótanos camastros cinta canela
negras bolsas basura puntapiés gritos de odio
muertas de Juárez cabezas de Michoacán colgados de Morelos
levantados de Acapulco
Ése es el lenguaje que quieren imponernos
ése su día a día
el de la costumbre mansa de quedarse muerto
o la insensatez de sentirse a salvo
que hace voraces a los cerdos
antes que la matanza los desangre de cabeza
Pero los desaparecidos
miran con la cara de las horas necesarias
las horas del pan del brindis del abrazo
miran sostenidos por las manos de sus madres
por hermanos brazos
por las manos de los otros
las mías
que han sostenido al hijo de Teresa de Araceli de Carlos de María
manos para levantar la mirada
de quien celebra un día haber nacido
y estar entre los suyos
La tristeza asedia
porque mira que el dolor de amor que no se cura
sino con la presencia y la figura
Pero ésta es la casa
el pueblo la comarca
ésta la nación
tiempo relámpago
ésta la hora donde le hacen falta
a la merienda y al pan y a los cumpleaños
Porque necesitamos urgentemente rescatarlos del infierno
de la condena a ser noticia vieja para traerlos aquí
a nuestro lado
y caminar junto con ellos
No son fantasmas
son el concreto vacío de tenerlos cerca
son tan sangre tan verdad tan vivos tan presentes
que el costillar y el esternón se rinden
y el corazón se escapa
se echa al monte
vuelve a la sierra
al mar se tira
canta a su amor desaparecido
Atacama adentro
canta a todos los huesos desasidos que retoñan
como aquel árbol talado
del poeta con sangre de cebolla
Canta el corazón
por los restos que ama el poeta Javier
que permanece en los puertos
al vacío de dios uncido
como África al pecho de una madre muerta
Están aquí los desaparecidos de México
pero también los hijos de un país que quiso llamarse el Salvador
y no hubo quién salvara su cuerpo diminuto
Ni la voz de Dalton pudo
asesinado por sus propios camaradas
ni las plegarias de Óscar Arnulfo
ni la sangre del jesuita Ellacuría
Aquí los desaparecidos mayas de abajo del Suchiate
miran con nosotros la desgracia compartida
de ser parientes de sicarios y kaibiles
generales sin honor
inversionistas en el redituable negocio del despojo
políticos sin madre
Aquí también desaparecen nicaragüenses
que creyeron en redentores rojinegros
y se quedaron sin Solentiname y sin Sandino
Aquí vagan anónimos los chinos
como hormigas rojas
mil veces pisoteados por emperadores timoneles ebrios de eternidad y mando
Están todos aquí
juntos y apiñados
en la fosa común de los que faltan
Cada uno canta por los más cercanos esta noche
aunque incomodemos el sueño de la plaza pulcra
y el dolor se convierta en lastre
para quienes patrocinan
la peste del olvido
No podemos volverles la cara
ni negarles el saludo
Es un pecado no besar sus mejillas de humo
y faltar a los labios y a las frutas y a la cita
Digo con Gelman versos que buscan a su hijo
digo ¿rostro es el tuyo?/ ¿qué no vemos?/ ¿cerca?
¿muriendo?/ ¿desmuriendo?/ ¿para siempre?
¿tan para nunca?/
Alcanza para poco
lo que de tanto dolor nos queda ahora
apenas para decirles y no más
como se dice aquí
mi casa es la casa de usted
y abrirles en el cuerpo una morada
Los ojos de aquellos que los buscan
son sus ojos
son los ojos de los nuestros que nos buscan.
Mural de Lucía Vidales en la Iglesia de la Insurrección (hoy borrado), Av. Aztecas, Los
Pedregales, Ciudad de México. Foto: Cristina Híjar.