NÚMERO
43



ENERO
JUNIO
2019

TEXTOS Y CONTEXTOS

Lotería 43. Metáfora de una búsqueda

Lotery 43. A Metaphor for a Search

Resumen

Motivados por una reflexión colectiva desde las artes y las ciencias sociales, decidimos abordar de manera lúdica la problemática de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, Ayotzinapa, Guerrero. El juego en el memorial artìstico Lotería 43. Metáfora de una búsqueda constituye un eje para la reflexión de la realidad, ya que brinda la posibilidad de introducir de manera sencilla este tema tan complejo a través de una acción performática que recuerda a la tradicional lotería mexicana. Lotería 43 propone la analogía de una búsqueda colectiva de justicia mediante la cual se nombra en conjunto a quienes hacen falta.


Abstract

Motivated by a collective reflection from the arts and the social sciences, and through a playful conception, we decided to engage the enforced disappearance in 2014 of 43 students of the Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, Ayotzinapa, Guerrero. In the artistic memorial Lotería 43. Metáfora de una búsqueda, the act of playing enables a critical consideration of reality, since it offers the possibility of introducing in a simple way this complex subject, through a performative action inspired by the traditional Mexican lottery. Lotería 43 posits an analogy for the collective search for justice, calling out the names of those who are missing.



Claudia Berdejo Pérez
Académica y docente
interclabe@hotmail.com


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Tras los acontecimientos del 26 septiembre de 2014, docentes de diversas disciplinas pertenecientes a las artes y las ciencias sociales nos dimos a la tarea de generar una serie de acciones para unir nuestra voz al reclamo social contra el crimen de desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero. Encontramos que hacer el intento de incidir sensiblemente en la sociedad a través de algunas expresiones artísticas era un tema complejo debido a las versiones mediáticas sobre el conflicto, que en su mayoría habían criminalizado a las víctimas.

Esto nos llevó a articular lenguajes que tuvieran menor resistencia ante un tema en el cual la libertad de expresión se había visto comprometida, lo que nos condujo a la realización de un memorial artístico llamado Lotería 43. Metáfora de una búsqueda. Nos inspiramos en el juego de la lotería mexicana para diseñar una herramienta que explora las posibilidades que tiene el arte en la construcción de memoria, reflexión y sensibilidad social; un instrumento de denuncia y apoyo que pudiera fortalecer la voz de los familiares de los estudiantes de Ayotzinapa y de todas aquellas personas víctimas de la desaparición forzada.

En este sentido, el juego facilita la explicación del tema, y el azar —componente fundamental del juego— se convierte, dentro de esta dinámica, en el escenario que nos sitúa en un contexto donde los derechos humanos son transgredidos y la supervivencia es una acción complicada.

El memorial está constituido por 67 obras pictóricas y 67 textos de diversos géneros, relativos a cada una de las ilustraciones. Con solemnidad se evoca la ausencia a partir de detalles biográficos autorizados por los familiares de los normalistas. De este resultado se desprende una acción lúdica cuya dinámica respeta el formato tradicional de la lotería mexicana con algunas variantes: los textos forman parte de la relatoría de "el cantor";se cantan y se completan las cartas con la finalidad de crear una metáfora sobre la búsqueda de los estudiantes desaparecidos.

Otra diferencia con la lotería mexicana es que en este memorial existen cartas que son facilitadores u obstáculos para formar líneas o lograr el llenado de las tablas. Las cartas se explican a través de la narración que hace el cantor, donde vivir o morir dependen del azar. Destino que parecería fatal pero que deja abierta una reflexión para que ello no tenga que suceder así.

Sería un equívoco afirmar que todo juego es propiamente de disfrute. En Lotería 43 lo lúdico constituye un eje para el análisis de la realidad e introducir de manera sencilla un tema tan complejo, que pone al jugador en situaciones adversas en las que no hay ganancia individual.

Lotería 43 es un acto de resistencia que busca motivar una actitud crítica respecto a la problemática de la desaparición forzada, una respuesta ante la violencia e incertidumbre en que vivimos, un ejercicio de colectividad que se adentra en la metáfora de la vida como juego que impulsa el recuerdo, la reflexión, la sensibilidad social, y que toma prestadas las herramientas del arte —el pincel, el color, la palabra— para ser un portavoz en esta búsqueda de verdad y justicia para las víctimas.

A continuación se describe esta acción lúdica tal como se vivió en una de sus presentaciones nacionales.


Florencia Suárez Ricca, Memorias sin olvido, 2017, fotografía a color realizada durante la edición XXXI del Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología.


“Se va y se corre con…”

Es septiembre de 2016 y a pesar de la lluvia torrencial más de doscientas personas están reunidas. No hay asientos vacíos en el auditorio. El juego está a punto de comenzar.

Los asistentes que alcanzaron tablas la sostienen en una de sus manos y en la otra guardan semillas de frijol. Cartas como en el juego de la lotería mexicana, pero ilustradas con los rostros de los 43 alumnos de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos desaparecidos, y tres asesinados. Además hay otras veintiún imágenes que completan el contexto en que sucede la tragedia de Iguala.

Familiares de los estudiantes desaparecidos dan consentimiento a esta actividad haciendo acto de presencia antes de su inicio. Se jugará la Lotería 43. Hay expectación en la audiencia. La pregunta está en el aire: ¿será posible hablar de esta tragedia mediante un juego?

El cantor levanta la carta y comienza.

“Se va y se corre con…” y sale el rostro primero que corresponde al compañero normalista Abel García. El cantor repite “Abel García” mostrando la colorida imagen a la audiencia, que atenta busca en las imágenes de sus tablas si encuentra al estudiante, “aquel de mirada íntegra que sentía un gran amor por Jazmín”. Algunos de manera apurada colocan el frijol en la casilla. Hay emoción.

Abel, Abe Abelardo, como ave debías estar volando, “Abelardo Vázquez Peniten”, dice el cantor. Luego buscamos también a Adán Abrajan de la Cruz “a quien su futura esposa espera con flores de cempasúchil plantadas por sus manos, en un jardín de Tixtla”. “Adán Abrajan de la Cruz”, corea.




Rosalba Espinosa, Abel García Hernández, 2016, óleo sobre tela, 36 x 48 cm.

 

A veinticuatro meses de la tragedia, el reclamo masivo, virtual y a pie indignado, sigue exigiendo justicia para los 43. Entre ellos para Bernardo Flores Alcaraz, al que el azar levanta ahora en su carta.

Todos atentos escuchan: “Cuando vuelvas a la dolida tierra de tus abuelos, entonces volverás a ser tú, y hemos de nombrarte en la plaza, en la mente, en la casa de tus padres: Alexander”: Alexander Mora Venancio, nombra el cantor.

Una a una van saliendo las cartas con los rostros de los estudiantes. Imágenes acentuadas por el color, con pequeñas insignias que dan cuenta de sus vidas, que nos narran que a Benjamín Ascencio Bautista, “el de cejas arqueadas y sonrisa a medias; un murmullo de libros, un pupitre, un ideal y un título de maestro lo están esperando”. Y otro texto más que nos hace soñar con el deseo de que Antonio Santana Maestro —al que ahora vemos mostrar su semblante a la audiencia— regrese pronto.

Se trata entonces de formar una línea horizontal, vertical o diagonal con las caras de los estudiantes normalistas, es decir, encontrarlos. Pero el juego se gana hasta cuando toda la tabla se ha llenado.

Carlos Iván Ramírez asoma su rostro, “al que Socorro tiraba sus hojas en el profundo silencio del cuarto vacío de la tierra que no da nada. El que botea la pobreza”.

“A César Manuel González, Christian Alfonso Rodríguez Telumbre, Christian Tomás Colón Garnica, se les busca”, dice el cantor. Y entre fondos azules “sus nombres se pierden como se pierden las nubes y las barcas”.

Mientras sigue el canto de la lotería, la gente se da cuenta de que no se trata de un número sino una persona con nombre, apellidos, con historias y ahora con sueños truncados.

“El Frijolito”, se alza la voz. Así le apodan a Carlos Lorenzo Hernández Muñoz, de Huajintepec. Después viene Cutberto Ortiz Ramos, “el joven de mirada seria, llamado así como su abuelo. Guerrero por nacimiento, después por necesidad”.

La audiencia concentrada en su tabla espera ansiosa el momento de encontrar la imagen de los estudiantes que ayudará a completar la línea, pero no todos son rostros. Aparecen entonces las cartas de La Mano, El Corazón y La Bandera, símbolos de solidaridad, de la lucha de los padres y familiares de Ayotzinapa, de nuestra identidad, de nuestra soberanía. Son éstas, entre otras más, cartas facilitadoras del encuentro. Como El Mundo, que se ilustra sostenido por una mano cadavérica y teñido en rojo, advirtiendo el caldero en que se vive, aunque un halo verde de esperanza lo baña, como ahora a esta búsqueda. Seguimos jugando. La suerte se pone a favor.

Doriam González Parral, “El Kínder le llamaban”, “cultivaba su mente y cultivaba la tierra”. Esa tierra que ahora en vez de rosas cosecha amapola, convirtiendo a campesinos (principalmente de comunidades indígenas) en carne de cañón para el narcotráfico. De eso nos cuenta la carta de La Amapola.




Rafael Sáenz Félix, Cutberto Ortiz Ramos, 2016, acrílico sobre tela, 36 x 48 cm.



La Amapola no existe en el juego tradicional de la lotería, pero ha sustituido a la carta de La Rosa como a otras más que se adecuaron al contexto actual. Son cartas con las que no se puede formar una línea ganadora en la tabla, obstáculos que hacen alusión a esa dificultad dentro de la búsqueda de verdad y justicia.

“Emiliano Alen Gaspar de la Cruz”, lo buscamos y en potente voz dice el cantor: “Un México nos va a encontrar. No el México de tu ausencia ni mis miedos. El México de sus hijos en justicia. El de tus padres compartiendo contigo el maíz y el café”.

Varios jugadores encuentran a Emiliano en sus tablas. Sonríen. Otros rostros se asoman en la jugada: el de Giovanni Galindes “por el que preguntan sus hermanas”, e Israel Caballero Sánchez, “a quien su pequeña hija lo está esperando”. “¿Dónde están?”, pregunta el cantor. Se hace un silencio en la audiencia. Nos percatamos que algunos eran padres de familia; duele su ausencia, como la de Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa, “aliento de su madre, ídolo de su sobrina, la que lo extraña con toda el alma, y nosotros también”.

Los rostros de los agraviados se muestran a la audiencia. Los participantes no sólo hacen un reconocimiento físico de cada uno de ellos, sino que, al unir la imagen junto a la palabra se construye en este juego colectivo una poderosa huella para la configuración de memoria, que ayuda al mismo tiempo a visibilizar la existencia de un contexto que propicia este tipo de crímenes.

Una carta ilustrada con una calavera aparece en la jugada, “Calavera de aserrín que no duerme. Carpa de taxidermia y carnaval: La Calavera”. Fosas comunes, secuestros, desapariciones forzadas, muertes impunes, Acteal, Aguas Blancas, Tlatlaya, Ayotzinapa.




José Luis Malo, El Diablo, 2016, óleo sobre tela, 36 x 48 cm.



A ésta le sigue la carta de La Televisión y nos sentimos indignados. Entendimos porqué la gente buscaba olvidar la tragedia. Los medios de comunicación informaron que los estudiantes habían sido incinerados para con ello cerrar el caso, apoyando así el discurso oficial. Aunque esta carta tampoco existe en el juego tradicional, es un signo de nuestros tiempos que en este caso simboliza la mentira mediática, la complicidad con el poder, la difamación, el amarillismo, la orquestación para el olvido.

Esta carta arroja otra al azar, impidiendo el encuentro con los desaparecidos: “El Títere”, se canta. Figura que simboliza a la masa seducida, la manipulación de la conciencia individual y colectiva a través de la ideología de los grupos de poder. Cuando ésta sale, no se forma ninguna línea ganadora.

La audiencia está impaciente.

Sosteniendo ahora en lo alto la carta que ilustra la defensa de la soberanía, el cantor grita: “¡Codiciado por urracas de vuelo internacional, dora cerros y laderas, dora campos por igual! Ese dorado color, ¿qué representa en verdad?”. El Maíz es la ilustración que se propone contarnos el origen campesino de la mayoría de los estudiantes normalistas, como el Kali, Everardo Rodrìguez Bello, “el joven que amaba la tierra y era también amado por la tierra. El que tocaba el saxofón en el pueblo y era novio de Yareli”.

Le sigue Felipe Arnulfo Rosa, “a quien sus palomas lo siguen esperando para que vuelva a alimentarlas y cuidarlas”.

Algunas tablas comienzan a verse casi tapizadas por las semillas de frijol. Y se escucha al cantor mencionar: “El joven que podía hacer cualquier trabajo y celebró su comida favorita en su ingreso a la Normal” se llama Israel Jacinto Lugardo. A José Ángel Campos Cantor “el campo le enseñó a cultivar la tierra, a cultivar la vida, a cultivar la enseñanza, a cultivar la alegría”.

 


Varios autores, Tabla de lotería, 2016, impresión en cartón, 20 x 24 cm.


La carta siguiente nos enseña el rostro de José Luis Luna Torre, el muchacho de Amilcingo, y el de Jonás Trujillo, el que “dejó su papalote en la recámara y ahora lo ha cubierto el polvo y la ceniza”.

Las tablas se llenan de esperanza, de palabras que evocan recuerdos, nostalgia y nos muestran el origen de cada uno de estos estudiantes a través de líneas de colores y poesía. Ahora sabemos, por ejemplo, que Jorge Aníbal Cruz Mendoza es de Xalpatláhuac y trabajó de mesero para ahorrar y poder estudiar en Ayotzinapa.

Pero no todos están desaparecidos. La oscuridad se asoma en la tirada. La carta de La Muerte se hace presente en el juego, así como en la vida. “La jarana sigue tocando y las lágrimas ancianas ya no son pasajeras, por ello ahí nuestros hijos pierden”. Se pierden. A Julio César Ramírez Nava y a Daniel Solís Gallardo los asesinaron arrancando sus historias. Solamente se mediatizó la imagen de un alumno cuyo cuerpo fue encontrado sin rostro, un signo, una advertencia, una tragedia sin precedentes en la que por medio del arte buscamos devolverle sus ojos, su semblante, su voz, como una forma de promover justicia, de reparar su identidad arrebatada y de sanar las heridas de Julio César Mondragón, “amoroso padre y esposo”, del que ahora nos enseña su nuevo rostro el cantor.

La tabla fragmentada. La suerte puso a la muerte en la jugada. El juego se vuelve tenso.

La lotería continúa como la misma búsqueda. Pero la inquietud comienza a hacerse presente entre los participantes, aún no hay tabla llena.

Un tren se asoma en la jugada: La Bestia, carta que expone la condición migrante de las comunidades rurales en el estado de Guerrero. Necesaria su ilustración para explicar el origen y contexto de extrema pobreza del que proceden los estudiantes desaparecidos. La Bestia, llamado así al tren que transporta migrantes y que a su paso va dejando muerte.

Ya no parecía un mero pasatiempo. Dolía saber de esta pobreza, del porqué Jorge Álvarez Nava “con vocación de médico desde la infancia, decidió mejor ser profesor por una causa y cambió sus sueños”. Y cómo Jorge Antonio Tizapa Legideño “prometió a su madre un día volar, ser un gran piloto”, o porqué Julio César López Patolzi “cambió gustoso las armas por el abecedario, la ciencia y el canto”. Y en ello el reflejo de su lucha de cada día.

“Después huir de las balas, luego desaparecer”. Fuerzas federales, estatales y municipales estuvieron involucradas dice el cantor, y “mientras que la injusticia vuelva verdugo al propio hermano, yo nunca podré usar la bota del soldado”. La Bota es la carta que se juega ahora, La Bota es un obstáculo para esta búsqueda. Nadie avanza.

Seguido a ésta se canta: “Es tal su desfachatez, que sin recato ninguno con la justicia juega y prostituye la ley, le gusta mucho el dinero. ¿Tú ya sabes quién es?”. La Dama. Algunos participantes colocan el frijol en la casilla.




Fotografía tomada en el Auditorio Adalberto Navarro Sánchez, Universidad de Guadalajara, en la inauguración de Lotería 43. Metáfora de una búsqueda, 2016.


El juego se prolonga, como la búsqueda de los 43. Pero aquí sólo han transcurrido treinta minutos. Son visibles las tablas casi llenas de algunos jugadores que de a poco van sabiendo quienes son “Martín Getsemany, Miguel Ángel Hernández Martínez y Miguel Ángel Mendoza Zacarías”, en honor a quien, en Apango, su pueblo, la gente se armó de valor, de recuerdos, y hoy exige justicia para él y sus compañeros normalistas.

Se levanta otra carta, y en ésta se asoma un personaje funesto con cuernos y barba de chivo que simboliza el poder aunado al mal, la corrupción y la codicia. La expresión de los participantes cambia. “El Diablo, El Diablo”. No hace falta describir más, los participantes lo ven y de inmediato saben de quién se trata.

Mientras el juego avanza, los rostros de los normalistas van dejando de ser sólo un dibujo y el juego a un instrumento de denuncia, de justicia, pidiendo el retorno con vida de “Jorge Luis González Parral, José Ángel Navarrete González, José Eduardo Bartolo Tlatempa, Joshivani Guerrero de la Cruz”, a los que estamos buscando.

Marco Antonio Gómez Molina, “albañil, destacado, estudioso y enamorado” se canta en las cartas, pero de inmediato aparece en la jugada “El Alacrán”. Se anuncia: “animal que sigiloso borra huellas y se esconde bajo tierra”. Una analogía del venenoso discurso dirigido para desprestigiar la memoria de las víctimas.

Se escucha entonces: “Nacimos en el siglo en que la guerra se convirtió en hecho cotidiano, justo cuando las jaras se volvieron AK47. Cuando del norte nos marcaron destino: eres muerto o eres asesino”. “Las Jaras, Las Jaras”.

Esta carta hace más difícil la búsqueda. Las armas estaban presentes, con ello el tráfico de droga, la impunidad y la complicidad de un Estado. Esta carta interfiere en la búsqueda, ahora y entonces.

Los participantes sienten que el tiempo corre y aún no encuentran todos los rostros de los desaparecidos, es el azar que así lo está queriendo. El juego duele.

Son casi las 20:00 horas y una carta siniestra interrumpe la jugada: “¡Paren la cuenta señores!”, justo en el momento en que parecía que estaban por encontrar todos los rostros en las tablas aparece la carta del “ya me cansé” con la que se acababa el juego. Alude aquella frase que expresó el vocero del gobierno, responsable de dar cuenta de este crimen, al ser cuestionado por la prensa.



Rubén García Mendoza, El ya me cansé, 2016, óleo sobre tela, 36 x 48 cm.


Y el cantor avisa a la audiencia: “¡Paren la cuenta señores, que la verdad ha llegado! Que la luna es de queso y el mundo es cuadrado. Terminen esos horrores, que la verdad absoluta sé. Y sin hacer más preguntas, porque yo ya me cansé. Desde el fondo de la basura, ha surgido la verdad, como la luz de las tinieblas para que no se hable más. Como sombra de fantasmas, una lluvia de mentiras: todos han sido incinerados y este juego se termina”.

Una exclamación masiva se escucha en el auditorio. ¿El juego se ha terminado? Se miran unos a otros. El azar marca el destino fatal antes de encontrar a todos los estudiantes desaparecidos. Aún faltan varios y el juego está acabando, a menos que los participantes pidan que continúe. Porque este juego concluye si aunque sea un sólo jugador se ha cansado. “¿Quieren seguir buscando a nuestros desaparecidos?”, pregunta el cantor. La expectación se presenta. El riesgo que no suceda es latente, el juego es largo, el auditorio lleno y el calor rebasa la capacidad del aire artificial. Es septiembre y llueve.

De la audiencia sale un grito exaltado que dice: “¡Seguimos!”, al que se unen más y más voces repitiendo: “¡Seguimos!, ¡seguimos!”. El juego no acaba. La búsqueda sigue. El azar no marca ahora el destino, la gente organizada en un mismo propósito está dispuesta a continuar.

“Seguimos jugando”, dice alegre el cantor. Seguimos buscándolos. Vuelve el juego con nuevo entusiasmo: el de llegar al final en esta búsqueda.

Ganar ya no es el deseo de una recompensa personal. Un clima de solidaridad impregna el ambiente. No sabemos en qué momento el juego se transformó en una entusiasta búsqueda colectiva.




Jorge Fregoso, El Mundo, 2016, mixta, 36 x 48 cm.

Por ello pudimos saber que Marcial Castro Abarca quería ser maestro bilingüe y Luis Ángel Abarca Carrillo, de la Costa Chica, “era el más aplicado y cambió las fiestas por el estudio”.

Luis Ángel Francisco Arzola y Pablo Baranda están en la misma tabla, una emoción llena el rostro de quien está jugando. “Me falta sólo una casilla”, dice un participante, que no sabe que es La Araña, la que justo en ese instante se canta. Queriendo levantar su mano, su compañero le explica que este arácnido que teje hilos invisibles, disfrazado de ayuda humanitaria, simboliza la llamada “paz liberal”. Con esa carta no se puede ganar.

Son ya las 8:40 de la noche. Sigue lloviendo. El tiempo no se detiene. El escenario está avivado por la ansiedad de llegar al final. Ninguno ha llenado la tabla. Aún faltan tres de los normalistas. La gente evita el ruido para que no se les pase ninguna carta, nadie está dispuesto a perder a sus desaparecidos.

El juego se ha vuelto serio y la realidad una broma del azar, pero aquí estamos reunidos jugando y comprendiendo a su vez la dificultad que enfrentan estos estudiantes para sobrevivir. De ello nos cuenta la carta de La Tortuga. Ilustradas una sobre el caparazón de la otra, se ayudan a alcanzar una estrella. Evocamos esa travesía de lucha que emprenden todos los adscritos a estas escuelas rurales, con tantos obstáculos a vencer pero con un grandioso sentido comunitario y de colectividad. Ayotzinapa, “tortuga preñada cuatro veces”. “La Tortuga” se canta, y ésta sí ayuda a la formación de una línea.

Quedan pocas cartas. Varias personas se suman a las tablas de algunos que están por completarlas para de manera grupal localizar más rápido los rostros. Hay emoción. Se hace tarde pero nadie se levanta; no conocen al compañero de su lado, pero ahí están ayudando a buscarlos. El juego llega casi a su fin pero aún sin ganador, en este juego no se gana hasta encontrar a todos los desaparecidos.

Se muestra entonces el rostro de Mauricio Ortega Valerio, ilustrado entre cafetales, iguanas y armadillos, “cuyo sueño sería el de ser profesor para enseñar español a los niños”, pues su familia habla meꞌphaa, lengua otomangue del sur del estado de Guerrero. Su compañero Magdaleno Rubén Lauro Villegas, “el Magda, bajó también de la montaña para enseñar”.

“¡El Profesor!” dice la voz del cantor. Carta facilitadora de este encuentro de los estudiantes de Ayotzinapa, que ilustra la defensa de una educación pública y gratuita, pues el crimen de Iguala también está relacionado con la persecución contra estas escuelas normales rurales formadoras de profesores. Carta que nos recuerda la lucha magisterial.

Se siente el entusiasmo en la audiencia. Está ansiosa por corear la consiga del ganador. Mientras tanto, un pequeño acompañado por sus padres quiere ser el primero en gritar que los ha encontrado, pero le falta la carta de El Valiente. Los compañeros presentes esperan el momento final.

“El Valiente”, por fin sale. Representa la lucha de aquellos que tuvieron la bravura de enfrentarse a todo un Estado, exigiendo justicia para sus hijos desaparecidos: los padres de los estudiantes normalistas. Siguiendo a esta carta viene la de Saúl Bruno García García, “el que quería ser maestro y dibujar el mundo”, el 43 en la numeración.

Y en medio de la audiencia se levanta un brazo y una voz que grita: “¡Ayotzinapa vive!”, a lo que la gente contesta inmediato: “¡La lucha sigue!”. Parece que ello ha abierto una puerta pues seguido a ésta, una, y otra, y otra voz se alzan por todos lados del auditorio entusiastas con las consignas del ganador. Pero no hay uno. Somos todos ganadores, la búsqueda colectiva se ha erigido por encima del azar. Los rostros contentos sonríen, hemos encontrado a nuestros estudiantes desaparecidos.

Los abrazos surgen espontáneos. La lluvia ha parado en septiembre. La noche de Iguala encuentra verdad y justicia.





Semblanza de la autora

Claudia Berdejo Pérez. Originaria de la Ciudad de México. Egresada del Centro de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara, licenciatura de Diseño de Interiores y maestría en Didáctica de las Artes orientada al campo de las artes visuales. Docente desde el año 2000 en la Universidad de Guadalajara en las licenciaturas de Diseño de Interiores y Artes Visuales. Profesora investigadora de tiempo completo con perfil Prodep enfocada al área de conocimiento e investigación Arte y Sociedad. Coordina proyectos artísticos colectivos, activistas e interdisciplinarios. Coautora del libro Reflexiones sobre Ayotzinapa en la perspectiva nacional, con el tema “Testimonio artístico por Ayotzinapa”, presentado en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2016. Investigaciones: “Prevención social de la violencia a través de proyectos de arte en la comunidad” y “Arte como herramienta para la construcción de la memoria”. Actualmente pertenece al cuerpo académico del CUAAD: “Estudios contemporáneos sobre Arte”, UDG-CA-923. Autora creativa y coordinadora del proyecto artístico Lotería 43. Metáfora de una búsqueda.


Recibido: 8 de septiembre de 2018.
Aceptado: 22 de octubre de 2018.

Palabras clave
memoria, ausencia, rostro, Ayotzinapa, lotería.

Keywords
memory, absence, face, Ayotzinapa, lottery.