NÚMERO
43



ENERO
JUNIO
2019

TEXTOS Y CONTEXTOS

Para andar como vivos entre los muertos.
Panfleto declamatorio

To Walk as the Living Among the Dead. declamatory pamphlet

Resumen

Una reflexión filosófica en torno a las prácticas de significación de los movimientos en resistencia al terrorismo de Estado, que descubren en la dimensión estética —comprendida como lucha de clases en la imaginación, las percepciones, los sentimientos y las ideas— un territorio estratégico para la crítica radical de las relaciones sociales que avasallan las subjetividades a modo de disponerlas para la reproducción ampliada del capital mundializado. El problema de la figuración de lo atroz irreparable exige precisar las determinaciones de una estrategia de significación que considere a la memoria y al duelo como otras tantas prácticas productivas de organización, de otras relaciones sociales, de otras subjetividades; es decir, como praxis estética libertaria.


Abstract

A philosophical consideration of aesthetic practices arising within social movements of resistance against State terrorism, whereby the aesthetic dimension becomes the site for a radical critique of the social relations that shape subjectivities according to the needs of the reproduction of globalized capitalism. The problem of signifying heinous crimes committed by the State demands a strategy that considers both memory and mourning as social productive practices contributing to organize resistance and to the emergence of new social relations and subjectivities; i.e., as revolutionary aesthetic praxis.



Alfredo Gurza
INVESTIGADOR DEL CENIDIAP
alfredogurza@hotmail.com


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Porque un día, al despegar los párpados, me eché a llorar, sintiendo que vivía… [1]


Sus rostros se vuelven familiares. No son ellos, nunca lo fueron. Son materia de memoria: índice, huella, eco, símbolo. Es decir, materia de narrar, que es el modus operandi del recuerdo y el olvido. No son estos los rostros que padecieron la bárbara crueldad. Son la imagen en disputa, la que los verdugos necesitan archivar junto con su “verdad histórica” para cerrarla para siempre a las miradas que los buscan; la que recogen y circulan de mil modos los muchos amorosos que los sueñan vivos, bellos y felices.

El solícito cuidado, la procuración enternecida de los deudos, permiten desafiar la impotencia expresiva que sobreviene al horror inabarcable. Las facultades ateridas se reaniman con la linfa enriquecida por el trato solidario. Alguien adelanta un poema, otra una canción; aquellas una pinta, una manta, un video y un grabado; acá se baila, allá se borda, se ríe y se reza. Se van trenzando otras historias compartidas en este ritual de lo común, esta ceremonia igualitaria del llanto y la alegría.


Y cedisteis al inmenso engaño partido en diminutas y graciosas mentiras; y con el bien y el mal terribles hicisteis moderadas apariencias para cebar la codiciosa bestia, oh falsificadores de lágrimas y risas.


La cuestión de cómo ser en nuestro tiempo, plenamente, precisa de un deslinde radical para saber bien dónde pisamos y conocer nuestros haberes, para fijarnos hora y sitio, exhibiendo y desechando cuanto obra por lo atroz.

Ser en nuestro tiempo, de nuestro tiempo, sería entonces preguntarse de antemano cómo hacer para que así sea. Nuestro, y no de los rapaces, los cobardes y los crueles.

La acumulación del capital lo avasalla todo y lo subsume, sujetando a su lógica feroz los espacios y los tiempos, los saberes, los haceres, los dolores, los placeres y los sueños. O al menos eso intenta con denuedo.

Se arrinconan las potencias. Cohibida, la imaginación se ejerce en corto; desiste de su ambición totalizante y produce a duras penas miniaturas desgarbadas.

Hacernos ver, hacernos oír, es la urgencia ante el torrente arrasador, el apremio de malograr la labor de la sevicia, de la codicia impúdica e impune, dando cauce libertario a la rabia ilustrada, a la pasión que piensa y hace, al afán de las lecturas infantiles de que escolle la nave de los ruines.

De la vida hecha fragmentos drenados de historicidad, iterada en lo indistinto y lo fungible sin viso de alteridad, se sucede este remedo, el simulacro de la alarma, que donde dice indignación pone modorra.

Con moronas y añicos hay que alzar los parapetos para otear a la segura los vaivenes de los tiempos y afinar la puntería en nombre de la ternura. De sapiencia ha de ser la brida y de astillas el acicate.

El deslinde —de por mientras, siempre por recomenzar— inaugura a cada tanto el tiempo-espacio de la réplica, del mentís a los infames y sus prácticas, subvirtiendo palmo a palmo el continente figurado por su orden del discurso.

No ha bastado nunca el sentimiento, inescapable y siempre muy dispuesto, para movernos a la acción. Y no por flojo o indistinto: es que se hace de su objeto, lo inmoviliza en su exudación viscosa, y renuncia a transformarlo a fuer de contemplarlo, prefiriendo confirmarse y perpetuarse en su embelesamiento.

Si no andamos a las vivas, los monumentos que erigimos se vuelven contra el recuerdo, lo vacían de significación y postulan apodícticos una verdad que falsifica la pregunta arrojada a los transeúntes y que va enjaezando con listones coloridos el olvido pertinaz.

No los queremos pesados, de bronce y sempiternos, sino más bien porosos, provisorios y fluidos. No han de dar fe y testimonio de hechos imposibles de acotar, sino de nuestro estar ahí con ellos, recordando con tendencia, en un acto de lealtad a los borrables, a los humanos de repuesto, intercambiables, a los que no cuentan ni se cuentan: a nosotros mismos, infaltables.

Arte de dialéctica se requiere para dinamitar el orden de legibilidad de las narraciones dominantes del pasado, colocando las cargas explosivas justo en la específica disposición del tiempo y el espacio donde radica su eficacia. Sólo así se pueden introducir otros relatos, inconclusos, temerarios, que conciten el asombro y la extrañeza y deslegañen a los parroquianos de la inercia.

Relato-imagen, símbolo contundente, irreductible, refractario a la asimilación, contenedor de su propia regla de lectura, de su orden, ley y explicación. La de malas es que abunda lo contrario, una producción simbólica apoltronada en las antípodas, insensible al manifiesto decaimiento de los signos, a su fácil inserción en el torrente explicativo de las cosas como complejidad indescifrable, como arbitrariedad referencial, como cualquier cosa que no sea denuncia y subversión.

Todo se acartona, se reduce a letanía repetida por conversos, incapaz de conmover, de enardecer, de orientar y organizar. La significación banalizada bajo la cifra de lo ya-visto y lo ya-vivido, sin praxis reflexiva que transforme el referente y el lenguaje, engruesa fatalmente los recursos anestésicos que facilitan la dominación.

El ceremonial se agota en sí mismo, en lo obsoleto, en las certezas falsas, en lo fijo para siempre y lo completo.

La intervención consciente en los espacios y los tiempos que rigen las lecturas, contra los algoritmos del consenso paralizante, de las identidades y los roles definidos conforme a un libreto metahistórico, plantea el problema clave de lo efímero y lo permanente.

Habrá que perfeccionar esa destreza singular para entrar y salir, marcar y borrar, saber cuándo la acción exige erigir una columna y cuándo basta con dejar una huella a merced de la intemperie. Dar justo en el blanco en el momento más propicio para la profanación.

Es preciso urdir territorios móviles, como alfombras voladoras, para evitar la tentación de los anclajes, de lo invariante, del sedentarismo y sus embustes.

Así deslastrados podemos ver desde lo alto, en constante movimiento, la sombra que proyecta la ideología sobre todos los procesos que articula y actuar en consecuencia, problematizando cada palmo de terreno, cada acto, para superar el practicismo que quisiera ver en la mera enunciación virtudes mágicas y conjuros performáticos poderosísimos.

La expropiación del imaginario y sus recursos desgasta los rituales en la metafísica de la voluntad, a expensas de la construcción paciente y colectiva del conocimiento con tendencia para abonar a la subjetividad revolucionaria indispensable.


Os amo así: sentimentales para mí, haciendo, a coro, para mi uso, un alma donde vaya labrada la historia que me falta, con estambre de todos los colores que cada una ponga de su trama.


Habremos de ser entonces de lo abierto, lo imprevisto y lo incompleto. Adrede, por imperativo estético y político, negándonos a adoptar la perspectiva del destructor infame que busca el cierre, la vuelta al cauce después de la barbarie.

Resignificación tenaz en contra del carpetazo: no hay sino perpetuar la repulsa a lo atroz sistémico; no zanjar la brecha sino ahondarla y ensancharla. En la linde, en el punto sin retorno, ahí hay que reunir fuerzas para dar la cara al horror sin disimularlo y darle la vuelta por la vida como proceso de ruptura sin fin.

El problema de la sentimentalidad surge aquí como determinación fundamental por precisar. Hay, por un lado, una estética de la conmiseración que es necesario criticar radicalmente, porque estorba y enmascara y desmoviliza finalmente.

Almas bellas subsumidas, plenas de buena voluntad, en favor de cuanto quepa en la libreta de la “justicia elemental”; su catarsis no es ruptura sino reafirmación, es calafatear la esteticidad burguesa para que no haga tanta agua y poderla proseguir por otros medios.

Solidaridades verticales de muníficos creadores, abajofirmantes, aspirantes, rezagados y remisos. Acompañamientos de ocasión, que requieren que lo que se denuncie sea excepción y no la regla; que los hechos aparezcan sin raíces, desligados de otros muchos y, sobre todo, de la matriz que los genera; que los agraviados se queden como inmóviles, como en ámbar, como atrapados en papel matamoscas, y así sean siempre a la distancia el objeto de su gentil y esporádico desvelo.

El racionalismo ramplón, por otro lado, receloso de los sentimientos y los cuerpos, se avergüenza de la explosión contestataria, tachándola de primitivista, elemental, ingenua, cursi e ignorante. Prefiere aguardar la hora serena del pensar, lejos de la barahúnda de la calle que ofusca su sesuda reflexión y desborda sus esquemas. Lejos del desmadre y sus enojosas complicaciones.

Tales los dos brazos de la tenaza que aprisiona la reflexión sobre el problema del sentir. Lo que se pierde aquí de vista es justamente la dimensión estética como sitio decisivo de los procesos de subjetivación: lucha de clases en las sensaciones, las percepciones, los sentimientos y las ideas. Y con ello, la posibilidad de animar y orientar una praxis estética libertaria, sin remilgos ni concesiones.

Contra la poetización irreflexiva, cantilena de obviedades y refritos, tan vaga e imprecisa que resulta de provecho “para todos y ninguno”; contra la purga del remordimiento, del “se hizo lo que se pudo” y del “mal de muchos” revestido de consuelo para filósofos exquisitamente descomprometidos, la dialéctica materialista descubre la necesidad de totalizar la indignación para politizar a la sociedad civil, por todos los medios, en todos los espacios.

Totalizar: articular saberes y evidencias, testimonios y experiencias, con toda la riqueza de las determinaciones concretas, significando con tendencia libertaria el complejo proceso de la historia.

Así se entiende que no se lucha por el pasado ni el futuro inciertos, sino por el presente, siempre por el presente: contra su figuración bajo la forma-valor mundializada que estratifica por lo mismo, y reglamenta, los usos del retrovisor y de la bola de cristal. De ahí la altísima responsabilidad, y el apremio, de ejercer con plena fuerza la imaginación que evoca y sueña.

La memoria subversiva va dando sus ritos y sus ceremonias; va marcando las distancias que permiten poco a poco dar cabida a lo atroz, a lo singular irremediable, a lo impensable, y transformarlo. Procesa el material conforme a la cifra de la réplica; agrega y desapega, denuda y va anudando, para complicar elucidando.

No se agota en recreaciones; no representa lo ocurrido, sino que lo resignifica, poniendo en crisis los relatos dominantes, su régimen del tiempo, su disciplina de los cuerpos, su violencia.

Es un proceso sin fin, en el que a cada tanto surge la necesidad de problematizar la tradición que vehiculamos, los usos del recuerdo, las determinaciones del pasado en nuestras prácticas, su manera de rondarnos y acosarnos, para así decidir con claridad a qué herencia renunciamos para poder seguir.

Esto exige autocrítica constante contra los peligros de la inercia, de banalizar elevando altares, de traicionar lo que se evoca, haciendo de la emulación remedo. Hay que estar dispuestos a dinamitar la imagen más lograda antes que permitir que se diluya en su reiteración anodina.

Aquí el énfasis está puesto en el proceso, en conocerlo y afectarlo por completo, con destreza técnica y claridad política. Es decir, en incidir en las subjetividades, en la transformación de las relaciones sociales. La curaduría supersticiosa, que fetichiza a la obra y al artista, se afana en cambio en imponerle estancos, en desligar la producción de la circulación, la valoración y la reproducción social.

Miseria de la estética, que despoja el devenir incesante de la forma-actividad y la forma-objeto —su volcarse una en la otra— de toda la dialéctica opulencia de sus determinaciones, sustituyendo mezquinamente esta praxis con el sainete desabrido de la recepción como aglomeración arbitraria de receptores y emisores, de intenciones cumplidas o malogradas, de imprevistos anecdóticos.

Hay una estética, una política, una moral de la memoria y del olvido. El pasado y el futuro son solubles y se vierten al presente (o el presente los proyecta, da lo mismo) por los filtros ideológicos, los dominios y sus réplicas. Visibilizar lo inaccesible reprimido, los fantasmas, los indicios, como totalidad contradictoria concretada en signos con tendencia subversiva, es deber de amor, belleza y justicia.


Los nombres que pronuncias irrumpen por mi frente y se abren paso entre tumultos de sombra; y, por primera vez, mi dorso cede con un espanto conocido. Me devuelvo a un dolor que presentía; me reconozco en tu historia de sangre, y gime, sin que yo lo entienda todavía, un grito en mis orejas que dice: “¡Áulide! ¡Áulide!”


La imaginación es también la tierra de quienes nos han sido arrancados. La pueblan difusos, imprecisos, como huellas, como rastros, como ecos. Desde ahí nos interpelan; incorpóreos sí, pero tenaces. Los nombramos, los llamamos para asirlos a la historia que contamos y así anudarnos como deudos responsables de evocarlos.

Decretamos socialmente lo que ha de recordarse, lo que vale del pasado para hacerlo presente. Lucha de clases en la imaginación y los afectos (en las pasiones del ánimo, según la lección lexicográfica), la memoria es una práctica productiva del presente y del pasado que le aviene, y por ende es un proceso por el que a cada trecho inventamos los futuros posibles.

Es praxis que introduce lo nuevo en lo invariante, en la medida en que se nutre de la materialidad concreta de la historia, sus contradicciones y tendencias. Transforma lo que ha sido y lo por venir. La memoria colectiva libertaria, el usufructo de la experiencia social acumulada bajo el signo de la plenitud humana, se opone a su estetización, a su explotación sentimentalista, a su reducción al kitsch político, al patetismo artificial de la figuración del pasado como positividad y temporalidad lineal irrevocables.

Si es verdad que lo que se recuerda sólo existe estrictamente en el propio acto de significarlo, si el hecho y su evocación son esencialmente contiguos, lo es también que no hay sujeto autónomo, libre del pasado que recuerda y hace presente para sí y para los otros.

La praxis de las comunidades que resisten, armadas también de memoria histórica, disuelve la fantasía de que exista en el pasado una verdad por revelar, por arrancar de la apariencia. Recordar no es la transmisión del contenido del pasado al presente, ni la expresión de una sustancia (“lo acaecido”) anterior e independiente de su significación concreta desde un punto preciso en la lucha de clases.

El valor de la memoria, su legitimidad y su justeza, no deriva de que sea un conocimiento que descubre el significado verdadero de las cosas ocurridas. Estriba en cambio en su fuerza política para oponerse a los poderes que quisieran perpetuar un presente miserable, sin viso de otro futuro. Y esa es su belleza.


Ha anochecido. Las primeras luces se atreven.








Semblanza del autor

Alfredo Gurza. Filósofo egresado de la UNAM. Investigador del Cenidiap, donde funge además como coordinador de Investigación.



Recibido: 20 de septiembre de 2018.
Aceptado: 22 de octubre de 2018.

Palabras clave
memoria, legitimidad, arte,
territorio, subversión.

Keywords
memory, legitimacy, art,
territory, subversion.

 

[1] Todos los epígrafes están tomados de Alfonso Reyes, Ifigenia cruel, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2009 (Material de Lectura, Serie Poesía Moderna núm. 50).