NÚMERO
35



ENERO
JUNIO
2015

RESEÑAS

Tejedores de imágenes

VICTORIA NOVELO O / ANTROPÓLOGA
noveloppen@hotmail.com


DESCARGAR

 

Tengo que decir, para iniciar mi comentario, que en términos generales nuestra antropología académica, la mexicana —e incluyo también a la historia—, aunque mucho presume de moderna y se anima a acercarse a cámaras de cine, video y fotografía, todavía prefiere utilizar el texto escrito para mostrar su conocimiento y difundir sus resultados de trabajo, además de que persiste en una reverente inclinación hacia las fuentes escritas como proveedoras de la única información confiable. La notable excepción a lo dicho es el trabajo de arqueólogos, prehistoriadores y algunos etnohistoriadores, para quienes las imágenes tienen un valor definitivo y central en sus investigaciones, tanto para registrar como para interpretar. Fuera de esas especialidades, el uso de los medios visuales en la investigación o en la enseñanza de las ciencias sociales es todavía muy limitado.

A quienes estamos convencidos de la utilidad y riqueza de hacer investigación con imágenes, nos parece un desatino no prestar la atención debida a éstas como fuentes potenciales, centrales y auxiliares, de investigación. Máxime que este tipo de documentos visuales y audiovisuales figuran en la larga cuenta de la historia de nuestras disciplinas. Parece no sólo un desatino, sino una contradicción con el gran acervo de investigaciones visuales, de archivos y de catálogos —cinematográficos, fotográficos, sonoros, pictográficos— que hay en México, en las que han participado antropólogos, trabajando en equipo con artistas.

Los laboratorios audiovisuales en centros universitarios son recientes. Con tales nombres nacen en la primera década del siglo XXI, y, con muy pocas excepciones —el Laboratorio Audiovisual de Investigación Social (LAIS) fundado en 2002 en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, por ejemplo— no tienen vínculos estrechos con los alumnos e investigadores para hacer producciones audiovisuales de investigación o para estudiar y discutir la metodología para interpretar y usar imágenes en las investigaciones, y tampoco están incluidos en los planes de estudio formales. Eso apenas comienza a pesar de que el interés por la fotografía y el cine documental de la antropología forma parte de nuestra tradición disciplinaria.[1]

Si bien en la Escuela Nacional de Antropología ya era familiar el concepto “antropología visual” usado en Estados Unidos, según distintas versiones, desde los años cuarenta o sesenta del siglo XX para referirse a la fotografía y al cine como herramientas de investigación, la discusión de las posibilidades, técnicas, problemas, limitaciones y retos metodológicos para usar imágenes en las investigaciones empezaron años después. Por ese contexto es que me ha sido tan interesante leer el libro que ahora comento.

Con el poético título de Tejedores de imágenes, el colectivo que trabaja en el LAIS realizó una obra que tiene un enorme trabajo de hilado, urdido y anudado para formar un tejido inteligible que describe lo que es hacer de las imágenes fuentes de información que, junto con las técnicas y métodos de trabajo de la ciencia social, puede producir conocimiento. Por fin un equipo de trabajo de un centro educativo ha logrado reunir la suficiente experiencia teórico-práctica para sistematizarla en la forma en que en este libro se hace. El resultado es algo así como todo lo que usted necesita saber sobre cómo hacer, estudiar y sacarle jugo a los archivos de imágenes de diversos tipos, calidades y temas, ajenos y propios, para construir fuentes documentales de primera mano que puedan responder a las interrogantes que se les hacen para armar un proyecto de investigación: un archivo, un catálogo, un banco de imágenes, producir resultados audiovisuales en diversos soportes, saber vincular los métodos y técnicas implicadas y para qué sirve todo eso en la investigación social, y cómo se difunde el conocimiento logrado. Todo esto en tres capítulos, seis anexos y fotografías explicativas.

El libro es muy intenso por todo lo que dice, explica y enfatiza en la necesidad de hacer las cosas bien. Está bien escrito, reúne coherencia y fineza metodológica y teórica con la sencillez que pueden alcanzar los buenos difusores de la ciencia cuando se saben de memoria su experiencia y la pueden traducir a un lenguaje accesible. Pero además, como objeto, es atractivo en su presentación, en la tipografía y la interlínea, el papel y las imágenes que contiene. Se deja leer fácilmente. Ciertas partes semejan un manual, especialmente las que explican los aparatos que debemos saber usar cuando trabajamos con imágenes. Dentro de todas las posibilidades que brinda el libro, hay un par de asuntos que quiero destacar.

Si bien todos los capítulos pueden llegar a fascinar por lo que relatan y explican, el segundo capítulo me parece el central, pues trata el tema de la interpretación de las imágenes. Siguiendo a varios autores, se dan pautas para el análisis documental y queda claro que para hacer una investigación coherente y avanzar en el proceso de conocimiento es básico y necesario partir de una perspectiva teórica y metodológica que guíe el recorrido de la investigación. Toca la parte medular de lo que significa convertir una imagen en documento y sobre todo, nos muestra las experiencias tan ricas que el equipo del LAIS tiene en ese tema tan difícil. Sobre él podríamos hacer un seminario para confrontar las visiones de otro tipo de investigación social, la histórica, la estética, la de la sociedad no académica, en cuanto a las diferencias en los esquemas de significación y, por tanto, las interpretaciones posibles, aun tomando en cuenta las prevenciones metodológicas en las que se insiste en esta obra.

En el mismo capítulo se trata otra importante vinculación u otro tejido: el de los métodos y las técnicas usados en el análisis de imágenes con el necesario registro en la investigación de campo y las entrevistas y la preparación de éstas. El texto que comento no lo hace, pero en este tema podría ampliarse el espectro de las experiencias en el trabajo antropológico para incluir situaciones, como los inevitables imprevistos y otros factores que influyen en el desarrollo de la investigación: tiempos, presupuesto, imponderables, accidentes, selección de informantes y manejo de las dudas de la información recabada, sobre todo cuando se trata de temas sensibles en una sociedad pequeña.

Otra cuestión que me interesa resaltar se refiere a dos conceptos interesantes (aunque hay más) que aparecen a lo largo del libro, por su posibilidad de ser discutidos a la luz de otras experiencias. En primer lugar, el de “vestigio”, vinculado a las imágenes-documento como evidencias o huellas de algo que nos servirá para recuperar la memoria histórica, una vez que conozcamos el contexto en que se produjo dicho vestigio para convertir la evidencia en fuente. Esta aproximación me pareció cercana a la investigación arqueológica que cuando excava o limpia el polvo acumulado sobre la huella va decantando capas para llegar a comprender la evidencia en múltiples relaciones. El otro es el concepto de “patrimonio”, que se basa en un proceso de patrimonialización que añade valor subjetivo a ciertos grupos de evidencias pues plantea varias interrogantes: ¿quién nombra, selecciona y reconoce?, ¿qué es lo que se convierte en patrimonio?, ¿qué motiva su selección? Es una discusión relevante, y vigente en un país como el nuestro que agrupa sociedades y culturas con muy distintos puntos de vista —por herencia, por identidades genuinas, inventadas o impuestas que impactan la selección y defensa del patrimonio. En este tema los autores toman la posición de que es el conocimiento el que debería motivar la selección, y que todo archivo es susceptible de convertirse en patrimonio porque puede ser valorado. Aquí de nuevo se podría discutir si existen patrimonios no valorados en forma generalizada que justamente han acarreado disputas sociales cuando se destruyen, así como la necesidad de incluir en la investigación la noción de patrimonio en términos históricos, y en cómo se fue presentando y decantando hasta su estado actual en relación con ciertas selecciones y valoraciones de objetos y documentos, para lo cual la cuestión del poder no puede ser ajena. Y su contrario: ¿existe algo así como patrimonios sobrevalorados? Por ejemplo, ¿los criterios y la antigüedad de la selección en la valoración patrimonial son los mismos para las pirámides de Teotihuacan, para el Multifamiliar Miguel Alemán, los murales de José Clemente Orozco o el mole poblano? Queda abierta la pregunta.

Tejedores de imágenes, libro hecho con impecable oficio artesanal, tiene muchísima tela de donde cortar por sus innegables aportaciones y enseñanzas, además de los temas de discusión que puede y debería generar. Es un magnífico tratado donde pueden abrevar quienes se interesan en la investigación y gestión de los patrimonios visuales y audiovisuales y al que se le podrán ir añadiendo experiencias para mantenerlo como un libro vivo. Fue distinguido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia con el Premio Antonio García Cubas 2014 como el mejor libro de texto. Un motivo más para recomendarlo ampliamente.

 

Bibliografía

Aguayo, Fernando y Lourdes Roca (coords.), Investigación con imágenes. Usos y retos metodológicos, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2012.

__________, Imágenes e investigación social, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2005.

Novelo, Victoria y Everardo Garduño (coords.), Memoria audiovisual. Producción y enseñanza de la antropología visual universitaria, México, Universidad Autónoma de Baja California, Abismos Casa Editorial, 2014.

Ochoa Ávila, María Guadalupe (coord.), La construcción de la memoria. Historias del cine documental mexicano, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2013.

 

 

 

Recibido: 10 de noviembre de 2014.
Aceptado: 8 de diciembre de 2014.




Laboratorio Audiovisual de Investigación Social, Tejedores de imágenes. Propuestas metodológicas de investigación y gestión del patrimonio fotográfico y audiovisual, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2014.

 

[1] Desde los inicios de la década de 1990 contamos con estudios sobre las relaciones de la llamada “antropología visual” con la antropología en México. Al respecto, véase Ana Piñó, “El documental etnográfico mexicano”, en María Guadalupe Ochoa Ávila (coord.), La construcción de la memoria. Historias del cine documental mexicano, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2013. Fuera de los pioneros de principios del siglo XX como Manuel Gamio, los antropólogos empiezan a aparecer como protagonistas en la producción e investigación para cine documental desde los años sesenta del siglo XX, aunque los cineastas seguirán siendo los principales productores de cine etnográfico.