ENERO
JUNIO
2022
CARLOS GUEVARA MEZA • DIRECTOR DE DISCURSO VISUAL |
DESCARGAR
|
Tal vez sea cierto que hay, al menos, una ciudad que “nunca duerme”. Pero también lo es que todas las ciudades sueñan y se sueñan. Recuerdan su pasado, sienten aún el dolor de sus cicatrices viejas y nuevas. Imaginan su futuro y una especie de “inconsciente” (para seguir con la metáfora) negocia como puede sus múltiples traumas y sus complejas contradicciones. Y el cine, “fábrica de sueños” al fin e hijo de la ciudad también, la acompaña en sus deseos reprimidos, en sus perversiones y en sus pesadillas.
La acompaña, además, en sus heroísmos, en sus esperanzas y en sus mejores actos de bondad y civilización, por supuesto. Sin embargo, ante la increíble cantidad de problemas y conflictos que parecen desbordar la ciudad cada minuto, al grado que parece imposible que no devenga en catástrofe más a menudo, es claro por qué llama más la atención (del cine y de nuestros apreciados colaboradores en este número) su “lado moridor” que decía el gran Revueltas.
Desde la anomia que parece afectar y derivar en delincuencia tanto en el Perro callejero (la película mítica -entre las clases populares- de Valentín Trujillo) como en los mirreyes de los más lujosos, exclusivos y excluyentes condominios, sin más diferencia entre sí que la impunidad de la que gozan los últimos y nunca tendrán los primeros; hasta la fantasía de la destrucción total de la ciudad a garras (o patas) de algún monstruo, y no importa si es del espacio o nuestra propia (involuntaria) creación o somos nosotros mismos: a fin de cuentas se trata de nuestra sensación de que la complejidad ha llegado a tal punto que no hay remedio posible y el desastre, inminente o no, es inevitable.
La utopía parece que debe esperar, aunque muestre sus atisbos en alguna escena de fondo, filmada o no, tanto en el cine como en la ciudad. A riesgo del kitsch (que como dicen nuestros editores invitados -miembros fundadores destacados del Seminario de investigación Ciudad global y producción cultural del Cenidiap-, siguiendo a Benjamin, tiene también sus profundidades filosóficas y estéticas), la utopía o las utopías posibles aparecen de pronto en la planta que crece entre el asfalto, en el beso adolescente bajo el reloj del metro, en los inesperados afectos y solidaridades que la ciudad prohija en medio de sus muy ciertas violencias diarias, en la música que cual soundtrack nos acompaña de pronto en nuestro continuo fluir urbano.
El cine es también documento de la ciudad que fue, de la que pudo ser y de la que podría ser todavía si no renunciáramos a la memoria de lo que estuvo en juego alguna vez, de lo que fue catastrófico a la larga y de lo que alguna vez soñamos que sería. Porque algo queda claro: tanto la ciudad como el cine son siempre “imagen en movimiento”, nunca se detienen. Detenerse es perder el sentido.
Carlos Guevara Meza
Director