NÚMERO
48



JULIO
DICIEMBRE
2021

SEPARATA

Estilo EDINBA

edinba style

Arturo Romo Soria
Licenciado en Diseño y Especialidad en Creatividad y
Estrategias Publicitarias
esencial@gmail.com


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Forma.

Un auditorio con inquilinos procedentes del Palacio de Bellas Artes fueron los testigos de grandes voces, varios instrumentos musicales y actuaciones irrepetibles. Ovaciones, aplausos, momentos icónicos y tal vez algunos reclamos es lo que las butacas cercanas a la Alameda central, de seguro vivieron cuando formaban parte del recinto cultural más importante de México. Estas anécdotas formarán parte de los objetos que cobran vida con sus usuarios.

Ahora esas butacas o una parte de ellas se encuentran en el Auditorio de la Escuela de Diseño del Instituto Nacional de Bellas Artes. El mejor recinto para su segunda vida de uso es aquel de donde egresan profesionales culturales con una visión integral y formación especializada.

Cuando comencé a cursar la carrera de Diseño en 2001 ese auditorio era habitado por sillas azules y patas negras de plástico. Algunas contaban con paletas, esa superficie plana para poder tomar apuntes, y otras no las tenían por diferentes razones. Sí, con pluma o lápiz y papel se podían escribir los conocimientos adquiridos. Era una época de no compartir presentaciones digitales, ni videos educativos bajo demanda y tampoco de encender una computadora o dispositivos electrónico para tomar clase en casa. En veinte años se ha dado un giro impresionante aunado de una evolución necesaria para comenzar a diversificar el planteamiento educativo de la Cuarta Revolución Industrial en pleno siglo XXI.

Justo en esa sala de conferencias ubicada en Xocongo 138, la materia que se impartía a manera de Seminario de Contexto y Concepto es donde toda una generación convivía al unísono. ¿No sería mágico tener 138 alumnos al mismo tiempo? Tengan por seguro que eso ha sucedido en la EDINBA, fundada por José Chávez Morado, donde emerge un estilo porque donde quiera vayan sus egresados siempre habrá fascinantes resultados.

En el año 2001 seis docentes hacían suyo el auditorio donde impartían esta experiencia sin igual. Sus nombres: Alejandro Rodríguez, Martha Alfaro, Regina Gómez, Mauricio Parra, Leonor Vejar y Rigoberto Piedra. Saliendo de preparatoria y al enfrentarme a una cátedra con tal repertorio al frente de vez en cuando recapacitaba que debían estar ahí por algo. Nunca me pareció raro ver a diferentes personas de distintos contextos y profesiones ceder la estafeta cuando era necesario para aportar, profundizar y enriquecer los temas que analizaríamos en clase. No nada más su amistad, profesionalismo, dedicatoria y esfuerzo era palpable. El interés que mostraban era incomparable, y lo mejor es que se complementaban. Teníamos al mejor enseñante con seis sombreros que se podían alternar sin cesar.

Debo aceptar y obviamente reconocer que la recomendación de un sinfín de libros orientados a diseño, arte, historia o teoría de diferentes ramas del pensamiento originó el inicio de mi colección personal que poco a poco y ahora de una manera más acelerada se ha ido incrementando con el paso de los años y, al descubrir novedades que están ligadas al conocimiento universitario que al graduarnos se convirtieron en esa continuación de lo aprendido. Los primeros libros de mi biblioteca que inicié cuando estudié en la EDINBA fueron dos: el primero, Historia de la pintura de Anna Carola Kraube, que no solo trascendió mi interés por conocer más allá de mi propio país, sino en relacionar maneras de ver o de pensar que estábamos aprendiendo en ese momento.

El otro volumen que adquirí fue BAUHAUS de Jeannine Fiedler y Peter Feierabend. Aquel gigantesco espécimen de portada en fondo rojo con las figuras básicas en colores primarios de gran formato se ha convertido en uno de los ejes por excelencia de cualquiera que desee estudiar Diseño o tal vez Historia. Éste volumen que he consultado en incontables ocasiones y cuyo contenido es profundo, marcó mi experiencia y se convirtió en referencia extramuros para diferentes proyectos académicos y profesionales. Claro que existen producciones audiovisuales actuales de esta importante escuela alemana y de hecho sobran las ganas de que existiese una serie titulada EDINBA, donde se pudiera mostrar el talento mexicano de esta gran institución. De seguro ya se lo imaginaron.

Nuestros seis maestros, o mosqueteros, a manera de una ópera ecléctica repleta de temas entrelazados, lograban una experiencia digna de telón y orquesta en vivo. En pleno 2021, esta experiencia podría producirse con ayuda de herramientas digitales y sesiones en línea, pero en el otoño del 2001 y de seguro tiempo antes se creaban experiencias únicas de manera presencial.

Al escribir estas palabras, no nada más le doy la razón a mis alumnos de que la experiencia en vivo de impartir cátedra presencial no tiene igual. Enseñar frente y con la pantalla tiene sus retos y tengan por seguro que, con una narrativa estructurada y coherente, una sesión en línea podría cobrar vida a pesar de la distancia y variables técnicas y tecnológicas. Tengo el privilegio y la gran responsabilidad de compartir estos conocimientos en la carrera de Publicidad de la Universidad de la Comunicación, con sede en la colonia Roma de la ciudad de México y es en estos seis maestros en quienes me he inspirado y retomado su médula espinal para impartir la clase de Dirección de Arte desde 2017.

El reto diario frente a mis grupos es intentar acercarme a la dinámica que nuestros profesores en la EDINBA lograban generar. Nada más soy un docente al frente, y constantemente debo cambiar de sombrero, para exponer ciertos temas; y, debido a la limitación de tiempo semestral, me resulta doloroso dejar algunos temas fuera, con el fin de analizar otras cuestiones con mayor profundidad, con el objetivo que la herencia del conocimiento siga vigente. Vaya que he intentado emular a mis profesores; mis alumnos no saben el trasfondo hasta que les revelo la génesis de mi inspiración.

El temario de la clase de Dirección de Arte que imparto decidí iniciarlo a partir de 1900. Aquí podrán notar que he dado un gran salto histórico a diferencia del Seminario de Contexto y Concepto donde estudiábamos épocas mucho más anteriores, o mejor dicho el origen de la cultura. Tener un semestre implica crear acotaciones vivas, brincar en temporalidades, pero debe existir un orden hasta el último día de clases. Esta es la promesa que les hago a mis alumnos: hasta el último del semestre, aprenderemos temas nuevos. La razón es sencilla, debemos estar actualizados y conocer el mundo que nos rodea para resolver temas actuales y tener coherencia en las soluciones necesarias. Esta capacidad de análisis no cualquiera la puede comprender y mucho menos transmitir. Por eso debemos poner atención a lo que nuestros profesores han logrado compartir. Lo que se aprendió en clase tiene que ver con temas actuales: podrá marcar el futuro, y también permitirá encontrar en el pasado, las instantáneas y referentes que nos darán la profundidad necesaria para fundamentar una materia o un proyecto. Cada semestre se inicia con una goma prestada, porque cada grupo es diferente y al tener su propio zeitgest ayuda a la reescritura de cada sesión.

Además de inspirarme en estos importantes e inigualables maestros para crear el material que imparto, intento revivir debates o generar que los alumnos se emocionen de cierta manera, como lo que nuestros seis maestros hacían florecer con diferentes intervenciones. Esa riqueza y espontaneidad es lo que extraño, y supongo que les pasa igual a los que tuvieron la oportunidad de presenciar una de sus maratónicas clases.

A mis grupos les hago saber la siguiente observación: tienen una ventaja y una desventaja: la desventaja es que los grupos anteriores ya conocieron estos temas; ¿Qué tienen a favor? Que los alumnos de recién ingreso aprenderán cosas novedosas, porque conforme siga el curso la historia, los nuevos conocimientos se deberán de incluir, para complementar su formación y obtener así una mayor contextualización en la clase de Dirección de Arte. Cada grupo se enriquece con el inicio de cursos. Por eso les he solicitado una omertá universitaria, un código de silencio o para que quede claro, “sin spoilers” a todos mis alumnos hacia las demás generaciones acerca de lo visto en clase. Lo hago para que se identifiquen con lo que aprendemos en clase, logren sorprenderse y pueda emanar su sensibilidad. Es decir, poder recuperar o experimentar lo análogo ante la era hiperdigital.

Créanme, he visto que se sorprenden y cuando sucede eso siempre me emociono y recuerdo que todo el esfuerzo de mis profesores no tiene precio y en verdad valió la pena. La actividad docente, genera una satisfacción plena, pura y compartida. La emoción de provocar epifanías genera una dopamina digna de revivir. Si tan solo nuestros maestros compartieran su sentir al frente nos lograríamos emocionar junto a ellos.

Cuando en mi clase introduzco ciertas obras de Marcel Duchamp, piezas o campañas publicitarias de David LaChapelle, no dejo de pensar en Alejandro Rodríguez. Últimamente he tenido conversaciones en mi cabeza sobre qué diría Alejandro acerca de los NFTs, las últimas piezas de Damien Hirst, o también buscaría algún comentario acerca del redescubrimiento de la obra de Hilma af Klint y su necesario e imprescindible lugar en la historia del arte. Por supuesto que a varios de nosotros nos encantaría saber su opinión acerca del Oroxxo de Gabriel Orozco. ¿O me equivoco?

Respecto a Martha Alfaro, siempre me acuerdo de ella cuando explico en clase a Walter Benjamin o a Juan Acha que han marcado épocas de pensamiento. También cuando viajamos en el tiempo hacia adelante o a veces al pasado por medio de ayuda audiovisual o fotografías para comprender ciertos orígenes de movimientos importantes. Esa raíz de la que se desprende una visión histórica y por supuesto la visión mexicana es la que Martha con su abismal conocimiento se ha encargado de nutrirnos.

Regina Gómez siempre viene a mi mente cuando veíamos en clase cualquier tema que tenga que ver con Alemania, no nada más con Bauhaus, y por supuesto la revisión histórica de las prendas a través del tiempo para detectar ciertos materiales y estilos. Biedermeier es una de mis palabras favoritas (por su sonoridad) que gracias a ella conocimos y también el saber diseñar o complementar una vajilla de mesa y sus accesorios gastronómicos. ¿Sorprendidos? Además de su visión quirúrgica y la delicadeza que la distingue, ella ha sido parte crucial en mi formación con la atención y disponibilidad siempre abierta para resolver dudas, e intercambiar puntos de vista sin importar la urdimbre para transmitir esa emoción con temas que se nota le apasionan.

Un ser industrial llamado Mauricio Parra, nos recordaba la necesidad de aprender otros idiomas por su vasto conocimiento internacional, movimientos estilísticos y técnicas que todo diseñador debería conocer o dominar. Toda la humareda de conexiones históricas que compartía, nos recordaba que debíamos encontrarles sentido y aterrizarlas en proyectos reales o tal vez pudiésemos aprovechar la mejor herramienta preinstalada que tenemos todos nosotros: el ojímetro. Su estatura ligada con todo su conocimiento es proporcional al carisma que emite.

Leonor Vejar nos hacía reflexionar por medio de las capacidades y relaciones humanas. Estudiar lo que somos en diferentes sistemas y también que debemos conocer al otro de manera coordinada y estructurada, para entender y enfocar los problemas de diseño. Esa profundidad de análisis, o complejidad desdoblada, nos comprometía a un enfoque antropológico donde cualquier detalle que pasara desapercibido era crucial para una solución eficaz de humanidad milimétrica.

La percepción que Rigoberto Piedra nos hacía despertar en nosotros, no nada más se enfocaba a cuestiones de comportamiento o miramientos psicológicos. Se trataban de diversos análisis formales, recorridos sensoriales e influencias socioculturales. Todo lo rocoso que se nos pudiera aparecer en el camino sería traducido para ser comprendido. No cualquiera lo puede resolver, y en especial, no cualquiera lo puede enseñar. Descifrar la sintaxis de lo nuevo depende de la capacidad de razonamiento y conocimiento previo que tengamos.

Si todo esto se aprendía desde primer semestre en la EDINBA podemos estar seguros que se trata de una formación más que privilegiada. Una vivencia tan robusta nos hacía reflexionar y llenarnos de orgullo. Tantos temas por descubrir para el mismo número de butacas ocupadas.

Cada materia tiene un muro. No por el alumno o su docente. Me refiero al tiempo. Aquella especificidad delimita lo que se podrá compartir y analizar a profundidad, o a lo mejor de actualizar conforme los tiempos y vientos de la humanidad definan lo actual.

Si tan solo pudiésemos cursar de nuevo el Seminario de Contexto y Conceptoo en su defecto una versión actualizada, la comprensión de nuestro zeitgeist tendría una comprensión abierta y de mayor sentido con el alivio de que nos encontramos en buenas manos para continuar aprendiendo.


Función.

Arturo Díaz Belmont impartió la clase de Apreciación Estética en el año 2002. Sus ejercicios y experiencias sensoriales nos hacían revelar un mundo escondido que ya habíamos vivido, pero no habíamos descubierto. Caminar con los ojos vendados, escuchar música y descubrir lo que dábamos por hecho, no solo nos perfilaba a mejorar nuestro entorno, sino lo convertía en algo más accesible. Aquí es cuando la inclusión rompía barreras y literalmente nos sumergíamos en la vida cotidiana. Era una utopía que podría ser aprovechada, o en su defecto, nos permitiría recapacitar por medio de acciones a una integración que nos hacía ver que tenemos el tiempo encima.

A manera de complemento en su clase, Belmont nos guiaba recorridos por el centro de la Ciudad de México. El objetivo, era que nosotros, sus alumnos, pudiésemos descubrir estilos arquitectónicos al caminar y observar con cuidado los edificios. Debo reconocer, y mis demás compañeros de seguro también lo harán, que, a través de esta experiencia, fue la primera vez que aprendimos a ver la ciudad en realidad. Con esta clase, se logró un amanecer para nosotros con cada paso y vistazo hacia arriba para comprender la conformación de estilos en las edificaciones de diferentes vecindarios. En ese momento, nos convertíamos en algún doppelgänger de Francis Älys, eso sí, de menor estatura, pero guiados por un conocedor de la ciudad que afortunadamente estaba al frente de la clase. Amante de la fotografía. La forma de evaluación de esta materia, consistió en que el profesor Díaz Belmont, nos pidió formar y entregar una carpeta con imágenes tomadas por nosotros identificando cada estilo que hubiésemos visto.

Tiempo después de haber cursado ese módulo de Apreciación Estética, un día, compañeros de otro grupo me pidieron algo insólito: querían que yo le impartiese esa visita guiada arquitectónica al centro de la Ciudad de México. Sorprendido y confundido intenté buscar las razones de por qué yo debía realizar la visita guiada, en lugar del profesor Díaz Belmont. En ese momento, me di cuenta que su solicitud me rebasaba y que resultaría muy difícil para mí entender esa petición, sólo pensé que sus razones debieron de tener.

Lo importante de esa sugerencia, es que tuve la oportunidad de realizar la visita guiada a ese grupo de mi generación. Juntos salimos de la EDINBA, y entablamos nuestro camino hacia las serpentarias calles del centro de nuestra ciudad. Iba explicando lo que recordaba, es cierto que yo no sabía todos los detalles que el profesor Belmont conocía, pero sí encontraba la capacidad de apreciar e identificar ciertos estilos a unas semanas de haberlas descubierto por cuenta propia. Varios me agradecieron. Tiempo después algunos compañeros me comentaron que yo debería impartir clases, no lo tomé en serio, pero años después, puedo aceptar que esa visita guiada fue la primera vez que tuve a un grupo bajo mi responsabilidad. Vaya reto.

No recuerdo si Arturo Díaz Belmont se enteró de mi experiencia docente, en caso de afirmativo, agradecería a mis compañeros me lo dijeran. Lo que le agradezco al maestro Belmont, -y supongo que todos mis compañeros coinciden conmigo-, que gracias a él, y a toda la intensidad que permeaba, ha logrado trascender la hipertelia de aquel primer semestre en la Escuela de Diseño, hacia una impronta imborrable que se recuerda con cariño y sorpresa desde aquel recorrido originario de nuestra urbe.


Significado.

Debo reconocer y en especial agradecer a Mahia Biblos toda la paciencia, exigencia y revelaciones que logramos en su clase de Color. Gracias a ella es que estos descubrimientos cromáticos rebasaron lo que yo nunca imaginé. Me refiero a que Color es la materia que también imparto en la Universidad de la Comunicación desde el otoño del 2019.

Su clase era un torbellino de emociones con una tensión que, a la mayoría, incluyéndome, congelaba. Analicemos la situación: una mujer de imponente presencia, cálida cabellera cromática trazada a la perfección, ataviada con pulseras, brazaletes y anillos que con esa constante sonoridad nos preparaban cada clase para una sesión donde debíamos renovarnos en todos los sentidos. Su clara mirada nos podía hipnotizar y al mismo tiempo revelaba todo el conocimiento y vivencias de las que se sentía orgullosa. Esta clase jamás sería un quilombo, porque Mahia nunca lo permitiría.

Y bueno, la percepción cromática a base de experimentación y teoría es la solución para comenzar a dominar lo que dábamos por sentado. Crear armonías y contrastes justificados que además de funcionales pudiesen ser reproducidos. Esta constante disciplina, afortunadamente, no se quedó nada más en el salón de clase. Realizar composiciones cromáticas tiene un grado elaborado de atención. La mirada analítica de Sandra Peregrina nos ayudaba a corregir y a esclarecer lo que podíamos mejorar.

Era un esfuerzo brutal pensar antes de dibujar, seleccionar las combinaciones deseadas, y justificar por medio de conceptos abstracciones o representaciones que cada quien realizaba.

Por medio de esas composiciones Mahia Biblos nos conocía y al mismo tiempo, se daba a conocer. Con esa seguridad que ella transmitía ante el grupo, se ganó el respeto y la admiración de incontables generaciones.

Descubrir el Cubo de los Colores de Alfred Hickethier, cuya edición en español algunos debemos conservar y que ahora es codiciada por coleccionistas, nos introdujo a una valoración avanzada y coordinada de contrastes y usos cromáticos. Recortar cada pedazo circular conforme a los ejercicios planteados en clase nos permitía ir paso a paso. Descubrir el mundo cromático merece una pausa y experimentación constante. Este aprendizaje mereció de cuidado, atención y por supuesto de varias desveladas.

Hilma af Klint de seguro abarcaría una sesión o más bajo la óptica de Mahia. Quisiera imaginarme las conclusiones a las que llegaríamos acerca de su obra. Inclusive las mismas piezas de Mahia Biblos nos daban a entender un poco más de aquella mujer con el porte de una época y el empuje invaluable de compartir sus conocimientos.

En una ocasión, desesperado y cansado por seguir intentando realizar más composiciones con lápices de colores, plumones, acuarelas y medios digitales, decidí comprar en la papelería más cercana a mi casa todos los pliegos de papel de colores que pude. Decidí armar algunas piezas tridimensionales pegadas en hojas tamaño carta para darle volumen al color y notar el cambio de luminosidad de cada doblez. Al día siguiente durante la revisión de todas las composiciones, las mías fueron las únicas tridimensionales. La retroalimentación de Mahia me hizo llorar. No por que hayan sido regaños, sino porque por fin pude dar ese paso tan necesario que necesitaba. Jamás olvidaré esa mirada enfocada y profunda que me decía que lo había hecho muy bien. Ese fue uno de los momentos de mi vida universitaria que me marcó más profundamente, no tanto por practicar la interacción del color, sino por mi crecimiento de manera personal.

Ser profesor, no solo me ha abierto los ojos, sino que entiendo más el esfuerzo y dedicación contagiosa para compartir con mis diferentes grupos que he tenido a mi cargo desde 2017.

Tal vez no les agradecí a todos mis profesores lo suficiente en su momento, pero, a través de estas páginas, tomo la batuta para hablar a nombre de varias generaciones, para decirle a todos los profesores que nos formaron en la licenciatura, que les agradecemos y jamás podremos olvidarlos, todos ellos son parte fundamental e importante de nuestra formación profesional. A la distancia recordamos, temas, anécdotas, buenos y complicados momentos. Especialmente, nos quedamos con las personas que lo hicieron posible, ya que volvieron real una línea de tiempo que no nos tocó vivir y que, gracias a sus conocimientos, pudimos experimentar su evolución.

Es esta pluralidad de voces la que crea una representación y definición única. El estilo EDINBA, o, mejor dicho, #OrgulloEDINBA, va más allá de la forma y el resultado final. Es todo el proceso lo que nos hace diferentes. Estas herramientas son nuestra plusvalía en el mercado creativo. He reflexionado bastante tiempo acerca de lo que a varios de nosotros nos ha aportado estudiar en esta carrera tan particular dentro de una institución sin igual: se trata de una formación esférica que se completa día a día y puedo asegurar que por supuesto es envidiada en otros planteles.

Gracias a mis maestros, mis alumnos me llaman ahora profesor por lo que con gusto y placer les comparto. Gracias a mis alumnos puedo generar conocimiento pensando siempre en mis profesores. Fortuna es la palabra y empatía el camino.

Así de ecléctica era y es la población estudiantil de la EDINBA que debido al esfuerzo de mis padres puedo decir que es mi alma mater.




Semblanza del autor

Arturo Romo Soria. México, CDMX, 7 de julio de 1982. 2006 - Licenciatura de Escuela de Diseño del INBA. 2007 - Especialidad en Creatividad y Estrategias Publicitarias. Con una trayectoria de más de 15 años. Ha colaborado en empresas importantes como Televisa, creando campañas publicitarias, En el diario Reforma. Profesor Titular en la carrera de Publicidad de la Universidad de la Comunicación

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Recibido: 17 de mayo de 2021.