NÚMERO
47



NÚMERO
ESPECIAL

TEXTOS Y CONTEXTOS

Resetear el planeta o cambiarle el sistema operativo

Resetting the Planet or Changing its Operating System

Resumen

La situación actual de pandemia extrema, generada por intereses políticos y económicos del capitalismo tardío, propició una situación parecida a la ficción, pero que en la realidad se muestra peor. La necesidad de aislarse no impidió que ciertas actividades continuaran realizándose, algunas básicas como la actividad médica, la distribución de alimentos, la “seguridad” o la recolección de desechos. Otro destino tuvieron las actividades artísticas, desde lo virtual hasta la creación in situ, con todas las implicaciones de contagio que conllevan debido a la necesidad de obtener recursos para la sobrevivencia. Esta pandemia mostró lo peor del sistema y del ser humano: las múltiples divisiones de clase y la indiferencia del gran capital.


Abstract

The current pandemic situation, generated by the political and economic interests of late capitalism, propitiated a situation similar to fiction, but much worse in reality. The need to isolate did not prevent certain basic activities from continuing, such as medical activities, food distribution, "security" and waste collection, among others. Others were artistic activities, whether virtual or in situ, with all the contagion implications they entail, forced by the need to obtain resources for survival. This pandemic showed the worst of the system and of humanity: the multiple class divisions and the indifference of big capital.



Guillermina Guadarrama Peña / historiadora del arte
INVESTIGADORA DEL CENIDIAP
clio.mural.ar@gmail.com


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En 1999 se estrenó Mátrix, película de ciencia ficción en la que el personaje central se podía trasladar a diferentes sitios con el poder de su mente y de la tecnología, como un holograma, mientras su cuerpo permanecía en un mismo lugar, una especie de realidad alterna. En la actualidad no se ha llegado a tanto, pero nos acercamos a esta posibilidad debido a una pandemia en pleno siglo XXI provocada por el virus SARS-CoV-2, el más fuerte hasta el momento, que se ha propagado a escala planetaria y obligado a la reclusión necesaria, forzada o voluntaria, para evitar el contagio y la muerte. Hecho en apariencia inexplicable debido al avance de la ciencia en posibles curas de diversas enfermedades no siempre contagiosas, pero sí mortales. Los virus aparecen cada vez con más frecuencia. Durante el siglo XXI han sido varias. En 2003 fue la gripe aviar en Asia y en Europa, en 2009, o la gripe A H1N1 en América, especialmente México, que también obligó a una reclusión en menor escala.

Para una buena parte de la población, la aparición de un virus letal como el covid-19 es algo no creíble porque no se ve, hasta que se siente, y no todos lo sienten porque depende de variables genéticas y tipo de sangre, según afirman los estudios que se realizan. Muchos consideran que es obra de los gobiernos para controlar a la población, lo cual no deja de ser una posibilidad. En cada país se le echa la culpa de la enfermedad a su respectiva gobernanza, es decir, se focaliza el origen a pesar de que las investigaciones señalaron a China como el país en el que surgió. Esa nación, aspirante a ser la nueva manipuladora del mundo, es obviamente la enemiga número 1 del actual “imperio” en decadencia, sobre todo en el rubro comercial, en consecuencia, ha sido atacada en sus intereses mercantiles por su vociferante representante, rivalidad que se recrudeció con la epidemia convertida en pandemia con amenazas directas de demanda.

¿Fue un arma de China para detener la embestida gringa? Resulta sospechoso que se señale como culpable al “nuevo” enemigo del “imperio”, pero también genera suspicacia que sea el primer país en controlar la trasmisión del virus. Falso o cierto, esto ha llevado a una grave crisis del sistema capitalista tardío, y quienes más la resienten son las clases sociales más pauperizadas. Inicialmente el aislamiento no era preocupante, se auguraba que terminaría en un mes o, como su nombre lo indica, en cuarenta días, no más. El aislamiento social parecía ser un éxito en los países desarrollados porque la información era que a pesar de las numerosas muertes, con el confinamiento habían logrado detener el virus, o eso parecía. No ha sido así. Incluso en el “imperio” se ha rebasado el promedio de fallecimientos a escala mundial ocasionados por la mortal enfermedad, siendo este país el que ha sufrido un mayor impacto. La razón es que para el sistema capitalista primero está la actividad económica y luego la vida, y también porque ambas están enlazadas de alguna manera. En los países llamados en vías de desarrollo la situación no ha sido mejor: la necesidad de sobrevivir o la incredulidad por la enfermedad ha hecho más difícil el control y ha prolongado el enclaustramiento debido a la expansión del contagio y la falta de soluciones médicas.

La reclusión obligada alteró la cotidianidad y mostró de manera inevitable las diferencias sociales desde las primeras imágenes difundidas por los medios de comunicación, en las que se podían ver la desolación de las áreas urbanas donde se desarrolla el poder político y económico a gran escala. Locales cerrados, calles sin peatones, pocos automóviles circulando, visión similar en diversas ciudades del mundo, el sueño de los ecologistas y de la humanidad hecho realidad; un panorama seductor, una estética del vacío de una situación inusual que evita la polución. Un mundo sin autos y sin aviones limpia el ecosistema, pero al decrecer el desplazamiento se deja de consumir gasolina, petróleo y diésel, por lo que la economía va a la baja. ¿Salud o economía? Para el sistema capitalista, lo segundo es la prioridad.

Ese vacío contrasta con lo que sucede en los barrios de la macro metrópoli asentada en la Cuenca de México, la orilla de la orilla o asentamientos urbanos postcitadinos, como los denominó Bolívar Echeverría. Estos conglomerados habitacionales, que en muchos casos iniciaron de manera irregular, reivindican una vida urbana alternativa en la que se refleja la inequidad. No cuentan para el gran capital, tampoco las zonas rurales. Durante la reclusión se redujo poco la actividad en esas áreas, continuaron activos los puestos ambulantes y los mercados sobre ruedas. Sus habitantes no se pueden aislar totalmente porque se les requiere para todo: la limpieza, la vigilancia de la vida cotidiana del poder económico o político, el servicio de las enormes casas de calles solitarias, limpias, de jardines exteriores bien podados, sin ruidos, sin olores a garnachas, donde reina un silencio de sepulcro, igual que en los centros de poder, y que parecen estar enclaustrados siempre. Estos son indicadores de las condiciones sociales y económicas de los habitantes de las distintas zonas, en las que muchos no se sometieron al encierro a pesar de la gravedad de la enfermedad porque no podían o no querían, tanto las clases altas y bajas, que ejercieron la desobediencia como una postura antagónica que tenía que ver con la no credibilidad de los órganos del Estado, o en la necesidad de obtener recursos para alimentarse.

La imposibilidad de reclusión del sector de la población que se dedica al trabajo de primer nivel en diversos planos de la economía: producción y distribución de bienes de consumo, impulsó en gran medida la expansión del virus en zonas pobres, urbanas o rurales, sobre todo en las primeras, ya que no hay medicamentos y muchos no tienen acceso a servicios de salud de buen nivel.

El covid-19, el virus más letal en todos los sentidos, ha afectado al sistema con el colapso de algunas empresas, lo que aumentó el desempleo de forma desenfrenada, paradójicamente en gran medida debido a la falta de demanda de energías fósiles como la gasolina y el diésel. Pero ha fortalecido a otras, entre ellas la industria farmacéutica debido a que la sintomatología del virus tiene similitudes con otras de índole respiratorio; se adquieren medicamentos ante el miedo a coronavirus, aunque no sean los adecuados. También la tecnológica con las computadoras, pantallas, tabletas, celulares, Internet, impresoras, usadas en el trabajo de oficina en casa (home office) y las clases en línea. Y del mismo modo la de mensajería, local, nacional e internacional, por lo que sus trabajadores quedaron excluidos de salvaguardarse.

¿Cómo se originan los virus? Los factores son diversos, pero básicamente se fundan en la mala relación humano-animal-ecosistema. El humano depreda el medio ambiente, sobreexplotando la tierra para proveer bienes o alimentos a una población que rebasa la capacidad del planeta. El capital agroindustrial en su voracidad produce alimentación no orgánica que se logra con agroquímicos, lo que afecta el hábitat de animales que no están en contacto directo y cotidiano con el humano, y esto genera rupturas en la cadena alimenticia. Participan en estos procesos la industria avícola y porcina, que instala granjas de intensa productividad inducida con químicos nocivos para los animales, lo cual genera patógenos que transmiten al humano que originan infecciones y epidemias de diverso tipo.

Esa depredación al entorno lo hacen los gobiernos, el gran capital o ambos, incluidas las organizaciones criminales. Los primeros utilizan leyes para quitar tierras y les llaman expropiación para beneficio común, mientras que los segundos lo hacen por medio de las armas. Unos las usan para construcciones, otros para monocultivos, sobre todo de productos con ganancias altas porque lo consideran más beneficioso para sus intereses económicos, no de salud. Las quitas generan migraciones masivas, como las que se recrudecieron antes de la pandemia, hacia lo que consideran el “paraíso” del continente americano: Estados Unidos, el “imperio”.

Las tecnologías han permitido visualizar más allá de nuestra cotidianidad. Observar lo que pasa en las ciudades a través de una pantalla de TV no es una situación extraña, este aparato ha estado en las casas durante mucho tiempo, seleccionado lo que quieren que vea el espectador. No es muy diferente con el Internet. Hay un sometimiento por parte de las redes y los periódicos digitales, que deciden qué comentar, qué poner, qué mostrar, incluso noticias falsas (fake news). Hay un vacío de información real. Sin embargo las emociones estéticas y los modos de mirar dependen del lugar donde se ubique el espectador, en el espacio urbano o en el no urbano, y de sus recursos tecnológicos.

Para unos, la dimensión estética está en la red, para otros en las calles porque tienen que salir a trabajar, o por gusto. No todos los que se quedan en casa pueden estar en la red por diversos motivos: algunos carecen de computadora, acceso a Internet o este es caótico, de baja o intermitente señal, o simplemente debido a su edad. Muchos solamente en momentos de ocio pueden acceder a redes sociales desde su celular. Eso alude a la división de clases en muchos sentidos, inicialmente entre los que pueden enclaustrarse, aunque no siempre lo hagan, que son los tienen poder adquisitivo, que es la minoría y los que no.

Lo anterior también afecta la educación. Era gratuita, y eso se vio amenazado: si no se cuenta con Internet, computadora o al menos dos pantallas de televisión, es difícil acceder a ella. Lo anterior da cuenta de la estratificación social y de la precariedad. Si se poseen “datos”, si se pudieron comprar algunos megabytes, puede hacer uso del teléfono celular; si se está en una zona urbana no privilegiada, donde la señal de Internet carece de buena definición, son impedimentos; déficit que se incrementa en las zonas rurales. La desigualdad en el capitalismo salvaje volvió a arrasar sobre todos los actos de la vida.

Los que tienen la posibilidad de acceder a Internet pueden incluso recorrer las calles de las ciudades a través de la web, conocer que sucede en el exterior, “caminar” por el visor de Google Maps que permite descubrir y “vivir” los lugares visitados y generar emociones y sensaciones. Sin embargo, esa forma de ver las múltiples formas de las ciudades con todos sus incluidos también muestra las diferencias sociales. ¿Qué pasa en el espacio público de las ciudades desbordadas mientras existe una pandemia?

La enfermedad, el virus, el contagio y las miles de muertes no impidieron que la población saliera y realizara actividades; disminuyeron un tiempo, pero el semáforo naranja activó las escapadas, que llegaron a parecer estampida. La gente salió como si fuera el último día de su vida e invadió lo que antes lucía desolado, en especial las zonas peatonales, en busca de comprar avituallamiento para negocios que vendían poco, excepto la industria alimentaria, que nunca paró porque no podía. La Central de Abasto de la Ciudad de México fue el lugar donde más muertes hubo porque no creían en el virus, después comenzaron a entrar vestidos como astronautas. No todos pudieron comprar un traje de ese tipo y las muertes continuaron.

En un primer momento el SARS-CoV-2 fue motivo de sarcasmo e ironía, por lo que empezaron a circular a través del Internet (la dimensión estética del nuevo siglo) cientos de memes para burlarse de algo que no se sabía bien qué era. También se divulgaban imágenes y noticias de epidemias pasadas, sobre todo las relacionadas con el sistema respiratorio, como la influenza española de 1918, la de mayor difusión. Se mostraban las mascarillas de protección que se usaron, las cuales tenían formas extrañas, y también el método ideal de transporte de ficción: cápsulas de cristal para viajar en motos y así mantener la sana distancia, algo que serviría el día de hoy.

Lo peor del confinamiento fue la estética de conflicto que surgía a partir de las situaciones más íntimas: violaciones, feminicidios, asesinatos, agresiones, acciones delictivas brutales que a pesar del aislamiento se seguían produciendo e incluso se incrementaron, actos que se conocían en vivo o por la red, y que producían sensaciones de horror, dolor y angustia. No eran situaciones pero sí se recrudecieron por el encierro, sobre todo si ocurrían en viviendas estrechas ocupadas por una familia amplia, que es lo que sucede en la mayoría de las zonas urbanas. Las desapariciones forzadas tampoco pararon, ni la búsqueda de los desaparecidos que se hacía desde antaño; eso impidió que los colectivos feministas se aislaran y continuaran con sus manifestaciones.

Resultó sorprendente que en las marchas se unieran diversos colectivos femeninos con objetivos diferentes. Unas en búsqueda de justicia para sus hijas desaparecidas, otras que desfilaban por cualquier cosa, incluso por derechos ya existentes como el aborto en una ciudad donde ya se legalizó, lo que muestra la indignación ante la inoperancia del sistema de justicia. Esas actividades terminaron en la Ciudad de México con la toma de sedes oficiales y violencia. La opinión pública se dividió: unos las apoyaban, otros las cuestionaban por las agresiones hacia mujeres empleadas del gobierno que vigilaban las marchas, también se criticó el rejunte inevitable en esos eventos, ya que posibilitaba contagios y posibles muertes. Las sensaciones fueron indefinidas y contradictorias, incrementadas por el grafiteo a monumentos y cuadros que se encontraban dentro de los edificios invadidos, actos vandálicos para unos y “artísticos” para otros, como las grafiteras improvisadas, quienes consideraban que con esa acción las obras tendrían más valor cuando las subastaran. En los hechos se trató de una expresión de estética social.

Tampoco la actividad política como tal cedió. Las manifestaciones fueron por diversas causas. Entre las más llamativas estuvieron las de las organizaciones de derecha radicales y empresariales que buscaban “derrocar” a un presidente que consideraban comunista, pero que no lo es. Desde su perspectiva y sus intereses de fracción de clase llevaba al país a la venezolización, término peyorativo que usan para denominar a la pobreza causada por una ideología social contraria al capitalismo, aunque sea éste el que la produce a gran escala. Entre las expresiones políticas más llamativas de esta ideología estuvieron las marchas en automóvil, o el “acampamiento” en Avenida Reforma, primero, y después en la plancha del Zócalo, con pequeñas carpas aparentemente vacías, tomadas por los sintecho o por masas manipuladas que salían a rezar frente a la catedral para que no triunfara el comunismo. No importa un virus y su propagación: que se contagien los desposeídos, el lumpen, es decir, quienes ocupaban las carpitas, que vistas a distancia a través de las noticias o las redes sociales parecían una instalación artística... No lo era. Los vociferantes les ganaron la idea a los generadores de símbolos artísticos, ¿dónde estaban los que practican las artes emergentes?

Las manifestaciones durante el encierro se siguieron incrementado, apropiándose de los espacios del poder político, no de manera eventual como en la antigua normalidad sino al parecer de manera permanente, como una especie de reivindicación política; sin embargo en la mayor parte de los casos no lo hicieron las organizaciones sociales, sino las de derecha. Henri Lefebvre afirma que “la dimensión histórica y política determina el acceso y uso del espacio, que puede ser restringido para ciertas prácticas sociales, determinados por el poder, de cualquier tipo”. Hoy, el poder de la derecha decide quién usa el espacio que es el símbolo del poder político actual, que no es de derecha ni de izquierda.

En la producción de las artes también hay fracciones. Algunos pueden recluirse, otros deben salir para realizar un trabajo que no puede hacerse en home office. Los que se aislaron crearon maravillosas obras de danza o teatro que se trasmitían mediante soportes tecnológicos y aplicaciones populares. También impartían talleres, conferencias, conversatorios en la plataforma Zoom en forma libre y gratuita, disfrutados por los que les interesaba o tenían tiempo libre. Un arte sitiado por falta de público suficiente, pero que gracias a las redes sociales pudo ser visto en otras ocasiones. La falta de ingresos para este sector determinó que también se realizaran obras de teatro en línea, previo pago para poder verlas. Igual sucedió con algunas exposiciones virtuales, como la del Museo del Objeto, que presentó Los objetos del confinamiento con fotografías que mostraban las emociones del confinamiento: miedo, tristeza, preocupación, aburrimiento, introspección y creación. En el caso de los museos y galerías que realizaron inauguraciones de exposiciones que no podían esperar más tiempo para ser mostradas, se hacía sólo un breve recorrido de las obras para invitar a que se visitaran en vivo. La cultura en los límites de lo real y virtual.

La producción mural fue otra actividad que se realizaba y que se podía conocer in situ o en las redes sociales, que no es virtual, sino real. Los que se dedican al mural o al grafiti, los artistas “del pincel”, del spray, del esténcil, no se recluyeron, no pararon, no podían hacerlo. Les encargaron obras, realizaron talleres terapéuticos o simplemente no podían dejar de pintar. Ellos se mantuvieron en el espacio público con intensa actividad, salían, viajaron a los lugares donde se les convocaba para hacer murales, se reunían y pintaban sin importar el virus, sin importar el contagio, ya que era su forma de apropiación del espacio público. André Malraux decía que el arte es una rebelión contra el destino y en parte ha sido eso. En la Ciudad de México, Víctor Hugo Romo, alcalde de la alcaldía Miguel Hidalgo, quién ha sido un promotor de mural urbano, comisionó a Sneeu y Skusa para pintar el mural Rostros de la esperanza con imágenes de médicos y enfermeras, como un homenaje al sector salud, tan agredido por la ignorancia de muchos, que lo acusan de ser los causantes y trasmisores de la enfermedad; los héroes del momento, profesionales que tampoco se pudieron aislar en el trascurrir cotidiano debido a su necesario y urgente trabajo.

La obra se ubicó en un edificio situado en la avenida Anillo Periférico, entre las calles José Ceballos y José Morán, colonia Daniel Garza de dicha alcaldía; de acuerdo con los informes, fue parte de cien murales que el alcalde proyectó con este tema. No ha sido el único caso, en algunas ciudades de la República también se ha hecho este tipo de obras por encargo o por iniciativa de sus autores con temática similar. En Tijuana le correspondió a Enrique Chiu con Mural de agradecimiento.

Con el mismo objetivo de agradecer al personal médico se realizó el Mural a los héroes de la salud, en el que las nuevas tecnologías tuvieron un papel principal. La obra efímera consistió en una serie de fotografías de médicos tomadas por Santiago Arau, proyectadas sobre la fachada del auditorio del Centro Médico Nacional Siglo XXI, Ciudad de México, acompañadas con frases del público que habían sido enviadas vía Twitter. El evento se realizó el lunes 25 de mayo de 2020 a las 20:30 horas, un evento fugaz que se convirtió en permanente porque quedó registrado en sitios virtuales, de forma que se puede reproducir hasta que sea borrado. A pesar de no poder verla in situ, las obras generaron emociones debido a su tema.

La visualización de estas obras en Internet abarcaba un universo amplio de miradas, un espacio en apariencia más democrático. Esa interrelación entre lo real y lo virtual también se da entre los que tienen el poder adquisitivo y los que no. Aquí se puede aplicar lo que Lefebvre llama el espacio concebido y el espacio vivido, los que visualizan por la red y los que lo hacen en vivo porque pasan por el lugar.

Los escritores de grafiti son otro grupo que intervino muros y que se escabullía constantemente del encierro para subirse a edificios abandonados o a bardas de las periferias que consideraban aptas para hacer tags y letras diseñadas. Ellos generalmente lo hacen para seguir sintiendo la adrenalina, acciones que hasta hace poco se consideraban vandálicas pero que hoy no invaden las zonas del poder financiero.

Los fotógrafos tampoco se aislaron, su trabajo no les dejó otro camino y salieron a captar escenas que generalmente angustiaban, porque mostraban la entrada de pacientes muy enfermos a los hospitales y, en pocos casos, las salidas exitosas. Imágenes esperanzadoras y terribles. Cada una en su dimensión estética. En todas estas “historias” es imposible obtener un conocimiento perfecto o completo, porque se deseaba conocer más.

¿Ha cambiado algo, se sensibilizó el capitalismo, la humanidad? El “mapa mental” que tenemos no ha cambiado. Las noticias siguen arrojando lo mismo: despojos de tierra por parte del crimen organizado de todo tipo o del gobierno, desplazamiento de personas por rivalidades entre grupos criminales, desapariciones forzadas, asesinatos, violaciones, explotación de los bienes naturales y de las personas. La vida sigue igual con todos sus virus, sus males, la única diferencia es que la mayoría usa tapabocas. Se han creado nuevos negocios, otros han caído. Entre los grandes capitales se ha incrementado las ganancias de los creadores de sitios de Internet generadores de redes sociales, o la distribuidora de productos de una ciudad a otra y de un país a otro, contrario a las empresas y suministros, que han decaído en muchos de sus rubros.

Parecía que el capitalismo, el gran capitalismo, terminaba, no obstante se ha regenerado mediante las vías ya mencionadas. ¿Qué pasa en la periferia y en las zonas rurales? Ni se toman en cuenta; ahí se obtiene la mano de obra, la de primera línea, la más contagiada debido al desplazamiento que por necesidad realizan sus habitantes. Para el gran capital lo que importa son las ganancias a costa de lo que sea, y eso es lo que lleva a pensar que el SARS-CoV-2 fue un virus regado a propósito, y el segundo sospechoso de hacerlo, después de China, sería el Fondo Monetario Internacional (FMI). Su presidenta afirmaba que los ancianos eran una carga para la economía, aunque ella misma era una anciana. Las suspicacias se incrementaron porque las primeras víctimas, sobre todo en el continente europeo, fueron en ese rango de edad.

¿El virus fue por instrucción del FMI? Tal vez, o fue su deseo hecho realidad, sin embargo no deja de considerarse que los virus provenientes de animales que se trasmiten a humanos y generan cuarentenas obligadas son resultado de la sobreexplotación de la tierra, la deforestación, la sobrepoblación y sus necesidades, sobre todo de aldeas, pueblos, barrios, suburbios, ubicados alrededor de un centro urbano dominante en su interés por producir suficiente alimentación. Ante la imposibilidad de una modificación en el pensamiento humano, tal vez se deba resetear el planeta o cambiarle el sistema operativo.




Semblanza de la autora

Guillermina Úrsula Guadarrama Peña. Maestra en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Investigadora del Centro Nacional de Investigación y Documentación de Artes Plásticas (Cenidiap/INBAL). Autora de La ruta de Siqueiros,etapas en su obra mural, La Galería José María Velasco, un espacio público de promoción y Construcción de una utopía, enseñanza artística en la posrevolución , editados por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Miguel Salas Anzures, la ruptura y la política de exposiciones del INBAL (1957-61) , editado por el Cenidap/INBAL. Se encuentra en proceso de edición un libro sobre política cultural. Es coautora de varios libros y ha escrito artículos en la revista digital Discurso Visual, en la gaceta Piso 9, en la revista Crónicas del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, y en La Puerta, revista de la Dirección General de Cultura y Educación, Buenos Aires, Argentina. Ha impartido cursos y conferencias sobre historia del arte mexicano y del muralismo en diversos centros educativos de México y Argentina. Fue docente en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Ha realizado cuatro foros de muralismo en el Centro Nacional de las Artes. Su tema actual de investigación se concentra al estudio de las expresiones murales del siglo XXI.



Recibido: 19 de octubre de 2020.
Aceptado: 25 de noviembre de 2020.

Palabras clave
pandemia, arte, capitalismo, ficción, realidad.

Keywords
pandemic, art, capitalism, fiction, reality.