NÚMERO
ESPECIAL
Defying Time
Resumen
Desafiar al tiempo se trata de una autocrítica en la que me detengo, por un instante, a mirar mi pasado, a contemplar mi presente y a sospechar mi futuro. Pongo mi reflexión en una época en la que la realidad y la ficción se mezclan, en el que las pesadillas y la vida se unifican, en la que los miedos y los logros se conjuntan, en la que todo lo que se creía imposible ha podido ser. Es en esta nueva normalidad cuando comienzo a reconocer que he madurado según el mundo, bajo las mismas premisas que han llevado a nuestro planeta al hundimiento, sin tiempo para nada más que para acelerar, repitiendo estos patrones de crecimiento con mis seres más queridos. Al poner una pausa en mi vida me hago consciente de mi responsabilidad en todo esto y me da miedo. Solo así, cuando reconozco mi fragilidad, cuando vuelvo a ser como niña, puedo empezar de nuevo.
Abstract
Defying time is a self-criticism in which I pause, for a moment, to look at my past, to contemplate my present and to catch a glimpse of my future. I place my reflection in a time in which reality and fiction are mixed, in which nightmares and life are unified, in which fears and achievements come together, in which everything that was thought to be impossible came to be. It is in this new normal that I begin to recognize that I have matured according to the world, under the same premises that have led our planet to collapse, with no time for anything other than to accelerate, repeating these growth patterns with my loved ones. Pausing my life, I become aware of my responsibility in all this and I realise it scares me. Only then, when I recognize my fragility, when I return to being a child, can I start over.
Ivette Sánchez
directora de teatro
ivetteteatro@yahoo.com.mx
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Imagino nuestro crecimiento como algo realmente misterioso, yo nunca he logrado descubrir el momento exacto en el que una uña se hace más larga, solo sé que de repente tengo que cortarlas de nuevo. He observado con mucho cuidado a mis sobrinos y no consigo captar el instante preciso en el que han crecido un centímetro, solo sé que un día ya no entran en sus pantalones, o que hay comprar zapatos nuevos. No recuerdo exactamente cuándo deje de ser niña. Me gustaría saber en qué momento concreto dejé atrás mi adolescencia. La juventud la recuerdo con más precisión, pero cuándo me convertí en un adulto, no lo sé.
Experimento con mis plantas, busco captar aquel instante, quiero ver cómo la rama se estira y contemplar el momento en el que una de sus hojas se hace grande. Pero todo queda oculto a mis ojos, ese pequeño milagro llamado desarrollo se produce sigilosamente; sabes que pasa pero no te das cuenta cuándo, y llegado el momento lo único que puedes hacer es girar la mirada y saber que todo eso pertenece al pasado.
El mundo y yo vamos de la mano, queremos avanzar lo más rápido posible, intentamos desafiar al tiempo, ir de prisa. No hay cabida para la contemplación, para el disfrute, para embobarnos con el momento presente; se ha de llegar, pero como no podemos romper las leyes temporales no nos es permitido dar saltos, ni hacer cortes, ni fragmentar su continuo, sino que hay que seguir por una línea recta. Lo único que podemos hacer es acelerar. De repente me detengo, respiro, miro el camino recorrido y me doy cuenta de lo que hemos dejado de ser y a lo que, inevitablemente, hemos llegado.
El Parque de los Remedios, que me cobijó por tantos años, continúa ahí, la diferencia es que yo ya no sigo dando vueltas alrededor de las jardineras con mi triciclo Apache, mirando de reojo a mi madre sentada en aquella banca de fierro forjado con los ojos perdidos en alguno de sus pensamientos. Visitar a la abuela cada domingo era uno de nuestros deberes sagrados; creíamos que iba a deshacerse, le dábamos un beso tímido, rápido, corto, pensando que podríamos lastimarla. Aún hay domingos, pero ya no hay abuela, ni besos tímidos. Recuerdo haber jugado muchísimo. Las fiestas pueden contarse a montones. Las piñatas nunca faltaron. Tuve amigos, algunos buenos pero fugaces, como las estrellas. Cuántas estrellas brillaban en mi cielo infantil.
No busco llenar de utópicos todo lo que aconteció en mi pasado. Bien es cierto, que como niños, también existían los momentos difíciles. Hablar de infancia es también hablar de educación, principal mirada de los padres, que han alcanzado ya una madurez y a los que no basta buscar el colegio más apropiado, sino garantizar que el niño vaya al catecismo, aprenda inglés, sepa piano, solfeo, haga algo de gimnasia, natación, karate, ballet; es importante tenerlo ocupado en asuntos rentables para su futuro, da igual si les gusta mucho, poco, o nada. Ser niño también lleva su propio trabajo. Hay una presión constante por llegar, por alcanzar, por conseguir, por satisfacer, por entender, por acelerar. Menos mal que están los otros niños, igual de aturdidos, igual de exigidos, igual de competitivos.
Más allá de los buenos y malos momentos, podemos decir que hemos tenido una infancia completa, que no significa utópica, perfecta o alegre, pero sí completa, porque cada año, cada día y cada momento se ha cumplido en su curso natural. Sí, es verdad, los mayores nos obligaron a acelerar un poco, pero podemos tener la confianza de haber atravesado todas las etapas. ¿Y si mi vida hubiera sido interrumpida por alguna invasión marciana? Esta idea nos puede causar risa, pero cuando se es niño existe siempre esta posibilidad en tu cabeza, en tus sueños y en tus miedos: que te roben el entorno de tu vida, que te separen de tus seres queridos, que no vuelvas más a la escuela, que dejes el mundo que conoces. Menos mal que eso no fue así y tuvimos jardineras, triciclos, pasteles, juegos, piñatas y abuelas. Tuvimos abrazos, empujones, contacto, cercanía. No faltó el concierto de piano, con esa nota final desafinada. Tampoco se interrumpió el baile de cancán con la falda de olanes reciclada para la ocasión, ni dejó de pasar la competencia de natación en la que saqué el tercer lugar de tres. La primera comunión se hizo en el día y la hora establecidos, con todos los invitados, que por cierto, puntualmente llevaron su regalo. Pero sobre todo, no faltaron Caro, Manti, Leza, Aleida, Valentina, Chacho, Layam, Vic, Rafa, José Manuel. No fue una infancia perfecta, pero repito, fue completa, de los días que tenía no me faltó ninguno por vivir, los marcianos nunca me raptaron ni me separaron del mundo en el que vivía. ¿Y a usted, señor lector?
Pensando en todo ello me pregunto, ¿y que le digo yo a María José?, cómo le explico que no hay marcianos que hayan venido a tomar nuestras vidas, la suya, la mía. Con qué palabras debo decirle que el parque ya no es un lugar seguro, que debe guardar sus patines en el baúl de los juguetes porque en casa no hay suficiente lugar para andar con ellos. Cómo le haré entender que ninguna nave espacial ha venido a llevarse los festejos de este año y que, por su bien, ha de ver a sus amigas a través de una pantalla el día de su cumpleaños, aunque el pastel sólo lo coma ella. Cómo hacerle entender que su propia presencia se ha vuelto un riesgo grande para la abuela, que debe tener cuidado de no acercarse demasiado y utilizar una mascarilla que le cubre los más bello de su rostro: el dibujo de la sonrisa chimuela que se perfila cada vez que la ve. Cómo va a creerme que las pesadillas que todo niño tiene son mentira, sí se han robado el patio del colegio, los salones de clase, el auditorio, las canchas, la cafetería, los bancos, las sillas.
—Nadie ha encapsulado a tus compañeros de clase en una nave espacial, que nadie te diga que sólo por la tecnología del ciberespacio es posible saber que aún los otros siguen con vida. No, María José, ningún extraterrestre se ha robado tu primera comunión, tu competencia de natación, tu presentación de baile. De verdad, los extraterrestres no existen, creo.
Cuando pasan los años, vas dejando de creer en la presencia cercana de los ovnis, o por lo menos dejan de asustarte, y si no es así, siempre es de sabios fingir que ya no te dan miedo aunque sigas metiéndote en la cama de tu hermana a media noche durante todos los años que comprende la llamada adolescencia.
Los amigos adquieren un valor más grande. Es la época de todas las ilusiones, de las mariposas en el estómago, de los primeros viajes lejos de los padres, campamentos, excursiones, retiros. Es la época de los torneos deportivos, en el que no importa si no despuntas en alguno de ellos: juegas, lo intentas, te dejan al último para formar equipo, sí, pero eres parte. Es un tiempo en donde los recreos están llenos de secretos, de risitas, de primeras declaraciones, de chismes, es un tiempo intensamente vivido.
Es verdad, era un rollo la clase de mecanografía; las matemáticas nunca me entraron; la historia pasó de largo; el español, porque no era tan difícil; el laboratorio no estaba nada mal como pretexto para salir del aula; el inglés, una tortura; la educación cívica y ética, ni me acuerdo; la hora de religión era para echar relajo; la clase de deportes servía para que todos se burlaran de tus piernas flacas, es decir, es una época en el que las clases te dan igual, sí, aprendes porque estás ahí toda la mañana y hay que estudiar para los exámenes mensuales, parciales y sorpresa, y esta vez sin la supervisión de los padres, pero lo que hace tu vida tan especial es todo lo demás, todo lo que envuelve a las matemáticas, al español, al civismo y al inglés.
Faltar un día al colegio era sentirte como en un naufragio; pronto habrías de ponerte al tanto de todo lo que te habrías podido perder. No ir en una semana podría llegar a ser una tortura, cuántos momentos extraviados en el que los otros continuaban intensamente su vida mientras tú, simplemente, estabas fuera del mapa; y es que en una sola semana podían pasar tantas cosas: unos podían hacerse novios y terminar; otro podía pasar de ser el “x” al popular de la clase; uno se habría declarado el lunes a una chica y el jueves o viernes a otra; unas mejores amigas dejaban de serlo; una chica venía con nuevo corte de cabello y perdía toda su popularidad, volvía al peinado antiguo y recuperaba su puesto; en una semana cuatro chicos podían declararse a la misma chica y ella tendría que elegir; otro podía ir reportado a la dirección en frente de toda la clase; en una semana cualquier intrusa ocupaba tu lugar en la pandilla y podía quedar, incluso, más dentro de lo que tu creías estar. No asistir a la escuela durante meses era algo simplemente inimaginable.
Hay que recordar, que hemos crecido y ya los extraterrestres han dejado de ser parte de nuestras pesadillas. Nos sentimos fuertes, confiados, sabiendo que nadie nos robará este momento, porque las películas de miedo son ficción y la realidad es otra muy distinta. Una pandemia universal es el argumento perfecto para cualquier película de Steven Spielberg, pero en un mundo paralelo, no en el nuestro, no en el mío. El argumento va de un virus que cae sobre sobre los habitantes de aquel planeta y todo el curso de su universo deja de funcionar, incluso la película comienza con la salida de unos chicos de la escuela, en una tarde soleada, donde todo parece normal. Como a Hollywood le encanta exagerar, el planeta está a punto de extinguirse a no ser por algún estadunidense que viene a salvarles y por el cual se recupera la anhelada normalidad. Por un momento te dejas llevar por la ficción y piensas: ¿y si me hubiera pasado a mí?, ¿y si mi vida hubiera sido como en esta película?, ¿y si ya no fuera posible ver a mis amigos?, ¿y si no pudiera salir al recreo, mirar al chico que me gusta, secretearme con mi mejor amiga, hacer planes para el campamento, copiar el peinado de la chica bonita, ir a los quince años en donde los chambelanes son tus propios compañeros? Pero luego recuerdas que todo el cine es simplemente ficción y la reflexión se desvanece en un suspiro que te lleva de la angustia al alivio de saber que vives en el planeta Tierra, que ningún virus ha atacado a los hombres y que tu vida puede seguir su curso natural.
Cuando rodó una lágrima por la mejilla de Diego al enterarse que no podía volver más al colegio me quedé sin palabras. No había promesa que valga: “volverás mañana”, “quizá la próxima semana”, “no sé cuándo volverás”. Habrá que mentir para decirle que no se pierde de gran cosa, que lo importante es concentrarse en el español, en la historia, en el inglés y en las matemáticas como tú lo hiciste; que lo primordial es seguir avanzando en su formación escolar y que esto lo crees firmemente; que lo social, los amigos, los recreos, las risitas, la niña que quizá le gusta, su pandilla más cercana, son cosas secundarias, que ahí están, que nadie se lo ha robado, que podrá recuperar los meses perdidos y que no es para tanto.
Los adultos tenemos ya demasiadas preocupaciones como para ponernos a pensar en los recreos, en las competencias deportivas y en los campamentos. A nosotros nos atañen las cosas importantes. Debemos centrarnos en la información que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) publica asegurándonos que el PIB se contrajo un 18.7 por ciento en este segundo trimestre del año, lo que significa que vivimos la peor caída de la economía en la historia de México.[1] Es menester concentrarse en lo que dicen los expertos sobre el ingreso per cápita, que no logrará restablecerse hasta dentro de una década para igualar la cifra que se tenía en 2019.[2] Nuestra preocupación se centra en que Hacienda continuará realizando una mayorfiscalización para los contribuyentes en 2021.[3] Es preciso prestar atención a la caída del precio del petróleo después de haberse desplomado un 25 por ciento.[4] Tampoco debemos ignorar la crisis del sistema de salud pública debido a la falta de infraestructura y a la escasez del personal sanitario, tomando en cuenta que menos de un cinco por ciento del PIB va destinado a este sector.[5] Hay que ceñir nuestra atención a la alarmante fuga de capital fijando nuestra mirada en los 8 710 millones de dólares que los inversionistas han retirado del mercado mexicano durante el segundo trimestre de este año.[6] Nuestros ojos están abiertos ante la impotente devaluación de la moneda y a la escandalosadepreciación que ha llevado a su superar los 24 pesos por dólar.[7] Esto eso lo que de debe ocupar nuestro pensamiento, esto es lo que exige nuestra llamada madurez.
—¿Lo ves, Diego? No podemos ocuparnos en asuntos menores, no hay tiempo para detenernos en tu pequeña soledad, en tu angustia crecida, en el sórdido capricho de conocer a tus compañeros de clase, de reír un poco, de la cercanía con los otros. Algún día serás mayor y lo comprenderás; dentro de no mucho te volverás un adulto ocupado en las cosas importantes y dejarás de exagerar el sentido de la compañía, de las mariposas en el estómago y de las risistas tontas. Pronto madurarás y podrás centrarte en lo valioso de los números, de los porcentajes, de lo que informan los expertos, de la economía, de la política, del dinero. Aprenderás a dar el valor a las cosas que realmente tienen importancia y puede ser que ni te acuerdes de esta época de tu vida.
¿No es así como nosotros maduramos, señor lector?
—Mientras tanto sólo te pido una pequeña cosa que te será útil para mantener la calma: aguántate. Para decirlo con palabras más educativas: continúa tu rutina diaria y conéctate, como hasta ahora, cinco minutos antes de que comiencen tus clases, la puntualidad es una virtud que conduce a la responsabilidad adulta. De los diez minutos libres que tienes entre clase y clase no te muevas mucho de tu lugar, sólo puedes usar cinco porque, recuerda, hay que estar cinco minutos antes de cada clase, la preparación que tengas favorecerá al desarrollo de tu intelecto. Los otros cinco minutos libres puedes aprovecharlos para organizar el material de la siguiente asignatura, tener bajo control las cosas te dará una sensación de dominio, has de aprender, desde ahora, a conquistar tu entorno. En las horas de trabajo individual enfócate en tus tareas, no te distraigas con ningún otro asunto, aprovecha que no tienes compañeros de clase para concentrarte en los trabajos de física y de mate; el tiempo, decimos los adultos, es oro. Cuando tengas alguna asesoría, aunque te parezcan aburridas, porque aprendes rápido, métete, hay que reforzar los conocimientos, ya te he dicho que la competencia, al terminar los estudios, es muy dura y hay que llevar siempre la delantera. Revisa constantemente la plataforma del colegio, que no se te olvide ninguna tarea, ningún trabajo, ninguna entrega, tus calificaciones ponen en alto el nombre de toda tu familia.
Por la noche me despierto con algunas pesadillas, no puedo estar haciendo nada mal, estos niños ni siquiera son mi responsabilidad, no son míos, no me toca educarlos, mi única culpa es amarles demasiado. Me tranquilizo, vuelvo a cerrar los ojos y duermo con la paz de un recién nacido, con la conciencia limpia, las manos lavadas y la sonrisa en los labios.
Comienzo a escribir, he hecho una pausa, miro a través del tiempo. Siento la necesidad de contemplar, de reflexionar. No tengo ningún interés partidario, no busco hablar de política. Veo lo que pasa a mi alrededor, me doy cuenta de cómo las escuelas han intentado adaptarse a la nueva normalidad, no busco hacer una crítica de ello, quién se habría podido imaginar que la ficción de verdad hubiera logrado entrar en nuestras vidas. Ni siquiera aspiro a plantear un modelo educativo alternativo que proponga soluciones inmediatas, tomando en cuenta que ya mucho trabajo tiene el maestro de preescolar, primaria, secundaria y bachillerato en enseñar los contenidos de sus asignaturas, mantener la atención de sus, en nuestro caso, treinta y cinco alumnos que lo ven desde casa, y al mismo tiempo investigar las herramientas que ofrece la tecnología, meses antes completamente desconocidas para él, y en las que muchas veces se siente desorientado, desesperado e incluso avergonzado.
Se trata, más bien de una reflexión interior, personal que pone la mirada en dos de mis pequeños tesoros de la vida: Diego y María José, y quizá por eso no tenga nada que ver con usted, señor lector.
Tal vez se trate más de mí que de ellos. Me cuestiono en qué momento me despisté, cómo es que fui acelerando tanto que no me detuve a pensar todo lo que el mundo y yo, de la mano, estábamos provocando. Quizá mis miedos de niña no eran tan infundados como yo creía, quizá los ovnis finalmente si habían podido raptar nuestras vidas de forma muy sigilosa y cambiado el rumbo del universo que habitamos. A lo mejor no debía hacerme la valiente cuando fui creciendo, ni debí intentar ignorar que existía la posibilidad de habitar un universo paralelo y muy distinto al nuestro porque tal vez ahora podría estar mejor preparada, lograría atacar, defenderme, evitar que nuestras vidas fueran disociadas de aquella remota normalidad de la que habíamos gozado. Cómo es que no me detuve a analizar un poco mejor las películas de Spielberg, podría haber previsto la catástrofe que se avecinaba, por lo menos hubiera abierto los ojos para darme cuenta de lo que somos capaces los humanos por maldad, por dinero, por petróleo, por números, porcentajes y politiqueos, por intentar sacar ventaja de quien fuera, al precio que fuera y de la manera que fuera. No tengo muy claro si el mundo me obligó a acelerar con él, o si fui yo quien lo arrastré por mi necesidad de avanzar.
Y aquí estoy, sentada frente al teclado, en el comedor de casa, me doy cuenta que he repetido automáticamente el modelo de maduración que ha llevado al mundo a su propio hundimiento, y no ha sido por odio, al contrario, lo repito con quienes más amo, los conduzco por la misma vereda sin detenerme a pensar hasta dónde he llegado y hasta dónde soy capaz de ir, y ellos cuánto más podrán superarme. Una vez ahogué mi voz de niña, quería crecer, pensé que sería una mejor idea, quería dejar de tener miedo por las noches y lo hice sin mirar atrás. Construí una fortaleza al rededor de mi vida, me forjé unas paredes altas y robustas para que nadie las destruyera, quería proteger lo mío, quería ser fuerte, siempre mejor, única, quería vencer. Intento dormir, no puedo, veo a mi alrededor y al hacerlo me viene un asombro repleto de terror. Vuelvo a tener miedo por las noches. Tal vez esto sea buena señal, quizás he vuelto a ser niña; estoy comenzando a ver de nuevo, sí, vuelvo a sentir, comienzo a imaginar, soy frágil. No sé como afrontarlo, no tengo respuestas, estoy en el punto de partida. No pasa nada, hay que aprender a respirar de nuevo.
Fuentes bibliográficas
Caso, Diego, “La peor caída de la economía mexicana en la historia queda en -18.7%”, <https://www.elfinanciero.com.mx/economia/peor-caida-economia-mexicana-historica-queda-en-18-7-pib-inegi>. Consulta:16 de septiembre, 2020.
Semblanza de la autora
Ivette Sánchez. Directora de teatro. Ha estudiado en la Universidad de las Américas, cuenta con una maestría en gestión cultural por la Universidad Iberoamericana, un doctorado en Teatro por la Universidad Complutense de Madrid, y grado superior en dirección de escena por la RESAD, Madrid. Asimismo, ha recibido cursos de especialización de técnica dramática en la Scuola Conia, de Claudia Castellucci, en Cesena, Italia. Ha trabajado para el Centro Cultural Universitario de la BUAP. También ha colaborado con el Festival Internacional Cervantino, con la Ópera de Bellas Artes y con el Instituto México en España. Ha dirigido varias óperas con el grupo Crescendo y ha dirigido a la Pequeña Compañía de la Fundación Maior en Madrid.
Recibido:22 de septiembre de 2020.
Aceptado: 25 de noviembre de 2020.
Palabras clave
madurez, realidad y ficción, autocrítica, volver a empezar.
Keywords
maturity, fact and fiction, self-criticism, starting over.
[1] Diego Caso, “La peor caída de la economía mexicana en la historia queda en -18.7%”, <https://www.elfinanciero.com.mx/economia/peor-caida-economia-mexicana-historica-queda-en-18-7-pib-inegi>. Consulta:16 de septiembre, 2020.
[2] Jeanette Leyva, “Ingreso per capita de México regresará a niveles prepandemia hasta 2031, estima Citibanamex”, <https://www.elfinanciero.com.mx/economia/ingreso-per-capita-de-mexico-regresara-a-niveles-prepandemia-hasta-2031-citibanamex>. Consulta:16 de septiembre, 2020.
[3] Zenyazen Flores, “Hacienda quiere exprimir hasta las piedras plantea acortar devoluciones y redoblar controles”, <https://www.elfinanciero.com.mx/economia/hacienda-plantea-redoblar-el-control-sobre-contribuyentes>. Consulta: 16 de septiembre, 2020.
[4] Yeshua Ordaz, “Por qué cayó el precio del petróleo y en qué afecta a México”, <https://www.milenio.com/negocios/por-que-cayo-el-precio-del-petroleo-y-en-que-afecta-a-mexico> Consulta: 18 de septiembre, 2020.
[5] David Marcial, “Los retos que enfrenta el frágil sistema de salud mexicano ante el coronavirus”, <https://elpais.com/sociedad/2020-03-21/los-retos-que-enfrenta-el-fragil-sistema-de-salud-mexicano-ante-el-coronavirus.html>. Consulta: 18 de septiembre, 2020.
[6] Arturo Solís, “¿Fuga de capitales? Inversionistas retiran 8,700 mdd de México”, <https://www.forbes.com.mx/economia-fuga-capitales-inversionistas-retiro-mexico/>. Consulta: 18 de septiembre, 2020.
[7] David Marcial, “La crisis del coronavirus hunde al peso mexicano hasta las simas más bajas de su historia”, <https://elpais.com/economia/2020-03-17/la-crisis-del-coronavirus-hunde-al-peso-mexicano-hasta-las-simas-mas-bajas-de-su-historia.html>. Consulta:18 de septiembre, 2020.