NÚMERO
47



NÚMERO
ESPECIAL

TEXTOS Y CONTEXTOS

Resistencias. Apuntes para re-materializar el cuerpo y el mundo

Resistance. Notes to Re-materialize the Body and the World

Resumen

Pensar la pandemia como un acontecimiento que trastoca la vida a cada instante implica reflexionar sobre la dimensión estética y política en las que se conjugan lo sensible y perceptible. La estética está íntimamente relacionada con la sensibilidad; la política implica la redistribución del tiempo y el espacio, la construcción de experiencias comunes. Ante un cambio radical como el que vivimos actualmente, lo que concebíamos como una dimensión espaciotemporal de relaciones y encuentros se ve relegada. Este ensayo indaga sobre las repercusiones de la experiencia humana frente al modelo digital, sobre cómo las redes sociales reconfiguran las formas de relación y cómo el modelo sanitario afecta el encuentro con los otros.


Abstract

Thinking of the pandemic as an event that changes life at every moment implies reflecting on the aesthetic and political dimension in which the sensible and perceptible are combined. Aesthetics is closely related to sensitivity; politics implies the redistribution of time and space. Faced with a radical change like the one we are currently experiencing, what we conceived of as a space-time dimension of relationships and encounters is relegated. This essay investigates the repercussions of the human experience in relation to the digital model, how social networks reconfigure forms of relationship, and how the sanitary model affects the encounter with others.



Jessica Romero Alatorre
filósofa, investigadora y crítica de arte
jromeroalatorre123@gmail.com


DESCARGAR


El encuentro es ese instante duradero en el que las intensidades se manifiestan entre
las formas-de-vida en presencia en cada uno.

Tiqqun


I

Por paradójico que pudiera parecer, momentos de crisis, catástrofe y desastre nos llevan a pensar desde un ángulo diferente lo normal y cotidiano. El abandono de nuestros hábitos y costumbres no es fácil. Menos aún si esto se mezcla con un oscuro entorno de muerte, pérdida y ausencia. Un estado de extrañeza e incomodidad resulta asfixiante. Nos atreveríamos a decir que la pérdida y la ausencia nos abate. ¿Qué hacer en tiempos de oscuridad? El gesto de extrañeza, la potencia que surge del cuerpo y el pensamiento, la irreductibilidad del deseo abre bifurcaciones que, pese a todo, proyectan una leve luz en medio de la oscuridad.

Pensar la pandemia como un acontecimiento que trastoca la vida a cada instante, despoja la experiencia de los cuerpos, priva de lo sensual, debilita la potencia colectiva de creación y cooperación; se trata de la dimensión estética y política, en las que se conjugan lo sensible y perceptible, quizás un encuentro que nos permite existir socialmente y ser partícipes del mundo. La relación con lo otro. Apertura a la singularidad colectiva de la que surge la solidaridad afectiva y política basada en la simpatía de un pathos compartido. Definitivamente, la estética está íntimamente relacionada con la sensibilidad; la política implica la redistribución del tiempo y el espacio, la construcción de experiencias comunes que surgen del encuentro entre los cuerpos. De acuerdo con la propuesta lanzada por Jacques Rancière, estética y política son operaciones recíprocas que reconfiguran la experiencia común de lo sensible: “Hay una estética de la política en el sentido en que los actos de subjetivación política redefinen lo que es visible, lo que se puede decir de ello y qué sujetos son capaces de hacerlo. Hay una política de la estética en el sentido en que las nuevas formas de circulación de la palabra, de exposición de lo visible y de producción de los afectos determinan capacidades nuevas, en ruptura con la antigua configuración de lo posible”.[1]

Esta redistribución de lo visto, lo oído, del tiempo y el espacio, según Rancière, constituye el reparto de lo sensible que define lo común de una comunidad.[2] “Entendemos por ello la comunidad como manera de ocupar un lugar y un tiempo, como el cuerpo en acto opuesto al simple aparato de las leyes, un conjunto de percepciones, de gestos y actitudes que precede y preforma las leyes e instituciones políticas.”[3] La sensibilidad produce relaciones. La sensibilidad produce sentido en tanto significa una apertura a la singularidad colectiva de la que surge la solidaridad afectiva y política. La existencia colectiva transforma constantemente el espacio que habitamos.

Nuestra experiencia en el mundo está compuesta tanto por la sensibilidad como por la sensitividad. Franco Berardi, en Fenomenología del fin (2016), llama sensibilidad a la facultad de hacer visible, de decodificar la intensidad que escapa del lenguaje verbal. La sensibilidad es la facultad que traduce los signos no verbales, hace visible la configuración del mundo. La sensibilidad es una actividad morfogenética que crea formas continuamente. “La sensibilidad les permite a los seres humanos unirse y conectarse a través de relaciones de empatía, como una fina película que registra y decodifica las impresiones no verbales; en otras palabras, les permite regresar a un estado no-específico y no-cotidiano en el que los cuerpos sin órganos vibran al unísono”.[4] La sensibilidad rompe la estructura de un orden establecido dando lugar a otras maneras de ser en el mundo. Por otro lado, Berardi llama sensitividad a la habilidad que integra lo que perciben los órganos de los sentidos (olores, texturas, sabores, sonidos, visiones). La sensitividad encuentra repercusiones significativas en las percepciones táctiles, epidérmicas y sexuales. Ambas esferas constituyen un conocimiento primigenio (un saber del cuerpo) que da acceso a la experiencia estética y erótica de la que somos parte.[5]

La sensibilidad y la sensitividad son facultades conjuntivas que reúnen saberes del cuerpo: la sexualidad, los afectos, la imaginación y el deseo. Los afectos están relacionados con los cuerpos vivos que al ser tocados son perturbados y sacudidos por el contacto con lo otro. La sensibilidad y la sensitividad son experiencias fuera del sujeto que genera un “cuerpovibrátil” o pulsional de encuentros y relaciones.[6] Pero ¿qué sucede cuando la tecnología penetra estas facultades? Cuando la sensibilidad y la sensitividad son dominadas por la interfaz tecnológica se convierten en actividades pasivas que paulatinamente pierden su potencia orgánica y su energía creadora de vida. El dominio tecnológico introduce otros puntos de vista en la dimensión espaciotemporal. La velocidad, el flujo de información, la sincronía son lógicas conectivas que no relaciona individuos (singularidades) sino datos (información) en una dimensión virtual constituida por el ciberespacio y el cibertiempo. Al respecto Berardi afirma: “Mientras que el ciberespacio, la dimensión virtual de interacción infoproductiva entre agentes de comunicación, puede ser infinitamente expandido, el cibertiempo, es decir, la duración de la percepción, no puede ser expandido más allá de ciertos límites porque está limitado tanto por una temporalidad emocional y cultural cómo por restricciones orgánicas”.[7]

El entorno cibernético transforma nuestras percepciones del tiempo y el espacio, hace de nuestro cuerpo un sistema de lógicas interfuncionales que disminuyen la potencia de nuestra sensibilidad. Aspectos críticos que ha mostrado ampliamente Berardi en sus trabajos sobre la mutación de nuestra capacidad de sentir y que se imponen como una problemática política y estética de nuestro siglo. El entorno técnico del mundo cibernético puede cambiar a una velocidad vertiginosa, pero nuestro cuerpo tiene su propio ritmo. El sistema cognitivo humano no puede evolucionar más allá de ciertos límites. La velocidad de los flujos electrónicos y la saturación de imágenes a las que somos expuestos diariamente producen en nuestro cuerpo trastornos patológicos importantes: la disminución de atención, la hiperactividad, los cambios de carácter afectivo y emocional son síntomas de la enorme brecha que separa el ritmo de las máquinas y el ritmo de lo humano. La omnipresencia de la experiencia cibernética determina todos los ámbitos de nuestra vida, cuyo efecto formula una contradicción, y no menor, entre la expansión infinita del ciberespacio y las restricciones temporales (emocionales y culturales) que limitan el cibertiempo. Ante un cambio radical como el que vivimos actualmente, lo que concebíamos como una dimensión espaciotemporal de relaciones y encuentros se ve relegada. La experiencia humana frente a un modelo digital funciona a través de redes sociables que se convierten en formas de socialización y relación. Ante este panorama ¿qué significado adquiere la amistad, el amor y la comunidad?

El problema es: ¿hasta qué punto la vida depende profundamente de la proliferación de dispositivos digitales? ¿Cómo deshabituar al cuerpo de lo que cultural, social y biológicamente es vital para la existencia humana? ¿Cómo establecer condiciones para pensar la importancia de la experiencia sensible de tal manera que se cuestione el paradigma moderno de la ciencia, la técnica y la medicina? Los acontecimientos de la pandemia han provocado en el conjunto de las sociedades mundiales una reacción de alerta. La crisis de la presencia personal y colectiva nos exige revalorizar nuestra relación con las máquinas y la naturaleza. Pero sobre todo nos lleva a un estado de emergencia. La confinación del cuerpo se deja sentir como indiferencia, conformismo ante la “nueva normalidad” que quiere imponerse de una forma u otra. El confinamiento es una interdicción tan poderosa como la fuerza que ejerce en los individuos cualquier otra ley. Una norma de prevención y “cuidado de sí y de los otros” que ejerce un factor determinante en los cuerpos. Tiempos higiénicos y asépticos han sido importantes vectores de la historia de la cultura y la historia de los afectos. Acontecimientos como la peste en la Edad Media, la sífilis en el siglo XIX del progreso y la industrialización, de la vida masificada y urbanizada construían otros modos de relación con el cuerpo. En el umbral de la posmodernidad el sida acabará por trastornar la vida del contacto y la relación con los otros. Según Berardi: “El virus cultural ha penetrado tan profundamente en nuestra psique colectiva que somos incapaces de ponderar sus efectos en la calidad de nuestra experiencia y de nuestra vida cotidiana”.[8] El virus es un agente que atraviesa, desestructura y reconfigura el cuerpo. El virus es una potencia que trastoca nuestro entorno biológico, epistémico, cultural y técnico, es decir interviene, modifica y cambia las formas de interacción individual y colectiva. Entonces, la pregunta que debería plantearse es, más bien, ¿cómo dar un giro de tuercas y convertir la invasión del virus en una oportunidad de recomenzar?



II

El otro encarna esta posibilidad que tiene el mundo de no ser, o de ser otro.

Tiqqun

Hoy en día vídeos cámaras, micrófonos y procesadores de texto se estánutilizando como dispositivos educativos también como sistemas de networking, autoorganizacion y conexión para realizar el trabajo en casa. “Por ejemplo —escribe Berardi—, el multitasking actual implica pasar rápidamente de una estructura de información a otra. No obstante la mente humana parece completamente apta para esto, en realidad este fenómeno conlleva una mutación psicológica que produce nuevas formas de sufrimiento, como el pánico, el trastorno por déficit de atención, el burnout, el agotamiento mental y la depresión”.[9] Las tecnologías de comunicación e información han cubierto el mundo con su red recodificando la textura de lo sensible. La experiencia inmediata del mundo –compuesta por sensaciones y percepciones que aprehenden lo que denominamos realidad– pasa a ser una experiencia mediada por lo digital. Lo anterior nos lleva a pensar en el impacto que estas tecnologías tendrán en la educación, la política, la cultura y el arte. La sobrecarga de imágenes en territorios sociales y mentales nos pone bajo vigilancia continua, apropiándose de una dimensión estética espaciotemporal antes exclusiva para nuestros momentos íntimos y solitarios. La colonización técnica de la experiencia genera una visión panóptica de sincronización y control que reconfigura los espacios cotidianos. Sobre esta idea, Paul Virilio afirma en El Cibermundo, la política de lo peor: “Las nuevas tecnologías son las tecnologías de la cibernética. Las nuevas tecnologías de la información son tecnologías de la puesta en red de las relaciones y de la información y, como tales, son claramente portadoras de la perspectiva de una humanidad unida, aunque al mismo tiempo de una humanidad reducida a una uniformidad”.[10]

El panorama de las comunicaciones involucra una serie de efectos de control: inversión del lenguaje, cambio de un régimen alfabético a un régimen digital, manipulación de la mente y del cuerpo. Pero también abre fisuras de las que brota la sublevación y la invención. Otros modos de usar el poder de la palabra y la técnica. En la admirable Revolución electrónica, William Burroughs pone en pie aspectos nucleares que recorrerán toda su obra literaria. “En ‘La revolución electrónica’ presento la teoría de que un virus es una unidad muy pequeña de palabra y de imagen. He sugerido que tales unidades puedenser biológicamente activas como cepas virales transmisibles”.[11] Por medio de imágenes delirantes que promueven el uso de la técnica del cut-up y dispositivos electrónicos como grabadoras y cámaras de video este autor da combate a la alienación y control del lenguaje. Para Burroughs el lenguaje es en sí un virus que impide el brote de nuevas formas de vivir y actuar. Un parásito que consume y habita el pensamiento, propagándose de manera irremediable en la vida de los seres humanos. “La palabra en sí misma puede ser un virus que ha logrado un estatus permanente con el huésped. Sin embargo, ningún virus existente hasta el momento actúa de esta manera, así que la pregunta sobre un virus benéfico permanece abierta. Parece aconsejable concentrarse en una defensa general contra todos los virus”.[12] He aquí planteada la emancipación de las palabras por medio de la literatura. Una metáfora, puede pensarse, pero no carente de la elocuencia y el ímpetu tan necesarios en estos tiempos. La dificultad reside en ser conscientes de ello, hacer la revolución y generar nuevos pensamientos que originen otras posibilidades de acción en la consciencia social.

La autorregulación de la información y de los cuerpos es productora de una humanidad totalmente diferente. Una producción inseparable de lo tecnológico, en tanto la constituye, genera una lógica del régimen sensible de las percepciones y de la dinámica de los afectos completamente nueva. Por todas partes se asiste a lo que Burroughs denomina el poder destructor de las tecnologías. “Así que todas las tecnologías cada vez más eficientes producen más y más armas de destrucción masiva hasta que tenemos la bombaatómica que podría terminar el juego destruyendo a todos los jugadores”.[13] La producción continua de datos ocasiona diferentes concepciones sobre el mundo real y el mundo online. Un mundo poblado por dispositivos, por un modelo digital que funciona como extensión de la realidad física inevitablemente altera nuestra relación con nuestro cuerpo y con el de otros. Ante el predominio de lo artificial y la técnica, ¿dónde queda el contacto auténtico con la realidad? ¿Hasta qué punto es posible permitir la restricción de experiencias originales y excitantes? ¿Cómo se vinculan, qué efectos desprende, qué sucede entre la tecnología y el erotismo de la vida?

La imaginación deformada por la presencia continua de señales digitales nos mete y somete dentro de un molde de conexiones. El ordenador como prótesis del humano presenta una nueva simbiosis. El modelo digital opera como una extensión del confinamiento que pareciera no tener ningún punto de fuga. Ante los continuos rebrotes en Asia o Europa surgen apps que registran, controlan y predicen posibles contagios. Los dispositivos tecnológicos permiten dominar la incertidumbre a través del constante flujo de información, anticipando el comportamiento de los sujetos mediante algoritmos que indican la temperatura corporal y la localización del posible infectado. Lo anterior posibilita el análisis de prácticas de las que surgen diferentes procesos de subjetivación y de regulación social. ¿Qué aspectos evidencian nuestras actuales actitudes hacia la tecnología y la emergencia sanitaria? ¿Hacia dónde evolucionamos? Distanciamiento, normalización e interconexión se convierten en símbolos tecnológicos y asépticos de la “nueva normalidad”. Interconectarse no es lo mismo que relacionarse. Conjunción no significa conexión. La libre circulación digital (transparente pero controlable) impide el movimiento espontáneo que produce el caos. Pero las posibilidades siguen existiendo, y es que el caos es un poderoso catalizador de la vida social como ya lo anunciaba Burroughs en su Revolución electrónica. Es importante recordar que estar afectado no significa permanecer pasivo. Estar afectado implica un gesto de levantamiento, desplazamiento e invención.



III

En cada nacimiento tumultuoso al amor, renace el deseo fundamental de transformarse transformando el mundo.

Tiqqun

Ahora que la palabra covid-19 ha entrado a los diccionarios, junto a los términos peste, sífilis y sida, podemos decir que la catástrofe de la pandemia parece rebasar cualquier obra de ciencia ficción. El carácter destructor del virus no sólo invade la esfera social, política y cultural. Las modificaciones en la experiencia, la sensibilidad y la percepción no dejan de reformular las relaciones que se entretejen y destejen entre la estética y el arte. Otros modos de reconocer la potencia y la vitalidad, lo humano y lo maquínico, la materia sensual y ambiental que habita el mundo adquiere un sentido totalmente diferente. Ya desde la segunda mitad del siglo XX la literatura mostrará un gesto divergente que desafía la dominación. Diferentes autores plantearán la problemática de la tecnología, el control del hombre sobre la naturaleza, la ausencia de mundo y de cuerpo. Obras que surgen del caos y la catástrofe. La imagen del futuro como una indeseable distopía también expone que en un mundo dominado por la tecnología existe fracturas que permiten acceder a otras formas de relacionarse con la vida. El escritor inglés J. G. Ballard impregnó la escena literaria con una serie de provocadores escritos que narran catástrofes medioambientales. El calentamiento global y la escasez del agua son algunos efectos que este autor expone en obras como El Mundo sumergido (1962) y La sequía (1965), pero también el impacto de la evolución tecnológica en la vida del hombre explorada en ficciones como Crash (1973) y Rascacielos (1975).

No sólo Ballard, Philip K. Dick, adelantándose al cyberpunk, un subgénero de ciencia ficción que surgirá en la década de 1980 y cuyos relatos exhiben modos de subversión en el uso de tecnologías en sociedades dominadas por la cibernética, retrata en sus obras una visión de un futuroimperfecto. En su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) Dick nos devela una tierra devastada por la guerra nuclear. Fuente literaria de la cinta Blade Runner (1982), esta obra mezcla fantasías con guiños surrealistas llevándonos a cuestionar ¿qué es realidad? ¿Qué es la ficción?¿Cuál es la diferencia entre los androides y los humanos? Por otro lado, en Neuromante (1984), William Gibson aborda la problemática del ciberespacio, esa dimensión virtual creada por las redes tecnológicas que dominan la experiencia de los humanos. Atmósfera caótica y disruptiva de un futuro invadido por microprocesadores, electrónicos y quirúrgicos, en dónde lo más valioso es la posesión de la información. Pero no sólo la novela, también el cine exhibirá los efectos del control científico, de los avances médicos, de la influencia de los medios de comunicación y cibernéticos en el comportamiento biológico, social y físico. El cineasta canadiense DavidCronenberg en filmes como Shivers (1975), Rabia (1977), Scanners (1981), Videodrome (1983) o La mosca (1986) muestra los límites de lo humano, los experimentos que modifican el cuerpo trastornándolo, modificándolo tanto genéticas como psicológicamente.

Formas de percibir el mundo que no conocíamos. Reflexiones que se construyen en el cruce de diferentes modos de expresión, como el cine y la literatura, dan forma a un prisma político y estético fundado en una lectura de la historia de la técnica. Las consideraciones que resultan de este cruce entre arte, técnica y sensibilidad trazan un camino divergente. La estética al lado de la técnica muta, cambia, se transforma. Como afirma Virilio, la estética de la aparición que caracterizaba la pintura de Cézanne o las esculturas de Rodin desaparecerá con la invención de la fotografía. Formas que surgen de sustratos plásticos serán preámbulos de secuencias fotográficas instantáneas captadas por Niépce o Daguerre. La imagen digital ya no será producto de una apariencia sino del flujo de datos y velocidades que darán lugar a la ciberestética. No obstante, las huellas sensibles de la técnica originan dispositivos estéticos de emancipación. “Frente a un objeto técnico, sea el que sea, –escribe Virilio– hay que distanciarse de nuevo. Hay que volverse crítico. El impresionismo es una crítica de la fotografía y el género documental es una crítica de la propaganda”.[14]

Desde los tiempos del arte academicista, pinturas, esculturas, instalaciones y composiciones musicales encarnan la potencia de la divergencia. Resistencias, distancias o maneras de tomar posición responden a los acontecimientos sociales, políticos y estéticos que tienen lugar. El arte genera diferentes maneras de pensar influyendo en perspectivas éticas con un profundo impacto en la vida social. Ante la pandemia es inevitable repensar el arte, es decir, ¿cómo potenciar un pensamiento singular que evite la prolongación de la estandarización y la sincronía de los modos de vida? El desplazamiento, la crítica y la problematización son gestos impulsados por el deseo. El desplazamiento genera nuevos panoramas políticos e historias estéticas.

Preguntaba Martin Heidegger ¿Para qué poetas? (1952), recordando la interrogación lanzada por Hölderlin en su elegía Pan y vino (1798), como una manera de plantearse y pensar los tiempos de penuria de la modernidad, el progreso y la técnica, una reconciliación entre el mundo antiguo y el mundo moderno. La poesía lucha contra la reducción del lenguaje. La poesía puede adoptar mil formas. Virilio dirá: “La salvación nos llegará por la escritura y por el lenguaje. Si reestructuramos la lengua podemos resistir”.[15] Recurrir a la poesía en estado de emergencia demuestra que existen muchas maneras de divergir. De generar un gesto de acción, aún incluso, en un estado de profunda afección. Los ejemplos son muchos y recorren los peligrosos caminos que traza el arte y la historia. A mediados del siglo XIX, Charles Baudelaire levanta la efervescencia revolucionaria a través del periódico Le Salut Public, Víctor Hugo por medio de discursos, textos políticos y carteles denuncia la segregación social, García Lorca plasma el amor en sus poemas como fuerza de sentido de la vida. A través de octavillas Rosa Luxemburgo exhorta la libertad de pensar diferente. Una llamada a la acción, un gesto de desplazamiento que invoca un cambio y la toma de conciencia. En la década de 1960, las octavillas de la Internacional Situacionista serán el germen de los movimientos políticos de mayo del 68.

La poesía y el poder de las palabras hace aparecer formas inesperadas que dan vida al mundo. “Los poetas, los pintores y los cineastas han sido hombres de divergencia. El problema es saber si los científicos sabrán hacerlo”.[16] El problema es asumir una postura crítica no sólo ante la técnica sino en todos los ámbitos de la existencia. ¿Qué ha cambiado con la pandemia? Acaso, ¿se ha disminuido el uso del automóvil? ¿Las industrias han reducido la emisión de sustancias contaminantes que dañan el medio ambiente? ¿Hemos replanteado nuestros hábitos de consumo? ¿Cómo nos relacionamos con los otros, desde el odio o desde el amor? Cambiar y transformarse exige una postura crítica. Plantearse la vida como una obra de arte implica repensar las tradiciones pasadas en su riqueza comunitaria.

El arte no se reduce a la esfera de las galerías, la crítica de expertos o eruditos. Sin lugar a dudas, una de las grandes aportaciones que introdujeron las vanguardias, principalmente los dadaístas, luego los situacionistas, es sacar el arte de museo. Hacia 1916, en el manifiesto dadaísta, Tristan Tzara dirá: “Este mundo no está especificado ni definido en la obra, sino que pertenece en sus innumerables variaciones al espectador”.[17] Afectados por los efectos de la modernidad y las guerras, influidos por la perspectiva estética nietzscheana del arte de vivir, para estos artistas emancipar el arte entrañaba emancipar la vida, o dicho como Tzara, afirmarla vitalidad de cada instante.[18] Arte y vida tejen una estrecha relación con los pequeños detalles de la cotidianeidad, con la manera de habitar (materializar) el espacio y el tiempo. En este sentido urge repensar la manera en que nos comunicamos, cómo usamos el lenguaje, en palabras de Virilio: “Recuperar la lengua quiere decir charlar juntos. La información mediática nos lo impide […] La primera manera de amarse es la palabra. Esta necesidad social está amenazada por las tecnologías de la información”.[19]

El arte de re-materializar el mundo es una idea que supone igualmente reapropiarse del lenguaje y del cuerpo. Buscar esas inflexiones de la sensibilidad, del lenguaje, del pensamiento y de la técnica tendrá importantes consecuencias en la manera en que nos relacionamos los otros, “la realidad de un mundo transpuesto según nuevas condiciones y posibilidades”[20] será el germen para reactivar el significado de lo social y lo político como un lugar de encuentros y relaciones. No sé si la poesía pueda reactivar el contacto, pero si puede generar la comunicación, la reflexión, pensar el mundo como una comunidad de afectos. Un punto de partida para reiniciar y transformarnos política y estéticamente.



Referencias bibliográficas

Berardi, Franco, Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva, Buenos Aires, Caja Negra, 2017.

Burrough, William, La revolución electrónica, < https://es.scribd.com/doc/265364854/Burroughs-William-S-La-Revolucion-Electronica>. Consulta : 17 de agosto, 2020.

Rancière, Jacques, El espectador emancipado, Buenos Aires, Manantial, 2010.

______________, El malestar en la estética, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2011.

Rolnik, Suely, Esferas de la insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente , Buenos Aires, Tinta y limón, 2019.

Virilio, Paul, El Cibermundo, la política de lo peor, Madrid, Teorema, 1997.

Tzara, Tristan, Siete manifiestos Dada, Barcelona, Tusquets, 1994.

Tiqqun, La hipótesis cibernética, A. Machado Libros, 2015.



Semblanza de la autora

Jessica Romero Alatorre . Maestranda en Filosofía por la UNAM. Realizó estudios de especialidad en Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras. Su trabajo de investigación se enfoca a problemas de estética, filosofía de la cultura, pensamiento francés contemporáneo y filosofía del cine y la pintura. Ha colaborado en las revistas Vice, F.I.L.M.E, Correspondencias: cine y pensamiento y Reflexiones Marginales . A través de diversos artículos ha explorado el arte de las vanguardias del siglo XX, la historia de la tecnología, la importancia de las imágenes en la cultura, así como el lenguaje de los nuevos medios y el arte.



Recibido: 31 de agosto de 2020.
Aceptado: 25 de noviembre de 2020.

Palabras clave
experiencia, pandemia, sensibilidad, cuerpo, tecnología.

Keywords
experience, pandemic, sensitivity, body, technology.

 

[1] Jacques Rancière, El espectador emancipado, Buenos Aires, Manantial, 2010, p. 65.

[2]  Jacques Rancière, El malestar en la estética, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2011, p. 34.

[3] Jacques Rancière, El espectador…, op. cit., p. 13.

[4] Franco Berardi, Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva, Buenos Aires, Caja Negra, 2017, p. 41.

[5] Ibidem , p. 69.

[6] Suely Rolnik, Esferas de la insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente , Buenos Aires, Tinta y limón, 2019, pp. 47 y 48.

[7] Franco Berardi, op. cit., p. 50.

[8] Ibidem , p. 58.

[9] Ibid ., p. 48.

[10] aul Virilio, El Cibermundo, la política de lo peor, Madrid, Teorema, 1997, p. 14.

[11] William Burroughs, La revolución electrónica, <https://es.scribd.com/doc/265364854/Burroughs-William-S-La-Revolucion-Electronica>. Consulta : 17 de agosto, 2020.

[12] Idem .

[13] Idem .

[14] Paul Virilio, op. cit., p. 35.

[15] Ibidem , p. 86.

[16] Ibid ., p. 39.

[17] Tristan Tzara, Siete manifiestos Dada, Barcelona, Tusquets, 1994, p. 17.

[18] Ibidem , p. 28.

[19] Paul Virilio, op.cit., p. 67.

[20] Tristan Tzara, op.cit., p. 17.