NÚMERO
47



NÚMERO
ESPECIAL

TEXTOS Y CONTEXTOS

"La máscara de la muerte" de Edgar Allan Poe y el covid-19

Edgar Allan Poe’s The Masque of the Red Death and the COVID-19 Pandemic

Resumen

El cuento de Edgar Allan Poe "La máscara de la muerte" sirve como detonante para realizar tres analogías entre la historia y la pandemia SARS-CoV-2 (covid-19).
La primera de ellas abordó la vulnerabilidad humana; en este apartado se hizo la observación que el hombre ha estado acompañado de epidemias a lo largo de su historia. La segunda versó sobre el confinamiento, que ha sido usado a lo largo de la historia como uno de los mecanismos más eficientes para evitar la proliferación de la enfermedad; esta acción lleva consigo profundos sentimientos de racismo y egoísmo que provocan una gran inequidad. La última analogía fue referente a la lejanía, indiferencia y extrañamiento que tiene la humanidad en relación con la naturaleza.


Abstract

Edgar Allan Poe's story, The Masque of the Red Death, served as a trigger to make three analogies with the SARS-CoV-2 pandemic (COVID-19), which currently affects a large part of the world population. The first addressed human vulnerability. In this section, the observation was made that man has been accompanied by epidemics throughout  history. The second one dealt with confinement, which has been used throughout history as one of the most efficient mechanisms to prevent the proliferation of the disease. This action carries with it deep feelings of racism and selfishness, which cause great inequity. The last analogy alluded to the sense of distance, indifference and estrangement that humanity has in relation to nature.



Martha Eugenia Alfaro Cuevas / historiadora
INVESTIGADORA DEL CENIDIAP
marucual@gmail.com


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Una pequeña nota titulada “Tifo” en el semanario El Mundo Ilustrado,[1] que se publicó hace más de cien años, me motivó a escribir este ensayo. El articulista del semanario, acertadamente, hizo una analogía de lo que estaba padeciendo la Ciudad de México en ese momento a consecuencia de laepidemia de tifo con el cuento de Edgar Allan Poe "La máscara de la muerte."

La lectura de dicho texto despertó mi curiosidad para leer completo el cuento. Al igual que el redactor de la revista, encontré muchas similitudes con la historia del cuento del príncipe Próspero con lo que nos ha tocado vivir por la pandemia del covid-19. Poe tuvo la sensibilidad de expresar en un pequeño relato la forma en que el miedo puede despertar en los humanos terribles sentimientos de mezquindad, odio, violencia y racismo, y que esos sentimientos se han manifestado en cualquier momento histórico de la humanidad.

Este impactante cuento nos habla de cómo la temible “muerte roja” fue devastando a todo el mundo: “jamás pestilencia alguna fue tan fatal y espantosa, su avatar era la sangre, el color y el olor de la sangre”, de tal suerte que el protagonista de la historia, el príncipe Próspero, decidió protegerse de la temible enfermedad en su más lejana abadía, llevando consigo a familiares, amigos y colaboradores cercanos. Se ocupó de proveer al lugar de todo lo necesario, pensando egoístamente “que el mundo exterior se las compusiera como pudiese”. Así, mientras entre la población había muerte y desolación, en la corte de Próspero reinaba un ambiente de despreocupación, fiestas y celebraciones, ajeno e indiferente al dolor que había en otras regiones. Un buen día la muerte, aprovechando una fiesta de carnaval donde todos llevaban máscaras, se coló al castillo. En el instante en que sonaban en el gran reloj de ébano de la sala principal las doce campanadas que anunciaban la medianoche, el príncipe descubrió al intruso, exigió que lo atraparan y le quitaran la máscara; sin embargo nadie se atrevió a hacerlo y el caballero misterioso llegó hasta donde se encontraba Próspero, quien al verlo murió en el acto. Ante esa situación, algunos de los cortesanos se armaron de valor e intentaron detener al misterioso caballero, sólo para percatarse que no había forma tangible debajo de la máscara y de sus ropas. Reconocieron con terror a la Muerte Roja, que había llegado como una ladrona. A partir de ese instante todos los integrantes de la corte fueron cayendo uno por uno. En muy poco tiempo la muerte se había convertido en la dueña absoluta de toda la abadía.[2]

Estas dos lecturas, la primera sobre el tifo en la revista mencionada y después el cuento de Edgar Allan Poe, hicieron que inevitablemente estableciera comparaciones entre el mundo fantasioso del príncipe Próspero con la pandemia que nos está tocando vivir. La reflexión más fuerte que me vino a la mente fue la de percatarme de la vulnerabilidad de la humanidad, ya que su devenir ha estado siempre acompañado de enfermedades y epidemias, unas más terribles que otras.

La última gran pandemia, que se extendió por el mundo, afectando tanto a países pobres como a ricos, fue la influenza H1N1, conocida comúnmente como gripe española. Esta enfermedad se inició durante la primera Guerra Mundial, siendo los soldados los responsables en distribuirla a todo el mundo entre 1918 y 1920. En los tres años que duró, infectó a 500 millones y mató a más de 50 millones de personas en el mundo, por lo que este virus resultó ser mucho más mortal que la guerra mencionada.

Hasta cierto punto es confortante observar cómo nuestros ancestros pasaron por una situación tan terrible, y a pesar de eso continuó la vida. Si se leen periódicos de la época uno se puede percatar que, aun con guerras internas, externas y con contagio masivo de enfermedades, las personas siguieron trabajando, enamorándose, casándose, bautizando a sus hijos, festejando cumpleaños y celebrando pequeños triunfos. La vida cotidiana siguió a pesar del miedo que seguramente tuvieron ante una enfermedad tan terrible sin medicina ni vacuna para resistirla, tal como ocurre con el SARS-CoV-2. A nuestros padres les tocó lidiar además con otras pandemias: la de influenza H2N2 en 1957-1958 y la de influenza H3N2 en 1968, mucho menos letales que el covid-19.[3]

Otra analogía que encontré entre el cuento y el covid-19 es la forma egocéntrica e indiferente que tenía la corte de Próspero ante el dolor, la miseria y las enfermedades que ocurrían fuera de su corte, similar a la apatía de los políticos y empresarios millonarios hacia al sufrimiento de la población más desprotegida. Desde hace ya más de cien años que la humanidad no enfrentaba una pandemia que afectara a todo el planeta. Se había hecho costumbre que las epidemias y las terribles enfermedades sólo ocurrieran en los países pobres o subdesarrollados, debido a que la miseria, la deficiente alimentación y la falta de higiene son una carne de cultivo ideal para que proliferen las enfermedades. En cambio, muchos habitantes de los países desarrollados están acostumbrados a que su calidad de vida mejore día con día, a expensas, por supuesto, de la explotación de los países subdesarrollados.

Para muchas personas que viven en las urbes del llamado primer mundo, llenos de comodidades y de despilfarro, les resultaba inverosímil la posibilidad de sufrir una pandemia; esas calamidades, vistas por ellos de manera indirecta a través de algún noticiero, eran escenarios que sólo ocurrían en países lejanos y pobres. Que una plaga los atacara era algo digno de un cuento de ciencia ficción. El dolor y la muerte que se padecía en otras regiones estaba tan distante de su realidad que no lo percibían desde la seguridad de sus hogares; pero llegó el covid-19, como la muerte disfrazada de máscara roja en el reino de Próspero, y “el miedo que creían que pertenecía a otros lugares y otros tiempos, ahora también les pertenece”. Como señala Ed Vulliamy, “La Covid-19 es más igualitaria: no solo castiga a los pobres, no tiene favoritos ni piedad o discriminación; viene por todos y esta vez el industrializado hemisferio norte la lleva al sur. Como ha señalado Arundhati Roy, Estados Unidos, con toda su riqueza de bombas y misiles, tiene que combatir en esta guerra con equipamiento hecho con bolsas de basura”.[4]

En el cuento de Edgar Allan Poe se advierte la pretensión de aislamiento para evitar contagios, pero el miedo genera una actitud discriminatoria. Los países han hecho lo mismo que Próspero: cerrar sus fronteras, intentando por todos los medios que el virus no los alcance, sin importar que esas medidas violenten los derechos humanos. Esta misma actitud se ha replicado en muchas ciudades: las autoridades nos conminan al confinamiento; sin embargo esto ha generado una profunda polarización y discriminación, ya que se evidenció que existen al menos dos tipos de habitantes: los que pueden guardarse en su casa sin problemas porque cuentan con la solvencia económica para hacerlo, y quienes no se pueden dar el lujo de estar encerrados, ya que no cuentan con un salario fijo, viven al día y necesitan trabajar. Para los primeros, el problema principal no es contagiarse, sino el tedio y la depresión que les genera estar confinados. Además, dentro de este grupo hay diferencias: no es lo mismo estar enclaustrado en un pequeño departamento sin espacios verdes a tener una casa con amplios jardines. El otro grupo social está más preocupado por la supervivencia diaria. Esta polarización ha generado discriminación, debido a que los que se encuentran relativamente seguros en sus casas ven como un potencial peligro a todos los que transitan y se mueven en las calles; incluso ven con desconfianza a los repartidores que les llevan comida, o a los que se encargan de los servicios básicos. Ha llegado a tal estado la paranoia que personas sumidas en una gran ignorancia y movidas sólo por un miedo irracional han agredido a personal médico por pensar que son portadores del virus. Así, vivimos una situación muy similar a la que nos narraba el periodista de El Mundo Ilustrado, cuando el tifo asolaba la ciudad de México en 1907:

Como el Satán de la aguafuerte de Rops, la epidemia pasaba sobre la ciudad sembrando los maleficios entre los surcos abiertos de las calles… se escuchaba sobre los ataúdes el martilleo del carpintero y algunas baladas alemanas, y al crepúsculo, pegados a los vidrios de los balcones se veían rostros pálidos de madonas acongojadas. La elegía desesperaba sus cabellos y las noches, cayendo sobre las tardes pálidas fingía una lluvia de ceniza y torva pertinaz.[5]




Félicien Rops, Satán esparciendo semillas, <https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6557145>.


La última analogía que señalaré entre el covid-19 y el cuento de la máscara roja es el aislamiento de la corte de Próspero con la idea, antropocéntrica y soberbia, de que la humanidad no necesita al resto de los seres vivos ni de la diversidad natural para existir. El ideal de vida civilizada es habitar en espacios artificiales, lo más alejado posible de la naturaleza y de todo ser vivo; rodeados de mascotas y plantas de plástico o con bonitos cuadros y posters de paisajes que adornan la comodidad de los hogares.

Las ideologías antropocéntricas y egoístas se gestaron desde el Renacimiento junto con el capitalismo. Se sustentan en que lo más preciado e importante en el mundo es la especie humana. Estas propuestas comenzaron a fortalecerse al amparo de las religiones cristianas, mucho tiempo atrás del período renacentista, cuando se afirmaba que el hombre había sido creado a imagen y semejanza divina y que todo lo que existía en el planeta lo puso dios a disposición de la humanidad. Durante el siglo XVIII estas ideas fueron sustituidas por el pensamiento racionalista: la razón y la ciencia sustituyeron al pensamiento religioso, pero continuó la visión antropocéntrica al pensar que sólo el humano era el único merecedor de derechos y libertades. Por supuesto, estas posturas filosóficas no se aplicaron a todos los habitantes del planeta.

René Descartes (1596-1650) es considerado como el padre del racionalismo, ya que en sus planteamientos filosóficos defendió que el pensamiento racional era la única manera de acceder al conocimiento. Propuso la duda metódica partiendo de su famosa afirmación cogito, ergo sum (pienso, luego existo). A este filósofo se debe la división del humano (único ser vivo pensante) con la naturaleza o materia (que era el objeto de estudio y por lo tanto mensurable).

Esta diferenciación, que además ponía al intelecto por encima de todo y por tanto colocaba al sujeto en un primer plano, ha ejercido una influencia importantísima en el pensamiento occidental, y sin embargo ha conducido a una devaluación y con ella a una explotación del entorno natural, a una sobrevaloración del trabajo intelectual respecto al trabajo artesanal, y finalmente también a una separación de las ciencias naturales y las ciencias filosóficas.[6]

Desde el siglo XVII el pensamiento cartesiano comenzó a ser dominante en la civilización occidental. Gracias a los avances tan prometedores que se estaban realizando en la ciencia y la tecnología en el siglo XIX, sobre todo en la física, ingeniería y medicina, la humanidad disfrutó de enormes mejoras en su calidad de vida, por lo que llegó a pensar de manera arrogante que podía controlar a la naturaleza y ponerla a su servicio. La sociedad de ese momento estaba convencida que estaba viviendo un progreso seguro y continuo y que su presente era mucho mejor que el pasado y que el futuro sería mucho más promisorio.

Un ejemplo de cómo se apreciaban los avances en la ciencia en ese momento se encuentra en una imagen que el ilustrador H. Hernández realizó en el semanario El Mundo Ilustrado para conmemorar los logros del Dr. Emilio Roux. Este eminente médico francés se hizo famoso por colaborar con Louis Pasteur para el desarrollo de la vacuna antirrábica, pero su triunfo más importante fue el descubrimiento del suero antidiftérico. Por esta investigación se hizo merecedor de la medalla de oro que le otorgó la ciudad de París el 18 de octubre de 1894.[7]

La ilustración que se muestra a continuación ejemplifica cómo la ciencia sustituyó a la religión en el pensamiento cartesiano decimonónico. Así, el Dr. Roux es representado como un santo con un resplandor alrededor de su cabeza en forma de aureola —con atributos similares a los del imaginario católico de San Jorge— enfrentando y venciendo a la tifoidea en forma de dragón y protegiendo a una madre con su niño.




Figura alegórica del Dr. Roux y su descubrimiento, El Mundo Ilustrado, 18 de agosto de 1896.


No obstante, los conflictos armados generados por las dos guerras mundiales, la desigualdad social, el deterioro ambiental propiciado por la industrialización y la explosión demográfica, y por supuesto la presencia de enfermedades y pandemias como el tifo, la tuberculosis, la viruela o la poliomielitis evidenciaron que la humanidad no tenía las respuestas ni la solución a todo.

En la década de 1970 iniciaron las primeras crisis ambientales, ya que además de la sobreexplotación de los recursos naturales el capitalismo entró a una fase de gran consumo. El uso de plásticos permitió que los objetos cotidianos se volvieran baratos, desechables y diseñados para durar poco (a esto se le conoce como la obsolescencia del producto). Todos estos factores generaron uno de los grandes problemas ecológicos que padecemos en la actualidad: la generación de una enorme cantidad de desechos industriales que se tiran de manera indiscriminada en océanos y tierra.

Por tal razón, en la década de 1980 comenzaron a discutirse los principios básicos de la modernidad, basados en la búsqueda de verdades universales y hegemónicas, así como en la confianza absoluta de la ciencia para llegar al conocimiento verdadero. También se cuestionaron las tesis cartesianas, sobre todo la postura en que los humanos somos la única especie pensante en el planeta. Actualmente existen numerosos grupos de defensa de los animales que rechazan el trato cruel que el humano da a otros seres vivos.

El gran problema que tenemos los que pertenecemos a esta generación es la arrogancia. Por eso pensamos que el deterioro y la destrucción de la naturaleza no nos afectan. La pandemia de covid-19 nos ubicó de manera radical con la realidad: el equilibrio de la vida es frágil, y si no hacemos algo por cambiar la ruta de destrucción y de indiferencia ante la naturaleza, tarde o temprano nos cobrara la factura.

Afortunadamente algo se ha estado moviendo en la humanidad en las últimas décadas. Es notorio observar cómo amplios sectores que antes se conocían como grupos minoritarios se han organizado exigiendo un trato igualitario. Asimismo, crece el repudio de amplios sectores de la población al racismo y a la inequidad; además, día con día aumenta el número de personas que consideran que todo ser vivo, además del humano, tiene inteligencia y sentimientos. Este cambio ha sido paulatino, pero constante, lo cual está permitiendo se rompan los paradigmas que se tenían con el medio ambiente.

El confinamiento al que nos llevaron las autoridades con el fin de evitar los contagios masivos por el covid-19 nos permitió observar cómo muchos animales pudieron recuperar al menos de manera momentánea sus antiguos hábitats, que habían sido invadidos por los humanos. Como con nuestra ausencia se pudieron ver especies que se consideraban en peligro de extinción. Para el humano ha sido terrible, pero para el planeta ha sido un respiro.

En estos tiempos es necesario que rechacemos el planteamiento antropocéntrico, fundamentado en que lo único digno de salvar en el planeta es a la humanidad (y no a toda por cierto, porque existe una terrible desigualdad en todos los habitantes de este planeta). Debemos estar conscientes que el ser humano no puede vivir sin las demás especies, que somos parte de la naturaleza y si no cuidamos nuestro entorno viviremos la fantasía de Próspero: seremos liberados de la plaga momentáneamente, hasta que la muerte se cuele en nuestras vidas en una fiesta de máscaras.

El peor virus que existe es el de la indiferencia a los otros humanos que sufren y a los demás seres vivos del planeta. En este sentido coincido totalmente con la filósofa Judith Butler cuando opina que la humanidad debe aprender la lección que le está dando la naturaleza, para modificar actitudes individualistas y egoístas:

de la pandemia deberá surgir un acuerdo colectivo y renovado con la igualdad social y económica. Tenemos la oportunidad de entender nuestra relación con la Tierra y con los demás de manera solidaria; vernos menos como entidades aisladas y movidas por el interés, y más como seres sujetos unos a los otros de manera compleja […]

Asimismo, cuestiono si seguiremos viviendo como si la pandemia no hubiera sucedido, contribuyendo por acción u omisión a la destrucción del planeta, o seremos capaces de crear, como personas, comunidades y naciones,compromisos de apoyo y de colaboración, priorizando la vida sobre el lucro.[8]

El mundo ha cambiado con esta pandemia. Resultaría sumamente frustrante que la humanidad no aproveche la lección del coronavirus para no modificar lo que se ha estado haciendo mal. De acuerdo con Butler, se debe luchar para que todos los habitantes del planeta tengan derecho a la salud. El SARS-CoV-2 ha resultado ser un virus que trata a cada cuál de acuerdo con el cuidado que haya dado a su propio cuerpo. Muchos gobiernos, entre ellos el de México, se han percatado gracias al coronavirus que tiene a una población profundamente afectada por enfermedades crónicas como la hipertensión, obesidad y diabetes, realidad ocasionada sobre todo por una deficiente alimentación y por una vida sedentaria. El derecho a la salud debe sobre todo enfocarse a esos dos aspectos.

También debemos mejorar nuestra empatía con las demás personas, aunque se encuentren distantes de nosotros. La pandemia nos enseñó que debido a la globalización estamos todos conectados, y lo que afecta en una región repercute en otro lado, como lo afirma la teoría del efecto mariposa del meteorólogo Edward Norton Lorenz. Según este concepto, vinculado a la teoría del caos, el aleteo de un insecto en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York.[9] Podemos decir, de la misma manera, que un estornudo ha podido soltar por todos lados una calamidad.



Fuentes consultadas

Revista El Mundo Ilustrado, 18 de agosto de 1896.
Revista El Mundo Ilustrado, 1 de enero de 1907.

Bernhard E., Bürdek, Diseño. Historia, teoría y práctica del diseño industrial, Barcelona, Gustavo Gili, 1994.

Butler, Judith, Acuerdo colectivo por la igualdad social, probabilidad de la pandemia , < https://www.gaceta.unam.mx/acuerdo-colectivo-por-la-igualdad-social-probabilidad-de-la-pandemia-judith-butler>. Consulta: 8 de junio, 2020., revisado el 8 de junio de 2020
< https://www.nationalgeographic.es/ciencia/2017/11/el-efecto-mariposa >. Consulta: 8 de junio, 2020,
< https://espanol.cdc.gov/flu/pandemic-resources/1918-pandemic-h1n1.html >. Consulta: 5 de junio, 2020.

Vulliamy, Ed, El regreso de la peste, < https://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/el-regreso-la-peste>. Consulta: 4 de junio, 2020.

< http://www.ataun.eus/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1ol/Edgar%20Allan%20Poe/La%20m%C3%A1scara%20de%20la%20muerte%20roja.pdf >. Consulta: 2 de junio, 2020.



Semblanza de la autora

Martha Eugenia Alfaro Cuevas . Licenciada en Historia, maestra y doctora en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México. Trabaja como investigadora en el Cenidiap, perteneciente al INBAL, desde el 2012. En octubre de 2018 recibió el primer lugar en Desempeño Académico de Investigación que otorga la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. Ha participado como ponente en congresos, coloquios y conferencias relacionadas en historia del arte y del diseño. Autora de varios artículos sobre la historia del diseño industrial y gráfico de México.



Recibido: 17 de agosto de 2020.
Aceptado: 25 de noviembre de 2020.

Palabras clave
covid-19, Edgar Allan Poe, La máscara de la muerte, pandemias, aislamiento.

Keywords
COVID-19, city, Edgar Allan Poe, The Masque of the Death, pandemics, isolation.

 

[1] El Mundo Ilustrado , 1 de enero de 1907. Si el lector busca la referencia de esta nota en la Hemeroteca Nacional Digital de México (HNDM), custodiada por la UNAM, no la va a encontrar debido a que muchas de las revistas disponibles carecen de algunas páginas de anuncios, lo que hace que se pierda información valiosa. Si se quiere ver esta nota, es necesario consultar la revista en físico.

[4] Ed Vulliamy, El regreso de la peste,
< https://www.letraslibres.com/
espana-mexico/revista/el-regreso-la-peste
>.
Consulta: 4 de junio, 2020.

[5] El Mundo Ilustrado , op. cit.

[6] Bernhard E. Bürdek, Diseño. Historia, teoría y práctica del diseño industrial, Barcelona, Gustavo Gili, 1994, p. 126.

[7] El Mundo Ilustrado , 18 de agosto de 1896.

[8] Judith Butler, Acuerdo colectivo por la igualdad social, probabilidad de la pandemia ,
< https://www.gaceta.unam.mx/
acuerdo-colectivo-por-la-igualdad-social-probabilidad-de-la-pandemia-judith-butler>.
Consulta: 8 de junio, 2020.