JULIO
DICIEMBRE
2019
Love from afar... Of urban art and dystopias
Resumen
Este ensayo aborda la necesidad de problematizar el arte urbano contemporáneo en función de los procesos de espacialización del Capital, primer paso hacia una crítica materialista e histórica de las ideologías artísticas que bloquean la elaboración de estrategias efectivas que articulen y fusionen de manera radical a la praxis estética con los movimientos políticos anticapitalistas, a partir del reconocimiento del primado de la lucha de clases en las sensaciones, las percepciones, los sentimientos, la imaginación y las ideas en la ciudad estética.
Abstract
This essay tackles the need to problematize contemporary urban art with regard to the process of the spacialization of Capital, as a first step toward a materialist and historical critique of artistic ideologies which block the elaboration of effective strategies to radically join together and fuse aesthetic praxis and anti capitalist political movements, grounded on the acknowledgement of the primacy of class struggle on sensations, perceptions, feelings, imagi-nation and ideas in the aesthetic city.
Alfredo Gurza
INVESTIGADOR DEL CENIDIAP
alfredogurza@hotmail.com
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No hay ríos sin orillas. Los cauces precisan de los márgenes,
se los procuran diligentes, sin perder nunca el temor de que algún
día se resuelvan, insumisos, a trazar otra geografía.
Desde la gobernanza de la ciudad capitalista, mediada por expertos y gestores, políticos rapaces y especuladores, asociaciones civiles y organismos no gubernamentales que operan como aparatos paraestatales, se vehicula la ideología del asistencialismo, la filantropía y el populismo clientelar, junto con su contraparte necesaria: el branding mercadológico de la urbe como “ciudad creativa”, “ciudad de todos”, “ciudad de clase mundial”, “ciudad competitiva”, “ciudad red”, etcétera.
Megaproyectos comerciales y residenciales, el afán de iconizar el paisaje urbano a través de obras espectaculares para hacerlo reconocible a escala internacional, la disposición de la infraestructura, los bienes y los servicios conforme a los requerimientos de los inversionistas que se intenta atraer, la creación de un “entorno amigable para los negocios”, representan la visibilidad sesgada de la modernidad, asimilada como sentido común incontestable, estética gratificante, proceso ineludible, deber de civilidad y cornucopia.
La gentrificación, palabra horrenda que, como tantas que acompañan a la barbarie neoliberal, es por sí misma una declaración de guerra contra la lengua, la historia y el pensamiento crítico, designa malabares del sentido indispensables para concitar la aquiescencia a la ley del valor, una suerte de fe de erratas al revés: donde debe decir despojo, segregación, apartheid, valorización de la renta del suelo, léase renovación, comunidad creativa, calidad de vida, preservación (pos)modernizante.
Es la ciudad máquina teorizada en el siglo pasado por ideólogos de la arquitectura empeñados en hacer más eficientes los procesos mediante los cuales la ley del valor se espacializa, insertando a la ciudad como momento del proceso productivo, en versión actualizada para que se avenga con las “nuevas tendencias”, tales como el trabajo desvalorizado y la financiarización.
La ciudad se fragmenta y se descentra, los espacios de proximidad se angostan, configurando una totalidad esquizoide, inasible, en la que sin embargo los procesos productivos siguen su marcha ahondando la desigualdad y alzando diques para impedir la confluencia de lo heterogéneo. La desterritorialización vacía de sentido propiamente político a la vida cotidiana, la segmenta y la desliga.
La identidad urbana, el sentido de pertenencia, se reduce a rituales de una universalidad abstracta que desarman y embrutecen, en tanto que el secesionismo de los imaginarios identitarios detona una miríada de tribus ensimismadas, con tendencia a la mera supervivencia unicelular en un orden post-político.
Organizar los espacios y los tiempos de la ciudad —ciudad global en proceso contradictorio y complejo de integración necesariamente desigual— implica asimismo coreografiar los procesos de subjetivación, en puestas en escena del consumo que regulan el ocio y el trabajo, el gozo y el dolor, el privilegio y la exclusión, con los decorados a la moda de la comunidad, la participación, la representatividad, el emprendimiento y la libre elección.
Eulalia Gurza González, sin título,
2019, acuarela sobre libro de texto.
Afectar la dimensión estética, disponerla para la subjetivación capitalista con sus jerarquías y sus estancos, es imprescindible para garantizar las condiciones que perpetúan al sistema. Digamos, asumiendo los límites de la fórmula, que las ideologías son la savia de las prácticas y que éstas las exudan; así evitamos caer en la superstición de creer en cábalas y conspiraciones de titiriteros que mueven nuestros hilos y nos obran.
La acumulación del capital requiere sisar humanidad a cada trecho, ir apartando los sobrantes para reposición y construir un complejo imaginario a guisa de manto de invisibilidad para que la pesadilla aparezca como sueño pautado por la voluntad desprejuiciada y la más pura razón.
Las artes tienen en todo esto un papel fundamental, porque operan sobre la masa estética para elaborar subjetividad, es decir, para contribuir a producir sujetos (seres humanos que perciben, sienten, imaginan, piensan y actúan de maneras históricamente precisadas) sujetados dentro de confines concretos que hacen posible el juego especular de reconocer y saberse reconocidos, de legitimar y legitimarse.
Cómo sumarse a los esfuerzos por saltarse las trancas ideológicas en la dimensión estética es el gran problema histórico de las artes. El trayecto de las vanguardias artísticas, su despeñarse en la mera desconstrucción de la sintaxis, condujo a sus prácticas a una disyuntiva ingrata por la incapacidad de los productores de imaginar un más allá de la artisticidad burguesa y sus instituciones: “De Stjil y aun en mayor medida Dadá descubrieron que había dos caminos para el suicidio del arte: su inmersión silenciosa en las estructuras de la ciudad mediante la idealización de sus contradicciones, o la violenta inserción de lo irracional —idealizado y extraído también de la ciudad— en las estructuras de la comunicación artística”.[1]
Carentes de una médula anticapitalista radical, las experimentaciones artísticas se reducen a la estetización de las contradicciones por vías tales como la evasión formalista, el juego de ingenio conceptual o el arrebato absurdista de la pornografía de la miseria y la violencia.
Se fetichiza la voluntad creativa y la potencia de la imaginación al tiempo que se preconiza lo antirracional como passio de lo puro, lo genuino y lo fugaz. Genio, inspiración, obra, factura, continúan apuntalando —aun como atrezo declaradamente irónico— el reparto desigual de lo sensible.
Arquitectura de autor, estatuaria pública desenraizada, pintura de corporativo, murales cosméticos, cine y gráfica kitsch, prácticas performáticas que no transgreden ni subvierten nada sustancial, regodeos burdos o exquisitos cuya única virtud es anestésica: prácticas artísticas sujetas a la lógica del Capital, algunas con solícita obsecuencia, otras creyéndose insurrectas.
Todas abonan a la organización estética de los espacios y los tiempos de la ciudad, a esa paideia del Capital que nos forma en los usos correctos de la polis, en la urbanidad sumisa y reproductora del orden establecido, cuyos símbolos nos salen al paso en cada esquina. Todas ellas guardan así un referente común en sus entrañas: “De este modo la estilización petrifica a los señores del terror en monumentos que sobreviven —bloques de memoria que no deben sumirse en el olvido”.[2]
El espectro gramatical ronda las ciudades devastadas que reinventa el Capital siempre con merma. A su paso se animan las piedras, vibra el acero, cruje el cristal. Ruge de añoranza, bestia sentimental, por la carne, los huesos y los nervios que indiferentes le arrancamos en las horas muertas del fastidio.
En su Informe de Riesgos de 2012, el Foro Económico Mundial dedicó un apartado a lo que sus expertos decidieron llamar en vena poética “las semillas de la distopía”. La tragedia de la migración masiva y la obscena desigualdad en la apropiación privada de la riqueza social, cuya dialéctica moldea brutalmente la cotidianeidad urbana, aparecen ahí como amenazas que se yerguen contra los “beneficios” de la globalización, desafortunadas consecuencias del desencuentro entre la buena voluntad y la mezquina realidad: “La palabra ‘distopía’ describe lo que ocurre cuando los intentos por construir un mundo mejor salen mal de manera involuntaria”.[3]
Reza entonces la leyenda que la dinámica virtuosa de la ley del valor mundializada se ve entorpecida por la irracionalidad de los beneficiarios “a la larga” de las bondades del sistema, quienes se empeñan en abrigar “expectativas impacientes” de una bonanza que nunca acaba de llegar precisamente porque ellos mismos no se avían de las habilidades necesarias para “adaptarse a las nuevas realidades”. Se jugó bien, pero el rival cuenta también.
Naturalmente, esto sólo puede conducirlos al cenagal de las “esperanzas menguantes” y la “desilusión”, en cuyas miasmas se entrevé el monstruo distópico que devela a los expertos que se dan cita año con año en Davos: la desconexión. “En consecuencia, un círculo vicioso podría manifestarse: a medida que los tiempos difíciles alimentan la desilusión, las poblaciones podrían sustraerse de la conectividad global, lo cual limitaría a su vez la capacidad de impedir un potencial descenso a la distopía”.[4]
También las palabras son subsumidas por el Capital, apartadas del sentido que la historia aporta a cada una y que las configura como el léxico metabólico de los seres humanos y la naturaleza, cristalizaciones de los flujos sensoriales, afectivos y simbólicos con que habríamos de impulsar la reproducción ampliada de nuestra humanización.
De modo que se nos plantea el imperativo categórico de figurar la distopía, sus condiciones de emergencia y sus potencialidades, toda vez que para los amos la utopía no es sino la expansión indefinida de la acumulación del capital, desembarazada del enfadoso lastre de las necesidades, los anhelos y las esperanzas de la legión común de los mortales.
En esta galería de espejos, propiciar la distopía/utopía de la desconexión para generarnos otras relaciones sociales, otros órdenes productivos, otros modos de ser en común, supone un esfuerzo titánico por reventar el mosaico de distopías realmente existentes que conforman el día con día de la acumulación a escala mundial. Reconstruir el “frente de las artes” no sería tarea menor, de ningún modo, en semejante estrategia libertaria.
En estado de quiescencia yacen las crisálidas, dándose formas inéditas en sus usinas del afecto. Madura su hora y estallan improvisas en vendaval de cartílagos alados, carnaval abigarrado en contradanza que va tatuando de vida nueva, buena y bella la piel de la ciudad.
En la ciudad capitalista la gente resiste, se ama, se rebela, rasga aquí y allá la malla insidiosa de las relaciones sociales marcadas por la forma del valor; sin embargo, esta misma la sutura sin cesar, borrando la inscripción insurgente en el proceso de subsunción de todas las prácticas sociales, banalizando los deseos surgidos en el instante prodigioso en el que nos anima la absoluta intolerancia a la desigualdad.
La heterogeneidad de los movimientos urbanos, su carácter efímero y restringido a causas particulares específicas, y su recurso, asimismo, a consignas generales contra enemigos abstractos, son algunos de los rasgos de esa rebeldía callejera que en estos cuarenta años de asalto neoliberal se ha mostrado incapaz de entender con quién se las ve e imaginar maneras de superar el ocasionalismo, la miopía identitaria y la cursilería voluntarista.
Al fetichizar el espacio público, las prácticas artísticas urbanas no advierten que se constituye en el acto mismo de apropiárselo, con imaginación geográfica colectiva, como el campo de posibles relaciones sociales otras, donde los desautorizados, los ilegitimados, los de recambio, se plantan, cobran forma y se dan nombre y cuerpo sin hipostasiar la diferencia ni aplanarla. Esto exige asumir en toda la riqueza de sus determinaciones el problema de la lucha de clases en la ciudad estética: “La calle, ese personaje anónimo y tentacular que la torre de marfil y sus macilentos hierofantes ignoran y desdeñan. La calle, o sea, el vulgo; o sea, la muchedumbre. La calle, cauce proceloso de la vida, del dolor, del placer, del bien y del mal”.[5]
Ejercer el derecho a la ciudad, recuperar y reinventar no sólo los espacios y los tiempos sino sus articulaciones opuestas al orden instituido, ha sido hasta ahora poco más que sucesión carnavalesca y trágica de brotes aislados, irrupciones desperdigadas, flores de un día. El arte político urbano, desde abajo y a la izquierda, da testimonio de este eterno retorno de lo trunco, de lo que se atisba sin asirlo, de lo ya-posible irrealizado. Antimonumentos, gráfica monumental, calcomanías rebeldes, danza-resistencia, murales colectivos militantes, son vehículos dialéctico-subversivos que operan la significación libertaria, pero la iteración de los dominios podría hacernos pensar que todo esto no es sino amor frustrado, distante de lo real, y que hay que ir desechando el optimismo del futuro anterior y lamentar amargamente que no exista el hubiera.
Gente común desheredada, desplazada, invisibilizada en su particularidad concreta, en su historia, su memoria y su esperanza, constituye los márgenes que el cauce de la acumulación capitalista requiere y se genera. No hay nadie afuera y eso es lo terrible. El estado de excepción no significa ser eximido de la ley del valor, sino ser reubicado en un no-lugar preciso de su espacialización biopolítica, que es decir estética.
Sin embargo, no hay tampoco, y esto es fundamental, órdenes de dominación absolutamente inescapables. Constreñidos como estamos, podemos ser muros que ambicionan ser membranas. De los mil aconteceres cotidianos de rebeldía y subversión se va tejiendo una estética política de liberación; ahí donde el afanoso viaje a la raíz descubre lo universal humano y lo alza contra todo lo que segrega, denigra y dispersa. Saberes, voluntad e imaginación volcados a la amorosa labor de estar ahí, juntos, sin separación, contra la distancia que envilece, para organizar la vida buena, bella y libre.
No hacer, pudiendo, es pecado capital irremisible.
Amor de lejos… , sentencia la sabiduría popular.
Referencias bibliográficas
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Pérez-López, Ruth, “Producción de la ciudad en tiempos de globalización.Impactos socio-territoriales de los megaproyectos”, Bitácora Urbano Territorial, núm. 29 (1), pp. 13-22, <https://doi.org/10.15446/bitacora.v29n1.66482>. Consulta: 2 de abril, 2019.
Pradilla Cobos, Emilio, “Las transformaciones de los conflictos y los movimientos sociales en las ciudades latinoamericanas”, <http://www.emiliopradillacobos.com/articulos/2016-Las-transformaciones-de-los-conflictos-y-movimientos-sociales-en-las-ciudades-latinoamericanas.pdf>. Consulta: 12 de marzo, 2019.
__________, “Mitos y realidades de los llamados movimientos sociales urbanos”,
<http://www.emiliopradillacobos.com/TexABR2011/mitos%20y%20realidad%20de%20los%20llamados%20movimientos%20urbanos.PDF>. Consulta: 2 de abril, 2019.
Sennett, Richard, “The Open City”, <www.richardsennett.com/site/senn/UploadedResources/The%20Open%20City.pdf>. Consulta: 13 de abril, 2019.
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Revista electrónica Discurso Visual del Cenidiap:
Discurso Visual , núm. 33, El horror y lo grotesco en la crisis, editor huésped: Alberto Híjar Serrano, <http://www.discursovisual.net/dvweb33>. Consulta: 30 de marzo, 2019.
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Discurso Visual , núm. 43, 43 Ayotzinapa, un grito colectivo: comunicar, narrar, significar, editora huésped: Cristina Híjar González, <http://www.discursovisual.net/dvweb43>. Consulta: 30 de marzo, 2019.
Semblanza del autor
Alfredo Gurza . Filósofo egresado de la UNAM. Investigador del Cenidiap, donde funge además como coordinador de Investigación.
Recibido: 26 de abril de 2019.
Aceptado: 22 de mayo de 2019.
Palabras clave
Capital, arte, urbano, dimensión estética.
Keywords
Capital, art, urban, aesthetic dimension.
[1] Manfredo Tafuri,
“Toward a Critique of Architectural Ideology”, <https://monoskop.org
/File:Tafuri_Manfredo_1969_1998_Toward_a_
Critique_of_Architectural_Ideology.pdf>. Consulta: 2 de
abril, 2019.
[2] Herbert Marcuse, La
dimensión estética, p. 107, <https://monoskop.org/images
/9/95/Marcuse_Herbert_La_dimension_estetica_
Critica_de_la_ortodoxia_marxista.pdf>. Consulta: 28 de
marzo, 2019.
[3] World Economic Forum, Global Risks Report 2012, Section 2, Case 1, pp. 16-19, <http://reports.weforum.org/global-risks-2012>. Consulta: 22 de abril, 2019.
[4] Idem.
[5] José Carlos Mariátegui, “La
torre de marfil”, en El artista y la época, <https://www.marxists.org
/espanol/mariateg/oc/el_artista_y_la_epoca
/paginas/la%20torre%20de%20marfil.htm>. Consulta: 16 de
abril, 2019..