JULIO
DICIEMBRE
2018
Julia Antivilo • EDITORa HUÉSPED |
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Desde las visualidades de las desobediencias creativas feministas convocamos a un nuevo número de la revista Discurso Visual bajo el título “Políticas de la autorrepresentación en las visualidades artivistas feministas y de la disidencia sexual latinoamericana”. El propósito fue abordar estas prácticas artísticas directamente relacionadas con sus activismos cuestionadores del campo del arte y la cultura patriarcal. Nos interesaban las pedagogías visuales y las transdisciplinas desde donde se crean políticas estéticas y se encarnan cuerpos desobedientes y creativos.
El llamado fue desde los andamiajes teóricos y prácticos de los estudios feministas, los de la disidencia sexual o los estudios culturales, especialmente desde la cultura visual en la escena latinoamericana. Desde ahí invitamos a artivistas, historiadorxs y/o teóricxs a pensar, pensarse y pensarnos en la tarea de seguir abriendo surcos en este campo de creación y acción artística, a través de ensayos sobre obras en sus contextos, trabajo con archivos, curadurías y diferentes experiencias de prácticas artivistas que dieran sustancia a esta entrega dedicada a campos que casi no han estado presentes en las narrativas del arte. Para nuestra sorpresa llegaron numerosos aportes de varios lugares del mundo que oyeron nuestro llamado.
A lo largo de mis años de investigación y acción dentro del campo del arte feminista he constatado la estrecha relación entre el arte activista que se abandera desde los feminismos y el de la disidencia sexual. Por ello, resulta inseparable el análisis de la reciprocidad política que encarnan estos campos de investigación y creación artística. Sentamos así una reflexión de porqué se hace necesario pensar el campo del arte feminista y la disidencia sexual desde los feminismos que ampara su posicionamiento crítico en el arte contemporáneo.
Campo y pensamiento crítico
Plantear un número de Discurso Visual desde los campos de acción, creación y pensamiento crítico es un ejercicio epistemológico feminista para ampliar el análisis con el fin de visualizar la histórica y creciente producción del arte feminista y de la disidencia sexual en la región. Aquí podemos ver vínculos con investigadorxs, historiadorxs, teóricxs, curadorxs y artistas feministas latinoamericanas y de otras latitudes, con quienes nos hemos relacionado, leído, estudiado y guiado desde muchos años ya.
Consideramos que la producción cultural y las prácticas de las artistas visuales feministas y de la disidencia sexual son todavía un campo fértil que estimula a ser desentrañado y que nos espera en los archivos privados, desde literatura creciente y exposiciones, y también desde las páginas web y blogs de lxs mismxs artistas, entre otras fuentes como la experiencia propia.
¿Para qué y por qué invitar a perfilar bases para un campo? Constituirse como una autoridad epistémica tiene que ver con la afirmación de nuestra propia concepción del mundo y también, con el establecimiento de una comunidad de conocimiento en esa percepción. Tenemos la posibilidad de dar una contrateoría o respuesta a la visión patriarcal que anida en lo académico y discutir a la par con quienes sustentan la discriminación hacia las mujeres y la disidencia sexual. Acción que podemos realizar porque hemos adquirido autoridad en nuestras disciplinas que nos permite contrastar posiciones en la interpretación de algún fenómeno. Esta autoridad no es tan sólo individual, es construida colectivamente y no sólo con feministas académicas, sino que también con aquellxs que aportan nuevas visiones y las hacen valer. Por todo lo anterior, una autoridad epistémica[1] feminista tiene la capacidad de hacer valer nuestras percepciones del mundo.
El feminismo ha sido responsable de un importante quiebre epistemológico al cuestionar desde todos los campos la pseudo objetividad y universalidad del conocimiento. El ser feminista se plantea como una forma de ver, analizar y actuar contra las relaciones de poder que históricamente han perpetuado la discriminación hacia la mitad de la humanidad, las mujeres, y a otros sujetos sociales como incluir a niñas y niños, clases populares, pueblos originarios, disidencias sexuales, etcétera. Por ello, son múltiples las posibilidades desde donde podemos hacer y promover el feminismo como un modo de pensamiento y acción.
A partir de la teoría feminista, el qué, porqué y para qué en la constitución de un campo intelectual que versa sobre la relación arte, feminismo y disidencia sexual, radica en la necesidad de delimitar un espacio que permita la ampliación y profundización de un trabajo avanzado en un área de creciente interés. Esto propone reparar la situación de omisión sobre el papel de artistas políticxs que desde el género y el sexo hacen trinchera en la historia del arte latinoamericano. También se contribuye a la formación de un terreno que producirá sus propias lógicas y categorías para el entendimiento y la visibilización de este objeto cultural.
La tarea de definirlo como un campo intelectual nos obliga a problematizar de manera constante, pues la generación de saberes es un continuo que varía según los contextos históricos. Sin embargo, se mantienen especificidades en común que finalmente hacen determinable y reconocible un posible campo como algo más que un fenómeno; es decir, en nuestro caso particular, como un campo de creación de visualidades y significantes que promueven un cambio cultural, en el cual el cuerpo, el género y el sexo son principalmente los sujetos/objetos de transformación, y además herramientas/medios pedagógicos performativos. Para el caso del arte feminista latinoamericano, este objetivo de constitución de campo no sólo incide en la promoción de un saber, sino que también implica una acción de transformación social y política. Estos campos en expansión aportan a la consolidación de una episteme feminista basada en la propiedad del conocimiento sobre los cuerpos que somos, tenemos y podemos gobernar nosotrxs mismxs. Armar un campo intelectual para impulsar un conocimiento es, sin duda, una acción compleja que sobrepasa la edición de una revista temática, pero sin duda suma y sigue.
Con todo, nos interesa fortalecer campos intelectuales autónomos que permitan generar nuevos bienes simbólicos para una comprensión de los contextos de producción de lxs artistas feministas y de la disidencia sexual, lo que en sí es un aporte. En tanto campo intelectual —como producción de artistas y como elaboración crítica— contribuyen a un andamiaje cultural y político al rescatar las producciones de creadorxs visuales en América Latina. Con ello, colabora al término de la invisibilización de la producción de las visualidades feministas y de la disidencia sexual en las narrativas del arte.
El sistema de reglas que nos rige legitima la opresión; ante esta certeza, cabe cuestionamos si querer su legitimidad no sería ayudar a reproducir ese sistema. Por ello, planteamos que la única legitimidad a la que podrían aspirar los feminismos desde el arte es la formación de campos que sean estructuralmente contraculturales, transdisciplinarios; que se revisen constantemente para no caer en la cooptación, porque vemos que el sistema patriarcal en alianza con el capitalismo son intrínsecamente cooptativos. Hasta ahora, tanto el artivismo feminista y el de la disidencia sexual se han definido desde su práctica para funcionar como expresiones de un arte político sin escuela pero con principios de desobediencia organizada.
En la relación saber-poder,[2] un campo intelectual propio facilita a lxs pensadorxs y creadorxs un posibilidad de visibilización, de toma de palabra, de organizar y de intervenir en lo que nos afecta. Un campo es un espacio de poder, de fuerzas, que conjuga una interacción entre los ámbitos culturales y los poderes sociales. Un campo también es un lugar de conflicto; un campo de batalla. El del arte feminista y de la disidencia sexual reclama una ampliación del terreno del arte político para aportar bienes simbólicos inéditos, como lo ha sido, por ejemplo, la autorrepresentación de las mujeres que se pone en tensión con la hegemonía de la representación masculina respecto de ellas mismas.
La estructura del campo intelectual en su conjunto debería permitir hacer la cisura necesaria para dar cuenta de la autonomía de éste, con el fin de releer, reflexionar e interpretar con lógicas propias los acontecimientos de política interna o internacional en la producción de las imágenes simbólicas que entregan lxs artistas feministas y de la disidencia sexual.
Definimos el campo del arte, desde lo político-estético y no por la visión que lo especula como un bien económico. Consideramos la obra o acción artivista como un bien simbólico de una sociedad en un momento dado y si es que tiene un compromiso social y cultural. La crítica e historia del arte feminista y la práctica del arte feminista rechaza toda valoración y criterios estéticos burgueses del arte hegemónico.
Lxs artistas visuales feministas y de la disidencia sexual surgieron en un contexto en el cual el campo del arte era un espacio que reivindicaba una práctica implicada con los cambios sociales. En ese escenario, la vanguardia artística y política, comprometida especialmente con la izquierda latinoamericana, promovía el llamado hombre nuevo que haría la revolución socialista, en la que no cabían feministas, homosexuales, ni lesbianas, y menos transexuales. Las feministas y lxs disidentes sexuales vinculadas a la izquierda y/o al movimiento estudiantilvieron que el patriarcado quedaba intacto en el paradigma del hombre nuevo, resumido en esa frase determinante. Varias artistas feministas fueron descolgadas o expulsadas de esos grupos de la vanguardia artística, política y social.
Toda práctica contrahegemónica, crítica y desestabilizadora del campo del arte y de la cultura cuestiona al arte alejado de los problemas sociales y como producto de genios individuales (generalmente varones blancos, heterosexuales y de clase media), cuestionando categóricamente el discurso que ostente decirse neutro y apolítico.
Lxs artistxs han debido buscar diversas estrategias desde la exclusión, entendida como un panorama de resistencia. Es decir, desde otro lado del poder con poder, específicamente, de tejer lazos entre la praxis y teoría feminista que permita configurar una ética-estética sólida. No les interesa dar concesiones dentro de sus propuestas con el fin de recibir reconocimientos o financiamientos o hacer obras a pedido.
En la actualidad la producción intelectual feminista en el arte posee una frágil pero importante presencia en la academia; la encontramos casi de manera exclusiva en programas de estudios de género y feministas que hoy florecen en América Latina, situación aún más perceptible en disciplinas tales como la historia y crítica del arte. Pensamos que esta situación se debe a dos razones. La primera es el patente androcentrismo de la historia del arte en la región. La mayoría de los discursos historiográficos omiten la producción cultural feminista y disidente sexual, además, están poblados de usos simbólicos del arte, que consolidan y legitiman la opresión sexual a través de la mirada hegemónica. La segunda descansa en la falta de más investigadorxs que definan claramente un campo que busque en las condiciones de producción del arte, tanto sociales como personales, para visibilizar los significados de las obras de estas producciones culturales.
En síntesis, vemos que los cánones con que se ha analizado a la producción artística son patriarcales. Esto no significa que a partir de la década de 1970 y hasta hoy no existiesen artistas que hayan producido visualidades diferentes a las hegemónicas y que no politizaran su creación desde los feminismos latinoamericanos.
Hoy en día en varios museos y centros de arte de Europa, Canadá y Estados Unidos, principalmente, en sus colecciones y exposiciones se ha dado una mayor visibilidad a la creación de muchxs artistas feministas y de la disidencia sexual. Situación que se va dando de a poco, en todos estos años de deuda con tantas artistas en América Latina, que van zanjando en parte la brecha existente en los medios expositivos, archivísticos o de literatura al respecto de ambos campos de creación artística.
Así vamos viendo algunos avances importantes en México, como las exposiciones retrospectivas de Mónica Mayer en el MUAC, Carla Rippey en el Museo Carrillo Gil o la muestra de Magali Lara en el Museo Universitario del Chopo. Asimismo, pero desde el Norte, se inauguró en septiembre de 2017 en el Museo Hammer de Los Ángeles la muestra de arte feminista latinoamericano Radical Women, que también se presentó en Nueva York (2018) en el Museo de Brooklyn y prontamente en la Pinacoteca de São Paulo. Por su parte, exposiciones como Arder sobre la obra de Pedro Lemebel (Galería D21, Museo de la Memoria, Santiago de Chile, 2016), Archivos desclosetados: espectros y poderes disidentes (Museo del Chopo, Ciudad de México, 2015), Multitud Marica. Activaciones de archivos sexo-disidentes en América Latina (Museo de la Solidaridad Salvador Allende, Santiago de Chile, 2017), Femeninas* y al revés que curó Lía García en el espacio Jauría Transs (Centro Cultural Border, Ciudad de México, 2018), entre otras muchas, van zanjando en parte la brecha existente en las exposiciones sobre la temática feminista de la disidencia sexual en la región.
Pese a lo anterior, considero que no basta con añadir nombres de artistas feministas o de la disidencia social a la historia del arte, pues no asegura un cambio de paradigma en la mirada, en las formas de coleccionar, de hacer curadurías o de construir la historia, ni menos incidir en los cambios sociales. El arte feminista y la disidencia sexual en América Latina es una iniciativa que recién se emplaza con aportes significativos, principalmente desde México, Argentina, Chile, Venezuela, Colombia, Costa Rica, Brasil y Bolivia.
En síntesis, y para finalizar, insistir en que debemos trabajar en la consolidación de un campo de conocimiento que nos permita una mirada regional real para la revisión y análisis de la producción política estética de lxs artistas y activistas feministas y de la disidencia sexual, que han aportado una aproximación crítica en los diferentes contextos culturales en que se desenvuelven sus obras desde hace más de cuatro décadas. Es una práctica que crece día a día con muchas experiencias, preguntas, acciones, estrategias y numerosas formas de “ponerle el cuerpo” al patriarcado, como lo podemos ver en esta nueva edición de Discurso Visual.
[1] Definición entregada por Diana Maffía en la conferencia “Los aportes del feminismo al conocimiento y a la política” presentada en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, Ciudad de México, 8 de febrero de 2012.
[2] En Michel Foucault, Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.