JULIO
DICIEMBRE
2018
Looking closely our Ageing
Resumen
La revista feminista mexicana en línea Hysteria! publicó durante los primeros meses de 2018 el número 25 dedicado al tema del envejecimiento. Usualmente edita dos emisiones mensuales por número y se temía que, dado que el envejecer es algo que tiende a negarse, se tuviera poca respuesta a la convocatoria. Por el contrario, la cantidad de colaboraciones enviadas provocó que se sumara una emisión extraordinaria. Esto indica la necesidad de reflexión sobre el envejecimiento en el contexto latinoamericano y de tratarlo desde las perspectivas de una creciente población que llega a la etapa en que la vejez es algo importante a considerar. Aunque la revista contiene aportaciones provenientes de varias partes del mundo, en este texto se revisa la manera en que la vejez se abordó desde las visiones de mujeres y hombres en América Latina.
Abstract
In the first months of 2018, the Mexican feminist online magazine Hysteria! published its 25th issue, dedicated to exploring the process of ageing. Each number usually appears in two monthly editions, and since ageing tends to be negated, we feared there would be just a few collaborations. Instead, the large number of submissions made for an extraordinary issue. This highlights the growing need to think about ageing in our Latin American context from the perspective of an increasing population reaching the stage where ageing becomes an important matter to ponder upon. The Hysteria! issue contains collaborations from different parts of the globe, but in the present article the focus is placed on the different ways old age is seen by women and men from Latin America, both textually and visually.
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Elizabeth Ross
artista y curadora
independiente
webmatrixl@elizabethrossmx.com
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El arte de la vejez es arreglárselas para acabar
como los grandes ríos, serena, sabiamente, en un estuario que se
dilata y donde las aguas dulces empiezan a sentir la sal y las
saladas, un poco de dulzura. Y cuando te das cuenta ya no eres río
sino océano. Eso es lo que pretendo.
José Luis Sampedro
El arte es garantía de salud mental.
Louise Bourgeois
Desde algunos años han aparecido en los medios y las redes sociales
mujeres de hermoso cabello blanco que muestran una imagen que rompe
con el estereotipo de lo que es una mujer vieja: resignación, grisura,
tristeza. Iris Apfel, Carmen Dell'Orefice, Sarah-Jane Adams, Magda
Llohis, Jean Woods y un grupo creciente de sexalescentes
(como se dio por llamar a quienes no se amoldan al estigma de la edad
sino que utilizando su tiempo y experiencia se dedican a disfrutarlos)
irrumpieron en la escena con su estilo lleno de color, grandes joyas
de bisutería, sombreros y diseños que bien podrían haber salido de las
manos de Sophie Tauber-Arp[1]
para el Cabaret Voltaire. Con más de 60 años de edad pero una
energía que no mengua con los cumpleaños, estas mujeres y varios de
sus compañeros se han empeñado en vivir la vejez de manera activa, fashionista,
provocativa, haciéndose notar con un estilo ecléctico y extravagante,
pero siempre atractivo y alegre. Un estilo que requiere no sólo de la
voluntad de ir más allá del bien y del mal de los estereotipos, sino
de recursos económicos y de mucha imaginación. Cabe anotar que todas
ellas provienen de países europeos, Australia o, específicamente,
Nueva York.
Este movimiento también dio lugar al Ageing Pride, Orgullo por Envejecer, y a las denuncias por discriminación por edad, o Ageism. Es claro que la población urbana que ahora envejece es mayoritaria, proviene de medios ilustrados, y vivió las décadas de 1960 y 1970 en su primera adolescencia, con toda la carga cultural de ruptura y movimientos libertarios en Occidente, o es heredera de ellos. También el mejoramiento de la calidad de vida debido no sólo a los avances médicos sino a las medicinas y disciplinas alternativas que permiten alargar la vida activa, hace que envejecer en el siglo XXI sea algo inédito en la historia humana.
También en las redes sociales podemos ver hombres y mujeres de edades límite, noventa o cien años, realizando disciplinas físicas como la danza, la gimnasia o las artes marciales y demostrar que su práctica continua mantiene el cuerpo elástico y sano y conjura el deterioro de la mente. La posibilidad de enterarse de la existencia de estas personas alrededor del mundo nos enfrenta a nuestra propia realidad, de manera que, infaliblemente, debemos cuestionarnos cómo será nuestra propia vejez; cómo la construiremos o cómo ya la estamos viviendo aquí, en México, en América Latina.
En el terreno del arte, en noviembre de 2017 se inauguró en el Museo Belvedere de Viena la hasta ahora única muestra enfocada en el tema, la colectiva Aging Pride, curada por Sabine Fellner con una gran cantidad de artistas pertenecientes a la colección del museo como Schiele, Picasso, Kokoshka o Klimt, y creadores vivos como Martha Wilson, Evelin Stermitz, Ron Mueck, Annie Leibovitz o Shirin Neshat. Según palabras de la curadora, con esta exposición “se demuestra cómo los artistas han logrado percibir de maneras diferentes las posibilidades y limitaciones de la edad mientras trascienden la exaltación y el pesimismo. En las obras presentadas, los artistas ilustran cómo la vejez en todas sus facetas puede integrarse de forma inteligente en nuestras vidas”.[2]
Como creadora llevo varios años tratando el tema de la vejez porque es el territorio que ahora transito, y porque estoy determinada a que la ausencia de la mujer que envejece se convierta en presencia, no sólo en el terreno del arte sino en el del feminismo mismo, en la academia, y claro, en la conciencia de la gente de todas las edades.
Dentro de mi proyecto Transvase Territorial,[3] que aborda el devenir de las mujeres a través de los distintos territorios vitales, entrevisté a varias artistas y mujeres relacionadas con el mundo del arte y la cultura sobre el tema: Miriam Kaiser, Eli Bartra, Lucero González, Mónica Mayer y Maris Bustamante son algunas que respondieron a mis preguntas sobre cómo vivían el proceso de envejecer. Fragmentos de estas entrevistas se publicaron como breves videos, y existe el proyecto de realizar un libro que documente la posición de una generación de mujeres que inciden de manera importante en la cultura mexicana.
Otra línea de mi trabajo sobre la vejez es fotográfica. En mi interés por ver a las otras, voy retratando mujeres provenientes de diversas culturas y sus maneras de relacionarse con su cuerpo y su estar en el mundo. Estas imágenes pueden ser posadas o capturadas en la calle y muestran la relación entre los cuerpos viejos, la conciencia de ellos y la sociedad que los aloja.
En lo personal, entre otras cosas realicé un híbrido entre cómic y fotonovela junto con mi hijo Alonso Ross (que se dedica al cómic) que denominé Atadura de años, selfie-novela.[4] En ella refiero el proceso inicial de darse cuenta de lo que significa envejecer en una sociedad que venera la juventud y desprecia al resto.
Elizabeth y Alonso Ross, Atadura de años, selfie-novela, 2016, p. 9.
Mirando la vejez desde Hysteria!
Mi trabajo sobre la vejez dio pauta a que las directoras de la revista feminista en línea Hysteria!, Ivelin Buenrostro y Liz Misterio, me invitaran como editora huésped para su número 25. Se determinó que el título sería “Mirando nuestro envejecer”, puesto que se quería involucrar no únicamente a personas viviendo el proceso sino a generaciones más jóvenes. Sin embargo se temía que el tema pudiera resultar de difícil abordaje debido a los prejuicios que envuelven tanto al hecho como a la idea de envejecer, de lo viejo asociado a decrepitud y decadencia, a fealdad inútil. Es especialmente de mi interés provocar una reflexión sobre el tema, porque mis preocupaciones se alinean con las preguntas que Kathleen Woodward se hace en “Performing Age, Performing Gender”:[5] “¿Cómo se representa el cuerpo femenino viejo en el arte? ¿Cómo se performa en la cultura visual de masas? ¿Cómo performan la edad las artistas mayores? ¿Qué puede decir el feminismo en términos del cuerpo que envejece?”. Fue una oportunidad de conocer cómo las y los artistas en América Latina performan[6] o piensan la vejez, y con ello alcanzar resultados amplios e inesperados.
Se lanzó la convocatoria los primeros días de diciembre de 2017 y me di a la tarea de hacer invitaciones personales a artistas que pensé estarían dispuestas a compartir su obra, que ya trabajaban el tema y cuya voz aportaría muchísimo a la reflexión que se quería promover. Entre ellas se encuentra la británica Sue Williams, a quien se le dio la portada por la contundencia de su mensaje, las pioneras del performance Nina Sobell y Martha Wilson, la videoartista y creadora de ArtFem.TV[7] Evelin Stermitz (estas dos últimas forman parte de la exposición en el Belvedere), la canadiense Susy Lake y su curadora Yan Zhou, las artistas finlandesas Inari Virmakoski y Hëlina Hukkataival y la escritora granadina Josefina Martos, entre otras.
Sue Williams, Deja de hablar como si la edad no te escuchara, portada de Hysteria!, núm. 25, enero de 2018.
La política de la revista es reunir los materiales de cada número y publicarlos en dos emisiones, una por mes. Cuando el 15 de enero salió la primera emisión del número 25 de Hysteria! teníamos, para nuestra sorpresa, suficiente material para hacer tres emisiones. La respuesta fue, a decir de las directoras, inaudita, y en cada emisión se publicaron más artículos que lo que se hacía normalmente. Se tuvieron un promedio de veinte artículos por emisión, entre textos de toda índole (poesía, ensayo, cuento, anecdotarios), ensayos fotográficos y videos, que demuestran que el estigma de la vejez no impide que se trate abiertamente ni que exista una necesidad de hacerlo. Entre artistas, investigadoras, escritoras y poetas, 66 personas —doce europeas o estadunidenses, diez hombres y el resto mujeres mexicanas y latinoamericanas— enviaron colaboraciones que en su diversidad se plantan públicamente ante la vejez propia o cercana para compartir con el resto del mundo lo que el envejecimiento, o una faceta del mismo, significa en sus vidas, y que hacen del número 25 de Hysteria! un documento muy significativo en la cultura y la percepción de los cuerpos que envejecen.
Uno de los textos que más reacciones provocó es un ensayo de la investigadora argentina Gabriela Bard Wigdor titulado “La sed de eternidad: desafiar el tabú del envejecimiento”,[8] donde afirma:
La piscología social explica que envejecer se encuentra relacionado hegemónicamente con la pérdida, con el deterioro de las aptitudes físicas o mentales; con la ausencia de la belleza, del deseo y del goce sexual; como un resto del tiempo que queda por vivir, es decir, como el extravío de la vida misma. Es habitual que, para muchas personas, envejecer sea el indicio de que la muerte se encuentra cercana. El miedo a envejecer es el miedo a la muerte y ésta, en nuestras sociedades occidentales, goza de muy poca estima.
Es precisamente el miedo a la muerte lo que se agazapa tras la vejez. Ver día a día el paulatino pero imparable deterioro del cuerpo u olvidar palabras y nombres cada vez más frecuentemente, lleva a evaluar tanto el presente como el incierto futuro en nuestros países, tan lejanos para la inmensa mayoría a las posibilidades de Iris Apfel y sus amigas. Dice la artista mexicana del performance Erika Bülle:[9]
Me emociono con facilidad y lloro constantemente, atravieso depresiones sin justificación y las disfruto, disfruto de los momentos de madurez que la cercanía con la vejez me ha dado, disfruto de mis canas plateadas que cubren casi toda mi cabeza, disfruto de las nuevas arrugas que aparecen en mi rostro, de cada lágrima que me sale por la felicidad o la tristeza de alguna noticia que me conmueve.
Aun así no dejo de pensar, en unos pocos años ¿qué va a pasar conmigo?, cuando tenga 60 años y no sólo el cuerpo anuncie mi vejez, sino también el rechazo social con el que tendré que enfrentarme. A diario debo ganar una batalla contra la discriminación a mi cuerpo gordo, ¿ahora vendrá una segunda batalla?
Porque, en efecto, los cuerpos que no encajan en el ideal neoliberal impuesto deben luchar constantemente para defender un espacio propio de existencia digna. Erika Bülle acciona desde su cuerpo al defender el derecho a ser y disfrutarse, y anticipar esa segunda lucha y proteger un cuerpo gordo que envejece porque “la vejez es experimentada en nuestro país como un proceso del cuerpo que nunca debió suceder”, está determinado por la ausencia de políticas públicas y la consiguiente cultura social que desprecia y se desprecia a sí misma.
En ese autodesprecio social se encuadra la necesidad inducida de transformar el cuerpo natural por medio de productos llamados “de belleza” o, ya en extremos, la cada vez más socorrida cirugía plástica. Este tema es abordado por varios textos, como el de María Candelaria May Novelo, “La primera cita con el bisturí”;[10] Brenda Raya, con “Encanecer en el país de los tintes”,[11] y Paola Nayeli Villa Rosado, que lo trata con humor pero no por eso con menos realismo:
Mis amigas dan por hecho que la decisión entre invertir en levantar el culo o la autoestima es imposible de tomar. Podrían decir que, en ese momento de su vida, su autoestima está fuerte y que por eso eligen mejorar el culo y seguir invirtiendo en su imagen física, como de hecho lo hacen. O podrían admitir que no pueden dejar que se les caiga el culo, como es normal con la edad, porque su autoestima no lo resistiría. Pero no lo confiesan. La lucha por rejuvenecer debe disimularse.[12]
Desde el mismo terreno, la milenial Madame Pink habla sobre el temor al retiro y la energía y la resistencia con la que piensa llegar a “esa” edad:
Tendré varios perros; seguiré escuchando rock y no me sentiré fuera de lugar porque no hago lo que las demás personas de mi edad hacen (sea lo que sea que hagan); utópicamente, espero no tener que seguir marchando para defender nuestros derechos, pero también sé que mientras sea necesario lo haré, porque nuestras batallas se dan y se ganan día a día. Quiero pensar que tendré nietes, propies o del tipo de quienes se van sumando a la familia que una hace, que les podré contar historias y que nos inspiraremos para seguir alzando la voz cuando sea necesario.[13]
Ya en presente, la artista Rosa Borrás da cuenta de su devenir a lo largo de al menos tres años en varias páginas de su diario ilustrado. En él va marcando con textos y dibujos los cambios externos, como medidas y peso, y sus dolores, cicatrices y reflexiones sobre el tiempo que pasa por ella de una forma en que sus trazos van más allá del papel y cuentan una historia de vida y de gusto por ella.[14]
Del diario de Rosa Borrás, 2015-2017.
Los cambios corporales van dándose a notar de distintas maneras y son recibidos de otras tantas, siendo más común reconocerlas si son las mujeres quienes las manifiestan, por lo que el texto de Enrique Guerrero titulado “Gotas doradas”, en el que confiesa su incontinencia y denuncia la poca atención que se pone en “los problemas de los viejos”,[15] es un grito que señala la imperiosa necesidad no sólo de atender estos problemas sino de que los mismos hombres hablen de ellos y los pongan sobre la mesa. Porque son los hombres heterosexuales los que no hablan de sus dificultades, ya que tanto las mujeres como las personas trans han decidido no callar más. Julián Zapata Rincón en “Yo no tengo edad” declara:
Como persona marica no binaria que decidió renunciar al género, he decidido también renunciar al tener edad, cada vez que me pregunten ¿cuántos años tienes? mi respuesta será la misma: yo no tengo edad, la edad es una forma de control, para hacernos sentir demasiado joven o vieja para hacer esto o aquello, para vestir así o para ser revolucionaría. ¡No más! Ya no me volverán a joder con esa pregunta, porque no necesito compararme con nadie, ni de mí misma o mayor o menor edad, y mucho menos comparar triunfos, logros o “errores”. Me liberaré de esa cadena normativa con la que nos quieren subyugar a hacernos sentir infelices porque no hemos “logrado nada” a cierta edad o porque alguien “más joven ha conseguido demasiado”, al final desde que nacemos nos estamos muriendo.[16]
Entre los textos publicados hay poemas de Cynthia Pech, Pilar Rodríguez Aranda, Isaac Osorio, Magaly Cid, Sergio Haro, Monserrat Morales y Yukii Moon, de quien son estos versos: “Te llegó el invierno, un poco brusco / te ha obsequiado un par de líneas / aún no lo entiendes, por dentro eres una niña / hermosa flor de nieve, la noche apenas comienza / y tu figura sigue tan plena, la vida también sabe buena después de las nueve”.[17]
Elizabeth Ross, Linda Montano sueña pollitos, 2016.
Mostrarse envejeciendo
De las varias series fotográficas destaco en primer lugar Sagrario.[18] Realizadas por Ignacio Guerrero a la coreógrafa y bailarina chihuahuense Sagrario Silva, las diez fotografías que conforman esta serie revelan un diálogo entre la cámara y la bailarina que destila sensualidad, un rostro anguloso y fuerte y un cuerpo entrenado de líneas suaves que hablan de una edad inasible. Por otro lado, la uruguaya Sandra Petrovich envía una serie de autorretratos llamada Piel,[19] que consiste en acercamientos a la geografía de su cuerpo, al igual que la performer colombiana Aleha Solano,[20] quien presenta un cuerpo dispuesto a recibir lo que sea que traiga la edad.
El colectivo veracruzano Espiral Creativa, conformado por Mónica Zenizo y Topeiro Reyes, comparte un video donde la cámara se pasea por el rostro y el cuerpo de Mónica mientras su voz relata su envejecer, sus arrugas, lo que significa estar En tu piel,[21] y la fotógrafa Lucero González, directora del Museo de Mujeres Artistas Mexicanas, envía Huellas, un video que es una metáfora del tiempo en la piel, pero también en las piedras y los árboles,[22] poniendo énfasis en el proceso natural del envejecimiento.
Todos estos acercamientos visuales al cuerpo exponen los discursos ideológicos y performativos que abarcan la sexualidad y el género además de la edad porque, según Kathleen Woodward, la edad entra en la misma categoría que el género al presentar el cuerpo como un lugar de continua identidad de género. En todas estas series fotográficas se confronta el concepto de edad y ausencia de sexualidad específica del género femenino.
En otro terreno, Mónica Mayer facilitó tres dibujos de su serie Huesitos,[23] dedicada a su tía Anita, hermana de su abuelo paterno. Los dibujos son hechos con grafito sobre fotostáticas de un retrato de su tía sentada en una banca. Los tres dibujos comunican el miedo, la vejez y la muerte y el amor que las trasciende. Las relaciones familiares entre mujeres, con los consiguientes afectos y cuidados, se manifiestan tanto en Huesitos como en las entradas que hacen referencia a la relación madre-hija o abuela-nieta, tomando a la mujer mayor como referente de la propia transición a un estado que ocasiona tantos y tan diferentes sentimientos: ternura, desprecio, respeto, asombro y miedo, mucho miedo.
La artista brasileña Beth Moysés comparte un hermoso video en el que participan su madre, sus hijas y ella misma en un juego poético de generaciones llamado Entre-telas,[24] donde en dos mecedoras enfrentadas cada una de ellas permite que el movimiento haga fluir sus identidades de uno a otro lado, sus rostros se intercambian, sus pies, su ropa blanca. Son una misma, todas distintas.
Beth Moysés, Entre-telas,
<https://youtu.be/urB0gKHi8HQ>.
La deconstrucción de la imagen materna es abordada por el veracruzano Luis Enrique Pérez con imágenes construidas que llama Desdoblamientos,[25] en los que el cuerpo de la madre es unido a elementos de la naturaleza de manera que pareciera agresiva. En cambio, el diálogo entre Diego Moreno y su madre[26] nos habla de una relación edípica que no se quiere ocultar, de una confianza total y de un respeto lúdico y amor por sus cuerpos. La serie está sitiada en un ambiente rural que potencia la sorpresa y provoca más preguntas al romper todo estereotipo relacionado con la madre/abuela/amante.
Fotografiar a la madre es ver hacia el propio futuro. Eso es lo que hago en mi entrada Matrilínea,[27] donde publico acercamientos al cuerpo de mi madre y al cuerpo de mi tía, su hermana, que se mezclan con detalles de mi propio cuerpo; los paisajes de la piel, la radiografía del tórax y el marcapasos, las agujas clavadas en el rostro, se confunden con instantes compartidos en los que se desdibuja la identidad de cada una para fundirse en esa matrilínea.
Elizabeth Ross, Madre, 2017.
En el reconocimiento de quienes nos anteceden se puede gestar el respeto por los cambios corporales, por la verdadera experiencia traducida en conocimiento de vida, y reclamar y otorgar los cuidados que se requieren, tanto los propios cuerpos como los de las personas cercanas. Reclamar las políticas que el Estado debe implementar para beneficio de una población que ha sido largamente despreciada, abandonada, ya que no es necesario no vivir en pareja para estar Forever alone, como se titula el trabajo de María del Carmen Suárez .[28]
Es imposible glosar las 66 entradas de este documento histórico llamado Hysteria!, pero es conveniente decir que no sólo contiene aspectos que buscan ser positivos sino que en varios textos se tocan partes que causan verdadero temor como la decrepitud, la pérdida de la memoria (Araceli Zúñiga, “La tercera pregunta”)[29] o llegar al final de la vida habiendo sufrido clasismo, maltrato y violencia, como en la entrevista realizada a una mujer de la Costa Chica de Guerrero por la antropóloga Berenice Vargas García, que titula “Sufriendo por ti”:[30]
Seguro que usted no llora como yo… ¡Mírese! tan jovencita, tan bonita y blanquita… ¿La han de pretender mucho verdad? ¡Uy! pero no les crea, son mañosos ¡si lo sabré yo! Porque así como me ve, de vieja y fea, también me perseguían cuando era muchachita. ¿’Ora quién me mira siquiera? No, pa’ las viejas no hay amor. El de los hijos y los nietos nomás. Pero para mí ni eso, nada.
Yo he oído que dicen de las mujeres negras que somos alegres, que la mujer costeña es arrecha, que ji-ji y ja-ja. Y no mi niña, también sufrimos, sufrimos mucho. Yo por mi color, que está feo… dicen, por lo oscuro, por mi pelo canoso y cuculuste. Porque me puse gorda y vieja, arrugada como chayote pasado. Soy sola, soy muy sola. Y lloro mucho, ¿ya le dije?
Elizabeth Ross, Dolor, 2008.
Los cuentos publicados de Adriana González Mateos, Claudia Sandoval, Felipe Parra, Aura Sabina, Candelaria Novelo, Francesca Gargallo, Rocío Prieto, Citlalli Villarejo y Fabiola Esquivel tratan el tema de maneras que sólo podría establecer la crítica literaria. Pero para terminar, y consciente de que no menciono participaciones que lo merecieran, termino con algunos datos que comparte la abogada Karla Margarita Ortiz Antuna en su ensayo “La edad, un factor de discriminación en México”:[31]
De acuerdo con el último censo (2010) hay 112,336,538 personas en México, de las cuales 10,055,379 son personas adultas mayores, poco más de las 8,800 personas que viven en toda la capital. Así, se cuenta con un índice de envejecimiento de 52 personas mayores por 100 menores de 14 años (INEGI, censo 2010). Lo anterior, está basado en un grupo de personas mayores nacidas antes de 1958, lo que supone que hasta ahora tienen más de 60 años, edad a partir de la cual se les denomina Personas Adultas Mayores (PAM).
El problema recae cuando este sector de la población es visto como beneficiario de programas y dádivas sociales, y no siempre como verdaderos sujetos de derechos y protagonistas del desarrollo, que, frente a una cohesión social visible, sean jóvenes, niños, mujeres o personas adultas mayores causan un resquebrajamiento al solicitar la erradicación de la desigualdad y discriminación. En este último ejemplo, se deja de lado que las mujeres adultas mayores, sufren una doble discriminación debido a que dedicaron toda su vida al cuidado de la familia, entre muchas otras causas, provocando que tuvieran una preparación preocupantemente menor con respecto al de otros géneros, incluso esto puede verse en la edad promedio de vida que tienen las mujeres respecto de los hombres, estos últimos viven hasta 72 años respecto a la edad promedio de vida de las mujeres de 75 años, en un principio se podría decir que las mujeres viven más, sí, ¿pero acosta de qué tipo de calidad de vida? Exacto, una mucho más deficiente.
Conclusiones
Ver el envejecimiento como algo propio, desde el propio cuerpo; defender el proceso no sólo como natural, sino como enriquecedor y fructífero, y señalar las múltiples facetas que han permanecido invisibilizadas en una sociedad androcrática neoliberal que considera productivos únicamente a los cuerpos jóvenes, resulta absolutamente imperioso. El cuerpo que envejece se une al coro de voces disidentes que exigen su tiempo y espacio, que manifestan primero una resistencia ante el silencio para desde ahí promover un cambio radical que lo incluya.
El ejercicio propuesto a partir de la revista Hysteria! ha probado que existe en América Latina una creciente necesidad de asumir en voz alta las vivencias, los temores, las afirmaciones en favor de la edad, el reconocimiento del problema social y la búsqueda de una vejez satisfactoria, para contrarrestar así las campañas anti-edad de las industrias y del capitalismo androcrático neoliberal. El creciente aumento en la población de más de sesenta años requiere de una atención no sólo de las políticas públicas sino de la conciencia de cada persona, ya que las familias cada vez más desintegradas no han tomado en cuenta que se requerirá no sólo de apoyo a sus mayores, sino que los más jóvenes también llegarán al temido momento.
En el terreno de las artistas, hago hincapié en que este cambio debe considerar que no se repitan casos como el de Nahui Ollin, que de ser una mujer bellísima y talentosa, cuando su frescura se marchitó fue relegada al olvido, la pobreza y la locura. No es un caso aislado, ya que todas las artistas activas que no pertenecen a un entorno económicamente privilegiado sufren las consecuencias y son igualmente desterradas del beneficio que otorga el mercado del arte a sus emergentes favoritos. La inexistencia de seguridad social o fondo de retiro para las y los artistas es algo que debiera aglutinar al gremio.
La multitud de acercamientos al tema desde el arte y la literatura prueban también que las exploraciones estéticas no pueden estar separadas de la conciencia política y que la vejez debe ponerse al frente junto a las agendas de las mujeres y el resto de diversidades que, al final, son la mayoría.
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Semblanza de la autora
Elizabeth Ross. Ciudad de México. Artista, curadora, gestora, periodista y project manager con larga trayectoria internacional. Ha sido iniciadora de procesos socioculturales y líder de proyectos artísticos, de investigación, periodísticos y comunitarios, en los cuales ha buscado la intersección del arte, medio ambiente, memoria, política y sociedad con el feminismo como eje transversal. Fundó y dirige la asociación 5célula arte y comunidad. Desde 2003 prefiere hacer y mostrar su obra en las calles y lugares públicos.
Recibido: 5 de marzo de 2018.
Aceptado: 18 de mayo de 2018.
Palabras clave
envejecer, Hysteria!, performatividad, feminismo, arte.
Keywords
ageing, Hysteria!, performativity, feminism, art.
[1] Irene Calvo, Artistas olvidadas (y recuperadas) del siglo XX: Sophie Taeuber-Arp , <ah.magazine.es/sophie-taeiber-arp>. Consulta: 27 de febrero, 2018.
[2] <belvedere.at/ageing_pride>. Traducción de la autora.
[5] Kathleen Woodward (Project Muse), "Performing Age, Performing Gender", NWSA Journal, vol. 18, núm. 1, primavera de 2006.
[6] Si según Judith Butler la conducta crea el género, también la conducta crea la edad y por tanto la vejez, al actuar como la sociedad representa a las personas mayores.
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