ENERO
JUNIO
2017
CARLOS GUEVARA MEZA • DIRECTOR DE DISCURSO VISUAL |
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Hablar de escultura
Han pasado casi cuarenta años de la publicación del conocido artículo
de Rosalind Krauss “La escultura en el campo expandido”,[1] luego incluido en la antología sobre
posmodernidad que hiciera Hal Foster y que, por lo menos en México,
era lectura obligada para todo aquel interesado en las artes.[2] El texto de Krauss buscaba
cartografiar una serie de desarrollos a partir del minimalismo que ya
no podían considerarse dentro del concepto tradicional de escultura
(entendida como monumento dedicado a la memoria sacra o cívica), que
habían comenzado a cambiar desde el arte moderno y que habían
conducido el arte de la tridimensión a una especie de espacio negativo
definido sólo por oposición (“lo que no es paisaje y no es
arquitectura”). La noción de “campo expandido” permitía analizar esa
posición, así como otras posibles (paisaje-arquitectura, paisaje-no
paisaje; arquitectura-no arquitectura) que, de hecho, se estaban
explorando ya entonces. Dejando de lado las múltiples preguntas que
surgían de su esquema y el aún mayor número que ella no se planteaba
(entendibles por la brevedad del artículo), quedaba claro que el
término “escultura” era aún pertinente.
Treinta años después (más o menos) el propio Hal Foster,[3] siguiendo las obras y las ideas de
Richard Serra, pensaba la escultura contemporánea (la pertinencia del
término sigue) sobre la base de tres principios: el constructivista
(“desarrollo expresivo de las estructuras por medio del tratamiento
adecuado de los materiales”), el fenomenológico (“la escultura existe
en una relación primaria con el cuerpo, no como su representación,
sino como su activación”) y el situacional (“la escultura involucra la
especificidad del emplazamiento, no la abstracción del espacio, el
cual redefine inmanentemente en lugar de representarlo
trascendentemente”). Estas ideas permitían elaborar una tipología de
la obra de Serra (y no sólo de él): intervenciones en paisajes,
intervenciones en galerías y estructuras urbanas, así como de las
relaciones complejas con los materiales y medios (como una
contradicción entre las materias y oficios propios de una sociedad
artesanal, por un lado, y por el otro los de la sociedad industrial,
tanto como sus intentos de reconciliación).
Entre estos dos planteamientos se puede colocar a buena parte de la
escultura contemporánea, aunque algunas preguntas podrían hacerse,
como la relación de la escultura con la ciudad (entendida como espacio
socio-económico-cultural regido por el capitalismo y en permanente
disputa por parte de los diversos grupos sociales) que va más allá de
la relación con la arquitectura. Y el problema de cómo se gestiona la
memoria (con sus implicaciones no sólo cívicas y sacras, sino también
identitarias y políticas) en un mundo que ya ha derribado muchos
monumentos y no parece querer construir nuevos. El mismo Serra pone el
dedo en la llaga en una de sus reflexiones cuando habla de “el peso de
la historia” por contraste con “el parpadeo de la imagen” que se
vuelve hegemónico en nuestros días y que él quiere combatir evocando
“el peso de la experiencia”. [4]
[1] Rosalind Krauss, October, núm. 8, primavera, 1979.
[2] Hal Foster, The Anti-Aesthetic: Essays on Posmodern Culture, Seattle, Bay Press, 1983. La versión castellana fue publicada con el sencillo título de La posmodernidad, Barcelona, Kairós, 1985.
[3] Hal Foster, The Art-Architecture Complex, Verso, 2011. Publicado en español por Turner en 2013.
[4] Richard Serra, “Weight”, en Writings/Interviews, 1994. Citado en Hal Foster, The Art-Architecture Complex, op. cit.