JULIO
DICIEMBRE
2020
Andrés Reséndiz Rodea / historiador
INVESTIGADOR DEL CENIDIAP
andrescna@yahoo.com
|
DESCARGAR
|
Beatriz Zamorano con Alberto Argüello durante el ritual
"El balcón del Cenidiap",
realizado por Pinto mi Raya en 1997.
Entre las líneas de investigación de Beatriz Zamorano, las más importantes las podemos ubicar entre la iconografía y el psicoanálisis. Con respecto a la primera, coordinó un seminario de la plástica del siglo XX en el Cenidiap y escribió constantemente buscando los significados y atributos de la imagen en las obras plásticas de varios artistas.
Con respecto a la segunda línea, la aplicación de la mirada psicoanalítica al estudio de la obra plástica, se le puede apreciar un influjo de la doctora Teresa del Conde. No es extraño que así suceda, pues Beatriz colaboró con ella en varias curadurías realizadas en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México.
Varios de sus textos se destacaron por el uso de este enfoque, como el libro Manuel Rodríguez Lozano o la revelación ideal de Narciso (CNCA/INBA, 2002). Donde reflexionó sobre el concepto del narcicismo como un ideal de perfección en la obra de este pintor. Escarbó en la percepción de su imagen como personaje especial entre sus contemporáneos y en el alboroto de su perfil en detrimento de la apreciación de su obra. Nuestra investigadora advirtió en sus pinturas, junto a una piedad por el cuerpo atribulado, la sensualidad apremiante.
También en su artículo “Iconografía del Lustmord (el asesinato sexual) en la obra de OttoDix” (Revista Errancia, Litorales, vol. 15, mayo de 2017), Beatriz señaló las repercusiones de las vivencias de este artista en los campos de guerra, trascendiendo como una percepción de la brutalidad en la vida cotidiana. En los dibujos de este alemán, Bety nos describió cómo desfilan los cuerpos mutilados y la prostitución como pesadilla de supervivencia.
Zamorano también abordó, entre otros temas, la iconografía de la música en las artes plásticas; la iconografía de la bandera mexicana, y el circo en los pintores mexicanos (donde tuve la oportunidad de trabajar con ella).Con su prematura ausencia quedó pendiente de publicar el libro Fronteras circenses (Instituto Nacional de Bellas Artes-PADID, 2012) y un ciclo de conferencias con el mismo tema, los cuales logramos cristalizar pocos meses después.
Considero que una de las principales virtudes de su obra fue su afán por relacionar la iconografía de la obra con el carácter psicológico de los artistas. No le interesaba encontrar en las imágenes impresiones o evocaciones de una introspección eventual de los creadores, sino buscar algo de mayor duración: desnudar el pensamiento agitado e intenso, el cual aparece cargado de huellas, indicios de quemaduras o de gozo. Donde incluso arroparse con la piel del olvido le descubre rebosantes tatuajes y cicatrices.
Generalmente uno escribe desde la propia mirada. Pero en este caso será interesante intentarlo desde los ojos del personaje al que miramos; aquí se trata de mirar a Beatriz desde el pensamiento agitado e intenso del ser.
Cuando ella era estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras vestía de la manera en que era común en las chicas de su época: blusas amarillas, rojas o azules, con falda corta o larga pero de color contrastante, botas, mascada al cuello (era el tránsito de la década de 1970 a la de 1980). Eso lo conservó hasta gran parte de su juventud.
Desde entonces era como si el regocijo del estilo de sus prendas, aún en su etapa de investigadora en el Cenidiap, le hubiera ayudado a formar grupos del trabajo. No es que se quedara atrás en el tiempo con su estilo, sino que simplemente le quedaba bien. Lucía en lo gregario su vestimenta de alborozo y jovial.
Su atuendo agitado de colores, sentía una honda simpatía por la primavera y por los cinturones anchos que ceñían su cintura. Pero la alegría por la gama del color establecía una relación competitiva con la intensidad de los tonos, pues éstos eran colores densos, notables, llenos de fuerza, de tal manera que se establecía una tensión entre la alegría y la fuerza de su imagen. De la misma manera, su carácter era de una capacidad muy alegre y social; establecía contactos, abría posibilidades de proyectos entre la árida burocracia externa, daba luz de arcoíris ante la ruda escasez.
Pero por otro lado su relación laboral era dominante por momentos, difícil y tensa al tratar de ponderar su perspectiva. Uno tenía que ser abierto, receptivo, pero sobre todo saber negociar con su forma de mirar las cosas.
Su gusto por las tinturas enérgicas de su ropaje, hacia el final de
su aún joven existencia, se modificó hacia tonos más suaves, menos
intensos, una sensación más a lo etéreo y vaporosos. El detalle de una
pequeña esclava de oro en su tobillo le hacía recuperar el brillo
atenuado de los tintes de antes. Pero el color siempre fue su
personalidad, su fuerza y también su forma de comunicación e impulso.