NÚMERO
46



JULIO
DICIEMBRE
2020

HOMENAJES

Cada nueva forma de reconocer.
Homenaje a Lourdes Andrade


Humberto Chávez Mayol / artista y fotógrafo
INVESTIGADOR DEL CENIDIAP
hchavezmayol@gmail.com


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aquí pasan los secretos cortesanos

de la muerte

que puede florecer a pleno sol

Lourdes Andrade


I

Sobre El paseo Montejo, al fondo, por el lado izquierdo, aparecen cinco niveles amarillo-crema y más arriba las esquinadas terrazas del último piso del Fiesta Americana. Aún estando lejos de la glorieta es posible recorrer con la vista esa todavía distante manzana del antiguo y sin duda decadente hotel. Esto es posible porque ahora contamos con el reciente gran terreno baldío que, como una rugosa memoria, deja rastros en el presente lejano. Cuando desaparece un segmento de una ciudad o de una calle, los edificios que siempre habíamos visto como cercanos toman distancia; parecen un pequeño juguete que se acerca y se aleja con el zoom que activa la memoria.

Al otro lado de Montejo se observan segmentos de algo que parecería ser un museo pero que, al prestar atención, descubrimos que es un Walmart. Árboles, fragmentadas letras azules sobre piedra, más árboles y algunos carros dando vuelta sobre un discreto monumento erigido a la memoria de Justo Sierra... Metal oscuro y requemado sobre piedra blanca. Él posa elegante: un codo recargado sobre algo, tal vez una columna. El saco largo, abierto; retenida la baja solapa con la mano del otro brazo. Sin duda tiene la postura de alguien que piensa con sobrada confianza y sobre todo (vuelvo para repetir la palabra) con distancia. Al fondo, sobre la misma avenida en la siguiente glorieta se distingue el exuberante monumento a la patria.

Ayer me han preguntado si yo quisiera escribir el texto sobre Lourdes Andrade para el número de la revista que conmemora los 35 años del Cenidiap y hoy, 25 de marzo, veinte días antes de su ya imposible cumpleaños, trato de imaginar qué es lo que quisiera decir a 18 años de su muerte. Me detengo a tomar un buen café —regalo de mi propio cumpleaños— y retomo mi camino hacia cualquier parte para retomar también mis pensamientos. Al llegar a la esquina, a la izquierda, me encuentro la caseta de información turística inhibida por los efectos del miedo.

Más adelante aparece el cruce de Colón y Montejo. Un poco después... Decido atravesar diagonalmente la avenida yendo hacia la sombra cercana a la pequeña fuente y aún mi pregunta sigue siendo ¿que diré en ese texto? Yo sé que es un texto sobre ella pero preferiría decir con ella. Sí, un texto con Lourdes... ¿De qué hablaré? A la mitad de la ruta vehicular doy un extraño paso (siempre pensando en qué diré) y de repente resbalo. Siento por momentos que estoy sobre una pasta movediza que brota del concreto; volteo haciendo un traspiés para no caer y veo que he pisado un pájaro muerto… Un poco café, un poco gris, que cubre con desordenadas plumas su destruido cuerpo. Indudablemente, el humor de Lourdes siempre está presente cuando se habla de ella. El cielo azul, el camellón, las intensas luces, los brillantes letreros, la pequeña fuente de la entrada del hotel, todo como un silencio en pandemia... Al fondo, un Oxxo.


H.C.M, 2020.


II

Eso de encontrar algo en el piso no es la primera vez. Yo creo que ése fue el camino de los mensajes después de que estuve en Chilpancingo con Guadalupe Tolosa y Luis Rius. En aquel momento yo quería ver si había un secreto (un suave tinte tal vez) en la banqueta donde había muerto. Aquel día tomé varias fotos y escogí una en la que a mi parecer había un indicio, un rastro de vida (o de muerte) en la parte superior derecha. Sin duda sólo yo la veía. Tal vez por eso nunca la quise enseñar. Sí, era gris pálido con los débiles rastros, una suerte de óxido dejado por el recuerdo de la sangre.

Yo salía a Perú para dar un curso y ella a Chilpancingo para presentar su libro La leyenda de la novia del viento. Pocos días antes de nuestros respectivos viajes, ella me llamó para comentarme un presentimiento. Creía que yo estaba en peligro, me pedía que tuviera cuidado. Ja... Cuando regresé ella estaba muerta y enterrada. Esa superficie ya era lisa.

Es raro decirlo así pero poco tiempo después de su muerte iríamos juntos a Estambul. Claro está que el fatal acontecimiento postergó mi deseo por mucho tiempo. Cuando al principio me preguntaban simplemente decía “ahora, después de esto, no quiero ir pero no puedo morir sin hacerlo”.


III

Lourdes Andrade (Ciudad de México, 1952-Chilpancingo, 2002), maestra en historia y teoría del arte por la universidad de Kent, Inglaterra, fue y es sin duda una investigadora emblemática del Cenidiap, en donde participó de final de la década de 1980 a 2002, realizando múltiples publicaciones que extendieron con una profundidad académica el universo de estudios sobre el surrealismo en México. Conocedora del pensamiento y la obra de importantes figuras de la literatura y el arte moderno como André Bretón, Benjamin Péret, Wolfang Paalen, Leonora Carrington, Alice Rahon, Remedios Varo, Kati Horna, José Horna, Eduard James, entre otros; así también fue compañera de Jean Schuster, amigo y albacea testamentario del propio André Bretón.

Su trabajo construye una línea crítica, documental y artística que se extendió del texto a la imagen, y de ahí al encuentro de una poética en la que se entrecruzan una realidad desenvuelta en múltiples ficciones y una ficción atravesada por múltiples realidades. Su investigación estaba plenamente dirigida al surrealismo pero al mismo tiempo y de manera más intensa era una de sus últimas representantes. Su repentina muerte dejó un espacio vacío tanto en la investigación como en la imaginación literaria... Pero también (es necesario decirlo en el hueco de una burbuja) en la producción de sus asombrosos e íntimos collages.


Lourdes Andrade, Collage.


Algunos de sus más importantes libros son: Remedios Varo, l as metamorfosis (1996); Para la desorientación general. Trece ensayos sobre México y el surrealismo (1997); Arquitectura vegetal, la casa deshabitada y el fantasma del deseo (1997); Leonora Carrington, historia de dos tiempos (1998) y La leyenda de la novia del viento (2001). En ocasiones, una punzante postura discursiva la ubicó en un importante lugar en el análisis de autores y aproximaciones sobre el surrealismo. Cabe mencionar su coordinación general de un importante encuentro internacional sobre este tema, celebrado en la Ciudad de México a finales del siglo XX, mismo que fue documentado en dos números de la revista Artes de México (el 63 y el 64), que también coordinó:México en el surrealismo I. Los visitantes fugaces y México en el surrealismo II. La transfusión creativa.


IV

Quince años después, en Mérida, una semana antes de partir a Estambul, caminando por la acera que da a la plancha del antiguo edificio de ferrocarriles, vi un segmento de piso que me llamó la atención (ahora sé que tenía los mismos tonos pero el color rojizo de la parte superior derecha era realmente notorio); tomé la foto pero no hice la completa conexión, fue como un gesto, como un resabio, un déjà vu no plenamente ubicado.


H.C.M., 2017.


No hay mucho que decir. Después me fui a Estambul, y una de las primeras noches, al correr entre los callejones de Beyoglu tratando de rescatar un tapete olvidado, un intenso dolor en el pecho me hizo entender que se suspendía todo. Entonces no era un pájaro muerto bajo mi pie sino yo mismo quien moría, y enfrente de mí descendía una melancólica calle. Tomé (pensemos en ese momento) “la última foto” comprendiendo que se me había concedido el deseo, pero también la tomé intuyendo lo que (15 años atrás) Lourdes me había dicho: que yo estaba en peligro... Era como cumplir la parte que me correspondía por mi peligro que ella cubrió...

Claro que todo esto está lleno de secretos que fui descubriendo tiempo después: primero que nada, me tardé meses en comprender a qué imagen se parecía la segunda foto (de Mérida), y fue asombroso descubrir que la fecha de toma correspondía al día siguiente de su muerte, pero quince 15 años después. (Esto permite entender que el color rojo ahora era claramente distinguible.) Y el tiempo que estuve en Constantinopla (nos gustaba llamarla así) queda dentro del segmento de tiempo que va de su muerte al día que fuimos a Chilpancingo a tomar la primera foto. Todo esto, de nuevo, quince años después.


H.C.M., 2017.


A veces pienso que la foto del callejón de Estambul tiene un encanto formal que de alguna manera descalifica la viveza arbitraria y superficial de un documento. Pero eso ya es irremediable. En su lado derecho muestra varios edificios de finales del siglo XIX, uno de ellos extiende una gran escalera de piedra en la entrada, sobre uno de los muros del quicio se puede leer ben sanaa karitim gizami. La traducción del turco sería: el misterio que te crucé.

Esto, a mi parecer, es un flujo que repite un presente continuo que se transforma sobre la superficie del tiempo. El misterio que cruzó no regresa al lugar de origen sino que retoma las formas que lo impulsan y lo hacen seguir. No hay origen porque no lo podemos imaginar; pero sí, tal vez distingo un portal que se abre el 24 de octubre y se cierra el 15 de noviembre de 2002 y que se repite en todas las veces que sean su posible después.


V

Ustedes me preguntarán: ¿no será, Humberto, que has unido la magia surrealista de Lourdes y esa tu insidiosa repetición temporal para construir una máquina de continuos encuentros? Y contestaré que sí, que exactamente es eso: un presente que fluye en la superficie, que nace del recuerdo pero que no tiene la profundidad del pasado memorial sino... Más bien la frescura que alimenta cada toque, cada descubrimiento, cada nueva forma de reconocer.