D I V E R S A L I B R A R I A • • • • • •
 
Carlos Guevara Meza, Conciencia periférica y modernidades alternativas en América Latina, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Bellas Artes, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, 2011, 184 p.

 

 

Carlos Guevara y su conciencia periférica(1)


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EZEQUIEL MALDONADO PROFESOR-INVESTIGADOR
Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco
Departamento de Humanidades

 

 

El libro de Carlos Guevara Conciencia periférica y modernidades alternativas en América Latina resulta un alud gratificante de autores y temas que parecerían invocar a un pasado remoto, el cual solo quienes nacimos a mediados del siglo XX seríamos capaces de entender; autores y temas con los que convivimos, estudiamos, polemizamos y eran afines a una ideología poco aceptable por las buenas conciencias de la época. Sin embargo, a pesar de su juventud o gracias a ella, logra restablecer ese pasado de las ciencias sociales y las humanidades y las novísimas etapas, posmodernidad y globalización. Bajo los conceptos conciencia periférica y modernidades alternativas pone en tensión un entramado de ideas que han permanecido subsumidas o no se les había puesto la debida atención y, sobre todo, analiza sus implicaciones ideológico-culturales y político-económicas hacia nuestra América. No es poca cosa lo hecho por el autor: rastrear ese pasado cercano y traer a colación a pensadores e ideas que jugaron, y juegan, un papel fundamental en la urgente transformación de nuestros pueblos. Es así que en su texto desfilan en el escenario latinoamericano figuras señeras como el apóstol cubano José Martí, el amauta José Carlos Mariátegui, Julio Antonio Mella o el dominicano universal Pedro Henríquez Ureña. Y temas heterodoxos afines al anarquismo latinoamericano y mexicano: culturas rebeldes que escandalizaron a sectores pequeñoburgueses y la presencia de un teatro anarquista en el México de la década de 1930.

Ya en el capítulo uno, Guevara anuncia lo que será un leitmotiv en su texto, la existencia de la cultura latinoamericana en los diversos ámbitos económicos, políticos, ideológicos, como parte integrante, no aislada, como se le concibe actualmente por la clase en el poder, ejercicio de frivolidades que pueden tener carácter social, educativo o campo de las llamadas bellas artes: “Un defecto clave en buena parte del pensamiento latinoamericano es la ausencia de reflexión sobre el papel que la cultura juega en la historia de nuestros países”.(2) En ese terreno, pasa revista a políticos y pensadores del liberalismo mexicano que reducen la cultura de la época a escolarización y alfabetización de las llamadas clases mayoritarias, de ahí que “los esfuerzos culturales de integración social hayan sido realmente escasos, su sentido fuera de arriba hacia abajo, se encuadraran en coordenadas de moralización y escolarización”.(3) Fue así que los Ateneos promovieron campañas contra el alcoholismo, la vagancia y la promiscuidad en favor de las virtudes del trabajo, del ahorro y de la continencia. Funcionarios y escritores, o viceversa, como Guillermo Prieto, Ignacio M. Altamirano, Ignacio Ramírez, José Vasconcelos y otros, impulsaron las magnas tareas de alfabetizar y castellanizar a indios insumisos que se resistían a adoptar el castellano y seguían hablando sus lenguas autóctonas. Nicole Girón,(4) en el proyecto de la cultura nacional en el siglo XIX mexicano, destaca los empeños de Ramírez y Altamirano; ganados a las ideas de modernidad no reparan en que la aplicación de las Leyes de Reforma destruiría la base territorial de las comunidades indígenas y, por lo tanto, era un medio de exterminio. En esa ruta, la heterogeneidad social, el escaso desarrollo de las estructuras políticas y la inmensidad del país, con comunidades indias dispersas, se constituían, directa o indirectamente, en fuerzas desintegradoras en franca oposición a la construcción del Estado nacional. Ante ello urge ensalzar el patriotismo como la primera y fundamental virtud moral. Es una paradoja, tal vez no tanto, el que un indio, como Altamirano, se adscribiera a infamias no sólo paternalistas o compasivas sino racistas, donde los indios forman parte del decorado natural, del paisaje como signo de esos tiempos.

Más adelante Manuel Gamio en Forjando patria propone la desindianización del indio en variadas etapas: “indianicémonos nosotros un tanto, para presentarle, ya diluida en la suya, nuestra civilización, que entonces no encontrará exótica, cruel, amarga e incomprensible. Naturalmente que no debe exagerarse a un extremo ridículo el acercamiento al indio”.(5) Don Lázaro Cárdenas, cual general, será tajante: “nuestro problema indígena no está en conservar indio al indio, ni indigenizar a México, sino en mexicanizar al indio”.(6) Así, mientras se coloca al indio en su lugar, en  la metrópoli mexicana las clases dominantes se preocupan ante los altos grados de analfabetismo en amplias masas de mexicanos. No es por azar el impulso a campañas alfabetizadoras de un pueblo que antes de los años cuarenta era mayoritariamente iletrado, sin embargo, “millones de compatriotas que aún no habían experimentado los placeres de la letra impresa, perdieron su virginidad literaria sumergiéndose en las seductoras páginas de las revistas de monitos”.(7) Si La Ilíada y La Odisea del proyecto vasconcelista perturbaron la vocación lectora de un pueblo, los pepines y los chamacos, las paquitas y los diversos paquines liberaron con creces, aunque pervertida, esa aspiración cultural. “A diferencia de libros y periódicos serios las revistas de monitos no inhiben al principiante ni exigen promesas solemnes y compromisos prolongados: son fáciles, accesibles y desechables.”(8) Se adaptaron al gusto del cliente: serán románticas, lúbricas y siempre truculentas. En los años treinta y cuarenta, por cinco o diez centavos se compraban o alquilaban; el lector, el mirón voraz, tenía garantizada media hora de placer. Ya Ramón Valdiosera, en 1940, se encargó del guion y dibujo de las aventuras de Ulises con las sirenas, y Germán Butze recreó, parodiando, los cantares de gesta, en su versión mexica, con las delirantes hazañas de Rolando el Rabioso y su escudero Pitoloco.

No es casual, creo que nada lo es, la célebre foto donde el general Cárdenas recibe a los pequeños víctimas de la Guerra Civil española. El recibimiento será integral y a la mexicana: admiramos rostros de españolitos muy contentos, con sus chamacos y pepines bajo el brazo. Comenta Rubenstein “El compromiso del gobierno con la educación también favoreció a los editores de historietas porque causó un aumento asombroso del alfabetismo. El censo de 1930 registraba una tasa de alfabetización de alrededor de 33% […] en 1940 esa cifra había subido a 42% y llegó a 56% en 1950”.(9)

Dice Carlos Guevara en “Culturas rebeldes, democracia y cultura anarquista…” que son posibles una gran diversidad de posturas, “que el anarquismo de hecho asumió. Posiciones que van desde el comunismo y el comunalismo hasta el individualismo extremo; desde el racionalismo más positivista […] hasta el irracionalismo más radical […] desde la defensa a ultranza de la solidaridad cristiana (a la Tolstoi), hasta el ateísmo más militante; desde el moralismo más recalcitrante (la idea del Estado corruptor, proxeneta de mujeresy hombres) hasta el combate decidido por la libertad sexual más amplia […]”.(10) En esa multiplicidad de opciones militantes tal vez faltó anotar a los anarquistas expropiadores, según la terminología que utiliza Osvaldo Bayer, combatidos y hasta estigmatizados por sus propios compañeros de ideas. “Vivían con los segundos contados, sin treguas. Curiosos personajes que atacaban a la sociedad burguesa a bombas y tiros […] No se les puede reivindicar, decía un intelectual anarquista […] pero no se les puede ignorar”.(11) Creo que faltó el ejemplo cuando señala el individualismo extremo. “En cierta forma, el trabajo cultural de los grupos radicales […] marcó profundamente a una América Latina caracterizada no sólo por sus grandes rezagos educativos, sino también por una mentalidad elitista del conocimiento […] las sociedades latinoamericanas fueran masivamente analfabetas, lo cual obliga a intentar audaces formas de comunicación […].”(12) En efecto, para ellos la función de la lectura era un paso primordial en la actividad propagandística, ya fuese informativa o para atraer a nuevos militantes. Asaltos a bancos y empresas, por los expropiadores, significaba editar periódicos o panfletos censurando tanto a la tiranía porteña como a los bolcheviques en el poder. En ese proyecto cultural de suprema radicalidad, anarquistas y comunistas en general difundieron catecismos comunistas. Pareciera un contrasentido hablar de catecismos de quienes se propusieron liberar a la humanidad mediante la razón, el conocimiento científico y una ideología antirreligiosa, sin embargo, los hubo en pleno siglo XX en la China de Mao y en la Unión Soviética; textos doctrinarios sobre la función dirigente del partido, el papel de las masas, los valores morales que debe poseer la vanguardia. Eran proyectos político/educativo/culturales. Sin olvidar mencionar los manuales soviéticos de los que fuimos lectores asiduos con versiones edulcoradas, idílicas y maniqueas de las sociedades socialistas. Lo peor, la exportación de dichos manuales o catecismos a países tercermundistas. Emilio J. Corbiére,(13) en su excelente texto Los catecismos que leyeron nuestros padres, reseña la presencia de estos manuales comunistas en la Argentina de principios de siglo y su enorme difusión, sobre todo, entre el proletariado porteño y cordobés.

Considero, respecto a la temática ácrata o libertaria, que bien puede seguir esa fascinante línea de investigación que pocos intelectuales se atreven. Ricardo Melgar publicó un magnífico ensayo sobre el tema, y otro sobre el sentido del humor rojo, ámbito espinoso en la investigación académica. También Melgar tiene un proyecto de investigación sobre la presencia anarquista y su inserción en las comunidades andinas y mesoamericanas desde principios del siglo XX y hasta la década de 1940. Autores como el argentino Vilar han profundizado en ese poco explorado campo. Creo que valdrá la pena revisar la extensa bibiografía de Osvaldo Bayer sobre el anarquismo o los diversos anarquismos argentinos, sobre todo los dedicados a los expropiadores y a figuras como Severino Di Giovanni o el texto Rebeldía y esperanza. Pese a estar en la bibliografía el libro de David Viñas, considero que se puede obtener mayor provecho del mismo.

Es relevante la distinción que hace Guevara de la obra martiana y su contribución al desarrollo de un pensamiento propiamente latinoamericano. Martí, cual viajero infatigable e internacionalista latinoamericano, aun cuando no se inauguraba ese término, logró un perfil acabado de lo que ya se habían convertido los Estados Unidos de fines del siglo XIX. En otras palabras, lo que Lenin caracterizaba como imperialismo, fase superior del capitalismo, Martí lo evidenció en sus crónicas, sus excelentes reportajes, sus testimonios desde lo que llamó vivir dentro de las entrañas del monstruo que ya lo era. En esa época, Estados Unidos era, como bien lo señala Carlos Guevara, “[…] un país donde campea el cinismo, el egoísmo, la violencia interna y la desigualdad descarnada”.(14) No resulta infundada la mención de los revolucionarios cubanos interrogados por la policía batistiana sobre el autor intelectual del Asalto al Moncada, ni resulta gratuita la presencia martiana en un texto que devela claves de por qué Martí nos es imprescindible a la hora de analizar, proponer y enarbolar un camino diferente al prefigurado por las clases en el poder y la nación norteña. Con Nuestra América, Martí alertó sobre los riesgos de convertirnos en aldeanos vanidosos, de ser sietemesinos, hombres sin fe en sus tierras, de avergonzarnos por llevar el delantal indio, de conocer la Grecia y desconocer la historia de América, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas. Es el Martí que les advierte a los niños que lean la Edad de oro: “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de  muchos hombres. Ésos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro […]”.(15)

Abordar temas centrales para la cultura hoy, ubicarnos en Nuestra América cuando el proyecto neoliberal dominante nos inserta como parte de Norteamérica, recordarnos que la visión libertaria posee una historia profunda y desconocida, son aportes del libro. Abre un infinito cúmulo de ideas con una enorme vigencia para nuestros pueblos, hoy tan necesitados de la cultura y la educación como armas liberadoras. Hoy que esta patria ofrece la visión de un páramo inerte cubierto de muerte y desolación, una obra que rescata la historia y valor de la cultura, que se contempla en sus contradicciones en una etapa en que la cultura mexicana y latinoamericana son desconocidas o ignoradas por la clase en el poder, resulta fundamental.En fin, una obra que nos motiva a reflexionar sobre las tareas pendientes como el papel del intelectual comprometido que Carlos Guevara asume en su texto.

Bibliografía

Aurrecoechea, Juan Manuel y Armando Bartra, Puros cuentos. La historia de la historieta en México, 1874-1934, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Museo Nacional de Culturas Populares, Grijalbo, 1988.

-------------, Puros cuentos. Historia de la historieta en México, 1934-1950, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Grijalbo, 1993.

Bolléme, Geneviéve, El pueblo por escrito. Significados culturales de lo “popular”, México, Grijalbo, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1986 (colección Los noventa, núm. 47).

Colombres, Adolfo, Teoría transcultural del arte. Hacia un pensamiento visual independiente, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 2005.

Colombres, Adolfo (comp.), La cultura popular, 5ª. ed., México, Premiá-Culturas populares, 1987.

Corbiére, Emilio J., Los catecismos que leyeron nuestros padres. Ideología e imaginario popular en el siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2000 (colección Memoria de los argentinos).

Girón, Nicole, “La idea de la cultura nacional en el siglo XIX: Altamirano y Ramírez”, En torno a la cultura nacional, México, SEP/80, 1983.

González, Jorge, “Cultura(s) popular(es) hoy”, en Comunicación y Cultura. La comunicación masiva en el proceso político latinoamericano 10, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 1983.

Guevara Meza, Carlos, Conciencia periférica y modernidades alternativas en América Latina, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 2011.

Hopenhayn, Martín, Ni apocalípticos ni integrados. Aventuras de la modernidad en América Latina, Chile, Fondo de Cultura Económica, 1995.

Martí, José, “La edad de oro”, en José Martí. Páginas escogidas II, La Habana, Instituto cubano del libro.

Monsiváis, Carlos, “Cultura popular. Reír llorando”, en Política cultural del Estado mexicano, México, Secretaría de Educación Pública, 1983.

Rubenstein, Anne, Del Pepín a Los Agachados. Cómics y censura en el México posrevolucionario, México, Fondo de Cultura Económica, 2004.

Notas

1. Texto leído el 22 de noviembre de 2012 en la sede de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, ciudad de México.

2.Carlos Guevara Meza, Conciencia periférica y modernidades alternativas en América Latina, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 2011, p. 33.

3. Ibidem, p. 34.

4. Véase Nicole Girón, “La idea de la cultura nacional en el siglo XIX: Altamirano y Ramírez”, en En torno a la cultura nacional, México, SEP/80, 1983.

5. Manuel Gamio, Forjando patria (pro nacionalismo), México, Librería de Porrúa Hermanos, 1916, p. 17.

6. Citado por Shirley Brice Heath, La política del lenguaje en México, México, Instituto Nacional Indigenista, 1992, p. 160.

7. Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra, Puros cuentos. La historia de la historieta en México, 1874-1934, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Grijalbo, 1988, p. 21.

8. Ibidem, p. 35.

9. Anne Rubenstein, Del Pepín a Los Agachados. Cómics y censura en el México posrevolucionario, México, Era, 1970, p. 280.

10. Carlos Guevara, op. cit., p. 88.

11. Osvaldo Bayer, Rebeldía y esperanza. Documentos, Buenos Aires, Editorial La Página, 2009, p. 29.

12. Carlos Guevara, op. cit., p. 90.

13. Véase Emilio J. Corbiére, Los catecismos que leyeron nuestros padres. Ideología e imaginario popular en el siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

14. Carlos Guevara, op. cit., p. 115.

15. José Martí, “La edad de oro”, en José Martí. Páginas escogidas II, La Habana, Instituto Cubano del Libro, p. 59.