Carmen Gómez del Campo,
Miradas a Francisco Toledo,
México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Bellas Artes, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, 2011.
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Cuerpo, deseo, memoria.
Miradas a Francisco Toledo
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ANA MARÍA RODRÍGUEZ PÉREZ • HISTORIADORA DEL ARTE
yudico2003@prodigy.net.mx
ALICIA SÁNCHEZ-MEJORADA GARGOLLO • HISTORIADORA DEL ARTE
cuenco@prodigy.net.mx
LETICIA TORRES HERNÁNDEZ • HISTORIADORA DEL ARTE
letatc@prodigy.net.mx
Investigadoras del Cenidiap
Como diría el filósofo español Miguel Morey: “la teoría es como los lentes, si te los pones y ves, te sirven, si no, tíralos” y pareciera que Carmen lo aplicó en su libro Miradas a Francisco Toledo. A través de una serie de herramientas teóricas de diversas disciplinas humanistas que van desde la historia, la filosofía y el psicoanálisis hasta la historia del arte, nos abre otros caminos para acercarnos al fenómeno estético. Recorre el pensamiento de autores como María Zambrano, Walter Benjamin, Emmanuel Levinas, Jean-Luc Nancy, Jacques Derrida, Jean François Lyotard, Sigmund Freud, Georges Bataille, Pierre Fédida, Eugenio Trías, Jean Clair y Georges Didi-Huberman, y de ellos toma los conceptos que le iluminan el recorrido —por aquello que pareciera ser un pretexto o pre-texto— a saber: la obra de Toledo o sobre la obra de Toledo. Más allá de lo que se ha dicho del artista oaxaqueño, incluso más allá de su propia obra, Carmen construye este ensayo combinando esas teorías interdisciplinarias con las sensaciones que la cautivan, convocan, sacuden, sorprenden o inquietan al enfrentarse a la producción del artista oaxaqueño y desde ahí surge el pretexto para realizar su pre-texto, es decir, una infinita combinación de posibilidades para aproximarnos al arte, pues a fin de cuentas la imagen es también interdisciplina.(1)
¿Qué nos ofrece Carmen Gómez del Campo en este libro? ¿Qué de novedoso encontramos a lo largo de sus capítulos? ¿Qué podríamos decir de esta narrativa? ¿Cómo teje sus reflexiones a partir de las sensaciones que despierta la obra de Toledo: cuerpo, deseo, memoria, ausencias, presencias, fuerza, gesto, mirada, movimiento, soplo ancestral, etcétera? ¿Cómo percibe en la obra de Toledo un trabajo colectivo, ese espíritu del que habla el pintor, tan antiguo como moderno que quizá no sea más que una reminiscencia que atraviesa a todo ser humano?
Carmen divide su ensayo en cuatro capítulos y en cada uno de ellos entreteje reflexiones que abarcan desde el proceso creativo hasta el fenómeno que la obra de Toledo ejerce sobre su mirada, nuestra mirada. “Entre la piel y la tierra, los gestos de una memoria” es el que abre el libro. En él la autora marca dos tiempos: en el primero, “Elementos de una danza”, trata acerca del quehacer cerámico; la relación entre el barro y el cuerpo, convirtiendo la mirada en tacto, y la forma, en objeto dado a la mirada. Así, en la creación a partir del barro, señala cómo la obra portará las marcas del tiempo, los gestos de una época y pone en juego el encuentro de dos memorias, la individual y la colectiva. Encuentro afortunado, pues como señala la autora:
Podemos imaginar al ceramista trabajando la tierra, recreando su orografía, espulgando en sus entrañas, hurgando en sus orígenes, para producir formas nuevas de representarla y representarse, para figurar las maneras inéditas de suspender y atrapar sus gestos. Podemos imaginarlo dejándose tocar y seducir por el barro, mezclando su piel con la textura de la tierra, tomando sus colores y relieves, produciendo en su trabajo el encuentro de su memoria con aquella que guarda la tierra, y la memoria de ésta dejándose despertar por el tacto y el soplo del artista (p. 22).
Este primer tiempo también recupera el proceso creador, en el que el cuerpo y su cadencia guiados por el torno dirigen la mano que acaricia el barro y en este movimiento generan bordes que acotan lo infinito, envuelven al vacío y son testigos del surgimiento de las formas.
“El Murciélago y lo infinito”, el segundo tiempo, trata ya sobre la cerámica toledana y la autora se refiere a ella como una prolongación tridimensional de su plástica, para poder tocarla, mirarla y apreciarla desde diversos ángulos, “como una manera de preservar para la eternidad la captura de sus gestos y más íntimamente de su aliento”. Quizá para abrazarla en su textura, para sentir sus relieves, bordes, surcos y asperezas, para acariciar sus contornos, develar sus enigmas y revelar sus memorias, para conservar en el tacto su trayecto. Toledo quiere tocar lo que sus manos miran —señala Carmen—; quiere tantear las sensaciones que la propia tierra guarda en su seno; ver correr y saltar a sus habitantes; quiere que ellos lo miren desde su faz tallada y bordada, como inscripción indeleble de la memoria y la atmósfera de sus tiempos, sabedor de que la cerámica, en tanto documento, habrá de preservarla (p. 25).
Es el murciélago, este animal que “emerge en un umbral entre lo sublime y lo siniestro”, lo que llama su atención. Por un lado, para Carmen el murciélago enmarca el quicio de un más allá inaccesible e inasible y, por otro, resuena como memoria ancestral que proviene de una cueva que recuerda el origen. La magia de Toledo, su capacidad creativa consiste en esta dualidad que la autora trabaja a lo largo del texto convirtiéndola en una doble frontera donde lo “extraño-familiar” resulta cotidiano, lo infigurable se vuelve tangible, lo primitivo parece contemporáneo, lo local se insinúa universal, la ausencia es presencia y lo siniestro, estético. Así, resulta que el murciélago, animal de la noche y las cavernas, “llega al portal de la luz como jalando el infinito, desplegándolo y transformándolo” (p. 28).
En el segundo capítulo, “Orografía de un rostro, las máscaras toledanas”, la autora nos invita a develar el contenido de los autorretratos del artista, algunos de ellos inéditos y reunidos por primera vez en una publicación. Inspirada en una frase de Toledo que consignó el escritor Carlos Monsiváis que apunta: “una máscara es un rostro que huyó a la superficie”, Carmen desarrolla todo un ensayo sobre el tema. Nos introduce a la noción de las temporalidades, de la espacialidad o la topología, de la contradicción y el encuentro entre la imagen —la del rostro o la máscara— y su correlato, la mirada. La máscara —escribe— se presenta como una especie de instantánea que ha atrapado y suspendido en el tiempo un momento único e irrepetible, en la cual una mirada y un gesto —expresión de la otredad que habita en lo profundo de cada ser— se manifiestan. ¿Acaso la sensación y la forma plástica que el artista revela, entre los rostros de sí mismo o sus máscaras, le despiertan la necesidad de seguir indagando entre lo que es y lo que se manifiesta, entre lo oculto y lo develado, entre el reflejo de esa mirada interna y la luz que a los ojos de la investigadora esos trazos le revelan? ¿Será entonces que lo profundo sea la superficie? Entre conceptos y sensaciones Carmen narra, en un ir y venir, cómo lo interno y lo externo se roza, se entreteje, se enmarca y delimita entre los umbrales que señala y la mirada que los intuye.
“Transfiguraciones en el cuerpo” compone el tercer capítulo del libro. El cuerpo es umbral y soporte de umbrales, nos dice la autora, y a partir de esa premisa lo define como el lugar donde se desarrollan fuerzas en movimiento. Y nuevamente trae a consideración el proceso creativo. Aborda los dibujos de Toledo desde el trazo inicial, como hilo que hilvana, y que en esos pespuntes va dejando espacios y líneas punteadas que en su ausencia-presencia marcan ritmos que a manera de bocetos anuncian figuras primigenias de contornos inacabados pero al tiempo perceptibles, “condición primera de toda posible figuración de hacer visible lo invisible”, pero que también anuncia otro mundo atrás de la figura que es inasible y que esconde y guarda los secretos originales, negados a la mirada. La fuerza y la plasticidad comandadas por una mano hecha deseo llevan a Carmen a narrar las historias que esos trazos le evocan. Parafraseando a Paul Klee considera que el dibujo no es otra cosa que una línea que ha salido de paseo. A partir de los elementos que va descubriendo arma historias sobre los cuadros, aquellos que como ella señala, han llamado zoología fantástica, galería de monstruos, seres imaginados, exhibición onírica… En su narrativa deja sentir el pulso del artista y lo inasible de su producción plástica hasta llevarla a un umbral, traspasarlo y transfigurarla en el cuerpo de Toledo hecho tacto, en una línea que palpita y juega para descubrirnos configuraciones que constelan en el plano, en un lienzo, en el espacio. De esta manera trata los dibujos como despliegues corporales, donde las sensaciones cobran forma y figura y son puestas a nuestra mirada, metáforas únicas, personales y a la vez colectivas, remotas y, al tiempo, contemporáneas.
Así como Carmen señala que Toledo con sus dibujos fue levantando colores, la tierra, las texturas y las sombras que en el camino encontró, pareciera que en ese torbellino ella misma se colocara en el umbral o los umbrales donde estas imágenes se desarrollaron para traerlas a la luz de nuestra mirada permitiéndonos indagar en una doble frontera que es apertura y borde, umbral en el que el cuerpo y su energía se desdoblan.
Nos atrevemos a decir que en el último capítulo, “La geografía erótica toledana”, Carmen condensa y despliega, ata y desata, borda y desborda todas las reflexiones que recorren su libro. Corolario, cierre y apertura, en estas últimas líneas la acompañan casi todos los teóricos que convoca en ésta, su aventura toledana. La autora incursiona, a través de las formas eróticas, en el mundo indómito de las fuerzas, los deseos y las pasiones que atraviesan y motivan al artista, ahí donde el cuerpo se pone en juego como borde y frontera del adentro y del afuera. Para Carmen la primera sensación que surge al mirar la obra erótica de Toledo suscita de manera insólita la impresión de que en ella no sólo el tiempo ha quedado suspendido sino que condensa todos los tiempos y todos los espacios, como si la guiara una fuerza sutil, condición arcaica, primigenia, que rebasa todas las fronteras, que está más allá de cualquier proceso civilizador y que es lo que atraviesa a todo ser humano y deviene símbolo.
Aquello que la autora ve no lo define la palabra, no es historiable, pareciera que el artista estuviese influido por un espíritu tan ancestral como contemporáneo y al tiempo universal —señala. Entonces, ¿cómo es que Carmen recorre y nos descubre este origen? Lo hace desde Benjamin, Lyotard y Trías, buscando el rastro del origen no en tanto lugar y tiempo de aparición, sino como una condición figural desde el ahora, desde el siempre presente. Lo primitivo —dirá con Fédida— exige estar en contacto inmediato con la materialidad de la cosa, primera materialidad que es expresión física de lo psíquico. Desde allí la autora recurre a sus conocimientos psicoanalíticos, para señalar que no hay imagen o representación posible que no tenga como referente último el cuerpo. Nos habla del mundo de la animalidad marcado por el instinto, las pulsiones dirigidas por el deseo, cuya fuerza permite levantar formas y figuras, siempre poniendo en juego al cuerpo.
Así, aparecen en escena las zonas erógenas: marco y quicio, umbral de intercambio del cuerpo con el otro, territorio de nadie. Sobre ellas Carmen nos dice: “Regiones que hacen borde, siempre fronteras, construyéndose y constituyendo el adentro y el afuera, las que abren y se abren a la otredad y a la diferencia, sede misma de toda construcción fantasmagórica.”
¿Cómo es que pone en la mesa de este relato al erotismo? Bataille y Levinas le dan la pauta y le abren el camino. La autora nos devela que los impulsos del erotismo, puro exceso, violencia en movimiento, rompe, rasga, desgarra y genera el goce en el enorme nexo con Eros, que Toledo sostiene y construye como desplazamientos que impregnan de sutileza sus imágenes, donde sugiere, pero no muestra, pues al final de cuentas, como dice Warburg, “captura en imágenes el movimiento de la vida”.
A este último capítulo, el más teórico, el más conceptual, lo recorre aquel espíritu que el artista recoge y deja recorrer todo su territorio y que pone en el centro a su obra como una y todas a la vez; como un artista que trabaja solo, pero desde una colectividad, desde aquella que dejó sus huellas en las cuevas de Altamira hasta la que actualmente imprime sus memorias en las paredes de las grandes urbes a través del grafiti.
Podemos decir finalmente que este libro es también un despliegue de todo proceso creativo: Carmen comienza con la tierra y recoge los movimientos dancísticos de todo momento creador, trae los pespuntes de la línea, como también la de su escritura; recorre ese espacio fronterizo entre los trazos que animan la obra toledana y los que de ella se juegan en esta travesía. La imagen y su correlato, la mirada, se dan cita en estas páginas, donde la autora trata los dibujos y las piezas del artista como despliegues corporales en toda su complejidad, de ahí que en todo el trabajo reaparecen contundentes los procesos de creación, como referencia indispensable. Uno de sus mayores aciertos es tratar la obra como un todo y al tiempo como un instante de revelación, como relámpago. Intuye cómo salen a la superficie gesto, fuerza y movimiento, en un afán de dar forma a lo informe con sus textos, despliega cuerpo, deseo y memoria. Trata no sólo la obra de Toledo, sino todo el universo, dual, contradictorio y mágico que resuena ahora como una memoria ancestral y al tiempo contemporánea.
Nota
1. Texto leído el 23 de junio de 2011 en el aula Magna José Vasconcelos del Centro Nacional de las Artes, ciudad de México.
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