C O N F R O N T A C I Ó N • • • • • •
 

Mathias Goeritz
vitrales para la Catedral Metropolitana de la ciudad de México,
1960-1966.
 

 

El silencio como estrategia de destrucción. Vitrales de la Catedral Metropolitana
de la ciudad de México(1)


Aunque desde 1952 Mathias Goeritz había colaborado con los arquitectos Luis Barragán y Ricardo de Robina en la colocación de vitrales, con el primero en la Capilla de las Capuchinas Sacramentarias en Tlalpan y con el segundo en la Iglesia de San Lorenzo Mártir en el Centro Histórico de la ciudad de México, el artista de origen alemán nunca imaginó que los que realizaría entre 1960 y 1966 para la Catedral Metropolitana causarían una polémica tan sonada y recurrente que hasta la fecha se deja sentir.

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ANA MARÍA RODRÍGUEZ PÉREZ SOCIÓLOGA
Investigadora del Cenidiap
yudico2003@prodigy.net.mx

LETICIA TORRES HERNÁNDEZ HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora del Cenidiap
letatc@prodigy.net.mx


En Cuadernos de Bellas Artes de septiembre de 1961 se publicó que “Matías [sic] Goeritz está haciendo los nuevos vitrales de la Catedral de México. Ya están colocados los seis del fondo…”, texto en que se describen como pedazos de cristal cuadrangulares de diversos tonos de ámbar y distintos tamaños, que enmarcados en fierro iluminan la piedra gris del recinto emulando el color oro de los altares barrocos, que a su vez quedan bañados de una luz melada y difusa que hace resaltar su belleza. La nota concluye con la predicción de que “Cuando estén todos puestos, la Catedral habrá ganado un ciento por ciento en belleza e intimidad religiosa”.(2)
                                                                      
Provocar emociones y lograr una experiencia estética y espiritual fue la búsqueda recurrente en Goeritz, que en sus trabajos con vitrales logró a través de la generación de atmósferas bañadas por la luz trastocada en su paso a través de vidrios de colores conceptualmente elegidos y colocados sobre estructuras abstractas. Sin embargo, los vitrales del artista en la Catedral Metropolitana no se han comprendido en toda su complejidad, es decir, no es cada estructura independiente con sus vidrios de colores la propuesta artística como tal, sino la atmósfera dinámica que genera el conjunto de esas estructuras lo que hace la obra de arte; dinámica en cuanto a que se somete a las variaciones lumínicas que se dan en el transcurrir del día. A cambio de ello se ha optado por su destrucción paulatina y silenciosa sin asumir posturas claras.
                                                                        
El 27 de octubre de 1966 se publicó en el suplemento México en la Cultura de Novedades la siguiente noticia: “Acuerdo razonado contra horribles adefesios. Serán retirados los ventanales a Go Go de la Catedral Metropolitana”. El editorial dice:

El buen sentido, como era de esperarse, prevaleció sobre los gustos ultra modernistas que inadecuadamente iban a distorsionar, no sólo el conjunto estético del gran ambiente arquitectónico de la Catedral de México, sino también su sentido funcional […] ventanales de retorcida manguetería, que hicieron las tinieblas en el interior de nuestro Templo Mayor.

Más aún, se menciona que ese suplemento “felicita a la mencionada oficina de la Secretaría de Patrimonio Nacional y se felicita a sí mismo, por haber sido la primera publicación (si no la única), que desde el primer momento elevó su protesta contra la desatinada idea”.

Esta información es falsa, ya que no fue ni la primera ni única publicación en tratar el tema de los vitrales. A continuación se publicó la carta-disposición de dicha Secretaría, fechada el 21 de septiembre del mismo año, dirigida a la Comisión Diocesana de Orden y Decoro de la Catedral, en la cual los comentarios, a todas luces influidos por el dictamen oficial de la Comisión de Monumentos,(3) se basaba en opiniones sin fundamento académico. Sostenían que las formas irregulares de los vitrales desvirtuaban las líneas de la obra neoclásica de Manuel Tolsá. Sin embargo, la comisión se contradecía al señalar que era un error colocar vidrios de colores en templos coloniales apelando a que, en la época novohispana, las ventanas fueron diseñadas para permitir el paso de la luz natural y no como motivo ornamental que distraería la atención en detrimento de la arquitectura o pintura. ¿De qué época, entonces, se habla? Quizás el único comentario que podría tener algún sustento para ser examinado es el que indica que los vitrales de colores transformarían el aspecto de las pinturas y los retablos. No obstante, pensamos, para este punto se pudo haber discutido como solución el empleo de luz artificial para iluminar la riqueza de las obras coloniales a cualquier hora del día. Para concluir el documento, la Secretaría del Patrimonio Nacional dispuso que se suspendieran de inmediato todos los trabajos que no contaran con la licencia correspondiente; que se sometiera a consideración de esa dependencia el programa, diseño y especificaciones de las obras por ejecutar, para su previa autorización y, finalmente, se daba el plazo de un año a la Comisión Diocesana para el retiro total de los vitrales y su reemplazamiento por vidrieras de manguetería reticular y vidrio incoloro, con diseño aprobado previamente por las autoridades correspondientes.
                                                                        
¿Qué fue lo que pasó de 1961 a 1966, lapso en el que se fraguó una guerra exclusivamente sobre la pertinencia y valor de los vitrales de la Catedral? Año y medio después de la primera referencia positiva a la obra (en Cuadernos de Bellas Artes) se publicaron en el Excélsior las opiniones de tres “eminencias” en arte barroco y colonial que la reportera Bambi(4) reunió bajo el título “Los vitrales de Goeritz en la Catedral, un desacierto”.(5) Francisco de la Maza, doctor en historia, miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) y catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), comentó que de las tres propuestas sobre la solución que se les debería dar a las ventanas quedó la menos buena (las dos primeras se referían a reconstruir los vitrales conforme al estilo del siglo XVII tomando como ejemplo un grabado de la época, emplomados en círculos y rombos, en vidrios grises, transparentes, o utilizando lozas de alabastro poblano en blanco lechoso). El arquitecto Manuel González Galván, también miembro del IIE, inspector de Monumentos Coloniales en Michoacán y miembro de la Junta de Conservación de la ciudad de Morelia, señaló que, como realización formal se estaba ensayando y, en ese monumento tan importante no había derecho a hacer ensayos; que era legítimo que esa época aportara algún elemento, pero buscando los más idóneos, haciendo concursos, estudiando el nuevo aporte en relación con lo ya existente, y no llegar “de buenas a primeras a añadir un elemento extraño”. Finalmente, el doctor español Antonio Bonet Correa, profesor de historia en la Universidad Central de Madrid y miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas del Instituto Diego Velázquez, también de Madrid, sentenció que esos vitrales en ámbar y rojo introducían en la Catedral una luz que no era renacentista. La luz de los vitrales de Goeritz creaba un ambiente distinto al que le es propio a la Catedral, pues su arte estilísticamente no iba de acuerdo con lo que representa esa construcción.

Después de la publicación de esa entrevista, la doctora Ida Rodríguez Prampolini —en aquel entonces esposa de Mathias Goeritz— opinó, en una carta dirigida al director de Excélsior,(6) que a ella le “satisfacen plenamente los nuevos vitrales porque son discretos, sencillos, bellos y cumplen con su función de crear en el interior del edificio una atmósfera luminosa de profunda espiritualidad”. Desmanteló, paso a paso, los argumentos de los tres entrevistados anteriormente; a su amigo y maestro el doctor de la Maza le cuestionó que si es más adecuado hacer réplicas del pasado, entonces el arte moderno es incapaz de aportar valores artísticos religiosos a la Catedral como en otras épocas lo hicieron artistas de su tiempo. Al arquitecto González Galván le reprochó haberse expresado sobre los vitrales de color rojo como “una porquería”, argumentando que esta aseveración mostraba “una forma de expresión antiestética y lamentable para un miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM”. Al doctor Antonio Bodet simplemente le aclaró que las ventanas que se estaban reemplazando eran de perfiles modernos, así que no se estaban destruyendo objetos valiosos.

Después de un corto periodo de silencio, a partir de 1966 volvió aparecer el tema de los vitrales en la prensa. En esta ocasión se intensificaron los ataques, y a falta de argumentos sólidos, se recurrió a calificativos despectivos para referirse a ellos. Se les llamó: “lumbre amarilla”, “ventanas agogó”, “aberración y mal gusto”, “vitrales estrafalarios”, “desmanes”, “herrería atormentada” e “injertos”, entre otros. Fueron los arquitectos los que más insistieron en el retiro de los vitrales a través de Agustín Piña Dreinhofer y Augusto Pérez Palacios. El primero, como miembro del Comité de Monumentos, se expresó diciendo que las mangueterías irregulares con vidrios de color le parecían“magníficos para un cabaret, pero en la Catedral representan una verdadera catástrofe”, porque, entre otras razones, “provocan un fuerte contraste con el conjunto y atraen por estrafalarios las miradas del espectador en detrimento de la totalidad de la obra arquitectónica”.(7) Por su parte, Pérez Palacios, sin mencionar a Mathias Goeritz, dice que:

Infortunadamente personas extrañas no ubicadas o poco sensibles a nuestros valores y tradición no han respetado el monumento […] Nuestra Catedral ha quedado a oscuras o en penumbra que impide admirar sus obras de arte […] sorprende que ejecuciones como éstas o similares en detrimento de conjuntos, obras y detalles no se encomienden a quienes por su preparación, trayectoria y mexicanidad no comprometan joyas nacionales admiradas y queridas en todo el mundo.(8)

Ya para este momento se habían colocado los vitrales ámbar en todas las naves de Catedral y faltaban los de la cúpula (edificada por Tolsá) donde, a decir de Francisco de la Maza, se sugirió instalar, antes de proseguir con ese trabajo, una de las estructuras para que la Comisión de Monumentos del Instituto Nacional de Antropología e Historia la viera y juzgara in situ. Además, en su artículo el historiador denuncia que “no se puso una, se pusieron las ocho estructuras y no se ha llamado a la comisión. Se dijo que los vidrios serían azules, cosa que espantó a todo el que lo supo, y según parece, hubo arrepentimiento de la aberración y se pondrán transparentes. O quién sabe…”(9)
  
Podemos decir que el doctor de la Maza dejó sentir en su texto cierto gusto por la obra de Goeritz. No obstante, en su calidad de especialista en arte colonial,(10) fundamentó y reiteró su postura sobre dos aspectos de los vitrales que consideraba inadecuados para la Catedral. El primero, la luz emitida a través de los vidrios de colores que para él reducía el valor cromático de los retablos dorados y pinturas y no correspondía a la concebida en siglos pasados. El segundo era su estructura: armaduras asimétricas que no representaban el marco tradicional de las líneas rectas del templo renacentista y que se contraponen al equilibrio de su composición. Insistió en la conveniencia de restaurar las ventanas según como aparecen en el grabado del siglo XVII, abogando a la Carta Internacional de Restauración aprobada en Venecia en 1965, y descartó toda posibilidad de que en la Catedral quedara alguna huella del siglo XX.
  
Un defensor de los vitrales en esa época fue Ramón de Ertze Garamendi, refugiado español, doctor en Historia y Ciencias Políticas y Sociales, canónigo de la Catedral Metropolitana, párroco de la iglesia de San Lorenzo y columnista del periódico Excélsior. En su columna Suma y resta, comentó que:

Está a punto de concluirse la magna obra de los vitrales de la Catedral Primada de México. Magna por varios conceptos. Por sus dimensiones: en número redondos 140 ventanas de tamaños diferentes. Por la calidad de cada uno de ellos. Por su integración en el conjunto. Obra, en suma, que constituye la aportación fundamental de nuestra época, a la historia del edificio sagrado, dándole digno remate.

En su opinión, generaciones sucesivas habían dejado el testimonio de su sensibilidad y, en estas condiciones, la unidad de estilo resultaba un mito y una aberración. Para el autor, los vitrales eran objetos artísticos por “la calidad del vidrio, por el ritmo de los colores, por la sinfonía de las formas, por la luminosidad que da calor y color a grandes superficies de piedra […] y su función es alumbrar formando ambiente”. Afirmó que “la hermosa arquitectura renacentista y los suntuosos y delicados altares barrocos han quedado revalorizados con la luminosidad de nuestros días”.(11)
 
Nueve meses antes de la fecha límite para que fueran retirados los vitrales (septiembre de 1967), la noche del 17 de enero de ese año un gran incendio consumió algunas de las obras artísticas de la Catedral de México: parte de la sillería del coro, el Altar del Perdón, las fachadas interiores de los órganos, la pintura al temple de Rafael Jimeno y Planes de la cúpula y varios vidrios de los vitrales de Goeritz, entre otros.

Ante tal desastre, el futuro de la Catedral se discutió a partir de dos posturas: la primera fue la restauración fiel, estricta y lo más detallada y acuciosamente posible, intentando el máximo acercamiento a su estado anterior al incendio, sin incluir obviamente, la obra de Mathias Goeritz; la segunda fue la modernización del templo para cumplir con los requerimientos de la liturgia establecidos a partir del Concilio Vaticano II, así como la apertura a la intervención artística del siglo XX en un monumento históricamente vivo (incluyendo murales de Rufino Tamayo o José Luis Cuevas en la cúpula, en lugar de la obra destruida de Jimeno y Planes). El doctor en Historia, Ariel Rodríguez Kuri, llamó a los defensores de la primera “los neobarrocos o restauradores” y, “modernistas o renovadores” a los de la segunda.(12) El bando neobarroco estaba conformado por críticos del arte como Jorge Alberto Manrique, historiadores de la talla de Edmundo O’Gorman y Francisco de la Maza, Antonio Castro Leal, ex presidente de la Comisión de Monumentos Históricos, Artísticos y Arqueológicos de la UNESCO en París, y como era de esperarse, el grupo de arquitectos encabezado por Agustín Piña Dreinhofer, entre otros. El modernista o renovador agrupó a personajes como el canónigo Ramón de Ertze, el obispo de Cuernavaca Sergio Méndez Arceo y el arzobispo de México Miguel Darío Miranda; la doctora y crítica en Historia del Arte Ida Rodríguez Prampolini y el también crítico de arte Antonio Rodríguez, como también los arquitectos Mario Pani, Ricardo de Robina y Enrique del Moral, entre los más polémicos.
  
Sin duda el terrible siniestro que acabó con un invaluable patrimonio artístico protegió del desmantelamiento la obra de Mathias Goeritz. La polémica sobre los vitrales, que poco antes del incendio iluminaron y motivaron los debates sobre la Catedral, a partir de ese momento se desvaneció y dejó de ser el centro de la discusión para pasar al silencio en el discurso y al olvido como estrategia de su destrucción. Silencio que perduró 23 años hasta que, en 1990, meses antes de la muerte de Mathias, se abrió nuevamente el debate cuando la Asociación Amigos de la Catedral Metropolitana anunció en carteles colocados en el recinto “la asignación de 690 millones de pesos para retirar la obra de Goeritz”, propuesta que según la coordinadora general de dicha asociación, Margarita Sierra de Cortázar, se había hecho desde la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología. Esto provocó que se levantaran fuertes protestas en contra del desmantelamiento de los vitrales por parte de investigadores e historiadores del arte como Graciela Schmilchuk, Francisco Reyes Palma, Ida Rodríguez Prampolini, Jorge Alberto Manrique y Lily Kassner, así como artistas como la escultora Helen Escobedo y el arquitecto Ricardo de Robina. Una semana antes de la protesta, el arquitecto Carlos Flores Marini cuestionó por qué no se destinaban esos 690 millones a restaurar antes que a destruir.(13)
  
También se volvieron a escuchar los argumentos del propio Mathias Goertiz, al publicar nuevamente, en el diario La Jornada,(14) un artículo que escribió en 1967 para la revista Arquitectura México, en el cual narraba su historia y los propósitos de los “Vitrales a gogó”, como él mismo los llamó.
  
Llegó el cambio de siglo, y a principios de 2004 la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes realizó un “Proyecto para las ventanas de la Catedral Metropolitana de México”. Se reportó que de los 134 vitrales que originalmente se habían colocado, para ese momento sólo quedaban 98, y enlista los factores que causaron la pérdida de los 36 faltantes: el incendio de 1967, los frecuentes sismos, los hundimientos, la falta de un mantenimiento preventivo periódico, pues el vidrio soplado original de diferentes colores, al romperse o dañarse, fue repuesto por vidrio transparente de inferior calidad, perdiéndose paulatinamente la obra original de Mathias Goeritz y, por último, también causaron pérdidas las obras de corrección geométrica y rehabilitación estructural del inmueble que se realizaron de 1989 a 2000, y que incluyeron la sustitución de las ventanas grandes de la nave central por otras de estructura con protecciones de acrílico y aluminio, sin dar explicación alguna de los fundamentos técnicos de esta decisión.
  
El recuento que hicieron del conjunto de los vitrales fue que 71 por ciento de ellos tenía menos de 10 por ciento de sus vidrios originales; 20.5 por ciento tenía entre 11 y 50 por ciento, y 8.5 por ciento entre 51 por ciento o más. De tal manera, concluyeron que la Catedral requería de un sistema de ventanas que la protegiera contra el ruido, el viento, el agua y el polvo, que su mantenimiento fuera sencillo gracias a un material resistente y duradero, que recuperara la luminosidad natural en las zonas donde existía obra artística profusa, que protegieran el recinto contra rayos ultravioleta e infrarrojos y que fueran seguros y de material inastillable. Para finalizar el reporte, se consideró restituir todas las ventanas de la nave central y de las naves procesionales, con las nuevas ventanas. Y sobre los vitrales de Mathias Goeritz, propusieron dejar testimonio en un lugar importante de la Catedral, para lo cual se sugirió restaurar los de la zona del transepto, incluso reponer los vidrios de colores faltantes. El resto de la obra sería restaurada por el Instituto Nacional de Bellas Artes, y se planteó la reubicación de algunos de los vitrales en el Instituto Cultural Cabañas en Guadalajara, Jalisco, espacio donde en forma permanente se exhiben algunas piezas del artista.
  
Ida Rodríguez Prampolini narró, en un artículo publicado en La Jornada el 25 de febrero de 2004, que:

[…] el sábado 14 de ese mismo mes tuvieron la cortesía de venir a platicar con el hijo de Mathias, Daniel Goeritz, y conmigo, los arquitectos Xavier Cortés Rocha, director general de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del Conaculta; Carlos Cruz, jefe de Estudios y Proyectos de la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del CNCA; Raúl Delgado Lamas, coordinador nacional de Monumentos Históricos del INAH, y mi querido amigo, Jorge Alberto Manrique, como una especie de moderador, en la discusión que seguramente iba a desarrollarse.

Contó que le comunicaron que iban a quitarse los vitrales de Mathias Goeritz en la Catedral Metropolitana porque estaban muy destruidos y porque la luz ámbar no era la adecuada. Nos recordó que desde que comenzaron a colocarse los primeros vitrales en 1960 se intentó retirarlos en varias ocasiones, pero que la oposición de artistas, historiadores de arte, críticos, arquitectos mexicanos y extranjeros lo impidió. Propuso se hiciera una encuesta al público que asistía regularmente a Catedral y a especialistas para que la decisión se tomara en conjunto, y recordó que:

La Catedral Metropolitana tiene estilos de varias épocas [...] ¿Por qué nuestro tiempo no puede dejar su huella también? ¿Por qué se empeñan siempre en destruir lo que está probado mundialmente que es muy bello y que produce un ambiente de recogimiento místico? Se ha dicho que la luz ámbar no tiene buen efecto sobre el Altar de los Reyes. A mi juicio y el de muchos historiadores de arte nos parece lo contrario. La luminosidad resalta la belleza del bello altar. Pido más cuidado y respeto para una obra considerada mundialmente como un gran acierto. México está en deuda con Goeritz, basta recordar que sus Torres de Ciudad Satélite ahora aparecen como diseñadas por el arquitecto Luis Barragán. Muchas obras del creador de la arquitectura emocional, como El Eco, y del minimal art han sido destruidas.

Concluyó con la pregunta: “¿Qué necesidad hay de destruir una obra más, en vez de restaurarla?”(15)
  
A la voz de Ida Rodríguez se sumaron artistas, intelectuales, críticos de arte, historiadores, arquitectos, cineastas, promotores de la cultura, curadores, escritores, académicos, periodistas, videoastas, diseñadores, publicistas, antropólogos, fotógrafos, abogados, actores, galeristas, psicoanalistas y lingüistas, entre otros, de México y del mundo, quienes en la prensa dejaron sentir su enérgica condena al desacato perpetrado por la burocracia hacia una obra de arte, ya que para ese entonces el artista había muerto y se había revalorado históricamente su obra en la Catedral como aportación artística del siglo XX y, por lo tanto, patrimonio de la nación ya en el XXI.

La respuesta a través de Xavier Cortés Rocha fue la siguiente: “[…] conservar y proteger los vitrales de Goeritz, en su carácter de ‘gran aportación del arte del siglo XX a la Catedral Metropolitana’, es una ‘intención’ y una ‘prioridad’ [...] Bajo ninguna circunstancia, se ha previsto destruir ni una pulgada cuadrada de la obra de Mathias Goeritz [...] Sari Bermúdez tiene gran interés en que las cosas se hagan con mucho cuidado”. No obstante lo dicho por el arquitecto Rocha, Ida Rodríguez comentó en entrevista a Mary Mac Masters, que el lunes 8 recibió una llamada de Sari Bermúdez, entonces presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, para decirle que “siempre y cuando existan todos los diseños hechos por Mathias los volverían a repetir. De otra manera los vitrales se quitarían”.(16)   
 
Pocos días después, el 17 de marzo, la misma reportera publicó un resumen del estado de las últimas declaraciones sobre los vitrales y la entrevista que le hizo a Francisco Reyes Palma —curador, investigador especialista en arte moderno y contemporáneo, voz autorizada y reconocida sobre la obra de Mathias Goeritz—, quien acertadamente puso énfasis en algunos problemas que no se habían considerado sobre la validez de la obra, abriendo espacio a un debate más puntual y enfatizando las contradicciones de los responsables de su futuro. El historiador argumentó que era una aberración destruir los vitrales por no contar con el total de los bocetos “originales”, y afirmó que es “una especie de amenaza de muerte sobre una obra artística que no debería venir de las autoridades”; que el abandono y destrucción se debía al descuido institucional, cuya intención en realidad era deshacerse de ellos. Sobre el propósito de dejar una muestra en la Catedral, de llevarse algunos al Hospicio Cabañas y destruir el resto, Reyes Palma explicó que no se trataba de “una obra-objeto como una pintura, sino una atmósfera de iluminación. Si se cambia la propuesta, se destruye la obra”.
  
Dos últimos eventos se registran en esta historia: el encuentro “Reflexiones académicas en torno a los ventanales de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México”, organizado por el Seminario de Conservación y Estudio del Patrimonio del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, en el que no se llegó a ninguna conclusión ni se emitió públicamente alguna propuesta, y el artículo académico “El restauro como estrategia de demolición” que Francisco Reyes Palma publicó en la revista Curare de enero-junio de 2006.

Estamos ante el asesinato de una obra de arte. Aniquilación lenta y silenciosa que descubre la indolencia y la apatía de las autoridades responsables que deciden sobre la permanencia de un testimonio artístico, histórico y cultural de una época, que pertenece ya a la memoria de las futuras generaciones. Hasta hoy, amparados en juicios subjetivos de gusto más que de valores estéticos, y anteponiendo intereses económicos, políticos, personales, sociales e ideológicos, tienen como estrategia la indiferencia y como aliado al tiempo que se encargará de borrar la propuesta artística de Goeritz, su huella, su significado y su aportación. El tiempo como lacayo hará lo que ellos no se atreven: destruir lo que no les gusta, lo que no les interesa y afecta sus intereses, eludiendo así su responsabilidad.

El pecado de los vitrales fue ser de corte abstracto y crear una atmósfera lumínica que producía un ambiente de recogimiento místico y, por qué no decirlo, también estético; desviar la atención hacia la apreciación de la obra del pasado o de los discursos retóricos eclesiásticos del presente, al provocar esa emoción que Georges Didi-Huberman conceptualiza como “lo que vemos no vale —no vive— más que por lo que nos mira. Ineluctable, sin embargo es la escisión que separa en nosotros lo que vemos de lo que nos mira”.(17) Emoción, acercamiento o vivencia de lo espiritual que fue el interés esencial de la moderna liturgia católica que en un corto periodo del siglo XX quiso recuperar la esencia del ser; emoción que logró transmitir la obra completa, no fragmentada, de Mathias Goeritz.

Imaginemos una nota periodística cuyo titular fuera: “Los encargados de la Catedral inician un paciente y discreto cambio de vidrios a los vitrales de Mathias Goeritz”, y cuya contenido relatara que se cuenta por ahí que “el Padre Pérez hace contrabando hormiga con los vidrieros de la calle de Guatemala, rebajándoles la penitencia por cada vidrio que le regalen”.

Y a los responsables les decimos, como Felipe Ehrenberg bien afirmó: “Si los destruyen, nos acordaremos de sus nombres y apellidos. También los recordaremos por nombre y apellido, por supuesto, si los restauran”.(18)


Bibliografía

Didi-Huberman, Georges, Lo que vemos lo que nos mira, Argentina, Bordes Manantial, 2006.

Reyes Palma, Francisco, “El restauro como estrategia de demolición”, Curare, núm. 26, México, enero-junio de 2006, pp. 28-35.

Rodríguez Kuri, Ariel, “La proscripción del aura. Arquitectura y política en la restauración de la Catedral de México, 1967-1971”, Historia Mexicana, vol. LVI, núm. 004, 2007, pp. 1309-1392.


Otra fuente

Expediente “Los vitrales de la Catedral Metropolitana”, Fondo Mathias Goeritz, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes.


Notas

1. Agradecemos a Amadís Ross su amable lectura y sus precisas correcciones a este texto.

2. “Los vitrales de la Catedral”, Cuadernos de Bellas Artes, año II, núm. 9, septiembre de 1961, p. 56.

3. Estaba integrada por el doctor Eusebio Dávalos, presidente; los señores Jorge Encizo y Ricardo Arancón; los arquitectos Juan Vincent, Carlos Flores Marini, Federico E. Mariscal, Héctor Velázquez Moreno, Agustín Piña Dreinhofer, Ruth Rivera Marín y Luis García Remus; el doctor Francisco de la Maza; la ingeniera Ángela Alessio Robles, y el licenciado Alfonso Ortega Merino.

4. Ana Cecilia Treviño.

5. 25 de abril de 1963.

6. “Vitrales en Catedral”, carta de la doctora Ida Rodríguez Prampolini, Excélsior, 5 de mayo de 1963, sección Foro de Excélsior, p. 11.

7. “Aberración y mal gusto”, México en la Cultura”, suplemento de Novedades, 11 de noviembre de 1966, pp. 1 y 2.

8. “Respeto y cariño para nuestros monumentos”, “México en la Cultura,” suplemento de Novedades, México, D. F., 2 de octubre de 1966, pp. 7, 8.

9. “Ejemplo peligroso”, México en la Cultura, suplemento de Novedades, 11 de septiembre de 1966, pp. 1 y 2.

10. Decimos arte colonial pues el doctor De la Maza usó ese término en sus libros.

11. México, D. F., 13 de septiembre de 1966.

12. “La proscripción del aura. Arquitectura y política en la restauración de la Catedral de México, 1967-1971”, Historia Mexicana, vol. LVI, núm. 004, 2007, pp. 1309-1391.

13. “Primero restaurar que destruir”, La Jornada, 8 de febrero de 1990, p. 15.

14. “Vitrales modernos en templos antiguos”, La Jornada, 21 y 22 de febrero de 1990, publicado originalmente en Arquitectura México, núm. 96-97, 1967, sección de Arte, pp. 86-92.

15. “Restaurar en vez de destruir”, en La Jornada, sección cultura, México D. F., 25 de febrero de 2004, p. 2a.             

16. “La titular del CNCA señaló que de otra manera ‘se quitarían’: Rodríguez Prampolini. Hallar diseños de Goeritz, crucial para los vitrales de la Catedral. Conservarlos y protegerlos ‘es una prioridad’, expresó el funcionario Xavier Cortés Rocha. Sugiere la viuda del artista consultar libros que publicaron imágenes de esas obras”, La Jornada, 10 de marzo de 2004, sección Cultura, p. 2a.

17.Georges Didi-Huberman, Lo que vemos lo que nos mira, Argentina, Bordes Manantial, 2006, p. 13.

18. “Ehrenberg defiende los vitrales de Goeritz”, La Jornada, 4 de marzo de 2004, sección El Correo Ilustrado, p. 2.



 

Mathias Goeritz
vitrales para la Catedral Metropolitana de la ciudad de México,
1960-1966.

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