Deconstruyendo centenarios, Latinoamérica como protagonista.
Memoria del tercer Encuentro de Investigación y Documentación
de Artes Visuales,
México, Centro Nacional de Investigación, Documentación
e Información
de las Artes Plásticas, Instituto Nacional de Bellas Artes, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, 2010.
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Reconstruyendo el tercer
Encuentro
de Investigación y Documentación
de Artes Visuales
• • •
ALBERTO ARGÜELLO GRUNSTEIN • MAESTRO EN ARTES VISUALES
Investigador del Cenidiap
argrunstejn@yahoo.com.mx
El libro que transcribe las ponencias presentadas
en el tercer Encuentro de Investigación y Documentación de Artes
Visuales, en primer término,
es un indicador del capital cultural del que dispone el Centro
Nacional de Investigación,
Documentación
e Información de Artes Plásticas (Cenidiap), y
una toma de posición en el campo académico, de
la historia y las teorías del arte en particular.(1) El índice
de la Memoria, dividido en diez partes, da cuenta de
los grandes asuntos tratados y exhibe el abanico de académicos
participantes, de casa o externos, que figuran repartidos de
la forma más amplia posible como parangón de un
tablero académico. Están presentes autores que
trabajan en diversas tradiciones intelectuales: historia del
arte y marxismo, narratología y estructuralismo, filosofía
y semiótica, sociología y antropología,
pedagogía y psicología; que ofrecieron ángulos
divergentes de la pintura, los no-objetualismos, la literatura,
los héroes bien peinados
y despeinados, columnas ausentes, danza, música, documentalismo,
huelgas célebres, canto, cine, subjetividad, graffiti,
cartelismo, teatro, fotografía e historieta.
Pese a la diversidad que trasmina el índice
y la pluralidad de los autores, el libro no oculta sino que revela
el mensaje programático que se quiso manifestar al elegir
al conferenciante magistral y el subtema del evento (“Latinoamérica
como protagonista”). Con ello se traza una línea
político-académica que se desea fortalecer. A pesar
de ser una aspiración discutible pero necesaria —o
quizá por ello—, tuvo el mérito de concitar
varias plumas que iluminaron las prácticas artísticas
e investigativas convergentes, divergentes y emergentes en la
región. Es una aspiración necesaria por todo lo
que desconocemos del arte latinoamericano frente a la imperante
visión eurocéntrica que campea en la reflexión
histórica y teórica y en la producción
artística de punta. Entonces, el propósito marcado
nos remite a la exigencia de Juan Acha, en el sentido de reflexionar
en torno al arte latinoamericano con conceptos y teorías
afines a nuestras realidades. Digo que es discutible la línea
de trabajo señalada, porque no podemos eludir el hecho
de que ha enfrentado y enfrenta resistencias poderosas y tradiciones
académicas y artísticas apenas modificables que
aletargan este anhelo.
Una de las tesis centrales que atoran este proyecto
sostiene que la politización y la búsqueda de la
identidad constituyen, al parecer, las únicas opciones
del arte latinoamericano. Si bien, como asegura Acha, “deviene
primordial formar grupos que subviertan las ideologías
artísticas predominantes, vinculándose con los
intereses colectivos y el conocimiento de las singularidades
populares”,(2) ello
no deben hacerlo nuestras minorías productoras de innovaciones “parasitando
la cultura popular” o alineándose a la práctica
política: la de los políticos, los partidos o el
aparato estatal. De aquí que se plantee la urgencia de
que los intelectuales y los artistas construyan su independencia,
su autonomía cultural, pues ha sido un hecho recurrente
que los “imperativos nacionalistas”, si bien sirvieron
en un momento como arietes contra el imperialismo, finalmente
acabaron “avasallando a la cultura”.(3) No
sería deseable que esto pasara con los “imperativos
latinoamericanistas”.
El dirigismo sobre la cultura, en el caso mexicano,
es desmenuzado por Esther Cimet en su trabajo Posiciones,
composiciones y recomposiciones en el “arte de la Revolución
mexicana”, donde señala las fases mediante
las cuales el Estado se apropia de la Revolución y “arranca
el proceso de integración nacional homogeneizadora”;(4) con
esta operación, “el nacionalismo se ve entonces
reducido a una afirmación identitaria” y “el
muralismo, en tanto que arte nacional, arte del pueblo,
promovido orgullosa y desinteresadamente por el Estado”(5) se
transforma en el pilar de la mítica versión
oficial que hasta hace unas tres décadas todavía
era tesis sustentada en la historiografía del arte mexicano.
Basta sólo con mencionar —afirma Cimet— el
término Contemporáneos para
incitar a la deconstrucción de la “historia de
bronce” que se ve confrontada con palabras antípodas
al arte de la Revolución: intimismo, arte libre, cosmopolitanismo,
arte no oficial, universalismo, abstracción, fantasía,
despolitización…
En esta línea deconstructiva de la “historia
de bronce” podemos encuadrar, también, la participación
de Ana Garduño, que nos muestra el libre operar de un
funcionario público como Alberto J. Pani, quien, arrogándose
tareas culturales de Estado, pudo hallar los intersticios para
burlar la línea dominante a favor del nacionalismo artístico
y, a contrapelo, sentar las bases de una colección gubernamental
de arte europeo clásico, neoclásico
y manierista ("Alberto J. Pani. Político, funcionario,
coleccionista y promotor cultural").
Como es palpable, no se trata de negar la íntima relación que pueden tener el arte y la política en contextos como el latinoamericano, sino de llamar la atención sobre otras maneras que se han dado, y se pueden dar, para que ambas dialoguen. Algunas otras ponencias dan cuenta de ello. Veamos.
Echando mano de rudimentarios términos psicoanalíticos, pienso que las ponencias se desplegaron —si leemos entre líneas— como si expresaran los tres niveles o regímenes del inconsciente planteados por Freud: en el discurso superyoico que trasmina la conferencia magistral de Alberto Híjar y la lúdica reivindicación del ello que permeó en la participación de Manuel Centeno, los demás, más o menos apegados al principio de realidad que rige al yo, nos esforzamos por escribir textos serios y memoriosos, documentados e historiográficamente bien planteados.
Alberto Híjar es, ni más ni menos —así lo
creo yo—, nuestra conciencia crítica, popular y
latinoamericanista en persona. Rescato ahora dos ideas centrales
de su ponencia: la insurgencia es una condición
recurrente, pero reprimida, de nuestros pueblos, y si se sale
de control genera una preocupación renovada y pánico
cotidiano en los gobernantes y la oligarquía. Por otra
parte, la revolución a la que alude no es la
de 1910, sino a la que “ya toca” —dice— en
2010, o poco después, hacia la cual endereza su entusiasmo
y sus llamadas al orden a los artistas: el pueblo en lucha deberá contar “con
el impulso de los artistas que dejan de serlo para asumirse como
trabajadores de la cultura y organizar [juntos] un proyecto difícil
de poder que obliga a la lucha constante y de largo plazo”.(6)
Días después, en la mesa 6, tendría
lugar una incuestionable réplica deconstructiva de este
exhorto revolucionario. Manuel Centeno, quien desde hace rato
peina canas, se asumió como encarnación del centenario y
agradeció que todos se ocuparan de deconstruirlo
a él. Manuel, a su manera, hizo un exhorto por la independencia.
Como se puede observar, cada cual habló de aquello que
les ocupa: es decir, la Revolución y la Independencia (los
grandes temas del encuentro). Pero mientras Híjar lo hizo
desde la lógica del pensamiento ilustrado, Centeno reivindicó el
espíritu romántico, ideologías que han
campeado en el pensamiento latinoamericano desde el siglo XIX,
si bien captamos la tesis que sostiene Carlos Guevara en su trabajo
sobre ("La estética latinoamericana ante el problema
de la identidad"), presentada en la mesa 1 del Encuentro.
En esa mesa debieron haber salido chispas por
lo que he entendido al leer la ponencia de Carlos Aranda, "Una
historia del arte latinoamericano, desde 1989 a nuestros días.
Una perspectiva curatorial". Supongo que las hubo, pues Aranda
postuló, al menos, tres afirmaciones que, a mi parecer,
tienen una fuerte carga deconstructiva. La primera fue aquella
en la que elogió la tesis del teórico y curador
cubano Gerardo Mosquera, quien poco más o menos afirma
que “hay que deslatinoamericanizar al arte latinoamericano”,
pues como categoría ya no funciona críticamente.
En esta sintonía, Aranda demuestra que es difusa y confusa: “¿a
qué vamos a llamar arte latinoamericano?”,(7) se
pregunta.
Jesús Fernando Monreal, en la muy lejana
mesa 7, parece contestar a esta cuestión señalando
que “la idea de que el arte incide en los procesos de
constitución de identidad forma parte del proyecto de
la modernidad enfatizado en la historia del arte [latinoamericano]
figurativo y en la teoría estética”.(8) Es
decir, Aranda y Monreal aseguran que eso ya es cosa del pasado,
o casi, superado o superable, que se sufrió como una enfermedad: “la
cultura en América Latina ha padecido una neurosis por
la identidad”.(9)
Armado con la información relativa a
las más representativas exposiciones y bienales realizadas
de 1951 a la fecha, Aranda desmonta los montajes construidos
por “escritores y funcionarios culturales” de varios
países latinoamericanos en su aspiración por proyectar
su arte hacia “las grandes capitales de Occidente”;
política cultural aún con vida, cuyos pormenores
fundacionales, y con hondura histórica,
son explicados detalladamente por Guillermina Guadarrama en su
trabajo sobre "Miguel Álvarez Acosta y el interamericanismo
cultural".
Aranda, sintetizando procesos por la brevedad
del tiempo concedido a cada ponente, planteó que la globalización
contemporánea “ha generado un grupo de nuevas condiciones
de trabajo para las personas en el campo del arte” que
reafirmaron “los ideales culturales de la Guerra Fría” propiciando “modelos
culturales y artísticos similares, sin fronteras que los
definan como ciudadanos de un país específico”;(10) esto
es, borrando rasgos de nacionalismo “para aspirar a un
nuevo tipo de internacionalismo”. Esta lógica se
consolida —añade el autor— a finales de los
años ochenta del siglo pasado con la “aparición
del curador, [quien] cambiaría rotundamente las reglas
del juego”. He aquí su segunda afirmación
fuerte. El curador, por lo que explica, deviene, ni más
ni menos, en la pieza clave en el arte actual, que entre bienales
y exposiciones
conceptuales logra construir “un enorme dispositivo de
visibilidad para todos los artistas, latinoamericanos o no”,(11) y
por si esto fuera poco, en el mismo acto refundacional, Aranda
manda de paseo a los historiadores: en su tercera afirmación
deconstructiva sentencia que “ahora la historia del arte
no la escriben los historiadores, sino los curadores”.(12)
Su amplio nivel de conocimiento e interés
sobre el tema es fenomenal, pero el grado de involucramiento
que lo caracteriza —“he sido juez y parte de este
devenir”,(13) escribió—,
convierte sus observaciones en testimonios, es decir,
en puntos de referencia entre quienes —efectivamente— hacen
la historia, pero no de aquellos que la escriben.
Sí. Quizá será necesario historiar el excepcional desempeño del arte reciente, como exige Aranda. Este arte de punta que hacen “nuestras minorías productoras de innovaciones” en sintonía con las modalidades, los tiempos y en los espacios determinados por el mainstream. Pero también urge historiar ese arte comprometido del que se ocupa Híjar. Ese arte y esos artistas modestos y heroicos, excepcionales de otro modo, que acompañan las luchas populares. Y a pesar de que a Híjar no le parece suficiente el actuar de “las tribus” y de los “microgrupos” politizados que persiguen, cada cual, la resolución de problemas puntuales, sus prácticas han contribuido a la construcción de sociedad civil ante la desconfianza que generan los partidos políticos, las instituciones manejadas con parcialidad y patrimonialismo y los medios masivos de difusión empresarial.
Esas “tribus”, esas luchas, estos
movimientos, cuentan con artistas y artífices que los
acompañan en sus batallas cotidianas. Estaría
fuera de lugar pretender que el artista consagrado, exitoso en
el mainstream,
exprese los modos de pensar y sentir del pueblo mejor que el
mismo arte popular (digo esto parafraseando a Acha). Norma Patricia
Lache da cuenta de esto en su estudio sobre las "Imágenes
e ideario de Ricardo Flores Magón,
al son de la barricada". No relata sólo la tarea
anónima
de los grafiteros, sino la manera en la que la Asamblea Popular
de los Pueblos de Oaxaca (APPO) se tornó en detonadora
de una movilización cultural y artística que repercutió en
la canción popular e impactó en Internet, por un
lado, y en la radio y televisión locales. Guardadas las
proporciones, efervescencia que siguió algunos de los
pasos que ha dado el Ejército Zapatista en Chiapas, referidos
por Silvia Fernández en su ponencia "Del corrido
zapatista a los murales del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional".
Alejandra Ferreiro, por su parte, trata sobre
varias "Estrategias
de la danza escénica para crear comunidades".
Señala a aquellos y aquellas coreógrafas “indóciles” como
Anadel Lynton, que crean comunidades efímeras con los
espectadores de la danza en trabajos como Romerías (tours dancísticos
por las calles de la colonia Roma).
Y también en el Encuentro se trató sobre
artistas modestos, como el fotógrafo mexicano Enrique
Metinides (conocido como “el maestro” de la nota
roja), cuya obra hoy en día cuenta con la aceptación
en museos y galerías de Europa y Estados Unidos y es ampliamente
valorada por ofrecer un discurso convincente sobre una “sociedad
en la que conviven de manera simbólica la pobreza y la
injusticia, la impunidad y la corrupción”. Como
reportero gráfico de La Prensa, retrató los
aciagos días del 68, tal como lo refiere Argelia González
en "Imágenes
y representaciones del movimiento estudiantil de 1968 en la
nota roja. El caso del diario La Prensa".
La arenga de Híjar contra “la multitud
desmadrosa” y su aparente inutilidad histórica
por no proveer a la sociedad de una organización congruente
y transformadora a largo plazo, puede concebirse como modélica
para artistas desmadrosos no comprometidos, irrespetuosos,
independientes. Este puede ser el caso, entre otros, de los grafiteros,
quienes deben ser vistos como variante contemporánea
de artistas antimercantilistas y anticapitalistas; quizá personeros
de la estética radical de la que habla Raimundo
Mier, evocado por la ya citada Alejandra Ferreiro, quienes en
esa tónica repudian al arte como institución y
su mercadeo. A estos artistas, las bienales del primer mundo
les quedan chicas (operan mundialmente mediante Internet) y el
arte de compromiso, el nacionalismo y otras modalidades de arte
politizado, lo ejercen por convicción cuando les parece
pertinente. Esta postura nos habla de artistas que se ven a sí mismos
como intelectuales independientes, sujetos pensantes que se resisten
a ser instrumento, llamando a atender las orientaciones y necesidades
políticas, artísticas o mercantiles de otros (y
esto corre en la línea de Baudelaire y Flaubert, pero
también en la de Orozco, Picasso y Léger, comunistas
los dos últimos).
¿Cómo indagar, entonces, el arte que se produce en Latinoamérica? Concluyo retomando algunos puntos de referencia teóricos y empíricos que se plantean en tres ponencias.
Lourdes Fernández, en su trabajo "Encuentros
de diversas visiones del cuerpo en la danza latinoamericana hoy",
nos lleva a reflexionar sobre la danza en México, Argentina
y Brasil. Sorprende la sencillez y claridad de su enfoque, aplicable
a otras expresiones artísticas, por lo que cuando dice danza,
se puede sustituir esta palabra con pintura, fotografía,
cine, música, etcétera. En síntesis, plantea
que:
- En la danza latinoamericana se detectan diversos grados de colonización.
- Los tres casos analizados revelan esta condición y también la heterogeneidad de sus enfoques, técnicas y propuestas.
- Si bien “hay algunos sectores de la nueva danza contemporánea mexicana para quienes Europa es paradigma y, por tanto, aspiran a emular estéticamente esos modelos”, no todos estamos preocupados, “como los argentinos y algunos creadores brasileños, en ubicarnos como posmodernos”.
- Las contradicciones que se observan en estos tres países muestran a la danza argentina sin deseo de reafirmar su identidad y, en cambio, anhelante del reconocimiento y la aceptación por parte de la vanguardia dancística europea.
- Brasil, por su parte, presenta dos corrientes principales: aquella que se pliega a la estética occidental dominante “que se forja al contacto permanente con coreógrafos ‘avant garde’ europeos y la otra, ocupada en encontrar una identidad estética netamente brasileña buscada en la calle”.
- Son los teóricos —precisa— los
que instan a los coreógrafos a plegarse a la estética
de vanguardia en Europa y también quienes tiene la
honda preocupación por discernir si la práctica
dancística “X” o “Y” corresponden
o no al posmodernismo o a la contemporaneidad.
- Nuestras danzas —concluye— son distintas entre sí, como podemos apreciar, pero por más esfuerzos que hagan por sincronizarse con Europa, desde allá son vistas, en conjunto, como periféricas.
Nos convoca, entonces, a pensar en una estética
propia, “estética del sur” la llama, que rechace
la homogeneización y ponga sobre la mesa “la diferencia
cultural en nuestras expresiones” dancísticas en
lugar de suavizarla.(14)
Conectemos tan sólo en un punto estas
reflexiones con las artes plásticas en nuestro país.
Arturo Rodríguez Döring, en su ponencia "Nacionalismo
y posmodernidad en México", nos recuerda que a mediados
de la década de 1980 “principalmente los teóricos
mexicanos, buscaron afanosamente ingresarnos a esa nueva etapa
de la humanidad [el posmodernismo] de modo similar a como los
políticos nos quieren convencer de que muy pronto seremos
parte del primer mundo”.(15) Lo
paradójico del caso fue que, lejos de que ese impulso
de los teóricos funcionara para sintonizar el arte producido
en México con el europeo o estadunidense, la experiencia
cultural palpable fue la emergencia de una “renovada identidad
nacionalista”, conocida con el nombre de neomexicanismo.(16)
Esto me es útil para sugerir que la visión
de conjunto que sustraje de la ponencia de Lourdes Fernández
debe modularse de manera pertinente, tal como lo hace Claudia
Ovando para analizar el catolicismo y la cultura popular en Cuba:
pensar la territorialidad como “zona de contacto” donde
todas las instancias y los agentes del campo cultural entran
en un juego particular. Retomando las ideas de Mary Louise Pratt,
Ovando apunta que “la zona de contacto constituye un primer
espacio/tiempo en el que se empiezan a fraguar los procesos de
transculturación”, que son “un derivado de
la heterogeneidad”.(17) Esto
significa que, en el tema tratado por Rodríguez Döring,
podríamos decir que no fue la moda artística (el
posmodernismo) lo que transformó al arte mexicano, sino
que fue nuestra realidad la que cambió a ese arte.
Termino con esto, destacando la utilidad de
esta memoria, pues nos acerca a los diversos paradigmas
de análisis que los ponentes pusieron en práctica
para comprender algunos aspectos del arte hecho y conceptuado
en nuestros países y subrayando la necesaria crítica
teórica y diálogo que los artistas deben entablar
con los teóricos y los historiadores quienes, al tratar
sobre ellos como objeto de estudio, pasan por alto que también
son sujetos que reflexionan sobre su quehacer.
Notas
1. El presente texto fue leído
el 24 de junio de 2010 como parte de la presentación
del libro Deconstruyendo centenarios. Latinoamérica
como protagonista. Memoria del tercer Encuentro de Investigación
y Documentación de Artes Visuales en el Aula
Magna José Vasconcelos del Centro Nacional de las
Artes.
2. Juan Acha, Arte y sociedad: Latinoamérica.
El sistema de producción, México, Fondo
de Cultura Económica, 1979, p. 301.
3. Ibidem, p. 304.
4. Esther Cimet, “Posiciones, composiciones
y recomposiciones en el ‘arte de la Revolución mexicana’” en Deconstruyendo
centenarios. Latinoamérica como protagonista. Memoria
del tercer Encuentro de Investigación y Documentación
de Artes Visuales, México, Centro Nacional de Investigación,
Documentación e Información de Artes Plásticas/Instituto
Nacional de Bellas Artes/Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes, 2010, p. 148.
5. Ibidem, p. 155.
6. Alberto Híjar, “Por la insurgencia” en Deconstruyendo
centenarios…, op. cit., p. 38.
7. Carlos Aranda, “Una historia del arte
latinoamericano, de 1989 a nuestros días. Una perspectiva
curatorial” en Deconstruyendo centenarios…, op. cit.,
p. 46.
8. Jesús Fernando Monreal, “Evocaciones
de la ausencia. Irrelevancia de la identidad en algunos cursos
de acción del arte contemporáneo en Latinoamérica” en Deconstruyendo
centenarios…, op. cit., p. 275.
9. Ibidem, p. 277.
10. Carlos Aranda, op. cit.,
p 47.
11. Idem.
12. Ibidem, p. 53.
13. Ibid., p. 43.
14. María de Lourdes Fernández, “Encuentros
de diversas visiones del cuerpo en la danza latinoamericana hoy” en Deconstruyendo
centenarios…, op. cit., p. 86.
15. Arturo Rodríguez, “Nacionalismo
y posmodernidad en México” en Deconstruyendo
centenarios…, op. cit., p. 215.
16. Ibidem, p. 219.
17. Claudia Ovando, “Religión,
identidad y cultura popular: culto a la Virgen de Caridad” en Deconstruyendo
centenarios…, op. cit., p. 92. |
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