Graziella Díaz de León y
Jorge Wilmot, ca. 1956.
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Graziella Díaz de León y
su pasión por la tierra
Graziella Díaz de León Toussaint perteneció a
la primera generación de ceramistas modernos en México,
aquellos que renovaron el quehacer cerámico y contribuyeron
al cambio de visión que se tenía de la cerámica.
El presente texto, da cuenta
de su formación, exposiciones y actividades académicas,
con el fin de recordar a esta artista nacida el 25 de mayo de 1928
y fallecida el 28 de octubre de 2009.
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ANA MARÍA RODRÍGUEZ
PÉREZ • SOCIÓLOGA
LETICIA TORRES HERNÁNDEZ •
HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadoras del Cenidiap
yudico2003@prodigy.net.mx y
letatc@prodigy.net.mx
Graziella Díaz de León Toussaint fue parte del grupo
pionero que entre los años cincuenta y sesenta del siglo
XX se interesó por el barro como medio de creación,
y que logró dar un giro significativo a la cerámica
que se hacía
hasta entonces en México. Aun cuando existía una
gran tradición, esta práctica había quedado
circunscrita al quehacer artesanal y muy pocos artistas y artífices
preocupados por las artes aplicadas recurrían a ella. Los
procesos cerámicos que se practicaban, por lo tanto, eran
habitualmente los mismos marcados por la tradición y no
existía interés alguno por renovar o experimentar
diferentes técnicas. No obstante, este grupo, cuyos integrantes
llegaron por distintos caminos a la cerámica y que sin proponérselo
coincidieron en especializarse y consolidar sus conocimientos en
el extranjero —Jorge Wilmot se preparó en Alemania;
Humberto Naranjo estudió en Suiza y en Francia; Hugo Velázquez
descubrió la cerámica en Estados Unidos, y Graziella
Díaz de León obtuvo una beca para trabajar la cerámica
en Japón—, adoptaron la técnica de alta temperatura
conocida también como gres o stoneware y
decidieron poner mayor énfasis en la calidad artística
y en el diseño de los objetos utilitarios.
Estos precursores abrieron, asimismo, nuevos espacios de producción como el Grupo Cono 10 Ceramistas y el Centro Cerámico de Alta Temperatura, donde no sólo compartieron sus experiencias en el quehacer cerámico,
sino que se dieron a la tarea de buscar lugares para exhibir sus
piezas. En los primeros años de la década de 1970 los cuatro artistas expusieron sus obras —fundamentalmente vasijas y objetos— en diversos centros culturales.
Graziella fue hija del destacado grabador y pintor Francisco
Díaz de León. Acorde con el ambiente en el que creció,
desde muy joven buscó la manera de desarrollarse en el terreno
de las artes. A los 17 años de edad ingresó a la
Secundaria de Arte del Conservatorio Nacional de Música
formando parte de la primera generación. A los 19 estudió grabado
en metal y madera en la Escuela de Artes del Libro —centro
educativo fundado en 1938 por su padre, del cual fungió como
director hasta 1957— y posteriormente, entre 1954 y 1956,
se integró a las clases de tapiz y cerámica en el
Taller de Artesanos en la Ciudadela, estudios que le permitieron
ser asistente de Jorge Wilmot en el taller de cerámica que
se impartía en la carrera de Artes Plásticas en
la Universidad Iberoamericana. Entre 1957 y 1958 participó en
dos exposiciones colectivas, una en el Instituto Regional de Bellas
Artes de Acapulco, y la otra en la Galería Eleonor Lincoln
en Coyoacán.
Gracias a las gestiones del pintor japonés Tamiji Kitagawa,
quien le consiguió una beca, Graziella vivió en Japón
de 1958 a 1961, donde estudió cerámica en la Universidad
de Bellas Artes de Tokio bajo la dirección
del maestro Hajime Kato. Al año siguiente de su llegada
exhibió sus piezas en la exposición Japan Yourth
Designers, en la Galería Shirokiya de esa ciudad.
Continuó su formación durante 1961 en diversos talleres
de maestros destacados en el campo de la cerámica como en
el del propio Hajime Kato y en los talleres de Asanoo y Kaheji
Miura en Tokio; en el taller del maestro Shoji Hamada en el pueblo
de Mashiko; en el taller de Kaneshegi Toyo en la provincia de Bizen;
así como en Kyoto con el maestro Takeichi Kawai y Lishi
Tamura en Sanoo. La joven mexicana aprendió los tres tipos
fundamentales de la cerámica japonesa: la rústica
con Hamada, que es la más cercana a la alfarería
mexicana en cuanto a la elaboración de objetos utilitarios
para consumo popular y, desde luego, con la que más se identificó;
la ritual, que se emplea en las ceremonias del té, y la
porcelana, que es la que se utiliza para la elaboración
de piezas muy finas. El resultado de estas experiencias se reflejó en
los objetos que incluyó en la exposición Seis
mujeres ceramistas en Tokio, que se presentó en la
Galería Mitsukoshi. Finalmente, viajó y visitó diversos
talleres artesanales de cerámica en Calcuta, Nueva Delhi,
Atenas, Barcelona y Lisboa, entre otras ciudades.
Regresó a México en 1962 y trabajó conjuntamente con la ceramista e investigadora de arte popular Luisa Reynoso. Ese mismo año presentó su primera exposición individual, Piezas hechas en Japón y México, en la Galería de la Sociedad de Arquitectos. Sus obras fueron elogiadas por el público que también pudo apreciar las influencias que ejercieron sobre Graziella tanto el arte tradicional japonés como el de los alfareros mexicanos. Sobre el sentido de los objetos que exhibió, señaló: “[…] los jarros, los platos y las tazas pueden decir mucho del carácter de los pueblos, ya que están en contacto directo con la vida diaria de los hombres y de las mujeres”.(1) Durante esta muestra se presentaron varias películas, probablemente de su propiedad, sobre el trabajo cerámico japonés.
Al año siguiente estableció un taller en Veracruz
con el fin de impartir clases. Desde ahí se dio tiempo para
organizar y coordinar una conferencia que dictó su maestro
Hamada en la ciudad de México. En 1965 comenzó a
instalar un taller en su casa de Coyoacán, en la capital
mexicana, donde la cocina se convirtió en un verdadero laboratorio
de alquimia al que en 1969 su amiga Louisa Reynoso y ella llamaron
Géminis. En este espacio produjeron sus propias creaciones
y enriquecieron sus experiencias, al tiempo que formaron nuevos
ceramistas. Estas actividades conjuntas duraron hasta 1972. Graziella
construyó un horno profesional
y siguió con sus clases tanto en su taller como en otras
instituciones privadas. Las piezas de este periodo las mostró en
exposiciones individuales en recintos como las Galerías
Akai en Cuernavaca y Casa de Cortés en la ciudad de México,
ambas en 1974; en el Instituto Francés de América
Latina, en 1979; en 1985 en la Casa de la Cultura de la Pirámide,
y en la Galería de Cerámica Ross, esta última
en Valle de Bravo, en 1991, en la que también al año
siguiente presentó obras al lado de los ceramistas Jeanne
Waters, Elizabeth Ross, Gustavo Pérez y Jorge Wilmot.
En 1970, Graziella Díaz de León junto con Enrique Rangel, Alberto Díaz de Cossío, Hugo Velázquez, Manola Bond, Carmen Carrasco, Eglentina Ochoa, Irma Peralta, Hilda Sustaeta y Louisa Reynoso fundó el grupo Cono 10 Ceramistas. Decidieron llevar ese nombre pues en aquel entonces para todos ellos “quemar” a cono 10, es decir, a alta temperatura (1 300°C) era fundamental. Entre sus principales objetivos se propusieron involucrar al público en la apreciación de la cerámica de alta temperatura en todas sus facetas. El grupo se organizó para la venta colectiva de sus obras en un local permanente en el Bazar del sábado, en San Ángel, al sur de la capital del país, y participó en varias muestras como en la primera Exposición Colectiva de Stoneware (cerámica de alta temperatura), en la Galería del Centro Cultural Isidro Fabela en 1970. Un año después con la muestra Ceramistas. Stoneware, las Galerías del Palacio de Bellas Artes abrieron por primera vez sus puertas a ceramistas mexicanos quienes se definían como “alfareros dedicados a la cerámica moderna”, y cuya producción se insertaba en las propuestas contemporáneas, sin abandonar la cuestión utilitaria. Años más tarde, en 1994, Graziella presentó en la Escuela de Artesanías del Distrito Federal una charla acerca de la formación de ese importante grupo.
Otra actividad en conjunto fue su integración, en 1986, al Centro Cerámico de Alta Temperatura, grupo que organizaron Aurora Suárez, Hugo Velázquez, Ruth Beltrán y Juan Sandoval. Ruth consiguió un local para la exposición permanente de piezas en cerámica y también llevaron a cabo, en diversos lugares, exposiciones colectivas. Se integraron, asimismo, Nemesio Estrada, Adelle Goldschmied, Wakana Higuchi, Claudio López, Diana Sánchez Mejorada y Mariana Velásquez. En 1994, con Gemma Dehesa, María José de la Macorra, Esther Guinzberg y Gustavo Pérez presentaron sus obras en la Escuela de Artesanías y meses después montaron la exposición Habitat cerámico en las oficinas de la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial.
También participó en diversas exposiciones colectivas como 25 Ceramistas Contemporáneos en México, en la Galería Universitaria Aristos (1976), muestra que incluyó artistas de diversos países y de varias partes de la República Mexicana, quienes fueron calificados como “[…] los vanguardistas de un nuevo concepto artesanal que cada día tiene más auge en el mundo […] las obras que ahora se presentan, y cuyo carácter técnico y artístico reflejan la tendencia actual de la búsqueda individual de expresión a través de formas innovativas, tanto funcionales como decorativas y escultóricas”.(2) Primer simposio sobre la mujer, en el Museo Carrillo Gil (1977); De la Arcilla al Fuego… Exposición Colectiva de Cerámica, en la Universidad Iberoamericana (1985) y Seis Ceramistas, en la Galería Toltecayolotl del Conjunto Ollin Yoliztli (1987), entre las más importantes.
Graziella trabajó intensamente por largo tiempo cuando
decoró con placas de cerámica la iglesia de San
Antonio de Padua, en la avenida División del Norte y la
calle Xotepingo en la delegación Coyoacán, ciudad
de México. Comenzó en 1968 con el mural de la fachada;
siguió en 1972 con el recubrimiento del altar, el púlpito,
la base de la sede y dos esculturas, una de la virgen del Carmen
y la otra de san Antonio de Padua, ambas con el niño en
brazos. Finalmente, en 1992, concluyó con la decoración
del campanario recubriendo el muro frontal con placas preparadas
y quemadas en el taller de Jorge Wilmot en Tonalá, Jalisco.
Esta es la creación más destacada de Graziella:
el barro en una obra pública revistiendo una estructura
arquitectónica,
aportación estética hacia un templo religioso.
En placas sintetiza diversos símbolos católicos
diseñados con gran sencillez. Siendo coherente con su
estilo, la autora dejó hablar al barro como materia al
resaltar su textura pétrea, donde la simpleza y lo más
natural de los materiales afirmaban el interés de la Iglesia
por volver a sus valores originales.
A pesar de todo ese trabajo, no descuidó su labor docente
ni la producción de piezas, algunas de las cuales envió en
1980 a la VII Bienal Internacional de Cerámica en Vallauris,
Francia, donde su esfuerzo fue premiado con una mención
honorífica. Dos años después volvió a
participar en ese certamen. Al siguiente año viajó a
Costa Rica, donde visitó los talleres artesanales de Santa
Ana y San José de la Montaña. Impartió, en
1992, un curso-taller de creatividad en Valle de Bravo y, una vez
concluido el trabajo de decoración de la iglesia de San
Antonio de Padua, en 1994 asistió al curso Técnica
de rakú en Valencia, Venezuela, invitada por el grupo Ceramistas
de Alto Fuego.
Entre las distinciones de las que fue objeto, fue jurado al lado de Gerardo Azcúnaga, Paulina Parlange, Juan Sandoval y David Zimbrón de la segunda Bienal de Cerámica Utilitaria que organizó el Museo Franz Mayer en 2005; la colección de dos museos japoneses se enriqueció con una pieza cada uno de Graziella Díaz de León: el Museo Nacional de Arte Moderno de Kyoto adquirió El detector de mentiras, obra torneada en cinco partes con ornamento de flores, y el Museo Imperial de Tokio recibió la donación de una vasija horneada a baja temperatura de 32 centímetros.
Emprendedora y generosa, Graziella contribuyó con su quehacer a la formación de nuevas generaciones de ceramistas. Siempre compartió sus conocimientos técnicos, químicos y alquímicos con todo aquel que se acercaba a ella. Al lado de aquel grupo de pioneros, no sólo decidió modificar los modos de hacer cerámica, sino que propició el cambio, de una manera sutil y definitiva, del gusto por mirar y apreciar el barro. Incansable luchadora por la preservación de la naturaleza, fue fiel su amor por la tierra, por esa materia natural que es origen de vida, esa compañera incansable que le dio forma a sus dos grandes pasiones: el barro y las orquídeas. Con gran compromiso se involucró en la investigación de esas plantas y se preocupó por su protección en sus lugares de origen. Su jardín, extensión y depositario de este conocimiento se pobló de orquídeas que con gusto y placer cuidó y cultivó.
Notas
1. Aguilar de la Torre, “La cerámica expresa el carácter de los pueblos, dice una artista”, Últimas Noticias de Excélsior, México, 27 de abril de 1962.
2. 25 Ceramistas Contemporáneos en México,
México, Galería
Universitaria Aristos, febrero-marzo de 1976.
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