Á G O R A • • • • • •
 
   

 

El loco habla consigo mismo y
forma palabras sin precedentes


Ante la crisis de creatividad de nuestra sociedad el autor propone una redefinición de los conceptos “loco” y “normal”. Aunque se trata de un tema que ha ocupado a la sociedad desde tiempos remotos, la división nunca ha resultado clara. ¿Dónde termina la salud y comienza la demencia? El presente texto propone una nueva relación entre estas dos caras de la naturaleza humana, y lo enriquecedor que podría resultar reconciliarlas.

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URS JAEGGI ARTISTA VISUAL
urs@snafu.de

Tomo el título del trabajo de un poeta loco, Edmund Mach. Lo cito para señalar que no incursiono en las definiciones científicas de la creatividad ni en las de las enfermedades mentales. Me concentro en lo que vivo y hago como artista y escritor.

Estoy en Austria, hospital psiquiátrico. En nuestro primer encuentro en el corredor, Edmund me mira, acomoda una hoja en el suelo, atraviesa el largo corredor, vuelve y retoma la hoja vacía; la pone otra vez en el suelo, atraviesa el corredor, regresa, se agacha para recogerla nuevamente, abre la puerta de su habitación, finalmente la deja sobre el piso y me mira. Entro. Su enfermedad es visible, pero es un ser definido por la sociedad en la que vive, por médicos, psiquiatras, quizá hasta por filósofos y etnólogos.

Mi primera hipótesis: así como los pueblos llamados civilizados han subestimado durante mucho tiempo a los creadores y a las creaciones de los considerados primitivos, nosotros subestimamos hoy todavía la creatividad de los niños y, en lenguaje popular, la de los locos.

En mi idioma materno se les llama peyorativamente verrückte. Si insertamos un guión después del prefijo, significa des-plazados. Son los rechazados, los mal vistos; están en otro lado, cargan huellas de la enfermedad y no es raro que hablen una lengua extraviada. Todos son atributos negativos. Podemos y debemos interpretarlos. Ver-rückt, des-plazado, significa, entre otras cosas, excluido (ausgegrenzt), puesto afuera, del otro lado, expulsado. Es decir: no acercarse si no es imprescindible, no ser curiosos y abiertos a lo que esos extraños podrían darnos. En español, en el Diccionario Enciclopédico Grijalbo se define el término “loco” como ofuscado, temerario, excepcional. La palabra pierde así el contenido negativo; yo estaría realmente contento si me calificaran con dos de esos atributos.

Por supuesto, las palabras no llenan los contenidos, pero dicen, cercan. Las exclamaciones populares se aproximan a esto: al mirar un cuadro, una escultura o escuchar música, sobre todo cuando es moderna y experimental, solemos oír cosas como: “esto es obra de un loco”. Se perciben como creaciones audaces, incomprensibles, que llegan al límite. El loco vive en el límite. Si se admiten los significados que he adoptado del término “loco”, podrían existir relaciones entre éste y el artista; en algunos casos se hermanan. Pienso ahora en la creatividad —esto me lleva a la segunda hipótesis— y excluyo, o mejor, pongo en último plano, los esfuerzos de psicólogos y sociólogos para definir y cristalizar la creatividad en tests o investigaciones: ni la eficacia ni la comprensión rápida serían el estado superior de la creatividad. La eficacia puede ser útil, puede conducir al éxito, a la suerte, pero hasta ahí.

Soy prudente respecto de lo que he dicho sobre las relaciones entre locos y artistas: como todo el mundo, el loco es creativo, debe serlo para sobrevivir. La creatividad no está reservada a los artistas o a los investigadores científicos, es un don humano. Al nacer, la persona está indefensa, incompleta, carente de ciertos recursos corporales, en comparación con la mayoría de los animales —según explican los antropólogos—, y al mismo tiempo sobrecargada de potencialidades. El funcionamiento y capacidad de nuestro cerebro compensa y sobrepasa las carencias: el ser humano puede pensar, inventar o crear como ningún otro ser viviente. Y como el cerebro no es una central que dirige todo, sino que consta de varios centros, las enfermedades o problemas cerebrales congénitos no excluyen necesariamente la creatividad.

Los locos, doblemente carentes, sufren además la exclusión: la sociedad los encierra, los interna en instituciones. Es un error, salvo cuando la enfermedad exige hospitalización. Pero ¿y los demás? Son difíciles, diferentes, tienen una mirada distinta, se abren con mayor facilidad, parecen estar en otra parte, tienen otra presencia en nuestra vida cotidiana. Hospitalizados o no, deben estar presentes en el mundo de los llamados normales. Cabe imaginar que comprenden más de lo que creemos. Viven llenos de inseguridades, de temores, y también experimentan buenos momentos. Los duros golpes que han recibido y que reciben, sus fantasmas, deformaciones congénitas, su enfermedad por acontecimientos familiares y personales graves, los colocan —y cito el diccionario—, en el estado de seres extraordinarios, excepcionales.

Prisioneros de la o las carencias, como seres aparte en la sociedad, gozan de una libertad especial. Puesto que están en una especie de tierra de nadie, todo está abierto, pero no necesariamente accesible, al contrario. La lucha para sobrevivir es más difícil que para la gente “normalizada”. Sabemos poco, demasiado poco de cómo se las arreglan con esta libertad y al mismo tiempo con el encierro. Pienso —y con esto regreso a la proximidad— que los artistas que realmente observan y escuchan y no son demasiado egocéntricos, pueden comprenderlos un poco, y valorar lo que pueden decir y producir en el trabajo conjunto en proyectos específicos.

Mi impresión es que los locos, cuando practican las actividades artísticas, se acercan más a la poesía, o a la expresión poética, que la gente normal. Es decir, muchos artistas considerados normales no alcanzan la intensidad de las obras de ciertos locos. Es asombroso cómo los pacientes diagnosticados como dementes producen textos raros y valiosos porque pueden quebrar el lenguaje que nos sujeta, inventando palabras nuevas y frases insólitas. Lo mismo sucede cuando pintan o dibujan, crean formas desconocidas e innovadoras. Esto no es generalizable ni debemos malinterpretarlo: Joseph Beuys dijo que todos los hombres son artistas. Lo decía en el sentido de que todos, dadas las condiciones, pueden ser creativos. Normalmente no lo son, sea por falta de educación o de tiempo, consumidos por trabajos repetitivos que matan la iniciativa, etcétera. Este es el núcleo de la condición humana en nuestras sociedades “avanzadas”; se trata de un problema más amplio, pero en el mismo terreno.

Pocos apreciarán que coloquemos al loco cerca del artista. La mayoría de los que niegan esta proximidad, así como el trabajo del artista —labor de lujo, creada por la plusvalía—, debería intentar atravesar el puente entre obra de arte y públicos, entre creadores y posibles creadores. Para ellos el arte es el arte y basta. Si he forzado un tanto los lazos entre artistas y locos es también, y sobre todo, para destacar que aunque el loco es socialmente excluido, no ha perdido la posibilidad de crear.

En las ciencias y en el arte, la presencia del “salvaje” ha sufrido un giro radical. De modo similar, psicoanalistas y pensadores como Claude Lévi-Strauss y Michel Foucault, o escritores como Michel Leiris o Henri Michaux, han atacado la negación del valor de las culturas de los grupos de la periferia; han repensado instituciones tales como el hospital y la cárcel, así como la vida cotidiana de los olvidados. Sus trabajos nos han marcado. En concreto sobre nuestro tema, la nueva mirada de algunos psiquiatras ha cambiado nuestra percepción en relación con los enfermos mentales. El austriaco Leo Navatril decía que los psiquiatras también pueden sufrir pesadillas terribles, por ejemplo, un mundo sin locos. Él se interesaba en el arte, era un conocedor de obras de arte bruto y de artistas psicóticos. Trabajaba con la tesis de que los locos pueden crear dibujos, pintura, objetos o poesía. Su concepto era que esas actividades ayudan a los locos a implicarse y liberarse (en el sentido de obtener alivio) con resultados sorprendentes; éxito incluso financiero para los enfermos que participaban en ellas. Considero que hubo un aspecto problemático: Navatril formaba una élite de los mejores, los más dotados, y los aislaba en una casa aparte quizá para demostrar a la sociedad que los locos no son ningunos tontos. En Austria ése era el estereotipo corriente. Entre paréntesis, no había una sola mujer entre esos artistas locos. La regla de la selección era “es o no es un posible artista”. Pienso que la experiencia hubiera debido incluir a los más dotados, a los menos y a los simples interesados. El sucesor de Navatril —un artista— llevó esto a un límite perverso: forzó la promoción de las obras en galerías y museos y ante coleccionistas y editores, sin prestar gran atención a los demás internos.

Según mi tesis, hay muchísimos locos que necesitan esas actividades, no forzosamente recompensadas, eficaces o reconocidas. En suma, temo que, en parte, el ejemplo iniciado por Navatril en Gugging, Austria, haya impregnado muchas iniciativas recientes, y que los esfuerzos por integrar a los enfermos mentales en proyectos culturales favorezcan sobre todo a los mejor dotados o a "los menos locos", ya que exponer sus actividades logra una aceptación más fácil entre el público; aunque, desde luego, no se trata de formar una reserva de artistas locos. Este ejemplo me lleva a una primera conclusión: creo que sería bueno ampliar y apoyar los esfuerzos creativos entre grupos más amplios y menos espectaculares, prestar más atención a los beneficios producidos por la creatividad vivenciada que por las obras resultantes. Lygia Clark, la gran artista brasileña, creadora además de una técnica terapeútica, decía: “Nunca traté a un psicótico como loco, y sí como un artista sin obra de arte”.      

Un segundo ejemplo es el del enfoque y las reformas propuestas por Franco Basaglia, mucho más importantes y radicales, aunque hoy sean poco discutidas y aún menos aplicadas. Este psiquiatra —pensador que contribuyó a preparar el terreno de la rebelión del 68 en Italia— logró convencer al gobierno que decretara el cierre de los hospitales psiquiátricos y devolviera a los pacientes a sus familias y lugares de origen. El fin era reintegrarlos a la comunidad, contando con ayuda ambulatoria. Una idea fascinante y evidente, si observamos a los hospitales por dentro y los métodos que emplean: algunos son instrumentos de tortura. La consigna principal era: “los locos son seres humanos, tratémoslos como tales”.

Es una solución sin trampas ni segunda intención, siempre y cuando —insisto en ello— las familias y los municipios estén suficientemente preparados mental y económicamente, se disponga del personal adecuado y suficiente presupuesto para crear servicios que ayuden a la integración: tratamiento ambulatorio, centros educativos, talleres con artistas instructores especializados, artesanos que trabajen con los enfermos. Las escuelas de arte y artesanía podrían ofrecer una especialización a sus estudiantes.

En suma, se trata de reducir los hospitales al mínimo, de dar a los enfermos mentales la posibilidad de integrarse en la sociedad de los “normales”, con sus capacidades, sin la exigencia que pesa sobre nosotros, sino como visitantes, para que puedan revelarnos otro mundo, difícil de comprender pero profundamente humano, para que nos ayuden a descubrir otro "yo", que conocemos pero que a menudo reprimimos. Por eso debemos reflexionar en cómo dar acceso a lugares de trabajo y creatividad sin la exigencia de beneficios materiales. Si se cumplen estas condiciones, el proyecto Basaglia se sostiene aún hoy.

La creatividad enfrenta problemas fundamentales en la sociedad actual. En numerosos grupos sociales —desempleados, los que realizan tareas hipermonótonas, la lucha durísima por la sobrevivencia en el trabajo informal— la capacidad creativa se reduce a unas migajas. Nuestra sociedad, aunque llamada móvil, del riesgo, es en realidad inerte, defensiva. Quizá repensar la situación de los no privilegiados, de los pobres sin futuro, reconstruir activamente algo del tejido social deshecho, hoy suena a locura, ofuscación o excepcionalidad, pero creo que vale la pena comprometerse con la tarea.