Ángel Solano
• Encefalitis
letárgica •
2009,
catéteres para venoclisis, acero,
tela y acrílico.
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Ángel Solano. El espectador de la angustia
La serie La
estética de la enfermedad constituye un entrecruzamiento entre la mirada producida por la experiencia personal de un artista visual y la condición de objeto en que, muchas veces, los “pacientes” son convertidos en las instituciones de salud. Su autor es un creador mexicano (Tultepec, 1982) que este año egresa de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado.
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ALBERTO
ARGÜELLO GRUNSTEIN
• MAESTRO EN ARTES VISUALES
Investigador del Cenidiap
argrunstejn@yahoo.com.mx
Es muy común que los artistas busquen afanosamente un tema para trabajarlo y realizar una transposición plástica del mismo a través de ciertas imágenes, o que afronten una problemática específica que sea de común preocupación en su entorno social y cultural. Otro es el caso cuando los temas y los problemas los encuentran a ellos.
Queriéndolo o no, en un momento se hallan involucrados, inmiscuidos
en asuntos que no planeaban, y ello les da una perspectiva privilegiada —aunque,
en este caso, no quiero insinuar que sea grata— para comprender el sentido
profundo de tal o cual problema. Algo por el estilo le ocurrió a Ángel
Solano, quien se vio confrontado con enfermedades y sufrimientos reales en
su círculo íntimo que le llevaron a realizar un apesadumbrado
periplo de reflexiones, elucubraciones y sondeos sobre los padecimientos carnales
y psíquicos de una persona cercana, así como explorar la experiencia
de otros, inmersos también en procesos patológicos que implican
la transfiguración del individuo autosuficiente y libre en un “paciente” que
es forzado, de varias maneras, a ceder su identidad, su individualidad o, incluso,
su calidad de sujeto, para convertirse en objeto de la medicina, que
no sugiere otra cosa la expresión “paciente”.
Sobre todo tratándose de enfermedades largas o poco comunes, como
la artritis reumatoide que afectó a su madre, el “paciente” se
inserta repentinamente, como lo señala el propio Solano, en una red
de dependencias reales que atrapan no sólo al afectado, sino a los familiares
que se encuentran en su órbita cercana: dependencia a los medicamentos,
aparatos, instituciones hospitalarias, médicos, enfermeras y personas
de quienes, a partir de esa tragedia personal, pende ahora su vida.
Ver desplomarse física y emocionalmente a alguien cercano, que fue
origen y guía, no es cosa fácil de asimilar. De hecho, Solano,
en algunas anotaciones que acompañan a sus trabajos, señala que él
también se encontró inmerso en ese “mundo de los hospitales” que,
visto con amplitud, tiene que ver con esas instituciones que la sociedad moderna
diseñó para separar, recluir y poner en observación al
individuo que se sale de la norma (Michel Foucault se refiere, por ejemplo,
a las cárceles, manicomios y hospitales, en tanto que Erving Goffman
trata sobre los internados, asilos, monasterios y campos militares como “instituciones
totales” diseñadas para minar la identidad).
Este entrecruzamiento entre lo personal y lo societal, donde los médicos y los hospitales alzan sus murallas para reducirnos a la impotencia, la dependencia y la condición de ignorantes —“pacientes” otra vez—, quienes debemos aceptar con sumisión los diagnósticos pletóricos de terminajos especializados que nos esputan los médicos sin ánimos de entablar ninguna acción comunicativa, ha impactado fuertemente a Solano, de manera que se ve a sí mismo “transformado en espectador de la angustia” en busca de una cura para su enfermo y para sí.
Excluidos del especializado “mundo de los hospitales”, pero no obstante en sus entrañas, “paciente” y artista se vieron arrojados a esa zona liminar donde se debaten, como se han debatido por siglos, pero ahora en nuestros términos, las antípodas salud y enfermedad, vida y muerte, Eros y Tánatos. Inmersos ahí y así, uno como “paciente” y otro como “espectador”, padecen y exploran los umbrales del dolor cada cual a su manera: dolor físico el primero, emocional y moral el segundo.
Solano, como corresponde a todo iletrado en la materia, se ha informado e
investigado sobre enfermedades, medicamentos, tratamientos y curas, y lo ha
hecho desde la posición que ocupa como hijo y artista visual, porque
desde ahí puede mirar, conseguir y consignar esa empatía que
lo identifica con su “paciente”. Y no es éste, como hemos señalado
al principio, un ”tema” que eligiera por azar, sino un problema
que lo encontró a él.
Como es obvio, no es el primero ni será el último artista que toca este asunto y hace obra a partir de estas vivencias. Edward Munch, Frida Kahlo, Enrique Guzmán, por mencionar sólo unos cuantos, realizaron creaciones que se refieren o participan en temas afines: la enfermedad, los padecimientos físicos, las depresiones suicidas, que han dado lugar a piezas artísticas tan sinceras y sensibles como reveladoras del sufrimiento propio o ajeno.
La enfermedad, las deformidades físicas, los trastornos mentales y
los intentos humanos por afrontarlos y remontarlos, han ocupado a muchos otros
artífices y artistas, desde la antigüedad y hasta nuestros días.
Actualmente Arturo Rivera, Javier Téllez, Teresa Margolles, David Nebreda,
Bob Flanagan, Orlán, Hannah Wilke, Gottfried Helnwein y muchos otros
se han interesado en este “lado oscuro” de la vida que nos muestra
que la enfermedad y la muerte no son anomia, sino condición de la vida.
Contraparte y complemento que, sin duda, queremos omitir, puesto que nos recuerda
lo efímero de nuestra existencia y la verdad de la tesis del economista
John Maynard Keynes, quien dijera, con desenfado, que “lo único
que sabemos a ciencia cierta es que, a largo plazo, estaremos muertos”.
En tanto eso sucede, el “paciente” espera “pacientemente” su
cura y el artista visual produce su obra a manera de una experiencia o salida
catártica que desea comunicarnos. De esta manera nos dice y nos recuerda
que quizá tampoco nos libraremos, en algún momento o momentos
de la vida, de caer, como la madre de Solano y él mismo, en esa inerme
condición de objeto de las instituciones sociales que nos prometen
la cura a nuestros males. Pero —y aquí cabe una pregunta que subyace
en la propuesta que nos ocupa—, ¿sólo estas instituciones
modernas y racionales, los hospitales y la medicina científica, nos
sacan de la condición de enfermos, nos curan y devuelven al estado
de personas saludables y aptas para reintegrarnos a la sociedad y a la vida
productiva? La respuesta es negativa, y más aún en sociedades
latinoamericanas como la nuestra, donde tradición y emotividad son
variables poderosas que dan sentido a la vida y a la muerte, a la salud y a
la enfermedad, a lo mundano y lo transmundano.
Las enfermedades, las penalidades corporales y la muerte, concebidas como martirio, como suplicio, como dolor metafísico, nos encauzan hacia la experiencia religiosa (piénsese en la “pasión de cristo”, desde las tempranas imágenes medievales hasta Mel Gibson). Cuando la ciencia falla o se declara incompetente, el enfermo y quienes están a su alrededor buscan la cura en otros lados: el curandero y el cura le disputan el “paciente” a los médicos. Y el “paciente”, más pragmático que científico, busca a los tres simultánea o alternadamente.
Todo esto puede apreciarse en las búsquedas que ha llevado a cabo Ángel Solano. Esa profunda implicación que le ha salido al paso como persona le ha permitido hacer introspección y, a la vez, analizar lo que otros artistas han hecho con este tema. Con ingenio y audacia, sus pinturas, fotografías, objetos colectados y ensamblajes, establecen vínculos ineludibles entre enfermedad, signos religiosos y vida cotidiana, la del enfermo y sus familiares cercanos.
En su “estética de la enfermedad”, Ángel Solano no deja de trastocar, para resignificar, prácticamente ningún elemento de los que tienen que ver con este cruce entre los padecimientos físicos y psicológicos y toda su parafernalia de medios para tratarlos: medicamentos, algodones, catéteres, inyecciones, herramientas y muebles quirúrgicos que, por ejemplo, figuran en la serie pictórica denominada Servicio otorgado o en Sagrario; en ésta última, a manera de espejo o reflejo, coloca en paralelo ocho marcos que contienen tiras de pastillas y algunas sueltas (utilizadas por su madre para afrontar la artritis reumatoide) y otros marcos que contienen las ocho bienaventuranzas que proceden del Nuevo Testamento.
La asociación subjetiva entre cura y médico se simboliza en las austeras filipinas quirúrgicas que ostentan, al frente, pares de signos bordados iguales a los que utilizan los sacerdotes en las casullas que visten para oficiar misas luctuosas de cuerpo presente; al reverso, el texto, también bordado, de las letanías que se cantan en las procesiones de Semana Santa, relativas a la pasión y muerte de Jesús.
Piezas sobrecogedoras e impactantes son, por ejemplo, Encefalitis letárgica,
donde emplea docenas de catéteres para venoclisis adheridas a un aro
de acero que figura una corona de espinas. Obra que aparece colocada sobre
un cojín forrado con tela litúrgica color rojo, cromatismo que,
en el contexto religioso, simboliza el dolor. De color púrpura cubrió los
cojines, donde colocó sendos aparatos ortopédicos usados que
consiguió con pacientes o familias donde hubo un enfermo. En la semiótica
religiosa, este color simboliza duelo o penitencia y los objetos reunidos
para la instalación Discapacidades motoras se presentan a manera
de reliquias cuasireligiosas porque en ellos se ven los desgastes del uso,
las manchas de los sudores y la pátina de grasa humana que revela su
empleo efectivo. Esta obra fue presentada en una exposición individual
de Solano denominada La estética de la enfermedad en el Museo
de Arte Moderno del Centro Cultural Mexiquense en Toluca, donde causó gran revuelo y emociones encontradas, desde la repulsa hasta el elogio. Posteriormente
fue exhibida en la Galería de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura
y Grabado La Esmeralda.
Un sesgo más onírico y sugerente adopta en la serie de fotografías en blanco y negro que tituló Enseres patológicos, al igual que en Atrofias alimenticias, donde realiza ensambles o modificaciones impertinentes en y entre aparatos ortopédicos y objetos de uso cotidiano. Alianzas y asociaciones entre unos y otros objetos que sugieren tal vez ese momento en que la enfermedad de un pariente se vuelve parte de “la normalidad” de la familia.
La investigación plástica y conceptual de Ángel Solano, como él mismo lo ha percibido, ha dado lugar a diversas respuestas en públicos diferentes. Algunos se han conmovido hasta las lágrimas, otros han elogiado su ingenio, hubo quienes sugirieron que el tema de que trata no es propio para hacer arte y que en realidad sus obras son molestas e innecesarias. Lo cierto es que su exploración, sus resultados, sus propuestas son hallazgos que probablemente le han sorprendido a él mismo. Catárticos, como mencionamos antes, implican una reflexión y un trabajo de liberación que le ayudan, sin duda, a comprender la ambigüedad de la existencia.
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