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El primer centenario de Fernando Gamboa
Hace un siglo, el 28 de febrero de 1909, nació el eminente museógrafo
mexicano. Para recordarlo, se revisan algunas de sus actuaciones
como agente cultural del Estado y el papel que tuvo como precursor
de políticas en la materia que tienen repercusiones hasta nuestros días.(1)
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ANA GARDUÑO • HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora del Cenidiap
xihuitl2@yahoo.com.mx
Es incuestionable la trascendencia actual de la personalidad pública de Fernando Gamboa, quien se desempeñó polimorficamente como museógrafo-curador, promotor, difusor y funcionario cultural, durante buena parte del siglo XX. Como unidad y complemento destacados promotores como él operaron con el Estado mexicano, concretamente en cuanto a una de las políticas culturales fundamentales: la sistemática exhibición del arte nacional. Las coincidencias ideológicas entre Gamboa y los funcionarios gubernamentales se concretaron en este aspecto nodal.
Desde la posición que alcanzó hacia mediados de
la década de 1940, como prominente miembro de élite
de la burocracia cultural, se consolidó en un poderoso
creador de ideología y en uno de los operadores más
consecuentes de las políticas culturales oficiales, que
contribuyó a legitimar, articular y hasta a transformar.
Desde antes de la fundación del Instituto Nacional de Bellas
Artes (INBA), Gamboa había colaborado en la difusión,
interna y externa, del arte mexicano. Su primera exposición
extranacional ocurrió en 1937, en el contexto del II Congreso
de Escritores Antifascistas en Valencia, España, en el
que representó a una agrupación de intelectuales
de izquierda. Desde allí hasta su trágica muerte ocurrida
en 1990, una de sus especialidades fueron las muestras panorámicas
del arte nacional para la degustación foránea, con
la premisa básica de que existe una línea ininterrumpida
que liga las manifestaciones artísticas desde el periodo
mesoamericano (al menos) hasta la modernidad.
Durante el sexenio de Miguel Alemán se modificaron las políticas culturales y se privilegió la organización de ambiciosas exposiciones oficiales,(2) Gamboa capitalizó a su favor la reforma, consistente en que, tanto en eventos diplomáticos como en ferias industriales realizadas en espacios internos o internacionales, se adicionaba una estandarizada exposición panorámica de arte mexicano. En ellas presentaba de manera espectacular un apretado resumen de piezas selectas, en especial aquellas que gozaban de excelente fortuna crítica en el ámbito nacional. Su sistemática participación como curador y museógrafo se interrumpió hacia 1953, pero se reactivó en 1958 para dar continuidad a la política de montajes grandilocuentes, ahora diseñados en exclusiva para consumo internacional.
En 1950 las autoridades culturales decidieron acudir a la XXV Bienal de Venecia, para lo cual Gamboa reunió un compacto grupo de cuadros de los artistas más prestigiados de aquel entonces; allí se “logró lo que los europeos llamaron ‘la revelación de la pintura mexicana’ al presentar por primera vez en Europa la obra de Orozco, Rivera, Siqueiros y Tamayo”.(3) Otra muestra que el coleccionista yucateco Alvar Carrillo Gil calificó como un rotundo éxito fue Arte mexicano, del precolombino a nuestros días, presentada en París de mayo a julio de 1952, durante el último año de la presidencia de Miguel Alemán. Esta exhibición itineró por Estocolmo y Londres.(4) El objetivo era proporcionar una visión panorámica del desarrollo artístico mexicano, a partir de cuatro grandes núcleos: popular, mesoamericano, colonial-decimonónico y moderno. Esa estructura medular de las muestras dedicadas al exterior fue explicada por Gamboa:
A través de sus diversos periodos históricos y sus variadas expresiones artísticas, el arte mexicano, desde las culturas indígenas arcaicas hasta nuestros días, mantiene una misma fuerza creadora en estrecha relación con la vida y el espíritu del pueblo. Debido a esta circunstancia, la exposición responde a una concepción cronológica del desarrollo de nuestro arte, haciendo resaltar aquellos momentos cumbres de cada etapa.(5)
La siguiente magna exhibición internacional artística, ya con el presidente Adolfo López Mateos, Obras maestras del arte mexicano, se presentó por primera vez en el contexto de la Feria Internacional de Bruselas, de abril a octubre de 1958.(6) La muestra acompañó con magnífica recepción otros productos de exportación, logrando “por su presentación, por su sobria elegancia y por la calidad excepcional de su creación artística”,(7) obtener el premio “Estrella de Oro”.(8) En consecuencia, casi las mismas piezas que constituyeron la sección artística del pabellón mexicano itineraron por diversos museos.
Carrillo Gil, complacido, explicó: “Ha sido tal el éxito
de esta manifestación cultural que ofrece nuestro país
a las naciones amigas de Europa que será prácticamente
imposible acceder a las muchas solicitudes de otros países
para presentar la gran muestra de arte mexicano.”(9) De
allí que Obras maestras del arte mexicano se exhibiera
en numerosos recintos; el hecho que las políticas culturales
nacionales no discriminaran el alineamiento político de
los países seleccionados, lo indica el itinerario de la
exposición que se llevó tanto a Zurich, Colonia,
La Haya, Berlín Occidental y Viena, dentro del bloque capitalista,
como a Moscú, Leningrado y Varsovia, en el comunista. Como
culminación de un trayecto memorable la muestra llegó a
Francia en 1962, presentándose en el Petit Palais de París.
Las piezas, sobre todo del periodo mesoamericano y colonial, procedían de la mayoría de los museos de la ciudad de México y del interior del país, entre ellos el Museo Nacional de Antropología e Historia; sin embargo, una buena parte se obtenía por préstamo temporal de los diversos coleccionistas radicados o nacidos en México. Así, para la citada exposición itinerante fueron requeridas selectas piezas de más de quince coleccionistas importantes, entre los que destacan Carrillo Gil, para el arte moderno, y Kurt Stavenhagen, para el prehispánico. Por supuesto, los llamados “cuatro grandes” se mostraban como la cumbre del arte moderno nacional.
Con base en el prestigio y visibilidad pública que alcanzó Fernando
Gamboa a pesar de su forzado exilio del INBA (de 1953 a 1972) y
una vez que se convenció de la imposibilidad de fundar un
museo independiente en el México de mediados del siglo pasado,
como había sido su intención inicial, Gamboa transitó con éxito
hacia free lancer y materializó las exposiciones
oficiales que eran la punta de lanza de la estrategia diplomático-económica
del régimen autodenominado posrevolucionario, que estaban
bajo la responsabilidad de distintas dependencias gubernamentales,
como las secretarías de Relaciones Exteriores, Turismo o
Industria y Comercio.
Debemos recordar que por aquella época México luchaba
por ejercer cierto influjo entre los países latinoamericanos,
para lo cual era necesario presentar algún tipo de resistencia
a la política estadunidense que buscaba detentar un liderazgo
indiscutible en la región. Además de solicitar ayuda
económica
para enfrentar los difíciles años de la posguerra,
intentando llamar la atención del gobierno de Estados Unidos
que estaba enfocado en la reconstrucción europea, se querían
limitar, en lo posible, las concesiones políticas, económicas
y militares que las autoridades del vecino del norte demandaban.
Durante los años en que se ponía en práctica esta estrategia, los funcionarios culturales lograron consenso —al interior del país— del éxito de dichas exhibiciones a mediados del siglo XX. Aunque la historia de la recepción, interna y externa, de los pabellones y muestras itinerantes oficiales no ha sido realizada, es un hecho que en la prensa de la época se registró con beneplácito el positivo ascendiente de la imagen nacional entre los países visitados. Por ejemplo, el pintor Raúl Anguiano afirmó: “El acontecimiento más importante en el campo de las artes plásticas mexicanas es, sin duda alguna, la gran exposición que ha sido presentada en Europa y que aún no vuelve a México. El éxito extraordinario de esta muestra ha atraído el interés de críticos, artistas y público en general hacia el arte de nuestro país que era casi desconocido en Europa.”(10) Por su parte, Carrillo Gil resumió una opinión generalizada por aquellos años: “Son estas exposiciones las que nos han abierto las puertas para tratar en plan de igualdad cultural con los más cultivados países de la tierra y por ellas hemos ido alejándonos del viejo concepto en que se nos tenía, hasta no hace mucho tiempo, de país atrasado y semisalvaje.”(11) Sin duda, una consecuencia de la fortaleza del Estado mexicano fue la consagración de los símbolos nacionales a través del arte.
De esta forma y en buena medida gracias al notable talento de Fernando Gamboa en la construcción de impactantes escenarios para la triunfal exhibición del arte nacional, en el México de las décadas de 1950 y 1960, los funcionarios culturales obtuvieron una favorable fortuna crítica para el proyecto diplomático de otorgar una personalidad propia al arte mexicano, de hacerlo reconocible a “propios y extraños”, pero en específico a las prestigiadas comunidades culturales europeas y a la boyante burguesía norteamericana.
Más aún, Gamboa logró constituirse en un
héroe cultural a través de sus grandilocuentes y “expresionistas” montajes
y también, gracias a su indiscutible compromiso con el
arte que custodiaba, que lo llevó incluso
a arriesgar su vida en dos ocasiones; la primera durante el “Bogotazo”,
levantamiento popular en el que tuvo lugar el asesinato de Jorge
Eliécer Gaitán, líder
que tenía amplias posibilidades de contender exitosamente
por la presidencia de Colombia. En esa ocasión, casi sin
ayuda, logró salvar las treintaiséis piezas
que para él sintetizaban lo mejor de la plástica
nacional del incendiado Palacio de Comunicaciones, sede designada
para una muestra colectiva con obras consideradas representativas
del arte latinoamericano que se presentaría en el marco
de la IX Conferencia Panamericana que dio lugar a la conversión
oficial de la Unión Panamericana en la Organización
de Estados Americanos (OEA), entre otras cuestiones. El encuentro
diplomático comenzó el 30 de marzo de 1948 y se interrumpió el
9 de abril, en cuanto se difundió la noticia del asesinato
de Jorge Eliécer Gaitán, aunque una vez sofocado
el motín se reanudaron los trabajos.
En innumerables ocasiones Gamboa narró el peligro que las
piezas corrieron y su decidida intervención para protegerlas
y rescatarlas, aun en contra de las órdenes del titular
de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Jaime Torres
Bodet, quien comandaba la delegación mexicana.(12) El
reconocimiento que este hecho le generó
fue fundamental en la consolidación de una carrera que había
iniciado dentro de la Secretaría de Educación Pública
desde mediados de la década de 1930 y que lo llevó a
ocupar la subdirección del recién creado Instituto
Nacional de Bellas Artes en 1950, puesto desde el que ejerció un
poder impresionante hasta el fin del sexenio alemanista (1952)
y que cierra un ciclo esencial en su trayectoria profesional.
Más de veinte años después, en 1973, Gamboa también intervino de manera determinante en la salvaguarda de las obras maestras de la colección Carrillo Gil, piezas que constituían la base del acervo que en fecha reciente se había entregado al Estado para crear el único museo del INBA que lleva el nombre del coleccionista privado que lo constituyó. Como parte de la estrategia solidaria hacia el acosado régimen de Salvador Allende, la diplomacia mexicana había planeado la exhibición de tan prestigiado conjunto artístico en un montaje en el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile, que el presidente ya no pudo inaugurar por el golpe militar que lo derrocó. Además de las obras de arte, también habían peligrado otras piezas que complementaban la muestra, como un selecto conjunto de libros y un bloque de artesanía. En total eran veintisiete cajas que pesaban dos toneladas, las que tuvieron que regresar intempestivamente por el golpe de Estado.(13)
Por todo lo dicho, recordar hoy a Fernando Gamboa representa una excelente oportunidad para repensar acerca de las estrategias, “usos y costumbres” de los fundadores de instituciones que apuntalaron un nacionalismo artístico que aún no ha sido del todo analizado, en especial a la luz de las políticas culturales del presente. Incluso nos proporciona una excelente vía para continuar una necesaria reflexión acerca del papel actual del curador de arte que se ha constituido en un agente cultural de inconmensurable poder, en tensión permanente con los creadores, los directivos de museos, la crítica y los públicos, potenciales o reales.
Notas
1. Para la realización de este artículo se recibió el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales en el año 2009-2010.
2. “Las exposiciones itinerantes, con una
visión integral del arte mexicano, eran portadoras de una
función diplomática de autoafirmación en el
mercado mundial de la cultura”; Francisco Reyes Palma, “50
años
de artes plásticas y política en México (1934-1984)”,
parte I, Plural, México, mayo de 1988, p. 43.
3. Carmen Gaitán (coord.), Fernando Gamboa.
Embajador del arte mexicano, México, Consejo Nacional
Para la Cultura y las Artes, 1991, p. 88.
4. En Estocolmo estuvo de septiembre a noviembre de 1952 y en Londres en la Tate Gallery, de marzo a mayo de 1953. Sobre estas exposiciones escribió Ceferino Palencia: “El arte mexicano en París, Estocolmo y Londres”, México en la Cultura, suplemento de Novedades, México, 9 de agosto de 1953, p. 4.
5. Fernando Gamboa, “Exposición de arte mexicano en París (1952)”, discurso inaugural, reproducido en Carmen Gaitán (coord.), op. cit., p. 59.
6. Esta muestra tenía una estructura semejante a la presentada entre 1952 y 1953.
7. “Nuestro país construyó un pabellón y envió una exposición industrial, comercial y artística a la Feria Internacional de Bruselas que tuvo lugar en 1958”; el responsable del pabellón mexicano fue Raúl Salinas Lozano, secretario de Industria y Comercio; Alvar Carrillo Gil, “El arte mexicano en el mundo. Próxima meta: Moscú”, México en la Cultura, suplemento de Novedades, México, 4 de septiembre de 1960, pp. 7 y 12.
8. Véanse: Luis Suárez. “Los
artistas que México enviará al escenario de Bruselas
deben sostener la fama conquistada por nuestro pabellón”, México
en la Cultura, suplemento de Novedades, México,
22 de junio de 1958, p. 1; “Mientras los pies de los futbolistas
nos llevan a la derrota en Suecia, las manos de los artistas nos
hacen triunfar en Bruselas”, México en la Cultura,
suplemento de Novedades, México, 22 de junio de
1958, p. 1; “El pabellón de México conquista
en Bruselas el gran premio de arte”, México en
la Cultura, suplemento de Novedades, México,
10 de agosto de 1958, p. 1; Rosa Castro, “Hasta los equipales
ganaron un trofeo en la feria de Bruselas”, México
en la Cultura, suplemento de Novedades, México,
1 de septiembre de 1958, p. 1.
9. Alvar Carrillo Gil, op. cit.
10. Anónimo, “1953/63”, La Cultura en México, suplemento de Siempre!, México, núm. 525, 17 de julio de 1963, p. XV.
11. Alvar Carrillo Gil, op. cit.
Las
cursivas son mías.
12. Para este tema véase mi texto: “El
curador de la Guerra Fría”, en Fernando Gamboa,
el arte del riesgo (catálogo de la exposición),
México, Museo Mural Diego Rivera, Instituto Nacional de
Bellas Artes, 2009, pp. 17-65.
13. “Peligra en Chile la colección
de arte Dr. Alvar Carrillo Gil”, Excélsior,
México, 13 de septiembre de 1973, p. 27A.
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