
Hugo Brehme
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Inditos •
ca. 1915. Colección Sinafo-INAH,
inv. 372066.
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Hugo Brehme y su contribución al paisaje mexicanista*
En las primeras décadas del siglo XX, la imagen de México
captada por la lente de este fotógrafo contribuyó a
la generación
de nuevos imaginarios de reafirmación cultural nacionalista,
que tuvieron expresión lo mismo en las escuelas de Pintura
al Aire Libre, que en el muralismo, el Taller de Gráfica
Popular, la filmografía de Sergei Eisenstein o los trabajos
tempranos de fotógrafos como Gabriel Figueroa, Juan Rulfo,
Manuel Álvarez Bravo y Mariana Yampolsky.
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BENIGNO CASAS
• ARTISTA VISUAL Y EDITOR
benignocasas@yahoo.com.mx
Desde muy temprana edad Hugo Brehme (1882-1954)
se aficionó al excursionismo, estimulado por el inmenso
bosque de Turingia que rodeaba su natal Eisenach. Esa
afición y su atracción hacia el paisaje seguramente
le influyeron para que se matriculara en la escuela de fotografía
de la ciudad de Erfurt, en la que adquirió una rigurosa
formación que concluyó hacia 1902, cuando la recién
unificada Alemania se encontraba en pleno proceso de industrialización,
alimentado por las colonias del África Occidental, hoy Togo,
Camerún, Namibia y Tanzania. Terminados sus estudios y
carente de recursos para instalar su propio taller, Brehme enfrentó el
dilema de mantenerse en su país ―sobrepoblado de
excelentes fotógrafos― o aspirar a ganarse la vida
fuera de él. Optó por viajar a las colonias africanas
en una de las múltiples expediciones, sin embargo, su estancia
ahí fue menor a dos años porque contrajo malaria
y se vio obligado a regresar a Europa.(1)
Su corta estancia africana despertó en él
cierto espíritu aventurero y tan pronto se repuso de salud
tomó nuevamente la decisión de viajar, pero en esta
ocasión hacia el otro lado del Atlántico, específicamente
a México. Se afirma que en ello influyó su acercamiento
al libro de Oswald Schroeder Mexiko, Eine Reise durch das Land
der Azteken (Lepzig,1905), ampliamente ilustrado con imágenes
muy afines a su posterior producción fotográfica.
Arribó al puerto de Veracruz en 1906 y, en su traslado
hacia el centro del país, le impresionó la cadena
montañosa conformada por el Pico de Orizaba, la Malinche,
el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. La capital mexicana
y sus alrededores lo sedujeron inmediatamente, tal como había
sucedido con la mayoría de exploradores y fotógrafos
extranjeros que la visitaron. Aspectos del paisaje
campirano que rodeaba la ciudad, como los canales de Xochimilco
y los volcanes, le llamaron particularmente la atención,
de tal forma que en ese mismo año planeó una “excursión
fotográfica” al Popocatépetl. El viaje hasta
el volcán duraba tres días completos y había
que salir de la estación ferroviaria de San Lázaro
para tomar la llamada línea Morelos. Durante el trayecto,
la diversidad paisajística alimentó aún más
su imaginario cuando pasó por el Canal de la Viga, lleno
de trajineras, al lado del extenso lago de Texcoco. Al
arribar a la estación Los Reyes, en donde se bifurcaba la
vía férrea, muchos pasajeros aprovecharon
para adquirir comida hecha a base de pescado y ajolotes del lago
de Chalco. Al cabo de dos horas más llegaron a Amecameca,
donde los excursionistas requirieron de los servicios de un
guía con mulas para dirigirse a Tlamacas, población
localizada a cuatro mil metros de altura, para pasar ahí la
noche antes de subir al cráter en el amanecer.
Ya en la cima del Popocatépetl, Brehme
se dedicó a contemplar detenida y pacientemente el paisaje
montañoso para definir las posibles locaciones, pues no
se trataba de hacer foto tras foto debido a las características
técnicas y materiales del equipo fotográfico de
entonces: la cámara era muy pesada y las grandes placas
de vidrio limitadas, además de que los exposímetros
no eran tan precisos. Realizar tomas en esas circunstancias requería
no sólo de talento y experiencia, sino de buena condición
física, disciplina y paciencia que permitieran realizar
un análisis muy cuidadoso de la composición y exposición
de las vistas. Se trataba de una excursión de trabajo agotadora,
pero finalmente gratificante. Decía Brehme que “lo
más sublime que puede ofrecer este país tan rico
en hermosos paisajes, son sus montañas cubiertas de nieve
eterna”. Sobre los obstáculos que enfrentó en
esta travesía relata:
El que nunca ha experimentado no comprende las dificultades que hay que vencer para obtener buenas vistas [del Popocatépetl]. Por ejemplo, se hace necesario colocar el aparato en el extremo de la pendiente, cosa bastante arriesgada en vista del viento glacial que sopla con furia. De los dedos entumecidos se escapa en el momento decisivo el filtrarrayos y ya empieza a rodar por la pendiente, cuando en hora buena un bastón logra detener al desertor.(2)
Al observar las vistas de Brehme de los volcanes,
viene a la mente la contundencia de la obra naturalista de los
pintores románticos John Constable y Caspar David Friedrich,
quienes trataban el paisaje como tema principal, en la más
pura tradición cultural protestante, inglesa y alemana.
Entre los artistas alemanes, el sentido espectacular y grandioso
de la naturaleza se representó con fuertes cargas de expresividad
simbólica, mientras que el paisaje inglés estuvo
considerablemente influido por el empirismo, preocupado por indagar
las causas de la atracción humana hacia los objetos de
la naturaleza en razón de los efectos psicológicos
que éstos producían sobre el espectador.
Lo arriba relatado por Brehme nos da clara cuenta de la expresión
sublime contenida en su hacer, reconocida como una experiencia
estética que refiere la belleza extrema que arrebata al
espectador hacia el éxtasis. Autores como Addison y Burke
definieron lo sublime como la manifestación del horror
placentero al que induce la contemplación del extenso
paisaje, pero fue Kant quien con mayor claridad lo asoció con
una visión de la inmensidad de la naturaleza para convertirlo
en un verdadero ideal de la estética romántica.(3) En
la fotografía paisajística de Brehme se conjugan
estos dos sentidos de la tradición europea decimonónica,
y por eso tiene el valor agregado de lo sublime, que la lleva
más allá del mero acto reproductor de la realidad.
Por esa afinidad con la pintura romántica su obra
es calificada como pictorialista y, por lo mismo, toma distancia
con buena parte de los fotógrafos exploradores que recorrieron
el territorio mexicano por esos años, a quienes interesaba
más el registro preciso y “científico”.
Si se observan detenidamente los paisajes fotográficos
de Brehme sobre Xochimilco, Mil Cumbres, la Cañada de Contreras,
Los Remedios y Amecameca, además de los varios sobre los
volcanes, nos percatamos de la relevancia que este fotógrafo
concedía a los vastos horizontes de la naturaleza, por
encima de la presencia humana, a la que a veces le concedía
una importancia secundaria o sólo la utilizaba como referente
en sus composiciones. De esta forma ―como lo hicieran los
pintores románticos Carus y Friedrich― destaca
lo inconmensurable y sublime del paisaje, que se torna eterno e
indestructible, sobre la presencia finalmente pasajera de los sujetos.
La diversidad del paisaje mexicano y sus culturas
ancestrales terminaron por seducirlo, por lo que decidió establecerse
para realizar su carrera profesional en el país, con todo
y la competencia que representaban fotógrafos contemporáneos
como Guillermo Kahlo, Charles B. Waite, Alfred (Abel) Briquet y
José Agustín
Casasola, entre otros, cada uno de los cuales con su propio
camino. Si algo distinguió a Brehme de sus colegas
fue precisamente su concepción romántica y pictorialista,
que en su momento de alguna manera se tornó en vanguardia,
en tanto iba más allá del “discurso de mimesis” todavía
imperante, que consistía en asumir la fotografía
como un “espejo de lo real”, al funcionar exclusivamente
como medio técnico para reproducir la realidad en imágenes.
Por esos años se sostenía aún que el verdadero
deber de la fotografía consistía en:
[…] ser la servidora más humilde,
como la imprenta y la estenografía, que ni ha creado ni
suplantado a la literatura. Que enriquezca con rapidez el álbum
del viajero y preste sus ojos a la precisión que faltaría
a su memoria, que adorne la biblioteca del miniaturista, exagere
los animales microscópicos, fortalezca incluso con algunas
enseñanzas las hipótesis del astrónomo; que
sea, en fin, la secretaria y el archivo de quien necesite en su
profesión
de una exactitud material absoluta.(4)
En esa línea trabajaban la mayor parte
de los fotógrafos radicados en México durante los
inicios del siglo XX, quienes bajo esos principios de producción
atendían la gran demanda de imágenes
del mercado, sobre todo europeo y estadunidense, ya fuera en los
géneros del retrato o de fotografía social, paisajística,
científica y política, con la que se buscaba dar
testimonio histórico de lo perenne. Los avances logrados
en la técnica fotográfica propiciaron
el fotoperiodismo, que contribuyó a generar una mayor competencia
entre los profesionales de la lente, lo mismo que una marcada especialización
con la que cada fotógrafo buscaba singularidad.
Cada uno perseveraría en buscar un estilo propio, recurriendo
lo mismo a la imitación de los claroscuros heredados de
la pintura barroca, que a las carnaciones usadas por los pintores
flamencos, o introduciendo difuminados alrededor de los rostros
para exaltar la “espiritualidad” del retratado, como
lo hicieron los hermanos Valleto con la figura del presidente Díaz,
al dotarla de un aura de poderío y grandeza.
Como a muchos, a Brehme lo sorprendió la
irrupción revolucionaria iniciada por Madero, y desde entonces
su posición de esteta de la fotografía evolucionó.
Su inclinación predominante hacia el paisaje natural,
que constituía el eje central de su obra, daba ahora un
giro hacia el paisaje cultural,(5) en
el que incorporaba al sujeto como protagonista del mismo y no sólo
como referente de la magnanimidad naturalista del territorio. La
modernidad civilizatoria, con todo su caudal de avances en el terreno
industrial, urbano y científico-técnico, dotó al
paisaje de contenidos culturales que le dieron nuevos
significados. De suerte que ya no era sólo sinónimo
de la naturaleza virgen, inabarcable e inalcanzable por el hombre
sino, además,
un escenario común y heredado, contemplado y vivido a través
de una cultura y de un contexto histórico social, vivo y
frágil, que se revelaba como un legado o patrimonio cultural.(6) Para
las primeras décadas del siglo XX resultaba ya imposible
separar del paisaje elementos como naturaleza, sujeto y sociedad,
y eso mismo quedaría de manifiesto en la producción
fotográfica de Brehme durante los candentes años
de lucha revolucionaria y, particularmente, en el periodo posterior
a ésta, que le tocó vivir con mayor impulso creativo
con el fragor cultural promovido desde la Secretaría de
Educación Pública vasconcelista.
Los cambios sociales que se daban en el país
contribuyeron a remodelar su posición de esteta de la contemplación
por el de artista activo y participativo de mayor amplitud de miras,
transformando de alguna manera los contenidos de su producción
paisajística, en la que ya quedaba incluido el sujeto y
su contexto social o cultural de pertenencia. Esos cambios se observan
en algunas de las fotografías que tomó durante el
contexto de la lucha armada revolucionaria, como aquellas en las
que se conjugan imágenes del paisaje y de tropas federales
o contingentes zapatistas y de su general Emiliano Zapata,
con quien parece que llegó a tener cierta empatía.
Registró los tumultos sociales acontecidos en 1911 en la
ciudad de México, lo mismo que los efectos de la llamada
Decena Trágica, en su entorno urbano, con la que se dio
fin al régimen de Madero. Se afirma que por esos años
colaboró para la Agencia de Información Fotográfica
de Agustín Víctor Casasola, lo que explica la inclusión
de algunas imágenes suyas en los archivos de esa agencia
resguardados por la Fototeca Nacional del Instituto Nacional de
Antropología e Historia, que no le han sido del todo reconocidas
como propias.(7) Si
para Brehme la naturaleza había sido su objeto de estudio,
ahora lo sería el sujeto social y su entorno paisajístico,
rural o urbano, en el contexto de la crítica situación
por la que transitaba México. Pero ese cambio no significaba
un giro en su discurso ni en su posición como productor
de imágenes, sino por el contrario, lo reafirmaba. Sus
imágenes
sobre los rebeldes zapatistas y los acontecimientos de la Decena
Trágica parecen haber sido concebidas con el tiempo y la
calma suficientes para lograr una “buena toma”, generalmente
posterior al hecho histórico; se trata de fotografías
que no sólo consignaban el suceso de manera fidedigna
y realista, sino que también lo trataban en un sentido
estético, al estilo precisamente pictorialista.
Resulta paradójico que de 1911 a 1916,
cuando se dieron los acontecimientos revolucionarios de mayor impacto
para el país y la lucha armada inhibió de alguna
forma el trabajo de campo de los fotógrafos exploradores,
sea el periodo durante el cual la obra de Hugo Brehme tuvo más
demanda, especialmente a través de las postales
que incluían
paisajes, las cuales eran la forma más
económica, accesible y rentable de difusión fotográfica.
Desde finales del siglo XIX estos pequeños formatos ―con
imágenes preponderantes de paisajes y tipos populares― atraían
la curiosidad desmesurada de las clases medias y altas, que las
coleccionaban, cambiaban y pegaban en millares de álbumes.
Dado el amplio mercado nacional e internacional del género,
los fotógrafos se lanzaban hacia aquellos territorios aún
desconocidos, como la extensa geografía mexicana, para satisfacer
la gran demanda. Muchos llegaban al país con ideas preconcebidas
y prejuicios; tomaban los registros que requerían y se marchaban,
siendo muy pocos los que permanecían, atraídos más
por la naturaleza del paisaje y de las costumbres, que por las
posibilidades del mercado de imágenes.
Durante las dos primeras décadas del siglo
XX la comercialización de postales estuvo dominada por
fotógrafos y editores alemanes, franceses y estadunidenses,
la mayoría establecidos en la capital del país y,
en menor medida, en ciudades como Chihuahua, Guadalajara,
San Luis
Potosí,
Saltillo y Zacatecas. En Estados Unidos, diferentes empresas vendían
un número desorbitado de postales mexicanas, muchas editadas
en Alemania, Suiza y Austria. Desde 1912, año en que Hugo
Brehme estableció su estudio en la primera calle de San
Juan de Letrán número 3 en la ciudad de México,
se empezaron a conocer sus primeras postales que tuvieron un impacto
más
allá de
las fronteras, elaboradas preponderantemente en blanco y negro
o en tonos sepia. Como productor supo aprovechar de una manera
imaginativa la situación adversa del país, al diversificar
su negocio y adoptar una estrategia comercial innovadora que le
permitió abrir nuevos mercados para sus imágenes.
Además de las postales, introdujo las tarjetas de navidad
y los folletos turísticos que los visitantes
podían enviar por correo. Para la década de 1920
ya se había especializado también en la venta de
las cámaras alemanas Leica ―convertidas en moda profesional― y
ofrecía toda clase de servicios fotográficos, incluidos
la filmación, el revelado y la ampliación. En su
publicidad prometía una “atención inmediata
y esmerada”, y aparecía ―junto con sus fotografías― en
influyentes guías turísticas y revistas, como las
de Bernice Goodspeed, Frances Toor y Manuel Toussaint.(8)
La vasta producción y distribución
de tarjetas postales mantuvo a flote el estudio de Brehme durante
un periodo tan crítico como el posrevolucionario, y a ello
contribuyó su talento artístico, su enorme capacidad
como empresario y los efectos provocados por la primera Guerra
Mundial, que mermaron las exportaciones de postales europeas al
mercado estadunidense, situación que bien aprovechó el
fotógrafo. En 1920, el mejoramiento de su posición
económica le permitió mudar su estudio al número
27 de la avenida Cinco de Mayo, al cual llamó Fotografía
Artística Hugo Brehme. Fue entonces cuando fraguó la
idea de reunir lo mejor de su repertorio de imágenes para
perfilar su publicación México pintoresco,
que vería
la luz hasta 1923, al ser editada en la ciudad de Berlín
por Ernst Wasmuth. Para supervisar su impresión Brehme
viajó a Alemania y permaneció ahí seis meses,
lo que le permitió lograr una excelente edición
de ése su primer álbum fotográfico, pionero
en su género, lo mismo que la firma de un convenio para
publicarlo más tarde ―en 1925― en alemán.
En el prólogo reafirma su apego por lo mexicano:
Las fotografías que ilustran la presente obra son una prueba patente de que la Nación Mexicana es de rancio y glorioso abolengo y merecedora de figurar entre los pueblos que marchan al frente de la Humanidad […] El que mira a este país con los ojos abiertos y con un corazón susceptible, y especialmente el que ha sabido ponerse en contacto íntimo
con sus habitantes y de echar raizes [sic] en el suelo
Mexicano, amará a México con toda su alma y encontrará aquí una
felicidad duradera.(9)
La particularidad de México pintoresco es
que incluye 197 fotografías ―impresas de manera notable
mediante contactos, con un brillo especial y una apariencia de
tridimensionalidad―, de las cuales la mitad corresponde
a vistas de la ciudad de México y sus alrededores; algunas
del norte de la república y de Yucatán, y ninguna
del noroeste. Predominan las imágenes de arquitectura y
paisajes sobre las marinas y los retratos. Importa reconocer, sin
embargo, que esta proporcionalidad y disposición fotográfica
no fue la misma en las ediciones alemana e inglesa posteriores,
pues en ellas se incluyeron otro tipo de imágenes, de mayor
atracción turística, amén de que la calidad
de su edición supera a la primera.
Con la publicación de México
pintoresco Hugo Brehme reafirmó su presencia ya
lograda con la vasta producción de tarjetas postales,
en las que difundió su amplio repertorio de paisajes campiranos
y urbanos, lo mismo que de tipos mexicanos. La inclusión
de sus trabajos en revistas mexicanas, como Helios y Revista
de Revistas, o extranjeras, como Mexican Life y National
Geographic, lo proyectaron en nueva dimensión hacia
el exterior, por el sentido profundamente pintoresco y sublime
de sus imágenes sobre lo mexicano, tan poco conocidas
en las grandes urbes. Popularizó tanto la fotografía
y su nombre en el país y allende las fronteras, que la
crítica actual coincide en señalarlo como el máximo
exponente del pictorialismo mexicano, de significativa influencia
para la cultura nacionalista y posrevolucionaria que se generó desde
la Secretaría de Educación Pública vasconcelista.
Brehme representa a la última generación de viajeros,
litógrafos y fotógrafos extranjeros que recorrieron
la geografía del país, animados por el espíritu
romántico por conocer y registrar el paisaje y al otro
en sus múltiples expresiones culturales. Pero también
representa un referente de primer orden en la transición
de la fotografía decimonónica a la modernidad
del siglo XX, en la que la práctica fotográfica
vio modificados sus sistemas de acción y de representación.
La mexicanidad exacerbada
de Hugo Brehme contribuyó en parte a la generación de nuevos imaginarios
de reafirmación cultural nacionalista, que tuvieron expresión
lo mismo en las denominadas Escuelas al Aire Libre promovidas
desde 1913 por Alfredo Ramos Martínez, que en el muralismo
encabezado por Orozco, Rivera y Siqueiros en los años
veinte, o el Taller de Gráfica Popular, surgido después
y lidereado por Leopoldo Méndez y Pablo O’Higgins,
pintores y grabadores que popularizaron aún más
ciertos íconos brehmenianos. De la misma manera se documenta
la influencia que pudo haber tenido en la filmografía
vanguardista de directores como Sergei Eisenstein, quien tuvo
su primer acercamiento a lo mexicano a través de la edición
alemana de México pintoresco, que puede evidenciarse
en las imágenes de ¡Que viva México!,
que muestran gran afinidad en los usos del paisaje entre
el fotógrafo alemán y el cineasta ruso.(10) Por
todo lo dicho, no resulta extraño identificar también
influencias pictorialistas y nacionalistas de Brehme en la obra
temprana de fotógrafos contemporáneos como Gabriel
Figueroa, Juan Rulfo, Manuel Álvarez Bravo y Mariana Yampolsky,
entre muchos otros. La visualidad de lo mexicano difícilmente
puede concebirse sin las aportaciones y testimonios fotográficos
dejados por Brehme, cuya obra fue punto transitorio hacia la
fotografía contemporánea de nuestro país.
Notas
* Una primera versión de este trabajo fue publicada en Dimensión Antropológica, año 14, vol. 41, México, septiembre-diciembre de 2007, pp. 173-201.
1. Sobre la biografía de Hugo Brehme pueden consultarse los distintos ensayos de su nieto Dennis Brehme, entre otros: “Hugo Brehme, su vida, su obra y su tiempo”, en Hugo Brehme. Pueblos y paisajes de México, México, Miguel Ángel Porrúa/Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1992; “Hugo Brehme: un gigante de la fotografía mexicana”, en Alquimia, año 6, núm. 16, México, invierno de 2002-2003, pp. 7-9, y “Hugo Brehme, una vida entre la tradición y la modernidad”, en Hugo Brehme-fotógrafo. México, entre revolución y romanticismo (ed. bilingüe), Berlín, Verlag Willmuth Arenhövel, 2005.
2. Hugo Brehme, México pintoresco, México, Miguel Ángel Porrúa, 1990 [1923], p. XI.
3. Véase Raffaele Milani, El arte del paisaje, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pp. 113-144. (Paisaje y Teoría)
4. Charles Baudelaire, “Le public moderne et la photographie”, citado en Philippe Dubois, El acto fotográfico, Barcelona, Paidós, 1986, p. 24. (Comunicación, 20)
5. Sobre el uso de estos conceptos véase Simón Marchán Fiz, “La experiencia estética de la naturaleza y la construcción del paisaje”, en Javier Maderuelo (dir.), Paisaje y pensamiento, Madrid, Abada, 2006, pp. 38-40.
6. Véase Eduardo Martínez de Pisón, “Los componentes geográficos del paisaje”, en Javier Maderuelo (dir.), op. cit., pp. 131-143.
7. Entre ellas el memorable y multirreproducido retrato de cuerpo
entero del general Emiliano Zapata, en el que empuña un
sable sujeto al cinto, mientras con la mano derecha sostiene en
vertical su fusil, según reconoce y documenta Dennis Brehme.
8. Susan Toomey Frost, “El México pintoresco de Hugo Brehme”, Artes de México. La tarjeta postal, México, núm. 48, diciembre de 1999, pp. 16-23, y de ella misma, “Las postales de Hugo Brehme”, homepage de la autora (21 de diciembre de 2007).
9. Hugo Brehme, op. cit., pp. XV y XXIII.
10. Véase Aurelio de los Reyes, “Hugo Brehme y Sergei Eisenstein: una convergencia”, Alquimia, vol. 6, núm. 16, México, invierno de 2002-2003, pp. 23-27.
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