Diego Rivera
• Sueño de una tarde dominical
en la Alameda Central •
1947-1948, fresco sobre tablero transportable.
Museo Mural Diego Rivera,
Instituto Nacional de Bellas Artes.
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Bandera mexicana e iconografía contemporánea: Enrique Guzmán y
Daniel Lezama
Los símbolos patrios en las artes
plásticas han sido un recurso ampliamente utilizado para
significar lo nacional y expresar los más diversos conceptos
de la “identidad” de los mexicanos, desde el muralismo
auspiciado por los regímenes posrevolucionarios hasta las
creaciones de final del siglo XX y principios del XXI, con ejemplos
descollantes y provocadores como son las obras de Guzmán
y Lezama.
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BEATRIZ
ZAMORANO NAVARRO
• HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora
del Cenidiap
betizan@yahoo.com.mx
La bandera nacional fue el primer símbolo patrio creado
al conformarse México como país independiente. El
lábaro fue diseñado en tela de seda y forma rectangular,
compuesto por tres franjas horizontales de colores verde, blanco
y rojo, y es nombrada inicialmente en la historiografía
de México durante el juramento que hizo Vicente Guerrero
de deponer las armas del movimiento insurgente, el 12 de marzo
de 1821, y propiciar así la consumación de la independencia
de España. Esto ocurrió en el famoso pasaje histórico
conocido como el “abrazo de Acatempan”, que presagiaba
la traición de la cual sería víctima
quien tiempo después sería presidente, en manos
del comandante del ejército realista, Agustín de
Iturbide. Dos años más tarde se integraría
a la bandera el escudo nacional, segundo símbolo patrio,
y durante el régimen de Antonio López de Santa Anna
se compondrían la letra y música del Himno Nacional
Mexicano.
Al consumarse la Independencia cada color de la bandera tendría
una significación especial, “el verde simbolizará la
independencia de España, el blanco la pureza de la religión
católica y el rojo la unión entre europeos y americanos”.(1) Sobre
el blanco aparecerá posada un águila devorando una
serpiente, emblema del origen de la nación propiamente mexicana
que asume sus raíces indígenas.
Durante la República Restaurada (1867-1876), el simbolismo
de los colores se modificó por decreto del presidente Benito Juárez,
y entonces “el verde significará la esperanza, en
la ideología liberal triunfante; el blanco, la unidad de
los mexicanos sin diferencias raciales, y el rojo el tributo a
la sangre derramada por nuestros héroes”,(2) que
ya para entonces habían ingresado por proezas verdaderas
o inventadas al panteón nacional. A partir de entonces,
la bandera mexicana será siempre la misma, con cambios en
la posición del águila en el escudo hasta llegar
a la forma actual que todos conocemos.
La iconografía patriótica tradicional ha representado
al lábaro nacional dentro de temas históricos, respetando
su calidad de primer y más sagrado símbolo patrio.
En otra forma de representación como son los libros de texto
gratuitos, editados por la Secretaría de Educación
Pública, hasta hace pocas décadas se afirmaba que
el joven Juan Escutia arrancó la bandera del asta del Castillo
de Chapultepec, entonces colegio de cadetes del ejército,
el 13 de septiembre de 1847, y envolviéndose en ella se
lanzó desde lo alto del Castillo antes de verla masacrada
en manos de los invasores yanquis. Este ha sido uno de los episodios
más
mito que verdad, que le ha otorgado a la bandera un profundo simbolismo,
ya que viene a representar el amor incondicional que todo mexicano
le debe a la patria. En el siglo XX, la pintura nacionalista, en
su modalidad de decoración mural aludió constantemente
a episodios de la historia de México para recrearla visualmente
y hacerla conocida y apreciada por el pueblo. Por ser antecedente
iconográfico necesario daré unos breves ejemplos
de esta forma de representación.
En numerosos casos la bandera aparece al lado de héroes
como Benito Juárez o Francisco I. Madero, y personalidades
controvertidas como el general Porfirio Díaz. Diego Rivera
(1886-1957) realizó entre 1947 y 1948 un mural transportable
titulado Sueño de una tarde dominical en la
Alameda Central, donde la bandera acompaña a Madero
en su entrada triunfal a la ciudad de México, después
de derrotar al ejército federal, último bastión
del régimen porfirista. También aparece el pendón
de tres colores, en otro momento histórico, junto a Díaz
pero en las manos de una joven alada de blonda cabellera. La bandera
en ambos momentos es el estandarte propio de los actos históricos
relevantes y su iconografía es tradicional y solemne.
En el mural titulado Del Porfirismo a la Revolución de David Alfaro Siqueiros (1896-1974), el lábaro patrio es representado en el pasaje que le dedica el pintor a la Huelga de Cananea. Allí el estandarte tricolor posee una vasta intensidad; convertido en metáfora de la patria está en disputa entre el ímpetu de los jóvenes trabajadores representantes del nuevo orden y el antiguo régimen, personificado por el anciano y calvo científico José Yves Limantour, el poder real detrás del Porfiriato.(3) Ambos bandos quieren poseer a la patria, connotación que el muralista le otorga a un enorme bastión, que parece tener vida propia, agitándose a la par de lo álgido y violento del momento.
José Clemente Orozco (1883-1949), en Juárez,
el clero y los imperialistas, convierte también en
metáfora la bandera mexicana, simbolizada como la patria
recuperada al imperio de Maximiliano. Un Juárez enorme
lleva con él una bandera tricolor, tan majestuosa como el mismo
héroe.
Iconografía mexicana contemporánea
A partir del último cuarto del siglo XX y hasta principios del XXI encontramos representada a la bandera mexicana en pintores figurativos de diversas corrientes, siendo Enrique Guzmán en la década de 1970 y Daniel Lezama más tarde, en su vasta y compleja actualidad, quienes utilizaron la insignia como icono alegórico
tanto de patria como de identidad nacional, pero bajo una percepción muy peculiar y sugerente.
Enrique Guzmán (1952-1986), adelantándose al boom neomexicanista,
pintó entre 1977 y 1978 La patria, Día
patrio y ¡Oh!
Santa bandera. En la primera, la patria es simbolizada por
el pendón
tricolor y aparece como imagen protagónica en un enorme
espacio abierto cuya escenografía la compone un intenso
cielo azul, apenas enturbiado por una mustia nubosidad. Aquí se
yergue una especie de plataforma a cuya orilla se va precipitando
el lienzo fino y brillante con sus tres colores, siendo el rojo
el que empieza a derramarse hacia el vacío, aludiendo a
la sangre heroica. A esta peculiar bandera-patria la pisa un zapato
negro nuevo y reluciente, un Oxford inglés liso, célebre
e histórico, diseñado por la pionera y prestigiada
casa inglesa Peal & Co. en el siglo XIX. Usado por grandes
personalidades de la política, la realeza y el jet
set internacional, este calzado representa el mundo elegante
y caro de los burgueses capitalistas. Siendo los ingleses sus
mejores representantes históricos, podríamos inferir
que los Oxford poseen un estatus emblemático social y económico
de élite. Recordemos que Guzmán es un inventor
de iconos y un desacralizador de símbolos tanto religiosos
como patrióticos y que construye lecturas iconográficas
a partir de la fusión de ambos, como los caricaturistas
del porfiriato, con el mejor ánimo de burlarse y violentar
al espectador. De aquí que la connotación que le
otorga al zapato de origen inglés como presencia
mancilladora lleve una fuerte carga de reclamo y denuncia. Desde
esta perspectiva, el lábaro patrio está siendo agredido
pero en forma muy elegante, por una burguesía insaciable
y rapaz, que tiene a México sometido económicamente.
Recordemos
que durante la década de 1970 los gobiernos
de Luis Echeverría y José López Portillo
aplicaron el modelo económico conocido como desarrollo
compartido. Esta estrategia provocó un fuerte endeudamiento
que se tradujo en devaluación y, en consecuencia, provocó una
severa inflación. Esto implicó que el gobierno
mexicano invirtiera grandes capitales en infraestructura y
obra pública, compartiendo con la iniciativa privada
los costos pero también los enormes beneficios financieros.
De aquí que Guzmán, al estilo
de la época, caracterice a la iniciativa privada nacional
oportunista y saqueadora, burguesía explotadora
que es parte también de la construcción patriótica. Por
eso, encima de esta bandera peculiar y a la par del zapato
burgués,
yace una rosa que refiere en la iconografía tradicional
el amor incondicional que supuestamente le debemos todos, y
a pesar de todo, a la patria. Lo más desconcertante
de este singular blasón es que ha desaparecido el escudo
y en su lugar está dibujado un enorme orificio en forma
de boca abierta que expresa un grito, como aquellas mandíbulas-masa
que pintara José Clemente Orozco, pero también
referencia a la boca más popular de la década
de los setenta del siglo XX: la irreverente funda interior
de la
portada del disco Sticky fingers de la banda de rock
inglesa Rolling Stones.
Su contenido parece inferir una fuerte protesta contra el orden
establecido y, por lo mismo, el concepto de patria resulta trasgredido,
por la denuncia que lo modifica sustancialmente y lo muestra más
acorde con la realidad del pueblo de México, que permanece
sojuzgado por el poder de la burguesía capitalista nacional.
Por lo mismo, Día patrio, pintado en 1978, es
más comprensible. Aquí la bandera es la forma alegórica
de la patria. Su escudo es el mismo calzado Oxford liso, atravesado
sobre el blanco, donde el águila devorando una serpiente
posada sobre un nopal ha desaparecido. Esta imagen es más
inquietante que la anterior ya que está representada en
un solitario paraje rural donde, oculto en una paupérrima
choza, un campesino-espectro contempla la bandera que, en lo alto
y remarcada en una ventana cuadrada, está contenida dentro
de un círculo en forma de lente de aumento, que la muestra
en su real y cruda actualidad, transgredida y violentada por los
dueños del poder político y de los medios de
producción.
El mismo tratamiento ocurre en ¡Oh! Santa bandera,
título tomado de un himno patriótico, propio de las
ceremonias cívicas, que han cantado generaciones de niños
en las escuelas primarias y secundarias del país. En esta
imagen la bandera adquiere calidad de imagen religiosa, su santidad
radica en ser producto de la moderna construcción patriótica
de los regímenes posrevolucionarios, ideología
que heredera del pensamiento liberal reformista rechaza los iconos
religiosos ancestrales e inventa nuevas tradiciones, como el festejo
casi siempre desbordante de la celebración de la Independencia
nacional, único de índole civil que supera por su
júbilo y algarabía cualquier celebración religiosa,
casi siempre ritual y solemne. Pero esta nueva bandera representa
también el reclamo del pintor: aquí el escudo es
de nueva cuenta la mandíbula, esta vez pintada en tonalidades
broncíneas que aluden al origen indígena y mestizo
del pueblo que siguió al párroco de Dolores y donde
se aprecian los enormes dientes y garganta que se distorsionan
de la misma manera que los blancos pliegues del lienzo patrio.
En este cuadro no hay alegoría ni metáfora que aluda
al símbolo patrio, es el símbolo mismo desde donde
Guzmán arremete contra la sacralidad del orden establecido,
por lo que su mensaje se puede interpretar como la obligación
a construir un nuevo escudo que denote en su cruda realidad, sin
disfraz metafórico, el grito de rabia y hartazgo, el grito
que debió anidar en boca de Miguel Hidalgo. Guzmán
pinta precisamente sobre el blanco un nuevo escudo, ahí donde
está representada la vena indígena de la raza de
bronce, la raza cósmica vasconceliana, aquella que al parecer
ya nunca se rebelará ni unificará con los demás
pueblos de Latinoamérica para alcanzar un estatus universal.
En estas obras el águila posada sobre el nopal y devorando
una serpiente, fortísimo icono que simboliza nuestra herencia
indígena, desaparece para dar origen a un nuevo símbolo,
un peculiar grito de un pueblo reprimido a fuerza de bayoneta,
heredero de un triste 2 de octubre, del cual la generación
de Guzmán es protagonista. Pero también puede ser
el nuevo icono de la juventud mexicana setentera, aficionada a
la música rock inglesa.
Así, ambivalente y desacralizante, la bandera guzmaniana
se levanta en pliegues con toda su majestuosidad colorística
sobre un cielo azul medio nublado. Pintada con un tratamiento que
recuerda a las cartas de la lotería, juego popular que desmitifica,
pero imagen que provoca la protesta obligada que se le debe a la
patria, en una garganta que exhala un grito que se ve, pero que
no se oye.
En la obra de Daniel Lezama (1968) la historia es otra. En su
iconografía existe gran cantidad de obra que alude
a la bandera mexicana, representada por sus colores o en forma
de alegoría. El verde, blanco y rojo aparecen en los listones
de las faldas de manta de mujeres broncíneas y semidesnudas,
en camisetas y pantalones de hombres y niños, en cuerpos
desnudos pintados de colores patrios, siempre aludiendo a nuestra
identidad, a lo que es propio de lo mexicano. Por esta necesidad
de representar, bajo nuevos iconos, la identidad contemporánea,
heredera, sin embargo, de siglos de historia.
El autor recurre al símbolo patrio en Historia
y bandera y Alegoría de la bandera,
ambos de 2004. En la primera obra dos figuras aparecen en el
centro de un cuadro de grandes dimensiones y dentro de un escenario
en construcción. La del lado izquierdo está completamente
desnuda; es una mujer de fuerte musculatura y contundentes huesos,
su piel es oscura y su rostro tiene marcadas facciones indígenas.
Es el símbolo de la raza indígena, también
pudiera ser Malintzin, “la lengua”, la joven nativa
que aprende a hablar español y sirve de intérprete
a Hernán Cortés, y de quien
se dice mejor simboliza el mestizaje, ya que es tomada como mujer
por el conquistador y engendra dos de sus hijos. Ella es nuestra Historia, que
inicia con esta dama primigenia, que curiosamente sostiene una
enorme lupa en medio de las piernas, a través de la cual
se percibe el vuelo de un águila que lleva en su pico
una serpiente y está a punto de posarse en medio de un
lago. Allí,
en la región sexual de una enorme y obesa matrona indígena
se está engendrando la mexicanidad. Pero ella acaba de
sangrar y se deduce por los charcos de sangre sobre el piso que ¿esta
mujer-historia, mujer-patria ha sido violada? La expresión
de su rostro más que dolor, denota satisfacción
y cierto sesgo de gozo. Pero esta deducción rompe con
la historiografía e iconografía nacionalista que
se ha esforzado por redimir en los muros a “la lengua”,
dotándola de un poco de la dignidad perdida en las páginas
de los furibundos historiadores posindependentistas, como fray
Servando Teresa de Mier, quien será el primero en desprestigiarla
culpándola de traidora a sus orígenes, por sus
devaneos con el capitán Hernán Cortés.(4)
Cierta literatura moderna se ha obstinado en explicar
que de esta primigenia mujer, seducida
contra su voluntad, ha nacido una nueva raza, y los mexicanos
somos los hijos de la violada, como diría casi con las
mismas palabras Octavio Paz, en su ya célebre Laberinto
de la soledad.(5) Pero
la Malintzin de Lezama va desnuda y descalza como la mayoría
de sus personajes, lo que infiere su autenticidad. Su desnudez
implica pureza racial, no necesita más que el adorno
de un collar de tres hilos que le rodea el cuello y que alude
al
espejismo que fue la conquista, el cambio de espejos por el
oro, al parecer lo único valioso que buscaban los conquistadores
al llegar a Mesoamérica. Esta nueva mujer icono de
la obra de Lezama, aunque indígena, muestra en su cuerpo
los estragos de una deficiente alimentación, flacidez
muscular producto de la fuerte ingesta de grasas que colocan
a la población mexicana actual como la segunda con
más obesidad en el mundo. Por todo lo que representa
esta primera mujer, cuya iconografía, aunque provocadora
y desmitificada, es predecible, entra en oposición
en este cuadro con la figura colocada a la derecha. Esta es
más
compleja, es mucho más joven, casi adolescente y está semivestida.
La parte superior de su cuerpo, que incluye desde la cabeza
hasta el busto, aparece pintado de verde, lo mismo que la corta
camiseta
que le cubre; la parte de en medio está totalmente desnuda,
es blanca y al inicio de las piernas lleva una especie de falda
roja que también
es el color de pantorrillas y pies que calzan botas punk. Tanto
el verde como el rojo al parecer han sido pintados con el mismo
aerosol utilizado en la decoración urbana grafitera.
Por todos estos elementos utilizados en su concepción
iconográfica, esta joven mujer encarna una fuerte simbología,
ya que parece representar el sincretismo racial de que somos
finalmente producto los mexicanos.
Si esta joven mujer es alegoría de la Bandera es
en sí el producto de nuestra llegada al mundo independiente
que nos revela como nación que deberá asumirse en
un amplio conglomerado racial. Por eso la muchacha tiene el pelo
rizado y su cara devela facciones de origen africano, su carnosidad
posterior es blanca, regordeta y flácida, no obstante su
visible juventud, de donde sólo sobresale el oscuro vello
púbico de ¿una virgen rockera?, por cuyo cuerpo
también corre sangre blanca, hispana y criolla. La parte
inferior es roja, pero aquí parece aludir a la sangre menstrual
de la púber o a una superposición metafórica
que nada tiene que ver con la simbología original de la
sangre heroica. Finalmente, el rojo aerosol remata en las botas
y calcetines que infieren su origen urbano marginal. Detrás
de ambas, al lado izquierdo apenas se aprecia la figura de un hombre
que por su vestimenta parece ser un albañil que, de espaldas
a las mujeres, se asoma por el gran ventanal apenas en construcción.
Una bandera sin teñir descansa recargada sobre la pared,
mientras a lo lejos se aprecian las torres de una iglesia.
Estamos ante el paisaje mexicano, mestizo, primitivo por naturaleza, donde se mezclan la religión, la imagen del hombre mexicano, más que cerebro constructor, albañil, mano de obra, sin liderazgo masculino, de economía emergente, subsidiaria de los más poderosos, y las mujeres, primero como símbolo de historia patria que favoreció por gusto propio la conquista y, después, identidad contemporánea, aún adolescente, virgen, en construcción, que, sin embargo, presagia los estragos que está dejando en los cuerpos femeninos la comida chatarra y el fenómeno de la globalización. Por eso, la bandera contemporánea, más que símbolo patrio, significa para la juventud actual identidad futbolera, mercadotecnia y juego mediático. Por eso, en la pintura figurativa actual, la iconografía tradicional se deconstruye, a partir de la aguda representación de la realidad nacional, vista a través de los ojos de uno de sus mejores artistas jóvenes.
En la Alegoría de la bandera aparecen tres figuras
denudas al centro de la composición: una mujer al centro
y a su lado dos púberes, una
fémina
y un varón. Todos sentados en una colina, encima de un
fuerte tronco sobre el que se ha colocado una gran tabla para improvisar
un asiento. Detrás una vista panorámica del Valle
de México limitada por los emblemáticos volcanes
Popocatépetl e Iztaccíhuatl. La figura del centro
representa una prodigiosa mujer-guerrero, mujer-águila que
alude a la fuerza viril de la mujer mexica, de prominentes formas
y flácidas carnes.(6) Ella
ha dominado a la serpiente que mañosamente se había
enredado entre sus piernas. Así inició el principio,
valga la redundancia: esta águila guerrera tatuada de plumas
o escamas en la parte baja de las piernas y en el cuello, es metáfora
de la raza, es la mujer-escudo y está pintada de blanco,
en referencia a su pureza racial, dormida bajo el sopor de un sueño
premonitorio. La niña a su izquierda está pintada
de verde, semiflexionada sobre el seno de la madre y ocultando
su sexualidad, simbolizando ¿la independencia futura? Mientras
tanto, y aunque ya no es una bebé, succiona para alimentarse
del pecho materno mientras el joven púber duerme sobre el
cuerpo desnudo de la gran matrona. Pintado de rojo alude a la sangre
derramada de los hijos de la patria, ¿los niños héroes?
o ¿los actuales limpiaparabrisas de la calle? Este joven
tarde o temprano se convertirá en guerrero de mil batallas
que el futuro le depara al pueblo independiente y a todos aquellos
mexicanos que dieron su sangre por la patria; no es gratuito que
su rostro muestre un gesto de dolor. Pero hay algo inquietante
en las tres figuras, todas tienen los ojos cerrados, están
muertas, duermen o sólo están aletargadas, las tres
le dan la espalda al paisaje, y ajenas a la realidad denotan la
gestación de una nueva mística histórica,
un nuevo ritual nacional en construcción, de donde deberán
partir las futuras generaciones de mexicanos para contar su real
y verdadera historia.
Este breve acercamiento a la iconografía contemporánea
de intención patriótica
permite introducirnos a la fuerza y complejidad que para las nuevas
generaciones de artistas mexicanos representan o representaron
los símbolos patrios. Por demás reveladora ha sido
la protesta lacerante e irónica de Enrique Guzmán
al señalar la necesidad de mostrar la realidad del México
de las últimas décadas del siglo XX. Simbolizado
por un grito callado, signado por el miedo a la represión,
parece concebir el nuevo estatus de un pueblo reprimido a fuerza
de tanques y bayonetas, que se debate entre una realidad transgredida
y violentada en lo más genuino que poseen los pueblos, su
ideal de patria. Daniel Lezama va mucho más
allá al proponer una nueva construcción de mexicanidad,
que revele historia, pero también costumbres y mitos constructores
de la forma de ser del mexicano contemporáneo. Sus obras
plantean un nuevo discurso histórico, una nueva simbología,
una lectura alternativa del acontecer nacional, donde la figura
de la mujer-madre, mujer engendradora por naturaleza, permita en
el futuro comprender mejor nuestra idiosincrasia. Las nuevas generaciones
deberán concebirse bajo una identidad específica,
que devele una nueva significación más acorde con
lo que realmente somos: sincretismo, signado en las obras de Lezama
por las violentas prácticas sexuales de cientos de conquistadores
que llegaron a una tierra donde no hubo tantas riquezas como imaginaron,
pero sí muchas mujeres.(7) Por
toda esta realidad que la solemnidad de la historiografía
convencional se ha negado a revelar, y la iconografía patriótica
de antaño nunca se atrevió a representar, la obra
de Lezama, más que narración visual, nos enfrenta,
desde su muy peculiar forma de representación, a la
necesidad vital de partir hacia una nueva forma de concebirnos
como mexicanos, asumiendo la complejidad de nuestra historia y
partiendo de un nuevo discurso de género.
Bibliografía
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Casasola, Gustavo, Seis siglos de historia gráfica de México, 1325-1970, México,Ediciones Casasola, 1967.
Cosío Villegas, Daniel, Historia general de México, México, El Colegio de México, 1981.
Florescano, Enrique, La bandera mexicana. Breve historia de su formación y simbolismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1998.
____________________, Historia de las historias de la nación mexicana. México, Taurus, 2002.
Galindo, Carlos-Blas, Enrique Guzmán. Transformador y víctima de su tiempo, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Instituto Nacional de Bellas Artes/Era, 1992.
Lezama, Daniel, La madre pródiga, México, Museo de la Ciudad de México, Secretaría de Cultura del Distrito Federal/Hilario Galguera Ediciones, 2008.
Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1994 y 2000.
Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984.
Tibol, Raquel, Historia general del arte mexicano, México, Hermes, 1981.
Pagina web: www.cueronet.com/zapatos/oxford/htm
Notas
1. Enrique Florescano, La bandera mexicana.
Breve historia de su formación y simbolismo,
México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 16.
2. Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984, p. 149.
3. Gustavo Casasola, Seis siglos de historia
gráfica de México. 1325-1970, vols. 4 y 5,
México, Ediciones Casasola, 1967. En los registros fotográficos
de la época, José Yves Limantour aparece fotografiado
como un hombre de avanzada edad y con un alto grado de calvicie.
Asimismo, en el mural aludido, el personaje está vestido de civil,
cosa que lo diferencia de Porfirio Díaz que en la mayor
parte de las fotografías que refieren eventos públicos
acostumbraba vestir de militar. De la misma manera la iconografía
muralística lo representa con uniforme militar.
4. Enrique Florescano, Historia de las historias de la nación mexicana, México, Taurus, 2002, pp. 294-298.
5. Octavio Paz, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 72-96.
6. Daniel Lezama, La madre pródiga, México, Museo de la Ciudad de México, Secretaría de Cultura del Distrito Federal/Hilario Galguera Ediciones, 2008, p.17. Todas las imágenes del catálogo en cuyo tema aparezcan mujeres.
7. Idem.
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