D I V E R S A L I B R A R I A • • • • • •
 



Antonio Salazar, Ecce Homo, México, Grupo Fogra, 2007, 272 páginas.

 

 

He aquí el hombre


• • •

BLANCA GUTIÉRREZ GALINDO MAESTRA EN ARTES VISUALES
Profesora de Arte Contemporáneo y Actual, Posgrado en Artes Visuales de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, Universidad Nacional Autónoma de México
blancagga@prodigy.net.mx


 

Ecce Homo es el título del libro que compila el más reciente trabajo fotográfico de Antonio Salazar. Se trata de un conjunto de obras realizadas entre 2001 y 2006 en torno al cuerpo masculino situado entre el deseo erótico y la muerte. Ecce Homo, “he aquí el hombre”, es la frase que, según el Evangelio de San Juan, pronunciara Poncio Pilatos cuando presentó a Jesucristo humillado y flagelado ante la muchedumbre que esperaba su condena a muerte. Esta imagen fue también favorita de los pintores de la tradición católica occidental.

En Ecce Homo Salazar utiliza estrategias estéticas y códigos provenientes de la pornografía, tales como la escenificación del cuerpo ofrecido a la mirada y el énfasis visual en las zonas erógenas. En efecto, hay en estas imágenes una celebración del cuerpo que a primera vista nos hace pensar que el autor busca satisfacer el deseo de la mirada homosexual masculina; pero analizadas con más detenimiento lo son, sin embargo, de una sexualidad y una sensualidad triste, solitaria, mortuoria. La belleza de los cuerpos contrasta con su teatralización, que no parece ser otra cosa más que la presentación de la imposibilidad de la condición erótica del cuerpo, de su plenitud y satisfacción. La desventura, la incomunicación, la alienación, así como los ambientes degradados, opresivos y siniestros convierten a esos cuerpos en iconos de lo ominoso.

Esto se ve reforzado por juegos estéticos como la fragmentación, el barrido o la superposición que confieren a las tomas un carácter espectral, como si el placer y la felicidad homosexuales fueran algo que sólo existe como recuerdo, sueño, alucinación o fantasma, es decir, como imagen. Esta sensación se enfatiza con la selección del blanco y negro, los datos de las hojas de contacto que hacen ostensible el carácter ficcional de las fotografías y por el diseño de la lista de imágenes incluida al final del conjunto como una sucesión en el espacio, pero cuya intermitencia temporal alude sin duda a su carácter psicológico: las fotos están en el espacio del libro, pero su verdadera existencia es mental. El artista incluye su propia imagen como parte de Ecce Homo en una fotografía que a manera de leit motiv se repite a la entrada de cada nueva sección, y en la que únicamente podemos ver su cuerpo de espaldas, vestido y ubicado al centro de la inmensidad de su taller de la Academia de San Carlos de México.

El sentimiento de que “la vida es sueño” atraviesa todas las imágenes de Ecce Homo, y para completarlo, Antonio Salazar recupera también algunos de los motivos favoritos del barroco y del manierismo: cráneos y esqueletos, los símbolos más conocidos de la muerte en nuestra cultura occidental. Todos estos recursos estéticos e iconográficos nos remiten a las Vanitas, aquellos cuadros con los que los pintores del siglo XVII quisieron transmitir el mensaje de que frente a la contundencia de la muerte el resto es vanidad.

En efecto, hay algo moralizante en la iconografía de Antonio Salazar, que, además, nos es presentada a la par de imágenes de la pintura de la tradición católica con la intención de integrarlas a su propio discurso y postular, de esa manera, una visión histórica del Cristo-homosexual legitimada por la alta cultura, así como una genealogía validadora de su propio trabajo artístico. Estas referencias fungen también como anclas para la lectura de la obra, lo que las sitúa peligrosamente en los bordes del didactismo. Igualmente didácticas son las tomas en las que abiertamente se identifican las zonas erógenas del cuerpo masculino con las calaveras que simbolizan el memento mori, “acuérdate que vas a morir”. 

Bien sabemos, no obstante, que la sexualidad homosexual no está ligada por sí misma a la destrucción y a la muerte. Aunque prevalece el tono moralizante en la identificación entre sexo y muerte, Salazar no se refiere a la muerte en general, sino a una de sus posibilidades: la provocada por el Sida, una problemática explorada por él en trabajos anteriores. El último de los tres textos incluidos en Ecce Homo, el de un médico mexicano que cuenta el descubrimiento de su homosexualidad en el trabajo de prevención del SIDA, pasando por el propio padecimiento de esa enfermedad, arroja luz sobre las ambiciones de Salazar. Al final de su texto titulado “Reconciliación”, Octavio Vallejo escribe: “Nacer y crecer homosexual es crecer en el sacrificio para finalmente aceptarse ‘gay’ y trascender el evento SidaA. Es así como yo creo que Dios me enseña que estamos hechos a su imagen y semejanza”. Así, pues, la relación que el artista establece entre la sexualidad y la muerte se aleja de aquellos autores que, como Bataille, vieron en esa unión el principio de una nueva economía vital. Sida y sacrificio homosexual parecen ser las claves de Ecce Homo.

El didactismo y la moralidad que, por cierto sólo se presuponen, aparecen cuando los artistas intentan hacer de su actividad algo significativo para un público no necesariamente versado en arte. Nada más alejado de la realidad que pensar que con estas imágenes Antonio Salazar ha abandonado su compromiso con grupos sociales en lucha o en resistencia, que desde sus inicios ha caracterizado su trabajo artístico tanto individual como colectivo, y que en no pocas ocasiones lo ha situado en los límites, si no es que completamente dentro, del terreno de la propaganda. Como sea, la crítica de aquellos aspectos psicológicos y sociales que impiden a los seres humanos tener una vida más plena, mejor, sea lo que sea que esto signifique, es el hilo conductor de su obra. El artista canta en Ecce Homo el réquiem por la sexualidad gozosa, por el principio de fecundación con el que se le ha asociado desde tiempo de los griegos: el Eros; nos la presenta como amenazada y como amenazante, y busca prevenirnos de su peligrosidad.

Con esto el autor opera una catolización, en clave barroca, de la homosexualidad masculina en los tiempos del Sida. Según esta operación, el homosexual y el artista, protagonistas de Ecce Homo, son seres sufrientes cuya misión, en tanto que hijos encarnados de Dios, no es otra que darse al prójimo: dar la cara, asumir la propia condición homosexual frente a la sociedad y volcar las propias energías al servicio de los otros, a través del arte o a través de la medicina. Desde mi punto de vista es en esta concepción del amor, y en ningún otro aspecto de la obra, en donde reside el profundo sentimiento cristiano que subyace a Ecce Homo.

Editado por la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Politécnica de Valencia, el libro viene acompañado por un conjunto de textos cuyo título general es “Ecce Homo Sexual”.  El primero es de María Eulalia Martínez Zamora, “Et in Arcadia Ego. Tragedia, sexo y muerte en la obra de Antonio Salazar”; el segundo fue escrito por Iván Mejía y se titula “Duelo escopófilico”, y el último, anteriormente citado, de Octavio Vallejo. Desde diferentes perspectivas cada uno de los autores aporta elementos para la comprensión de unas imágenes que buscan, de manera reiterada y por momentos insistentemente barroca, informarnos que hoy el cuerpo también se halla ensombrecido por el luto.