El Palacio de Buenavista, edificio que desde 1968 es la sede del
Museo de San Carlos, probablemente fue construido a finales del
siglo
XVIII.
El patio oval data del siglo XIX. Colonia Tabacalera, ciudad de
México, 2008.
Foto: Jaime Aldaraca.
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Museo Nacional de San Carlos y la colonia Tabacalera: de la aristocracia novohispana al “PRI del siglo XXI”
El Museo Nacional de San Carlos, el Monumento a la Revolución,
el Frontón México, la Alianza de Ferrocarrileros
Mexicanos, sindicatos, oficinas del Partido Revolucionario Institucional,
hoteles, cantinas, teatros, comercios, predios protegidos por la
Asamblea de Barrios, casas habitación; oficinistas, comerciantes,
prestamistas, ambulantes, “coyotes”, indigentes, sexoservidores
y colonos son elementos que establecen relaciones para significar
el espacio mediante procesos culturales y simbólicos de
la vida social contemporánea en la Tabacalera, zona, que
como muchas otras de la ciudad de México, presenta un franco
proceso de deterioro en la calidad de vida que hace urgente su
rescate.
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JAIME
ALDARACA FERRAO • HISTORIADOR
DEL ARTE
jaldaracaf@gmail.com
Para Bertha Aguilar García
En el presente trabajo(1) se
ensaya una reflexión sobre la condición urbana
actual de la colonia Tabacalera, donde se ubica el edificio que
alberga al
Museo Nacional de San Carlos. En un área relativamente pequeña,
enclavada en el triángulo que forman las avenidas De los
Insurgentes, Paseo de la Reforma y Puente de Alvarado, contigua
al Centro Histórico
de la ciudad de México y rodeada por las colonias San Rafael,
Juárez y Buenavista, los monumentos e hitos arquitectónicos,
la sociedad y la cultura se interconectan para definir un contexto
histórico-geográfico específico que le confiere
un carácter particular de apropiación y resignificación.
Existe una tradición historiográfica
relativa al inmueble, donde actualmente está el museo,
así como de la propia colonia; estudios como los de Salvador
Pinoncelly, Dolores Cuenca, Eloísa
Uribe y Hugo Arciniega, por citar algunos. Pinoncelly fue el pionero
en realizar un análisis arquitectónico del edificio,
comparándolo con otras obras de Manuel Tolsá; Cuenca
destacó algunas de sus particularidades; Uribe corroboró su
atribución al arquitecto valenciano, y Arciniega estableció las
utopías decimonónicas de la colonia. A partir de
la integración de los distintos horizontes y alcances de
estos estudios se ofrece otra visión, no sólo al
situar la mirada en el edificio sino al establecer un diálogo
que supone la interacción recíproca entre espacio
urbano, hitos arquitectónicos, habitantes, población
flotante, contaminación visual y auditiva en la Tabacalera.
El edificio y la
zona en el siglo XIX y primera mitad del XX
De finales del siglo XVIII data la construcción
del Palacio de Buenavista: “no pudo ser antes de 1798, puesto
que para ese año la segunda marquesa recibió en herencia
el predio. Se sabe asimismo que, para 1805, ya Tolsá había
edificado un palacio para el conde de Buenavista”.(2) Desde
la conclusión de su edificación hasta 1914 el palacio
fungió como casa habitación de diversas familias
pudientes decimonónicas. Primero lo habitó la marquesa
de Selva Nevada, quien encargó la construcción para
su hijo, el conde de Buenavista. Después fue arrendado y
vendido sucesivamente a Antonio Pérez de Andújar
Gálvez Crespo y Gómez, Pedro José María
Romero de Terreros y Antonio López de Santa Anna, entre
otros. La crónica de época de Madame Calderón
de la Barca, quien acompañó a su esposo en misión
diplomática y residió en México a partir de
1839, sugiere la calidad y gusto por el edificio en sus cartas,
en las que describió la vida cotidiana y la convivencia
de clases sociales:
[…] es una casa que nos haría felices si el propietario quisiera alquilárnosla […] son los curiosos y pintorescos grupos de gentes que vemos desde la ventana: hombres de color bronceado, con sólo una frazada encima con la que se envuelven, sosteniendo con garbo sobre sus cabezas vasijas de barro […] llevan […] dulces o blancas pirámides de grasa (mantequilla); mujeres con rebozo, de falda corta […] sin medias, con sucios zapatos de raso blanco […] señores a caballo con sillas y sarapes mexicanos; léperos holgazanes, patéticos montones de harapos que se acercan a la ventana y piden con la voz más lastimera, pero sólo es un falso lloriqueo.(3)
Para el año 1864 el gobierno de Maximiliano
I de México (Maximiliano de Habsburgo) compró el
palacio y lo obsequió como
regalo de matrimonio al mariscal Bazaine en “agradecimiento
por los servicios personales prestados”,(4) quien
ofreció en su flamante mansión una francachela como
celebración por la tercera ocupación de las tropas
francesas: “desde las diez de la noche hasta la madrugada
hubo gran baile en el palacio de Buenavista […]. Como los
jardines del palacio se extendían hasta el ejido y estaban
cerrados por una reja de hierro, el pueblo en masa podía
admirar la hermosa iluminación
y los brillantes letreros formados con farolillos venecianos”.(5)
Hacia 1914 el palacio perdió la calidad
de casa habitación y fue adquirido por “la familia
Basagoiti, industriales del tabaco, que pretendieron hacer una
colonia obrero-administrativa desde el Puente de Alvarado, en donde
estaba la fábrica, hasta la avenida de la República”,(6) rasgo
que le dio nombre a la delimitación urbana: la función
del edificio denominó la colonia; de hecho, en la actualidad
el ideograma de la estación del metrobús Tabacalera
es una estilización del antiguo Palacio de Buenavista.
Por lo que respecta al barrio, una vez concluida
la Revolución mexicana la morfología de la arquitectura
y del espacio urbano en la colonia Tabacalera se fue modificando
gradualmente. Desde la segunda mitad de la década de 1920
fueron establecidos en este lugar los primeros ejemplos
de arquitectura con formas propias del art decó:“el decó fue
capaz de descubrir el modo de ser, los símbolos y la identidad
de una sociedad que, habiendo vivido una Revolución, demandaba
cambios totales de contenido y continente”(7).
El primero en el que se utilizó esta morfología fue
el edificio de la Alianza de Ferrocarrileros Mexicanos proyectado
por el arquitecto
Vicente Mendiola. En palabras de Hugo Arciniega, el “art
decó y la verticalización […] dieron una nueva
fisonomía a la zona con edificios como el construido […]
para la Alianza de los Ferrocarrileros y el del Frontón
México” .(8)
A partir de los años treinta del siglo
XX se acentuaron los procesos de congregación poblacional
y administrativa en la Tabacalera. Corporaciones como la Confederación
de Trabajadores de México, el Sindicato Mexicano de Electricistas,
la Alianza de Ferrocarrileros Mexicanos y la Confederación
Nacional de Organizaciones Populares, edificaron las sedes de sus
dependencias en la colonia y sus inmediaciones. Fue a través
de ellas que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) (ya
sea como
Partido Nacional Revolucionario de 1929 a 1938
o como Partido de la Revolución Mexicana de 1938 a 1946)
canalizó la
política
nacional durante la primera mitad del siglo XX.
Cabe destacar también que dentro de la
parafernalia del régimen posrevolucionario, entre 1933 y
1938 se construyó en
el corazón de la colonia el Monumento a la Revolución,
aprovechando parte de la estructura que inicialmente iba a ser
destinada al Palacio Legislativo del régimen de Porfirio
Díaz. El arquitecto mexicano Carlos Obregón Santacilia
propuso al entonces secretario de Hacienda, Alberto J. Pani,
el aprovechamiento de la cúpula del frustrado Palacio Legislativo
para erigir esta obra que honra a la Revolución
mexicana.
El 26 de febrero de 1932, el Departamento de
Monumentos Artísticos, Arqueológicos e Históricos
de la Secretaría de Educación Pública declaró el
Palacio de Buenavista como monumento histórico. Un año
después
las oficinas de la fábrica de tabaco fueron trasladadas
a la ciudad de Toluca y el edificio fue destinado para ser la
sede de la Lotería
Nacional para la Beneficiencia Pública. En 1946, ésta
se trasladó a
su nueva ubicación
en Paseo de la Reforma y entonces fue arrendado por la Secretaría
de Comunicaciones y Obras Públicas para instalar las oficinas
de la Aduana Internacional. No obstante, después de siete
años la construcción devino dependencia de la
Beneficencia Pública y más tarde, entre los años
1958 a 1965 la Universidad Nacional Autónoma de México
instaló ahí el plantel número 4 de la Escuela Nacional
Preparatoria.(9)
Al paso de los años, los diversos usos
a que se dedicó el edificio y las múltiples adaptaciones
que se le hicieron degradaron el diseño original. En 1965
la Secretaría de Salubridad y Asistencia adquirió y
restauró el inmueble. Básicamente se pensó para
albergar la Escuela de Salud Pública, empero, en 1966 a
través de la Secretaría de Educación Pública
se otorgó la
construcción al Instituto Nacional de Bellas Artes para
la creación del Museo de San Carlos, el cual fue inaugurado
en junio de 1968 para albergar, hasta la fecha, una de las principales
colecciones de arte europeo en Latinoamérica.
70, 80, 90 y revienta: la distopía del siglo XX
Aunado a la conglomeración de inmuebles
e hitos referentes al régimen posrevolucionario, siendo
el más
patente el Monumento a la Revolución, durante la década
de 1970 la vida de este espacio urbano se desarrolló en
torno a las “necesidades” del priísmo
y sus corporaciones: aumentó el número de cafés,
bares y cantinas donde se apalabran los "coyotes" o personas
que se encargan oficiosamente de hacer trámites; creció el
número de hoteles que albergaban a los sindicalizados que
llegaban de otras partes del país a realizar papeleos burocráticos
y se acrecentó la cantidad de teatros en donde se entretenía
toda esta "fauna". Estas condiciones transformaron de
nuevo el entorno y le dieron una peculiar y característica
vida durante los años ochenta y noventa hasta la muerte
simbólica
del régimen,
proceso que podría datarse en 1994, con el primer levantamiento
mediático protagonizado por el Ejército Zapatista
de Liberación
Nacional y los asesinatos de figuras prominentes del PRI, como
Luis Donaldo Colosio
y José Francisco
Ruiz Massieu. Coincidentemente el homicidio de este último,
quien fungía como secretario general del PRI, sucedió en
la calle Lafragua, ubicada en la Tabacalera.
De acuerdo con la premisa “las ciudades
se deterioran al mismo tiempo que los procedimientos que las han
organizado”(10),
fue a partir de esta muerte que la zona se degradó progresivamente,
al igual que los edificios que albergan las instituciones priístas.
Siglo XXI: el viandante frente a la Tabacalera
Al transitar por la colonia Tabacalera de camino
al Museo Nacional de San Carlos, ya sea que se llegue en coche,
se haya tomado el metrobús o el metro, uno se encuentra
con una serie de edificios, algunos de buena calidad arquitectónica
pero todos en muy mal estado. Sus azoteas y fachadas están
atiborradas de anuncios que van desde el afiche, pasando por el
neón, la manta, el rótulo, hasta el anuncio espectacular.
Conforme se avanza, toda suerte de publicidad invita al transeúnte
a entrar en las cantinas, los restaurantes, a escuchar música
en vivo mientras se come, a ingresar en sus comercios o mercar
con los ambulantes. A pleno día, los prestamistas de Puente
de Alvarado, con una escenografía compuesta de bombas, tags y
grafiti,
trabajan de manera invasiva interrogando a todo transeúnte: “¿qué vende
joven, qué vende?”
A su vez, en el tránsito por la colonia
una serie de refuerzos visuales referentes a las dependencias del
PRI proclaman sus bondades: “Estamos construyendo el PRI
del siglo XXI”, aunque el deterioro alcanzó a la
imagen del partido político.
En las inmediaciones de la fachada curvilínea
del museo, protegida del grafiti por innúmeras manos de
pintura gris, los pendones invitan a visitar la colección.
A unos cuantos metros, adolescentes ofrecen discretamente “favores” por
una módica cantidad: se “puede conseguir sexo oral
por 15 pesos y, por 120, una relación sexual completa con
niñas o niños, inclusive, de 10 o 12 años” (11).
La prostitución infantil en la Tabacalera y sus alrededores
ha aumentado considerablemente: “de 2005 a la fecha,
en el tramo que corresponde a la avenida Hidalgo, Puente de Alvarado
y su continuación con San Cosme, se han registrado 12 asesinatos
de prostitutas y 22 homicidios de clientes, lo que hace un total
de 32 personas muertas”(12).
En un intento por la recuperación del espacio y la erradicación
del comercio sexual infantil, los colonos solicitaron malogradamente
la ayuda del gobierno local y como en otros espacios de la ciudad
el problema de deterioro continúa.
En la fachada posterior del Museo Nacional San
Carlos, en las proximidades del jardín cohabitan coloridos stickerismos (algunos
ingeniosos, otros chatos y burdos), con los bustos del Che Guevara
y Julio Antonio Mella, efigies de los próceres de izquierda
instalados en 1997. Ambos soliloquios generan el paisaje urbano, “resultado
del efecto colectivo de pequeños cambios individuales”(13);
sin embargo, mientras el primero desafía al ojo panóptico
que impone un único uso del espacio y subvierte su función,
el segundo funge como impronta del cambio de gobierno de la ciudad
de México en manos del Partido de la Revolución Democrática,
en un barrio “bastión
del priísmo”. Tanto uno como el otro, a distintos
niveles, son una suerte de rúbrica territorial y una nueva
apropiación del espacio urbano.
Caída la noche, en los alrededores del
Parque
San Carlos aflora el narcomenudeo: el tráfico de estupefacientes
es un secreto a voces, pese a que carece de los referentes visuales
y publicitarios con los
que cuentan los establecimientos comerciales y el ambulantaje.
Tanto habitantes de la Tabacalera como custodios del Museo Nacional
de San Carlos recomiendan cautela al transitar de día por
la colonia y comentan que ya caída la noche malandros,
borrachos y drogadictos hacen sumamente peligroso su recorrido.
Espacio vivido versus espacio representado
La historia, la cotidianidad y la experiencia
de transitar la colonia Tabacalera, el Museo Nacional de San Carlos
y los demás hitos arquitectónicos conforman un entramado
de prácticas y percepciones culturales que se producen in
situ y que a su vez reproducen y resignifican la colonia.
Actualmente se verifica una ruptura entre el imaginario de las
personas que viven el espacio y el imaginario surgido de los estudios
o documentos sobre el lugar; es decir, la degradación de
la zona y de la calidad de vida —la prostitución,
el narcomenudeo y el aumento del ambulantaje— han roto la
interacción con el espacio histórico y con su condición
de posesión conocida y familiar, en la que podemos sentirnos
seguros y desarrollar un afecto: han dificultado habitar el barrio.
El bagaje histórico y cultural de la colonia, el museo y
los monumentos no dialogan ni incluyen la vida cotidiana, convirtiéndose,
en el mejor de los casos, en bellos cascarones anacrónicos
aislados de y por su entorno.
¿Qué generó la degradación
de la colonia Tabacalera? ¿Cómo rescatarla de la
deposición que la ha marcado? Es más, ¿por
qué hacerlo? Los cambios históricos que ha sufrido
evidencian una constante y obvia resignificación del espacio
urbano, sin embargo, es pertinente la pregunta: ¿de qué forma
se articula la resignificación de este lugar? Cabe poner
en tela de juicio si la degradación generó los conflictos
sociales que le aquejan y si el reacondicionamiento de la zona
podría solucionarlos. ¿Son las remodelaciones la
panacea o sólo desplazan los estragos de la zona a otros
sitios? Es cierto que problemas sociales como el narcomenudeo y
la prostitución
infantil surgen de un sinnúmero de factores que van más
allá del "estira y afloja" de la planeación
urbana y la moral. Dar en este espacio una solución que
intente disminuir todos los apremios sería caer en un error
conceptual: al ser una cuestión compleja, se
deben enunciar varias soluciones. Sin embargo, se puede aportar
una propuesta que
intente beneficiar a los colonos, principales protagonistas del
espacio.
La teoría de la ventana rota, elaborada
por James Q. Wilson y George Kelling, tiene sus orígenes
en el experimento que llevó a cabo Philip Zimbardo en 1969.
Zimbardo dejó dos autos abandonados, de igual marca, modelo
y color, uno en Palo Alto, California, y el otro en el Bronx, Nueva
York. El primero permaneció una semana intacto, mientras
que el otro fue robado y semidestruido. Sin embargo, la suerte
del automóvil de Palo Alto cambió cuando el mismo
Zimbardo le rompió una ventana. La teoría de la ventana
rota manifiesta que inevitablemente el crimen encuentra terreno
fértil en el desorden. El postulado enuncia que la delincuencia
en cualquier centro urbano es mayor en las zonas donde prevalece
el descuido,
la suciedad y el maltrato a los bienes públicos. Una ventana
rota en un edificio, si no es reparada pronto, deviene el preludio
para que todas las demás sean dañadas.
La vía lógica (y un tanto ingenua)
para el rescate de la Tabacalera y una nueva resignificación
con una mejor calidad de vida es la restitución del diálogo
entre espacio vivido y espacio representado, mediante el trabajo
comunitario de colonos, parroquianos e instituciones gubernamentales
competentes. No sólo el rescate de edificios e hitos de
carácter histórico y calidad arquitectónica
sobresaliente, sino a través de su integración a
una mejor calidad de vida cotidiana. La dificultad para establecer
el diálogo entre todos sus actores exige mucho más
que buenas intenciones.
Es urgente una planeación urbana
que considere la reutilización de edificios con miras
a satisfacer necesidades básicas, recreativas e intelectuales
mediante un proceso mixto en el cual el Estado, agente que
establezca las reglas de legislación y regulación —al
margen de propaganda y prestigio político— coopere
con el desarrollo de iniciativas privadas y sociales, diseñando,
apoyando e impulsando modelos de financiación con miras
hacia un interés colectivo. Un buen ejemplo sería
transformar el Frontón México, propiedad privada
abandonada, en un gimnasio de barrio, pero versa el adagio popular: “como
dijo deportivo locutor y lo dijo con certeza, si con los pies
no ganamos, ¿qué será con la cabeza?”
Notas
1. Agradezco el amable apoyo y asesoría que me brindaron para
la realización del presente trabajo los doctores Ana Garduño
y Hugo Arciniega, así como la maestra Eloísa Uribe.
2. María Dolores Cuenca Carrara, Museo de San Carlos. Monografía de una obra arquitectónica, tesis, México, Universidad Iberoamericana, 1989, p. 39.
3. Madame Calderón de la Barca, La vida en México durante
una residencia de dos años en ese país, México,
Porrúa,
1959, p. 55.
4. José Luis Blasio, Maximiliano íntimo. El emperador Maximiliano y su corte. Memorias de un secretario, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, p. 64.
5. Ibidem, p. 90.
6. Hugo Arciniega, “El XIX: otro siglo de utopías”, en Colonia La Tabacalera: varias lecturas sobre un patrimonio, México, Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, 1994, p. 68.
7. Enrique X. de Anda, “La arquitectura decó en
la Ciudad de México” en Art Decó: un país
nacionalista: un México cosmopolita, México,
Instituto Nacional de Bellas Artes, 1997, p. 72.
8. Hugo Arciniega, op. cit., p. 70.
9. Para ahondar en la historia y lenguaje arquitectónico del Palacio de Buenavista, véase María Dolores Cuenca Carrara, op. cit.
10. De Certeau, Michel. Invención de lo cotidiano. México: Universidad Iberoamericana, 1999, p. 108.
11. Henia Prado, “Prostituyen a infantes hasta por $15”, Reforma, México D.F., 23 de septiembre de 2008, p. 7.
12.http://www.jornada.unam.mx/2007/06/20/
index.php?section=capital&article=046n1cap [consultada
17-IX-08]
13. Yona Friedman, “Estética
urbana", en Arte y Ciudad. Segundo Simposio
Internacional de Teoría sobre Arte Contemporáneo,
México,
Patronato de Arte Contemporáneo A. C./Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, 2003, p. 26.
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