Francisco de Santiago
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El guardián del valle •
1997-1999, mixta/madera,
99 x 79 cm.
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Enseñanza profesional
de la pintura. Francisco de Santiago:
el color
de su propia voz
Esta reflexión, producto de cuatro entrevistas realizadas por la autora en 2002, se ubica en la trayectoria de vida de Francisco de Santiago —artista y maestro mexicano fallecido a principios de 2008—, en torno a un campo de su experiencia profesional: la enseñanza de la pintura, a partir de la segunda mitad del siglo XX, en una institución de larga tradición, la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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ALEJANDRINA ESCUDERO •
HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora independiente
hisescudero@yahoo.com.mx
Para el estudio del devenir de la educación
artística en México, una herramienta fundamental
es la historia oral que, por medio de entrevistas, permite rescatar
las versiones de maestros, alumnos y directivos de las diversas
instituciones dedicadas a la enseñanza artística
y a partir de ellas generar información inédita,
que contribuya a la reconstrucción de la historia de la
plástica
mexicana. Las versiones de protagonistas y testigos ofrece
información
sobre su concepción de la pintura, el papel del artista
y del maestro, la relación entre el maestro-pintor y el
alumno, cómo se transmiten los conocimientos y las experiencias,
tales como las ideas acerca del dominio del dibujo, la sección áurea,
la práctica en el taller, al igual que otras concepciones
de larga duración que perviven en el imaginario de este
grupo social dedicado a la práctica de la pintura, como
algunos rezagos del academicismo decimonónico, entre otros.
En este ámbito se ubican las entrevistas realizadas al
pintor zacatecano Francisco de Santiago (Jerez, Zacatecas, 1926-ciudad
de México, 2008), que se centraron en el tipo de aprendizaje
que recibió de sus maestros, cómo lo transmitió en
el taller, su concepción
del arte y el papel del pintor en la sociedad.(1)
Con el fin de ubicar el desarrollo de Francisco
de Santiago como estudiante y maestro, cabe mencionar que en 1959,
año de su ingreso como alumno a la Escuela Nacional de
Artes Plásticas (ENAP), Roberto Garibay, entonces director
de esta institución, implantó las carreras profesionales
de pintura, escultura, grabado y dibujo publicitario, creándose
en la siguiente década las licenciaturas correspondientes.(2)
El movimiento estudiantil de 1968 agudizó una antigua inquietud de los alumnos, y en 1971 entró en vigor un plan de estudios para la licenciatura de artes visuales, conservándose las disciplinas de pintura, escultura y grabado. La población estudiantil creció de manera importante, por lo que a finales de los años setenta la escuela se trasladó del centro histórico de la ciudad de México (del edificio que ocupó la antigua Academia de San Carlos y que hoy aloja a los estudios de posgrado) a un nuevo plantel, localizado en Xochimilco.
Maestro-artista
El maestro, elemento fundamental en la enseñanza de la pintura, es quien lleva a la práctica programas de estudio, capacita y adiestra a los alumnos. También transmite valores, visiones del mundo, del arte y de lo que debe ser un pintor. Esto muestran los testimonios de Francisco de Santiago, quien tenía una idea muy clara, de acuerdo con su historia personal, sus mentores y su momento histórico, de lo que debía ser un maestro de pintura, un creador plástico y un alumno al que él va a apoyar en su formación.
En la ENAP, al maestro De Santiago le tocó vivir la reforma que llevó a la creación de la licenciatura y a que los alumnos egresaran con el título de maestro en artes plásticas. Todavía al inicio de la década de 1960 existía en México una lucha en contra de la vieja manera académica de enseñar. Podría decirse que se libraba la última batalla, porque en el decenio siguiente hubo un movimiento de renovación de la enseñanza de la pintura, que logró como modelo la libertad de expresión del alumno, sin estar sujeta a moldes convencionales.
En su época de estudiante, que va de 1959 a 1965, todavía se conservaban prácticas, podríamos decir, gremiales. Recuerda que los maestros mostraban una vocación y una mística basadas fundamentalmente en la actitud que tenían frente a los alumnos y su entrega total a la pintura: nunca faltaban, tenían siempre disposición al diálogo y, lo más importante, propiciaban la libertad de creación dentro de la clase. El único requisito era “hacerlo bien”. Otra característica que veía en los docentes era su amor al oficio, a la profesión y que predicaban con el ejemplo.
Después de terminar la licenciatura, a mediados de los años sesenta, Francisco de Santiago trabajó durante siete años en la ENAP, en la sede de la antigua Academia de San Carlos, como asistente del maestro y pintor español Antonio Rodríguez Luna, quien le heredó el sentido sintético del color y una cierta tendencia a la geometría.
Otro tema que destacan las entrevistas es el ideal que el maestro de pintura debe ser pintor, de otra manera no puede enseñar.(3) Aunque comenta que un estupendo pintor debe además tener “la vocación para enseñar, para transmitir lo que conoce; es como una necesidad interna que tienes. Por eso es muy difícil encontrar un buen artista que sea un buen maestro”.
El arte
Con el objeto de conocer cómo se debía
enseñar la pintura, preguntamos ¿qué es el
arte? y ¿qué es lo que se enseña a alguien
que quiere ser pintor? El maestro De Santiago concibe el arte como
expresión, ya que a partir del oficio “uno adquiere,
con los años, un lenguaje, entonces ya se tiene como una
especie de enriquecimiento expresivo que ya puedes llevar a la
tela”.
Robin G. Collingwood reflexionó en esta
línea y aseveró que el artista era un ser capaz
de tener grandes pasiones o emociones, que son materializadas en
objetos llamados obras de arte, por lo que el acto creativo es
una exploración de las propias emociones que clarificarán
a través de una expresión concretada en un objeto.
Entonces, si “se nace” artista, ¿qué podrá hacer
una escuela con ese arsenal interno que un individuo quiere expresar?
Con el fin de situar las ideas de De Santiago, cabe mencionar que,
en ese sentido, existen dos tendencias principales: la primera,
basada en la epistemología francesa y en la genética,
sostiene que el artista es un “visionario de su época” y
que “el genio nace, no se educa”. La segunda tiene
que ver con la idea que la escuela no se propone “crear artistas”,
sino preparar cultural y técnicamente a individuos cuya
personalidad creadora habrá de expresarse posteriormente
en la pintura. Este pensamiento rige los programas de estudio de
dos importantes escuelas de pintura en México:
la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda
del Instituto Nacional de Bellas Artes y la ENAP.
Francisco de Santiago hizo una síntesis
de estos presupuestos: sus ideas de lo que debe ser un artista
están cercanas a Collingwood y la emociones que se van a
materializar en un objeto deben ser encaminadas por el maestro.
Afirmaba que la vida, en especial la niñez, aporta las vivencias,
los colores, las emociones, que el joven querrá expresar
en un lenguaje que, en este caso, es la pintura; el maestro le
enseñará el abecedario para que empiece a articular “eso” que
trae dentro: “Tienes que meterlo en un pensamiento conceptualizador
para que el alumno entienda que la obra de arte es producto de
un mensaje propio, de lo que tiene adentro y que tiene que dar.” Lo
que él llama “pensamiento conceptualizador” se
acerca más a los objetivos de las instituciones mencionadas.
De acuerdo con De Santiago, el arte expresa vivencias
que marcaron al individuo, probablemente en la niñez, por
medio de un aprendizaje visual a través de obras pictóricas,
emociones que serán encauzadas en la escuela de pintura.
Si el lado emocional quiere ser concretado en un objeto artístico,
en este caso el lienzo, hay que motivar al joven para que pueda
expresar esas vivencias por medio de una habilidad, es decir, el
dibujo, la estrategia compositiva, el manejo del color, el conocimiento
de los materiales y las técnicas. Aquello que trae el individuo
y aquello que se enriquece con un saber que el maestro llama
teórico intelectual, refiriéndose al conocimiento
de las teorías y la historia del arte.
Así, su concepción sobre la expresión del pintor conforma la síntesis de una dualidad que ha existido a lo largo de la historia del arte: ¿el arte es intelectual o emocional? En él existen ambos procesos desarrollados en dos etapas: la receptiva o emocional y la racional o intelectual, que se consiguen en el taller de pintura, donde un guía motiva al estudiante para que se exprese con absoluta libertad, además de enseñarle habilidades y transmitirle valores.
Otra cualidad que puede o no tener el alumno es el talento, porque no todos lo tienen, al igual que las pasiones. Argumenta: “se tiene talento o no se tiene; esa es la diferencia entre los grandes pintores y los demás.”
El artista en la sociedad
Ante la pregunta ¿para qué materializar esas emociones?, De Santiago señala: “para que el objeto artístico produzca, en el espectador, una tranquilidad espiritual. [La pintura] tiene que ser un producto de la emoción del pintor, del espíritu que tiene dentro, independientemente de que guste o no [...] es llevar a los demás un mensaje de tranquilidad, de paz y, pretenciosamente, de belleza”. El espectador percibe, en un lienzo, esa emoción que el artista tuvo previamente. Podemos ver que los ideales del maestro respecto al papel de la pintura en la sociedad se encuentran muy distantes a los de los artistas del movimiento muralista mexicano.
El modelo plástico dominante durante la
primera parte del siglo XX decayó en los primeros años
de la segunda y los jóvenes estuvieron en contra de lo que
José Luis Cuevas llamó la “cortina de nopal”:
quisieron expresarse con un arte internacionalista y abstracto;
al nacionalismo opusieron el internacionalismo, al realismo, un
abstraccionismo. Este movimiento se gestó fuera de la academia
y el maestro no formó parte de este grupo, llamado por la
historiografía La Ruptura, aunque él juega con la
rima y lo llama “La Apertura”.
El compromiso del pintor con la sociedad para De Santiago es ser honesto en esa expresión; no dejarse llevar por el canto de sirenas de las galerías, coleccionistas o el gusto del público, y expresar “eso” interno que trae. El papel de la obra es proporcionar una contemplación, así su pintura está alejada del arte realista, en cambio transmite energía y ritmo. Las formas no objetivas del arte existen para ser sentidas, no vistas.
La pintura de Francisco de Santiago se puede
ubicar dentro del internacionalismo, específicamente el
expresionismo abstracto de la escuela de Nueva York, movimiento
iniciado en los años cuarenta del siglo pasado y dominante
en la década siguiente. En términos generales, éste
da prioridad a la expresión de experiencias internas, y
De Santiago aprendió a manifestar sus vivencias en la ENAP
y empezó a expresarse por medio del color —rojo y
azul— y la geometría: ha dicho de su trabajo que es
poesía geometrizada.
Colofón
Para el maestro-pintor entrevistado la enseñanza de la pintura tenía dos vertientes: un rigor en aprendizaje de habilidades, o llamémosle oficio, y una libertad y motivación para poder expresarse. Si a lo largo del siglo los alumnos habían mostrado una vocación y habían aprendido una mística, para él en la actualidad era notoria la falta de una formación artística básica, aunado al bombardeo de los medios de comunicación que, en lugar de orientar, confunden al prospecto. En los últimos años ha aumentado la matrícula de jóvenes que quieren ser pintores pero quedan pocos maestros como lo fue Francisco de Santiago.
Notas
1. Desde 1983 hasta 2006,
el maestro impartió la asignatura de
Materiales y técnicas a los alumnos de la maestría
en Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad Nacional Autónoma de México,
que se llevaba a cabo en un taller de la antigua Academia de
San Carlos.
Siendo su alumna, realicé estas cuatro entrevistas en
2002.
2. Véase Roberto Garibay, Breve historia
de la Academia de San Carlos y de la Escuela Nacional de Artes
Plásticas, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 1970,
p. 47.
3. Esta idea la hizo suya David Alfaro Siqueiros en los años treinta: “El pintor o escultor que no produce está incapacitado en lo absoluto para enseñar. Tampoco puede enseñarse teóricamente a pintar o a esculpir, aunque el que lo pretenda sea un productor de buena plástica.” En David Alfaro Siqueiros, Palabras de Siqueiros, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 49.
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