El siguiente trabajo propone
una descripción crítica a los paradigmas actuales
que condicionan el conocimiento y las metodologías de
enseñanza e investigación artísticas; intenta
generar una reflexión compartida y sugiere algunos abordajes
alternativos en el estudio de realidades diversas. En particular,
plantea interrogantes acerca de las modalidades de investigación
en disciplinas humanísticas. La reflexión procura
seguir algunos senderos que, a manera de ejes sinuosos, nos internen
en una geografía llena de preguntas.
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NORA SOUZA • LICENCIADA
EN EDUCACIÓN Y ARTISTA PLÁSTICA
Escuela de Diseño, Instituto Nacional de Bellas Artes, México
souzanon@hotmail.com
Con toda intención propongo aquí una metáfora, la del viaje, porque pretendo hacer de esta presentación una serie de reflexiones acerca del conocimiento y una utilización alternativa de herramientas conceptuales. Usaré la metáfora como herramienta privilegiada para aprender y enseñar; por supuesto, para debatir, investigar y reflexionar. En suma, para conocer. Por ello, comenzaré con un cuento:
En la remota antigüedad, un pueblo que habitaba un hermoso valle rodeado de montañas recibe una insólita noticia. Un viajero recién llegado les informa que atravesando esas gigantescas moles de piedra, existe otro lugar completamente llano y cubierto de agua.
Desde allí —continúa relatando el visitante— puede observarse el instante mismo del nacimiento del sol. Un hermoso cambio de colores en el cielo lo precede; luego, al aparecer, el sol es enorme y se lo puede contemplar directamente, pues su color rojo no hiere la vista. Mientras se eleva va empequeñeciéndose y tornándose amarillo, tal como ustedes lo ven surgir detrás de las montañas. Lo que vosotros creíais que era el comienzo, en realidad no lo es. El haber estado en aquel lugar me ha permitido comprender.
Al escuchar aquellas palabras, algunos habitantes de la comarca quedan paralizados de estupor, otros se disponen presurosamente a partir e inician la marcha para ver con sus propios ojos el prodigio del nacimiento del sol.
Durante el curso de la travesía se va haciendo la noche. El febril deseo de llegar acelera los pasos para contemplar cuanto antes tan increíble acontecimiento. La marcha es difícil. Kilómetro tras kilómetro se renueva el esfuerzo, y la promesa de lo desconocido supera el cansancio. No obstante se hacen necesarias algunas pausas para recuperar las fuerzas y el aliento. Pero no para todos. La tenacidad y el empeño de cada uno van modulando paso a paso la longitud de esa hilera de hombres anhelantes.
Quien la encabeza se aleja cada vez más
de aquellos que lo suceden, y marcha solo en la noche buscando
y creando camino. Por fin llega… Súbitamente allí está el
lugar. Esa masa increíble de agua cubriéndolo todo
y el rumor continuo de sus olas […] y también
la oscuridad de la noche. El prometido sol no está. Entonces
la inevitable decepción… ¡tan intensa! Ahora
sí el cansancio se deja sentir y el caminante cae, exhausto,
mientras continúa contemplando el fosforescente estallido
de la espuma…
Sin darse cuenta, se queda dormido. Al despertar, el sol es el mismo que siempre observara en su tierra, amarillo y en lo alto. Bajo su luz, sus compañeros comentan, extasiados, la revelación del comienzo verdadero. En ese instante, el hombre advierte que sus amigos han presenciado el nacimiento del sol y su mente, tan veloz como antes su marcha, comprende —sin palabras— el misterio temporal de la búsqueda y el encuentro.(2)
Cada lector construye su propia imagen del cuento,
asociando libremente, y hasta es posible que haya disfrutado del
momento. Así es la forma de apropiación personal
y la construcción de las subjetivas y múltiples lecturas
que todo relato admite. ¿No será acaso ésta
una excelente manera, “otra”, de conocer? ¿No
habremos desechado la forma empleada por muchos pueblos que nos
precedieron e hicieron cultura? El relato oral ha sido cofre de
los tesoros, resguardo de los mitos y las cosmogonías más
fantásticas (en sus dos acepciones: productos cognitivos
de la fantasía y admirable realización), ya que el
cuento hablado se abre a múltiples interpretaciones, nos
jala a diversos horizontes de significación que despiertan
afectos, movilizan recuerdos y hacen arraigo en la memoria individual
y social. Rescato del cuento que acabamos de leer la idea del conocimiento
como viaje, donde geografías y tiempos se acomodan para
el encuentro con el saber.
Cognición, cuerpo y emoción: un equipo desmembrado
Apoyada en la analogía del viajero, les propongo una breve visita guiada por los centros educativos de hoy. Desde mi lugar de docente que organiza talleres de estimulación de la creatividad para adultos, hace más de diez años trabajo para que estudiantes y profesionales de distintas áreas, de la educación en general y en particular del dibujo y el diseño, recuperen su espacio perdido de sensibilidad, exploración y juego, que con el propio cuerpo les ha sido arrebatado en la escuela desde la más temprana edad.
Sin ingenuidad, sabemos que la escuela es instrumento
para que una determinada construcción del mundo sea llevada
a cabo y para perpetuarla. Nuestras instituciones educativas (que
la modernidad ha ido perfeccionando en los últimos 150 años)
son portadoras de una cultura en la que el extrañamiento
del cuerpo es la vía regia para instaurar en el pensamiento
y la sensibilidad colectiva un alejamiento de los contextos o,
si se prefiere, siguiendo
la analogía del viaje, intenta dejarnos sin la riqueza
del paisaje con sus múltiples dimensiones, sus texturas,
sus colores, sus olores y sin las evocaciones y ensoñaciones
que puede inspirarnos. La educación nos viste con un traje
hermético, aséptico, inodoro e incoloro que nos protege
de las sensaciones y nos arroja a un paisaje estandarizado y muerto,
de palabras, conceptos, definiciones y leyes, que es el conocimiento
congelado.
Al ignorarse también el cuerpo, vamos perdiendo pedazos de los importantes instrumentos de nuestra capacidad innata de conocer: percepciones y sentimientos, pensamientos encarnados y emociones, metáforas cuyo origen se halla en la corporalidad y energías alojadas en nuestro organismo vivo y expandiéndose más allá del cuerpo, todo lo que constituye esencialmente encuentro y relación con otros y con lo otro.
Hay otra metáfora que quisiera incluir,
que creo, además de la del viaje, nos permitirá visualizar
la geografía del conocer. Me refiero a la trama, el tejido,
la red, como cartografía de las conexiones tanto neuronales
como conceptuales que sostienen el aprendizaje significativo y
que nos presta el modelo epistemológico del pensamiento
complejo. Apoyándonos en esta nueva imagen, deseo destacar
una de las pérdidas que conlleva el cuerpo negado, la pérdida
del centro propio, con lo que nuestro equilibrio y nuestra posibilidad
de transitar la inestable red dependen de la manipulación
que desde afuera se nos ejerza. Y aquí nos encontramos inexorablemente
atrapados en una trama que es trampa y prisión, creyendo
que esa es la realidad y que el todo no es más que la suma
de fragmentos inconexos, hebras imbricadas por decisiones ajenas,
sin noción del entramado integral.
Restituir la valoración al hilo de la
trama es un proceso solidario con la restitución del cuerpo
y la reinserción del centro en uno mismo para desde
allí poder reconectar con los otros, hacer viva y consciente
la pertenencia a una red. Creo que la verdadera creatividad surge
desde el propio centro como necesidad vital comprometida consigo
mismo, con el grupo, con el mundo y hasta con el cosmos. Denise
McCluggage, quien trabaja desde y para el deporte con una postura
zen, se refiere al “centro de gravedad del cuerpo […]
como el centro de la conciencia, como un centro de conexión”(3)
Al liberar el cuerpo, al hacerlo consciente y
comprometerlo en el viaje, han de soltarse amarras, como algo emergente
de la complejidad del mismo proceso liberador: las sensaciones,
la afectividad, la capacidad lúdica, la curiosidad, la percepción.
La piel puede recuperar su función de límite, radar y contacto.
La mirada puede quitarse lentes impuestos y, tal vez, los ojos
comiencen a recordar cómo mirar. La voz desde el centro puede recuperar
el
grito, exhalar el suspiro, modular el canto y permitirse buscar
las palabras... o inventarlas. Es la imagen de un viajero cargado
de emociones: en él, el cuerpo se densifica y se hace pesado cuando
se le niega la expresión; en cambio, el cuerpo invitado al viaje
lo dotará de alas.
¿Cómo se puede cargar el
cuerpo muerto como lastre (metáfora recurrente de los fans
de la virtualidad que sueñan con desembarazarse del propio
cuerpo)? ¿Cómo con mordazas se puede ser caminante
creativo? ¿Cómo sin acceder al centro propio? ¿Cómo
sin incluir la emoción? El hoy acuciante de soluciones requiere
mucha de nuestra creatividad. En este sentido, el cuerpo debe regresar
a las aulas para regresar a la vida, y que con él
se haga presente lo personal, lo emocional y la sensibilidad particular
de cada sujeto. Los afectos ganan un lugar, no se esconden como
indocumentados, sino que acompañan y dialogan con el viajero.
El logos de Occidente: una historia de guerras y poder
Otro cuento, como una nueva parada de reflexión, nos permite avanzar por el variado escenario y nos marca un mojón en el sendero que les propongo transitar y espero me acompañen. Si pueden, traten de trasladarse al país perdido de la fantasía, de la evocación, de la niñez que aún nos habita:
Érase una vez un califa de Bagdad que quería hacer decorar las paredes del salón de honor de su palacio. Hizo venir a dos artistas, uno de Oriente y otro de Occidente. El primero era un célebre pintor chino que nunca había dejado su provincia. El segundo, griego, había visitado todas las naciones, y aparentemente hablaba todos los idiomas. No era tan sólo un pintor. Estaba igualmente versado en astronomía, física, química y arquitectura. El califa les explicó su intención y confió a cada uno una de las paredes del salón de honor.
—Cuando hayáis terminado —dijo— se
reunirá la corte en gran pompa. Examinará y comparará vuestras
obras, y la que sea considerada la más bella le valdrá a
su autor una enorme recompensa. Después, volviéndose
hacia el griego, le preguntó cuánto tiempo necesitaría
para terminar el fresco. Y misteriosamente, el griego respondió: “Cuando
mi cofrade chino haya terminado, yo habré terminado.” Entonces
el califa interrogó al chino, que pidió un plazo
de tres meses.
—Bien —dijo el califa. Haré dividir
la habitación en dos con una cortina a fin de que no os
molestéis mutuamente, y volveremos a vernos dentro de
tres meses. Pasaron los tres meses y el califa convocó a
ambos pintores. Se volvió hacia el griego y le preguntó: “¿Has
terminado?” Y, misteriosamente, el griego respondió: “Si
mi cofrade chino ha terminado, yo he terminado.” Entonces
el califa interrogó a su vez al chino, que respondió: “He
terminado.”
La corte se reunió dos días después y se dirigió en pleno hacia el salón de honor con el fin de juzgar y comparar ambas obras. Era un magnífico cortejo en que se veían vestidos bordados, penachos de plumas, joyas de oro, armas cinceladas. Todo el mundo se reunió primero del lado de la pared pintada por el chino. ¡Qué grito de admiración! El fresco presentaba un jardín de sueño plantado con árboles en flor, con pequeños lagos en forma de alubia cruzados por graciosas pasarelas. Una visión paradisíaca de la que los ojos no se cansaban nunca. Era tan grande el encantamiento que algunos querían que se declarase al chino vencedor del concurso, sin siquiera echarle un vistazo a la obra del griego. Pero en seguida el califa ordenó correr la cortina que separaba la habitación en dos, y la multitud se volvió. La multitud se volvió y dejó escapar una exclamación de maravillado estupor.
¿Qué había hecho el griego, pues? No había pintado nada en absoluto. Se había contentado con colocar un amplio espejo que empezaba en el suelo y subía hasta el techo. Y por supuesto aquel espejo reflejaba el jardín del chino en sus mínimos detalles. Pero entonces os preguntaréis, ¿en qué era más bella y emotiva que su modelo aquella imagen? Pues en que el jardín del chino estaba desierto y vacío de habitantes, mientras que en el jardín del griego se veía una magnífica multitud con vestidos bordados, penachos de plumas, joyas de oro y armas cinceladas. Y toda aquella gente se movía, gesticulaba y se reconocía con regocijo. Por unanimidad, el griego fue declarado vencedor del concurso.(4)
Dos modos y sólo uno gana. Una pregunta que creo pertinente es: ¿quién perdió? A juzgar por la historia reciente, perdió Bagdad. ¿O perdió el mundo? El cuento me permite hacer la analogía entre dos miradas de larga tradición en la historia de la humanidad, y que crean paradigmas epistemológicos antagónicos; son las miradas de Oriente y Occidente.
En Occidente, el pensamiento que aún subyace es el promovido por Descartes (pero ya prefigurado por los griegos famosos), quien se quita el cuerpo como si fuera un vestido para anunciar que lo esencial de la existencia es el pensamiento:(5) un pensamiento omnipotente y con ansias de poder, cuyo objetivo es someter toda la naturaleza al servicio del hombre.(6) Y termina sometiendo al hombre al negarle su naturaleza. Es el origen cercano de un conocimiento tecnológico, utilitario y dominador, que tiñó gran parte del pensamiento moderno.
La preeminencia del logos de Occidente, que se
caracteriza por desarticular para conocer, conduce a lo que Edgar
Morin llama la “inteligencia ciega”, que nos hace andar
dejando de lado la percepción, y vistiéndonos con
un filtro que sólo deja pasar lo verificable, y condicionándonos
a una estrategia obsesivamente clasificatoria basada en la disyunción,
el reduccionismo y la abstracción, para arribar al paradigma
cartesiano de la simplificación, con las dramáticas
consecuencias que en todos los niveles de la vida del planeta estamos
padeciendo.
En el siglo XX se cuestionaron ya las premisas del método científico y sus posibilidades, sin duda una metodología rica en logros, pero sus altos costos están ya a la vista. La falta de una cosmovisión integradora, de una comprensión más profunda de la naturaleza y, por qué no, de una mayor compasión, ha puesto a esta civilización al borde de un abismo. Este panorama condujo a prestigiosos pensadores del último siglo hacia otras formas de conocer; aquéllas que la falsa racionalidad tilda aún de “primitivas”, “infantiles” o “prelógicas”, y que crearon significados complejos y arte excepcional durante siglos y en diferentes civilizaciones que buscaron la armonía con el universo. Sin embargo, bajo la exigencia de “rigor”, en las academias hoy siguen prevaleciendo metodologías limitantes, que encapsulan y atomizan el saber.
La tradición oriental, que ha sido descartada por la conquista planetaria occidental, llamada globalización, es denigrada con la calificación de “acientífica”, como si el ser “científica” fuera sinónimo de una verdad absoluta, total y única, en lugar de relativa, histórica e ideológica.
El Oriente de la tradición aparece como una mirada opuesta a la de Occidente; frente al espíritu descarnado de la manipulación, opone la mirada contemplativa, de la agudeza de los sentidos y los silencios, de las profundidades que trascienden a las palabras. Lo sutil sobre lo denso.
Retomando la metáfora del viaje, comparemos ambos pensamientos como trayectorias del viajero. El máximo desarrollo humano occidental es la capacidad de abstracción, como la culminación de un camino de diferenciación del sujeto con el entorno, que comienza al momento de nacer (indiferenciación del yo) y se completa con la posibilidad del pensamiento lógico-matemático en lugar de relativo, histórico e ideológico. Para las culturas de Oriente la suprema adquisición humana es alcanzar la fusión con el cosmos, en un camino donde las prácticas corporales abren los sentidos y cambian las percepciones, y que abarca toda la vida adulta. Casi donde termina el viajero occidental, comienza su camino el viajero oriental, tratando de alcanzar la fusión con el universo. Ambos trayectos son opuestos, las metas se contradicen.
La pregunta que se me ocurre es: ¿será posible integrar estos dos pensamientos? ¿Cómo explorar ambos escenarios sin perdernos en el caos? Pero el caos existe, entonces ¿debemos evitarlo negándolo o intentar asomarnos a él con nuevas miradas?
Nuevos paradigmas entrañan nuevas miradas: la mirada es siempre mediada
Para Edgar Morin, existe un nuevo paradigma integrador,
en el que las verdades profundas antagónicas pueden ser
complementarias, sin dejar de ser antagónicas. El pensamiento
complejo, caracterizado por este autor, aspira al conocimiento
multidireccional,
renunciando a la omnisciencia y aceptando que el trayecto hacia
un saber no parcelado, no dividido, será siempre inacabado
e incompleto, porque son éstas las condiciones ineludibles
del viaje del conocimiento.
Ya no se puede sostener la obsesión de orden y control que se impuso y aún actúa en nuestra cultura, y que tiñe hasta nuestras miradas cotidianas. La realidad ha probado su complejidad, la interrelación holística, de cada parte con el todo y del todo en cada parte. También nos ha enfrentado con la debilidad e impotencia de nuestras leyes científicas que intentan explicar ordenando e inmovilizando un universo cambiante que navega en el caos y que al mismo tiempo se auto-eco-organiza.(7)
Construyéndose el mundo necesita destruirse
continuamente, idea que los orientales manejaban desde los tiempos
más remotos. Nos bastaría estar en contacto con el
propio cuerpo para saber que la vida no es sustancia envasada sino
fenómeno dinámico y fluyente, donde muchas células
de nuestro organismo mueren para que el sistema continúe
vivo en su movimiento y cambio constante, en su inestable equilibrio.
Sólo en contacto con lo corporal esta figura adquiere profundidad
y sentido: nuestro cuerpo único es cada día un cuerpo
nuevo.
Este escenario de la vida requiere del pensamiento
complejo como vehículo para nuestro conocimiento, y las
imágenes que mejor lo recrean son las de tejido, red, urdimbre,
cruzamientos, interconexiones, balanceándose en todas direcciones,
porque una lanzadera crea permanentemente nuevos nudos que recrean
el tapiz siempre inacabado de nuestro conocimiento. Y surge la
pregunta: ¿podemos acercarnos a una comprensión
del mundo en su intrincado y enredado territorio, atravesado por
ambigüedad e incertidumbre?
Otro cuento me viene a la mente, que creo permite visualizar en parte lo que significa aprender a caminar en el apasionante mundo del pensamiento complejo. Vuelvo a invitarlos a, si gustan, dejarse llevar por la imaginación:
Ahora diré como es Octavia, ciudad telaraña. Hay un precipicio entre dos montañas abruptas: la ciudad está en el vacío, atada a las dos crestas por cuerdas y cadenas y pasarelas. Uno camina por los travesaños de madera, cuidando de no poner el pie en los intervalos, o se aferra a las mallas de una red de cáñamo. Abajo no hay nada en cientos y cientos de metros: pasa de vez en cuando alguna nube y se entrevé más abajo el fondo del despeñadero.
Ésa es la base de la ciudad: una red que sirve para pasar y para sostener. Todo lo demás, en vez de alzarse encima, cuelga hacia abajo: escalas de cuerda, hamacas, casas en forma de bolsa, percheros, terrazas como navecillas, odres de agua, picos de gas, cestos colgados de cordeles, montacargas, duchas, trapecios y anillas para juegos, teleféricos, lámparas de luces y tiestos con plantas de follaje colgante.
Suspendida en el abismo, la vida de los habitantes de Octavia es menos incierta que en otras ciudades. Sabe que la resistencia de la red tiene un límite.(8)
Espero les haya gustado el relato, que hace un
mítico Marco Polo a un no menos mítico
emperador chino, Kublai Khan, de la pluma de Italo Calvino. Creo
que a más de otros viajes, la descripción de Octavia
permite sentir la aventura, el peligro, el vértigo y la
fascinación que implica el reto que nos propone Edgar Morin.
Formas corporizadas de aprender: emoción
asociada con la razón
El cuento anterior me sirve también para plantear el problema de la polaridad del que nos es imposible escapar. Dos son las crestas de la montaña, dos son los modos básicos que tenemos de mirar al mundo, sería una lástima que prevaleciera uno sobre el otro: me refiero a la diferenciación de funciones de los dos hemisferios cerebrales.
La constitución de nuestros órganos,
sumada la cultura, mediada por la palabra, con igual importancia
preformativa, condicionan nuestras percepciones, y son esas condiciones
las que limitan, pero también posibilitan, determinadas
maneras de aprender. Nunca nuestra percepción es inocente,
por ello es necesario comprender el proceso cognitivo que nos lleva
a construir saberes. Es decir, nuestro andar humano sufre y se
nutre de las condiciones de su humanidad. El valor de la percepción
debe ser enmarcado siempre en su contexto cultural: no es la percepción
pura del positivismo la que precede a las ideas, sino al revés.
Percibimos dentro y a través de una cultura.
Asumir el cerebro en su corporalidad también tiene consecuencias sobre las que procuro reflexionar. El cerebro donde asienta gran parte de nuestro pensar presenta en su estructura la polaridad a que estamos limitados como sujetos de conocimiento. Hemisferio derecho y hemisferio izquierdo se reparten las funciones cognitivas y todo el tiempo construyen para nosotros dos miradas diferenciadas y contradictorias. El siguiente cuadro enumera esas diferencias:
Formas paralelas de conocimiento
HEMISFERIO IZQUIERDO
HEMISFERIO DERECHO
Lógico
Intuitivo
Analítico
Sintético
Racional
Metafórico
Secuencial
Simultáneo
Digital
Analógico
Lineal
Holista
Verbal
Espacial
Objetivo
Subjetivo
Continuando el viaje, ahora caminaremos dentro del cuerpo en una trama de conexiones nerviosas enlazadas en sinapsis para generar otra red, otro tejido en permanente y rítmico movimiento. La base de operaciones se encuentra en el cerebro, y la danza se alimenta de electricidad, química y significaciones. El modo funcional del hemisferio izquierdo es intensamente ejercitado por nuestra cultura, jerarquizando sus posibilidades de organizar, clasificar, definir, numerar, y que se han tomado como los componentes básicos del pensamiento racional.
El modo del hemisferio derecho se va desarrollando abriéndose camino con dificultad entre el telar de palabras y definiciones pacientemente tejidas por nuestra cultura; si sobrevive a la asfixia y logra emerger fortalecido, estaremos ante los pocos sujetos reconocidos como creadores. Porque las funciones del derecho son la imaginación, la exploración, el juego (entendido como lo lúdico), el libre despliegue de la curiosidad, la fantasía, la intuición.
Si vemos atentamente, se trata de las experiencias
más libres y creativas de nuestra primera infancia, y en
estas actividades y en aquella etapa de la vida, el cuerpo es el
territorio de su despliegue y realización. Al desconectar
el cuerpo del pensamiento, se mutila un área importante
de nuestras posibilidades de explorar el mundo. Si inhibimos los
hilos del hemisferio derecho de la movilidad liberadora, si separamos
esa mitad, nuestro tapiz presentará vacíos y un
entramado deficiente para sostenernos. Nuestro conocimiento se
verá pobre y desarticulado o será mera repetición
de las verdades impuestas.
Cabe preguntar: ¿la educación tuvo alguna participación en la pérdida de esa libertad intensamente constructora de saber? ¿Era imprescindible al crecer, dejar con los juguetes nuestras capacidades más sensibles? Para Morin, el pensamiento complejo debe asumirse como una “racionalidad (que) es el juego, el diálogo incesante entre nuestro espíritu, que crea las estructuras lógicas, que las aplica al mundo, y que dialoga con el mundo real.”(9) En ese mundo incluye el misterio y lo subjetivo.
Yo entiendo que también la actitud dialógica y la negociación están en la base del pensamiento integrador de las miradas derecha e izquierda. El puente que conecta ambas miradas y que nos salva de la esquizofrenia es “un haz de conexiones o fibras nerviosas tan complejo (llamado cuerpo calloso) que supone que la interacción de los dos hemisferios es una función de vital importancia en el hombre”.(10) Conocer y ejercitar ese puente debería ser una de las metas del magisterio y de los investigadores.
Si llegamos a disponer de un cerebro entero, en lugar de uno partido por la mitad, como genera la separación mente-cuerpo, estaremos necesitando otros modelos de conocimiento y será necesario corporizar el aprendizaje y la búsqueda. Porque la verdadera tarea de la investigación es la de aportar conexiones nuevas, nuevos nodos en la red, y para ello son necesarios tejedores intrépidos dispuestos a saltar sobre el vacío para ir construyendo-descubriendo el renovado tapiz.
La metáfora que hasta aquí hemos
usado no es ingenua como podría pensarse, ni se agota en
la visión de un encefalograma o una tomografía computada.
La metáfora excede el mundo de lo observable y lo medible.
Si nos asomamos a la cultura oriental, hallaremos un símbolo
que abarca y resume la vida en todos sus niveles, y es el círculo
energético del Yin-Yang. Según esta cosmovisión,
el movimiento del universo, en las dimensiones macro y micro, se
produce por la oposición y el encuentro de estas dos energías,
antagónicas y solidarias. Es un modelo holográfico
que considera la presencia de las partes en el todo y del todo
en cada parte, en afortunada síntesis conceptual, dinámica
y estética (no reduccionista).
Lo que puede parecer sorprendente es que, al enunciar las características de las energías Yin y Yang, parecería que estamos hablando de hemisferio derecho en el primer caso, y hemisferio izquierdo en el segundo. Lo que puede apreciarse en la siguiente enumeración de algunas cualidades específicas de cada una.
YIN
YANG
Femenino
Masculino
Emoción
Razón
Blando
Duro
Complejo
Sencillo
Flexible
Rígido
Lento
Rápido
Inconsciente
Consciente
Receptivo
Agresivo
Cerebro derecho
Cerebro izquierdo
¿Cómo ha sido ello posible, sin contar con los conocimientos que la ciencia occidental ha adquirido en el siglo XX gracias a los avances tecnológicos? ¿Puede un conocimiento ancestral tener tal grado de precisión sin haber arribado por los caminos que nos impone la tecnología médica de Occidente? Y ahora vuelvo a preguntarme por aquellos saberes desvalorizados por nuestro sistema lógico de pensamiento, y que son los mitos y los misterios de culturas anteriores. ¿No serán también formas de conocer que nos estamos negando y que inauguraron senderos más cortos, más bellos o más sensibles que el logos occidental?
Algunos científicos del siglo XX nos muestran
que los mitos pueden ser incluidos con “rigor” en
sus teorías. Un caso es Freud con su recurrencia a la mitología
para explicar el comportamiento de la psiquis humana. Pero también
es un ejemplo de imaginación y rigor combinados, lo que
lo conduce a su modelo de aparato psíquico porque, desde
un lugar ajeno a la tecnología médica más
actual, llega a la comprensión de los caracteres de la lateralización
del pensamiento.
Si giramos noventa grados la imagen vertical de los hemisferios, hoy más estudiados, nos encontramos con la gráfica horizontal del Yo con funciones análogas al las del hemisferio izquierdo, donde impera la conciencia, y debajo el Ello homologable funcional al hemisferio derecho y donde las acciones son inconscientes. En este modelo el puente de encuentro y mutua interrelación es esa zona funcional intermedia entre Yo y Ello, que es el Super Yo (en algún momento nominado como subconsciente). Aunque este ejemplo requiere mayor profundización, es por demás elocuente de la riqueza del tipo de pensamiento que estamos dejando a un lado.
Morris Berman, historiador de la ciencia, sugiere
que “los dilemas cognitivos y epistemológicos de
nuestra época han de buscar su origen en la derrota de la
alquimia, el ocultismo, la cábala y otros saberes medievales
a manos de la tan mentada objetividad científica. Para Berman
una visión correcta del mundo tendría que ser de
raíz visceral/mimética/sensual…”(11) Rescata
este autor la convivencia intensa de cuerpo y magia que permitió al
hombre medieval recorrer senderos atrevidos, y que el Renacimiento
clausuró.
Morin dice que el verdadero razonamiento dialoga con lo irrazonable y es tolerante con los misterios. Y, agrego, allí se accede por vivencias y sensaciones, juegan los sentimientos y emociones, y el cuerpo es escenario de significaciones que las palabras no alcanzan a explicar.
Arte y diseño: lugares privilegiados de exploración y experimentación corporal
Un último y breve relato me parece que puede introducir algunas sugerencias sobre prácticas que abran exploración y cambios:
Se trataba de un joven erudito arrogante y
engreído. Para cruzar un caudaloso río de una a otra orilla, tomó una barca. Silente y sumiso, el barquero comenzó a remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el cielo y el joven preguntó al
barquero:
— Buen hombre ¿has estudiado
la vida de las aves?
— No, señor —repuso el barquero.
—Entonces, amigo, has perdido la cuarta parte de tu
vida.
Pasados unos minutos, la barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las aguas del río. El joven preguntó al barquero:
— Dime, barquero, ¿has estudiado botánica?
— No, señor —repuso el barquero.
—Pues debo decirte que has perdido la mitad de tu vida —comentó el petulante joven.
El barquero seguía remando pacientemente. El sol del mediodía se reflejaba luminosamente sobre las aguas del río. Entonces, el joven preguntó:
—Sin duda, barquero, llevas muchos años deslizándote por las aguas. ¿Sabes, por cierto, algo de la naturaleza del agua?
—No señor, nada sé al respecto. No sé nada de esta agua ni de otras.
—¡Oh, amigo! —exclamó el joven. De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu vida.
Súbitamente, la barca comenzó a hacer agua. No había forma de achicar tanta agua y la barca comenzó a hundirse. El barquero preguntó entonces al joven:
—Señor ¿sabe nadar?
—No —repuso el joven.
—Pues me temo, señor, que has perdido toda tu vida.(12)
¿Tendrá esta historia algo que decirnos respecto al cuerpo y a los estudios académicos? Mi intención ahora es reflexionar y compartir algunas ideas prácticas que acercarían la enseñanza y la investigación a formas más corporales de conocer. Arte y diseño, las disciplinas que aquí nos ocupan, sin duda han transitado caminos menos rígidos que los planteados desde la ciencia. Pero creo que muchas veces lo han hecho con un sentimiento de vergüenza o inferioridad frente al “saber mayor”. Lo curioso es que en la antigüedad remota hallamos arte y ciencia en el mismo origen: la magia, sin una demarcación que las separe.
En los trabajos teóricos suele ocurrir
que el modelo académico se impone a la creatividad y el
vuelo poético. He visto más de un trabajo de tesis
cuestionado por algún asesor con argumentos como “esto
no es poesía”, “esto no es un artículo
periodístico”, o “estos cuentos le restan
seriedad”. Debo agregar que la investigación, la
fundamentación y las reflexiones, en los casos citados,
no carecían de coherencia y rigor. No es novedad que
la antropología del siglo XX nos está enseñando
a ver el mundo de otra manera; la ciencia cada día más
está cediendo a su influjo seductor. La fenomenología
como abordaje epistemológico, hasta la hermenéutica
ganando estatus interpretativo, la observación participante
ya ni siquiera cuestionada, ponen la corporalidad como eje esencial
de la cultura. ¿Cómo incluir estas miradas menos
rigurosas y más vitales en la enseñanza académica,
siempre tan lenta en reaccionar, en su papel de perpetuadora
y sin asumir su lugar de pionera?
Ingresar el cuerpo en el aula parece ser una manera de comenzar. En estos tiempos las neurociencias procuran un puente entre las formas de conocer oriental y occidental. Utilizando toda la tecnología de investigación médica de Occidente, están poniendo a prueba las técnicas ancestrales de Oriente para alcanzar estados de conciencia más amplios y procurar desbloqueos emocionales. Los hallazgos en este campo confirman los efectos benéficos en el cuerpo y la expansión de la conciencia mediante sencillas actividades corporales.
El control de la respiración, técnicas de relajación, concentración y meditación pueden ayudar a ponerse en contacto íntimo con el propio cuerpo, acceder al conocimiento de sus manifestaciones, ser sensible a sus necesidades (físicas, emocionales, afectivas). Desde ese estar más presente se abren los canales de comunicación más íntima con el entorno, lo que permite completar un aprendizaje más comprensivo e integrador, menos verbal y secuencial.
Al entrar los cuerpos en el ámbito académico, entran con ellos las vías regias de todo conocimiento que son los sentidos (más de cinco, número que expresa sólo una reducción de carácter histórico). Hoy asistimos a la preponderancia de una vista limitada, que asociada al oído también empobrecido y enfermo, han descartado a los demás sentidos en la comprensión del mundo. Destacados autores hacen una crítica fundamentada y apasionada de esta circunstancia, poniendo de relieve las pérdidas que esto acarrea.
Juhani Pallasmaa, un importante arquitecto finlandés,
nos habla del fenómeno en arquitectura, que podemos extender
al arte y al diseño de la actualidad. En su libro Los
ojos de la piel, cada sensación es evaluada y cada
percepción cuestionada con una actitud sensible e inteligente.
Citaré sólo algunas de sus ideas. Sobre la mirada: “Liberado
el deseo implícito de control y poder del ojo, quizá sea
precisamente en la visión desenfocada de nuestro tiempo
cuando el ojo será capaz de nuevo de abrir nuevos campos
de visión y pensamiento.”(13) Sobre
el oído: “Oír estructura y articula la experiencia
y la comprensión del espacio. […] El espacio que
traza el oído en la oscuridad se convierte en una cavidad
esculpida directamente en el interior de la mente.” Acerca
del olfato: “Un olor particular nos hace volver a entrar
sin darnos cuenta en un espacio completamente olvidado por la memoria
retiniana […]. La nariz hace que los ojos recuerden.” Dice
del sabor: “Nuestra experiencia sensorial del mundo, se
origina en la sensación interior de la boca, y el mundo
tiende a volver a sus orígenes orales. El origen más
arcaico del espacio arquitectónico está en la cavidad
bucal.” El tacto, considerado por el autor como padre de
todos los demás sentidos, es referido así: “Las
manos son los ojos del escultor; pero también son órganos
para el pensamiento […] un guijarro perfecto sobre la palma
de la mano, materializa la duración, es tiempo convertido
en forma”.
En el apartado “Imágenes de músculo y hueso”, nos dice: “La destreza (en las culturas tradicionales) se aprendía mediante la incorporación de la secuencia de movimientos refinados por la tradición, no por las palabras ni por la teoría. El cuerpo sabe y recuerda.” Y agrega para ubicar la experiencia corporal en el presente: “[…] las piernas miden los pasos al subir una escalera, la mano acaricia el pasamanos y el cuerpo se mueve diagonal y dramáticamente por el espacio.” Para terminar esta secuencia de citas, agrego una que me parece fuertemente dirigida al diseño y no dudo es razón de ser en el arte: “una pieza […] tiene que mantener su secreto y misterio impenetrables con el fin de prender nuestra imaginación y nuestras emociones.”
Ahora regreso a las preguntas: ¿se puede
intentar en las aulas una búsqueda que haga intervenir
todos nuestros sentidos desde una poética del espacio? ¿Las
emociones tendrán que seguir colándose clandestinas
por las grietas de la academia, o podemos abrirles alguna puerta,
que no sea la de servicio? La última consideración
tiene que ver con el lugar de la subjetividad. Mala palabra en
los contextos de investigación, es buena palabra en los
de creación. Y vuelve a plantearse la polaridad y con
ella la mutilación con sus comentadas secuelas.
Este tema requeriría entrar en un fuerte
cuestionamiento de la tan encumbrada objetividad. En lugar de ello,
prefiero rescatar el valor de un uso de la palabra como expresión
de lo subjetivo: me refiero a la metáfora. Como si las metáforas
fueran meros adornos de utilería, son cuestionadas o utilizadas
con reservas, cuando en verdad son puertas de acceso a un conocimiento
más vital, menos atrapado por definiciones homogeneizantes
de sentido. Baste leer los ensayos de Bachelard, quien hace
de las figuras metafóricas la posibilidad de trascender
la literalidad de las palabras y extienden en abanico los significados. “Hay
que entender que las metáforas son parte de la capacidad
de convivencia del lenguaje y de las ideas”(14) dice
Morin, al mismo tiempo que destaca la importancia de la connotación
en defensa del uso poético del leguaje en sus textos filosóficos.
Apenas planteadas mis reflexiones y comentarios quedan abiertas muchas preguntas como temas de próximas investigaciones. Por ejemplo: ¿qué lugares se les asigna a la improvisación y al error durante los procesos de aprendizaje y la investigación? ¿No puede enseñarse a valorar la incertidumbre y la duda como motores ineludibles de cualquier actividad creativa? ¿Hay manera de enseñar a formular preguntas? En ese plan, el pensamiento complejo y su escenario inestable pueden ser verdaderos estímulos para un cambio de paradigma que la academia puede necesitar. Me remito a una frase de Santiago Kovadloff: “Preguntar no es andar por ahí formulando interrogantes sino sumergirse de cuerpo entero en una experiencia vertiginosa”.(15)
Bibliografía
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Revista Eureka sobre Enseñanza y Divulgación de
las Ciencias, http://www.apac-eureka.org/revista
Notas
1. Ponencia presentada en el III Simposio del Posgrado en Artes Visuales, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México, noviembre de 2007.
2. Norberto Levy, “El nacimiento del
sol”, Uno Mismo, Buenos Aires, mayo
de 1990.
3. Denise McCluggage, El esquiador centrado, Santiago de Chile, Cuatro Vientos, 1982. En el mismo párrafo, la autora abunda “los japoneses denominan a ese lugar Hara; los chinos lo llaman Tan t’ien; los Sufis lo denominan Kath y para los yogas es el tercer chakra.”
4. Michel Tournier, “La leyenda de la pintura” (fragmento), Media
noche de amor, Buenos Aires, Alfaguara, 1992.
5. Referencia al “pienso luego existo” de Descartes.
6. Rene Descartes, en el Discurso del método (1637), dice: “podemos encontrar una filosofía práctica, mediante la cual, conociendo la naturaleza y la conducta del fuego, del agua, del aire, de las estrellas, del cielo y de todos los otros cuerpos que nos rodean […] podemos emplear estas entidades para todos los objetivos para los cuales son adecuadas, y hacernos amos y dueños de la naturaleza”
7. Edgar Morin, Introducción al
pensamiento complejo, Barcelona, Gedisa, 2003.