Alumnos de las Escuelas de Pintura al Aire Libre de Xochimilco y Tlalpan, 1925. Foto: tomada de Monografía de las Escuelas de Pintura al Aire Libre, México, Secretaría de Educación Pública, Editorial Cultura, 1926.
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Proyectos educativos en
la posrevolución: Escuelas de Pintura
al Aire Libre
El año 1920 fue crucial en la proyección educativa
y cultural de México. Se dio fin a la contienda armada que
había desgastado al país por más de diez
años y se inició la instauración de nuevos
proyectos que intentaban estabilizar a una sociedad con evidentes
carencias y grandes expectativas sociales. En el campo educativo,
conceptos pedagógicos renovados buscaron impulsar el desarrollo
de la cultura de un país abatido por la muerte y el desencanto,
donde la ignorancia se habían tornado
signo predominante que determinaba al grueso de la población.
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LAURA
GONZÁLEZ MATUTE •
HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora del Cenidiap
gomatla@yahoo.com.mx
La educación artística instaurada durante la etapa posrevolucionaria (1920-1930) quedó marcada por la afluencia de diversas iniciativas culturales en las que de manera sobresaliente confluyeron el inicio del movimiento muralista mexicano, la aparición del grupo de escritores estridentistas, los Centros Populares de Pintura, la Escuela de Escultura y Talla Directa y la creación de las Escuelas de Pintura al Aire Libre. También se puso en marcha el método de dibujo Best Maugard, al mismo tiempo que la instauración de las Misiones Culturales. Paralelamente se presentó la
propuesta de los artistas ligados a la revista Contemporáneos y
las consignas antiacadémicas del grupo de pintores ¡30-30! Estos hechos marcaron con evidente espíritu vanguardista una novedosa visión frente al concepto tradicional en la creación artística y los métodos pedagógicos
conservadores que les precedieron.
La dictadura de Porfirio Díaz, derrocada en 1910, había beneficiado de manera evidente a una élite de intelectuales y nunca consideró el desarrollo de un proyecto global para las masas desprotegidas. La enseñanza artística para los niños en aquella época apenas era considerada en las escuelas primarias de la capital, mientras que en las escuelas rurales o "rudimentarias" no existía.
Durante la lucha armada —de 1910 a 1920— la
inestabilidad y el caos se manifestaron en todos los ámbitos
del país. En cuanto al aspecto educativo, por un lado se
crearon las condiciones para posibilitar un desarrollo artístico
acorde con las necesidades de la nación y, por otro, se desprotegió aún
más la educación. En pleno movimiento revolucionario,
el estallido de la huelga que enarbolaron los estudiantes de la
Escuela Nacional de Bellas Artes contra los métodos de enseñanza
que predominaban en la institución (1911), fue muestra
elocuente de los cambios que se empezaban a gestar. De este hecho
derivó uno de los pocos logros artístico-educativos
que pueden mencionarse durante la etapa bélica: la fundación
de la primera Escuela de Pintura al Aire Libre llamada Santa Anita
o Barbizón (1913).
Al final de la contienda armada y después
de diez años de desgastante lucha, el pueblo esperaba ansioso
que además de "tierra y libertad" se les otorgara "escuela" a
todos los ciudadanos, incluyendo por primera vez a la gente del
campo, compuesto en su mayoría por indígenas. En
1920 el gobierno posrevolucionario heredó un país
con graves problemas en todos los campos. El analfabetismo era
de setenta y dos por ciento en la población mexicana(1) y
para subsanar esta situación José Vasconcelos, en
aquel momento rector de la Universidad de México, promovió la
creación de la Secretaría de Educación Pública,
que incluía el Departamento de Bellas Artes y el de Educación
y Cultura para la Raza Indígena. Ya como titular de la
nueva dependencia, Vasconcelos, según palabras del historiador
Daniel Cosío Villegas: "[...] personificaba las aspiraciones
educativas de la Revolución como ningún hombre
llegó a encarnar."(2)
Por primera vez en la historia nacional, la educación no fue entendida como exclusiva de una clase media urbana sino "como una misión religiosa, apostólica, que se lanza y va a todos los rincones del país, llevando la buena nueva de que México se levanta de un letargo, se yergue y camina."(3)
Pero este impulso rebasó el ámbito educativo y se extendió a la cultura en general. Vasconcelos fue el promotor del movimiento muralista mexicano, que marcó un parteaguas en la historia del arte de nuestro país. También mandó imprimir millares de libros de autores clásicos de la literatura universal que fueron obsequiados a todos los sectores de la población. A la par, fundó bibliotecas fijas e itinerantes y apoyó la difusión de las artes en todas sus ramas, especialmente en la literaria, la teatral, la musical y la dancística.(4)
Dentro de este espectro cultural se dio
el auge de la educación artística dirigida a sectores
desatendidos de la población, a través de la instauración
de las Escuelas de Pintura al Aire Libre,(5) mismas
que, en conjunto, fungieron como directriz y vehículo
de democratización y vanguardia en el campo de las artes.
Una opción dentro de la academia
La fundación de la Escuela de Pintura al
Aire Libre, dependiente de la Escuela Nacional de Bellas Artes
o antigua
Academia de San Carlos, tuvo como finalidad abrir nuevos espacios
de creación y desarrollo para los estudiantes. Su sustento
ideológico estuvo apoyado en las teorías de algunas
pedagogías avanzadas de la época que buscaban, entre
otros objetivos, impulsar la educación hacia la creación
de una producción artística libre y espontánea
alejada de las rígidas normas academicistas.
Como antecedente de este proyecto había existido, como quedó apuntado, la Escuela de Pintura al Aire Libre de Barbizón, fundada en 1913 por el pintor Alfredo Ramos Martínez en Santa Anita, en la ciudad de México. Enarboló como bandera principal —al igual que la corriente francesa de donde toma su nombre— apartarse de los oscuros talleres de la Academia y ofrecer nuevas opciones plásticas a los estudiantes. Se caracterizó, sobre todo, por el impulso para la realización de las técnicas pictóricas impresionistas y por la presencia de los temas mexicanos. Como ejemplo de la obra realizada en esta escuela deben mencionarse los paisajes al pastel de Ramos Martínez y David Alfaro Siqueiros, así como la obra retratística de pintores como Fernando Leal y Ramón Alva de la Canal, que muestran tanto la paleta cromática de la escuela iluminista, como la tendencia por poner énfasis en los asuntos vernáculos.(6)
Escuela de Pintura al Aire Libre de Chimalistac
La segunda Escuela de Pintura al Aire Libre fue
fundada también por Ramos Martínez, a mediados de
1920, en el barrio de Chimalistac, al sur de la capital del país.
Su creación tuvo en principio el mismo fin pedagógico
que la de Santa Anita: desligarse de los métodos de enseñanza
académica e implantar una corriente artística
alternativa en la que las tendencias cromáticas y formales
del impresionismo fueron las constantes.
Los productos de esta institución educativa
se dieron a conocer apenas transcurridos unos cuantos meses de
actividades. El reportero Juan Rafael, acompañado del célebre
fotógrafo Casasola, realizó una visita a la casona
de Chimalistac de la que quedó favorablemente impresionado.
Bautizada como La "Escuela á Plain [sic] Air
en los Imperios Luminosos de su Majestad el Sol”, la
describía como un enorme paisaje rodeado de árboles
y flores, donde los pintores con toda libertad realizaban sus trabajos.
Como la escuela les proporcionaba los utensilios para llevar a
cabo sus obras, una pensión de alimento y, si así lo
deseaban, podían vivir en ella, los jóvenes se encontraban
en condiciones óptimas ya que reinaban —según
el periodista— la convivencia y el buen humor.
Los cuadros presentaban las características
propias del lugar: lienzos plenos de luz y color, inmersos en ambientes
semiurbanos. Sobre ellos agregaba el articulista: "Diríanse
cuadros pintados con luz líquida; es tal la vibración
lumínica del color, tal la potencialidad armónica
de la obra, que llega a desorientar el juicio crítico, haciéndonos
pensar en una obra uniforme y ajena a toda individualidad que no
sea el sol."(7)
Escuela de Pintura al Aire Libre de Coyoacán
Después de permanecer unos meses en Chimalistac, en diciembre de 1920 la escuela se trasladó a otra construcción porfirista, ubicada en el barrio de Coyoacán, prestada por sus propietarios al gobierno por un periodo de tres años.
Ahí los pintores continuaron con su trabajo
bajo lineamientos similares a los que venían realizando.
Antes que concluyera el año, participaron en la exposición
anual de la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde mostraron una
producción que remitía a los comentarios expresados
por el cronista que los había visitado en Chimalistac.
Paulatinamente la escuela de Coyoacán fue ampliando su espectro temático —fundamentalmente de paisajes impresionistas y naturalezas muertas— para dar paso a la creación de obras que aludían no únicamente a nuestro entorno, sino sobre todo al componente indígena de la nación. Las formas lumínicas y atmosféricas continuaron conformando la paleta de los artistas, pero enriquecidas con un colorido brillante y entonaciones alejadas de los tenues matices impresionistas. De esta forma, se fue gestando una propuesta plástica propia y los paisajes mexicanos impregnados de una vibrante gama colorística que aludía a las nopaleras, los maizales y volcanes se tornaron recurrentes. En cuanto al retrato, el indígena fue continuamente representado, plasmado con su indumentaria característica: el calzón blanco, los huaraches, el sombrero de palma y la tez morena; surgió envuelto en matices de centellantes pinceladas cortas, como emblema de la nacionalidad mexicana y del momento posrevolucionario que se vivía.
El indígena, no obstante el lugar marginado que ocupó siempre en la sociedad mexicana y que en general había sido representado en épocas precedentes como símbolo de dignidad heroica, aludiendo a nuestro pasado prehispánico, apareció en este momento como un hombre común, como un ciudadano más, pero con la carga de la imagen reivindicadora de la nueva nación que surgía como producto de la lucha armada.
La escuela de Coyoacán, además de
producir un arte prototípico del sentir nacional, dio como
fruto una significativa obra de connotaciones vanguardistas,
donde
algunas
de las inquietudes pictóricas de la avanzada europea se
vieron manifiestas en los cuadros de autores como Fermín
Revueltas, que acusan un atrevido intento por desarrollar una tendencia
geometrizante por medio de la superposición de planos. Sobresalieron
pintores como Gabriel Fernández Ledesma y Fernando Leal,
quienes realizaron composiciones de corte cezaniano con
audaces propuestas colorísticas y formales, que devinieron
en ejemplos para confirmar la inquietud de los estudiantes de
la escuela por
no
limitarse a crear únicamente obras naturalistas, sino también
aquellas donde la presencia del espíritu de ruptura con
las formas precedentes se presentó como otra de las inquietudes
de la institución.
Escuela de Pintura al Aire Libre de Churubusco
Después de tres años de permanecer
los alumnos y maestros en la Escuela de Pintura al Aire Libre de
Coyoacán, se trasladaron a Churubusco, también al
sur de la ciudad de México. Para este momento, los estudiantes
fundadores (Alva de la Canal, Leal, Revueltas y Fernández
Ledesma) impartían cursos en instituciones de la
Secretaría de Educación Pública, como en
la Escuela Nacional de Bellas Artes. Al mismo tiempo, invitados
por Vasconcelos, habían iniciado desde 1922 la gran empresa
muralista tanto en el ex convento de San Pedro y San Pablo como
en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso.
La nueva escuela de Churubusco, a diferencia de
la de Chimalistac y Coyoacán, que albergó a la pléyade
de artistas mencionados, se conformaba en su mayoría por
señoritas de la clase media mexicana. En ella, su director,
Alfredo Ramos Martínez, impulsó el sentir antiacademicista
en cuanto a los estudios y también promovió el recurso
impresionista en las formas, sin embargo, dado el momento que se
vivía, ésto resultó insuficiente: había
que imprimir un nuevo giro a la institución que diera cuenta
de las inquietudes nacionalistas.
Fue quizá por estas razones que se convirtió en la punta de lanza para que el director del plantel y el secretario de Educación Pública hicieran hincapié en que, además de encabezar el llamado arte antiacademicista, debía dar cabida a niños indígenas que habitaban los barrios aledaños de la ciudad, con el fin que se compenetraran de las formas artísticas y desarrollaran un arte propio.
En 1925, cuando José Vasconcelos había dejado ya la Secretaría y en su lugar se encontraba José Manuel Puig Cassauranc, se fundaron tres nuevas escuelas libres de pintura, cuyos directores eran algunos de los primeros alumnos de la Escuela de Pintura al Aire Libre de Chimalistac.
Nuevos derroteros: Escuelas de Pintura al Aire Libre en Xochimilco, Tlalpan y Villa de Guadalupe
Los nuevos planteles se ubicaron en el pueblo
de Xochimilco bajo la dirección de Rafael Vera de Córdova;
Tlalpan, encabezado por Francisco Díaz de León,
y en las inmediaciones de la Villa de Guadalupe, dirigido por Fermín
Revueltas. Este hecho fue contundente dado que los alumnos que
ingresaron provenían en su mayoría del sector campesino
de la ciudad. Así, el ideal vasconcelista sobre la
elegía de la raza aborigen encontró suelo fértil
para canalizar una ideología indigenista que se apoyaría
en la labor de estas escuelas. De aquí que pueda comprenderse
el porqué de los planteamientos de Alfredo Ramos Martínez
al señalar que el espíritu que creó el ánima
de estas instituciones se sustentaba en la premisa de aprovechar
la capacidad artística natural del niño, que se acrecentaba
según su proporción de sangre indígena, al
tiempo que aseguraba: "[...] mientras más pura es
la Raza mayor fuerza tiene su producción".(8) Este
lema no sólo fue abanderado por Ramos Martínez sino
que el psicólogo y pedagogo francés Jean Janet,
quien conoció la obra de los niños mexicanos en una
visita que realizó a nuestro país, agregó: "[...]
esta raza de ustedes, de México, tiene en potencia, en
embrión, las facultades artísticas más elevadas".(9)
Por lo mismo, la idea de la innata creatividad en la raza indígena se convirtió en uno de los puntos nodales para apoyar los ideales sustentados en el conocido lema sobre "el alma nacional" que de manera adecuada apoyaba la labor y desarrollo de las Escuelas de Pintura al Aire Libre.
Las Escuelas de Acción, como también se les conoció, se caracterizaron por el hecho de admitir en su mayoría a niños que oscilaban entre los 9 y 15 años de edad y, sobre todo, como fue apuntado, que provenían del sector indígena y campesino de la ciudad. Para ingresar a ellas no era necesario requisito alguno, no existía edad límite ni tampoco grado de escolaridad. Se trabajaba en las mañanas y en las tardes y al alumno se le dejaba en constante libertad para que desarrollara su obra. También se le proporcionaba un lugar desde el cual pintar y se le daban los útiles indispensables. En cuanto a la intervención, del maestro se reducía a vigilar su ejecución y a "no dejar nunca al alumno desviarse de sí mismo por ninguna influencia pictórica extraña".(10)
A poco tiempo de fundadas las tres instituciones, junto con la de Churubusco, Alfredo Ramos Martínez decidió presentar una exposición con los trabajos de los alumnos. La muestra fue inaugurada en los corredores del Palacio de Minería, en el centro de la ciudad de México, entre el 22 y 31 de agosto de 1925. Se incluyó un catálogo que contó con la presentación del pintor Gerardo Murillo (Dr. Atl), quien hacía una clara diferenciación entre la obra producida en la escuela de Churubusco y aquella realizada en las otras recién fundadas. Aclaraba que mientras en el primer centro artístico la mayoría de los cuadros eran ejecutados por señoritas que pintaban obras con características impresionistas y de marcado corte antiacadémico, la producción de los alumnos de las escuelas de Xochimilco, Tlalpan y Villa de Guadalupe "eran pinturas creadas por niños que aún no habían aprendido nada sobre el arte de pintar, pero que mostraban la espontánea manifestación de su ingenio y vigoroso temperamento".(11) Agregaba que los niños de México "dibujaban y pintaban con una gran intuición del volumen y del color y que sus producciones estaban en el plano de las verdaderas obras de arte".(12)
Esta tendencia dio como resultado gran número
de cuadros en los cuales predominaba el primitivismo y la espontaneidad,
características pocas veces vistas en las escuelas de arte
del país, hecho que despertó diversas reacciones.
Por una parte, la libertad con la que eran ejecutadas las pinturas
produjo la afluencia de nuevos conceptos plásticos y pedagógicos
que poco a poco se tornaron en una corriente alternativa frente
a la producida en la antigua Academia de San Carlos; así también,
los óleos, ausentes de perspectiva, con un manejo anatómico
primitivista e inundados de tonalidades brillantes y arbitrarias,
fueron identificados sobre todo con la obra de diversos pintores
europeos, dándoseles el carácter de modernidad. Se
hablaba de Cézanne, de Van Gogh, de Renoir. Pero reinaba
el desconcierto sobre si eran o no obras artísticas o si
realmente existía un sentido estético propio en la
raza aborigen.
Poco después, la muestra fue llevada a
tres ciudades europeas con gran éxito. No obstante el triunfo
logrado, al regresar Ramos Martínez a México fue
recibido fríamente al mismo tiempo que se desplegaron un
sinnúmero de incredulidades y críticas hacia sus
escuelas y a su método de enseñanza. Constantemente
se aludía al "infantilismo preconizado por Ramos
Martínez" y a la inverosímil edad de los alumnos.
Sin embargo, y a pesar de las críticas, fueron abiertos
otros planteles que para finales de la década de 1920
sumaban alrededor de once. Varios incluso se fundaron fuera del área
metropolitana: en Cholula, Michoacán, Taxco y Guadalajara.
La producción de estas escuelas, por sus características, tuvo repercusiones en la obra de diversos artistas profesionales que retomaron su visión, incorporándola, bajo la égida de la modernidad, a su propia creación. Como ejemplo de esta lectura plástica están Retrato de la niña Delfina Flores de Diego Rivera, Muchacha sentada de Manuel Rodríguez Lozano y La chica de Abraham Ángel, cuadros en los que encontramos tanto el planismo como la ausencia de perspectiva, la desproporción anatómica y la simplificación en las formas. Elementos que también aparecen en la producción de otros connotados pintores como María Izquierdo, Rufino Tamayo y Agustín Lazo.
Así, las Escuelas de Pintura al Aire Libre lograron dar respuesta a las necesidades que les dieron origen. Entre otras, propiciar el acceso a miembros de las clases marginadas (indígenas-campesinos) para que desarrollaran su cultura y creatividad, al fomentar el conocimiento y el desarrollo de un arte de raigambre nacionalista, que favorecía la política cultural del momento. Tendencia que representó, junto con el movimiento muralista mexicano y el gran proyecto cultural de la década de 1920, la canalización de los ideales reformadores del proceso cultural posrevolucionario.
Pero al fortalecerse el nuevo Estado, el proyecto nacionalista apoyado ideológicamente en la reivindicación del indígena dejó de tener sentido dentro del proyecto educativo artístico estatal. La política económica y social del país para finales del decenio se sustentaba en el desarrollo industrial e iba a apoyar, antes que al campesino, al trabajador urbano. Por lo mismo, otros programas, como fueron la creación de las escuelas nocturnas para trabajadores así como diversas escuelas técnicas e industriales, tomaron impulso con el fin de dar paso a la política económica que el nuevo régimen abanderaba.
A más de ochenta años del surgimiento
de los proyectos sustentados en el apoyo a los sectores desprotegidos
de la nación, en este caso, las comunidades indígenas
y campesinas, advertimos que de alguna manera quedaron truncos y
que la problemática social, educativa y económica de
estos sectores, lejos de haberse resuelto, continúa latente.
La crisis educativa que vive actualmente el país es elocuente,
no sólo en provincia y las comunidades rurales, sino en la
capital. La educación del mexicano ha decrecido de manera
sustantiva, ya que el analfabetismo se ha incrementado y la educación
superior ha sido dejada de lado. Son sobre todo las universidades
privadas las que han abierto sus puertas a la clase media del país.
Los estratos sociales menos favorecidos (campesinos y obreros) son
una vez más
marginados por las políticas de Estado en la esfera educativa
y cultural. En el ámbito rural, los alumnos alcanzan a estudiar,
básicamente, hasta el nivel primaria. Por ello mismo, experiencias
como la que se vivió en los años veinte del siglo pasado,
con la creación de las Escuelas de Pintura al Aire Libre
y el gran auge que se imprimió a la alfabetización
del país, desafortunadamente no se han vuelto a repetir con
ese ímpetu. Así también, la enseñanza
artística es actualmente poco atendida por el gobierno y
son escasas las instituciones que dedican su labor a estas ramas
del conocimiento. Por lo anterior, resulta importante reunir estas
experiencias como ejemplos relevantes del interés de los gobiernos
por ofrecer opciones viables a la población mexicana en el ámbito
de la educación artística.
Notas
1. Augusto Santiago Sierra, Las Misiones
Culturales (1923-1973), México, Secretaría
de Educación
Pública , 1973, p. 10. (SepSetentas.)
2. Ibid., p.11.
3. Idem.
4. Idem.
5. Laura González Matute, Escuelas
de Pintura al Aire Libre y Centros Populares de Pintura, México,
Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información
de Artes Plásticas/Instituto Nacional de Bellas Artes, 1987.
(Serie Investigación y Documentación de las Artes,
núm.
2.)
6. Ibid., pp. 47-53.
7. Juan Rafael, "Los artistas independientes.
Una Escuela a Plain Air en los Imperios Luminosos de su Majestad
el Sol", El Universal, México, 31
de octubre de 1920.
8. Monografía de las Escuelas de Pintura
al Aire Libre, México, Editorial Cultura, Secretaría
de Educación Pública,
1926, p. 9.
9. Ibid., p. 7.
10. Ibid., p. 12.
11. Dr. Atl, prólogo al catálogo
de la primera exposición de las Escuelas de Pintura al
Aire Libre, Palacio de Minería, 22 al 31 de agosto
de 1925, Universidad Nacional de México, 1925.
12. Idem.
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