D I V E R S A L I B R A R I A • • • • • •
 



Rafael López Guzmán,
Territorio, poblamiento y arquitectura. México en las Relaciones Geográficas
de Felipe II, Granada, Editorial Universidad de Granada/Atrio Editorial/Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos/Fundación El Legado Andalusí, 2007, 480 págs.


 

 

Territorios de la Nueva España
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ELENA DÍEZ JORGE DOCTORA EN HISTORIA DEL ARTE
Profesora titular del Departamento de Historia del Arte, Universidad de Granada, España
mdiez@ugr.es

 

Señalaremos, inicialmente, que el autor de Territorio, poblamiento y arquitectura. México en las Relaciones Geográficas de Felipe II  tiene un indudable conocimiento de la época, los espacios y las sociedades de las tierras americanas. Viajero infatigable por el continente (durante más de veinte años ha conocido paisajes, gente, archivos...), su libro va más allá de la perspectiva formalista, de la mera descripción de la traza urbana y arquitectónica, para adentrarse en los complejos procesos de poblamiento de un territorio, en el control y conquista, pero también en el conocimiento y acercamiento entre culturas, no sólo de un espacio físico sino de formas diferentes de ver el entorno, de sociedades diversas.

La obra parte de las conocidas como Relaciones Geográficas de Felipe II, una encuesta configurada en 1577 con cincuenta preguntas cuya finalidad era conocer mejor, por parte del Consejo de Indias, la realidad americana (su geografía, su historia, población, lenguas, recursos) y las condiciones de gobernabilidad. El cuestionario fue contestado, entre 1578 y 1585, generalmente por nativos de América, aunque también por nuevos colonos. A partir de este objetivo, el posicionamiento de Rafael López Guzmán al momento de entender estos documentos es claro, ya que, a diferencia de otros autores, no entiende esta empresa como un fracaso sino que defiende que las Relaciones Geográficas cumplieron su cometido: “fue el mayor esfuerzo de la administración española por conocer, describir e inventariar sus posesiones americanas”. Y tuvo que ser positivo cuando hoy, más de cuatrocientos años después, también nos han permitido profundizar en el conocimiento de las tierras americanas en el siglo XVI.

La obra se estructura esencialmente en seis partes. Una primera dedicada a las Relaciones Geográficas (quién las ha estudiado y cómo, los objetivos de estas encuestas, quiénes las realizaron), que junto con una segunda parte, dirigida a las pinturas que las acompañan, nos permiten saber y conocer con profundidad el documento, o mejor expresado, el ingente volumen de documentación del que el autor parte para su análisis y estudio. Con el minucioso examen que realiza y la aguda y acertada metodología que emplea, López Guzmán consigue ofrecer una serie de capítulos en los que concentra con ejemplos todo un compendio teórico del urbanismo y la arquitectura de la Nueva España a finales del siglo XVI, mediante el análisis de las redes de comunicación, la propuesta de una clasificación de trazas urbanas y la sistematización de la arquitectura según diversas tipologías. Al final, presenta un extenso recorrido por el territorio de lo que actualmente es México (y parte de Estados Unidos y Centroamérica), retratando, analizando y reflexionando sobre cada uno de los estados según las noticias de estas Relaciones Geográficas; no es un catálogo arquitectónico sino, como él mismo titula, un análisis regional de la Nueva España.

Cabe destacar algunos aspectos metodológicos y conceptuales que renueva e innova Rafael López Guzmán en este libro. El primero es cómo entiende y afronta el encuentro de culturas: la multiculturalidad está presente en gran parte de los análisis que hace sobre diversos aspectos. Así, al tratar las pinturas que complementan al texto de las encuestas, analiza la realidad de la presencia de los tlacuilos que trasmitían sus conocimientos a través de glifos y pictogramas, adaptándose a la cosmovisión hispana, así como los pintores españoles que también realizaron algunas de las pinturas. Multiculturalidad también presente en el sentido que adquirieron los hospitales que se convirtieron en lugares de encuentro de la medicina europea y la indígena, reconociéndose, como señala el autor, las posibilidades terapéuticas de cada una de ellas. Cuando analiza la organización del gobierno virreinal, sintetiza acertadamente los aspectos de la nueva estructura de españoles (funciones, ventajas, errores) así como la descripción de la configuración político-territorial de las sociedades prehispánicas, alejándose de aquellas tendencias historiográficamente muy frecuentes que idealizan lo indígena y satanizan lo español. En sus reflexiones no prima ni subordina una cultura sobre otra, aunque no olvida el marco de conquista. En definitiva, en cada aspecto que estudia intenta objetivar los aspectos de las diversas culturas.

En el propio repaso historiográfico apreciamos las corrientes científicas que por un lado han querido visualizar y rescatar la pervivencia de las culturas indígenas y también descubrimos aquellas que han buscado relacionarlas con los sistemas propios de los agrimensores romanos, con la tradición europea. Sin embargo, el análisis no responde exclusivamente a una victimización del proceso, a una exclusiva relación conquistadores-conquistados. La realidad es plural y, por tanto, mucho más compleja, aunque algunos se empeñen en ver en todo contexto geotemporal  únicamente el discurso violento (ya sea de mudéjares y moriscos con cristianos, en este caso de españoles y la conquista de América, o en el de las mujeres y el sistema patriarcal).

Creo que, en este sentido, Rafael López Guzmán ha sabido presentar ciertos matices que enriquecen la comprensión de esa confluencia de culturas, de sociedades y de sistemas de organización, en un marco de conquista. Así, no extraña encontrar en la lectura de estas páginas la necesidad de control y dominio de un territorio recién conquistado (necesidad y deseo de los conquistadores españoles que explica la empresa de las Relaciones Geográficas), junto con apuntes sobre el colaboracionismo de los caciques indígenas, el mestizaje de cosmovisiones territoriales (como los valores de la independencia y subordinación en la configuración territorial prehispánica que fue reciclada por Hernán Cortés), o la multiculturalidad en la pintura que creó un lenguaje donde los “motivos principales fueron europeos, pero las técnicas y los elementos complementarios siguieron invadidos por las formas prehispánicas”. En este contexto, hace un estudio pormenorizado de las pinturas: tipos, principales características, artífices, lenguaje; desgrana elementos que, aunque nos acercan al diálogo-desencuentro de las culturas, evitan el reduccionismo de pensar en la dicotomía de conquistadores y conquistados.

Algunas situaciones que se presentan en esta obra me resultan medulares para compararlas con otros procesos de confluencia cultural, como el de los moriscos en Granada durante el siglo XVI: la necesidad de intérprete y el aprendizaje de las lenguas indígenas por parte de españoles o el conocimiento del castellano de los indígenas; la vestimenta a la que hace alusión indicando una nueva forma de vestir de los caciques, más a la española, frente a las mujeres que conservaron o se resistieron a cambiar; el tema de la pérdida y conservación de la memoria de las comunidades conquistadas; la revalorización de las poblaciones de frontera más allá de ser entendidas como tierra de nadie sino, por el contrario, como germen de futuros centros poblacionales, y una infinidad de temas que se sugieren y son tratados en esta obra.

Superando el carácter reivindicativo de si el urbanismo americano es de origen esencialmente europeo o hispánico, o exclusivamente americano, Rafael López Guzmán señala una triple conjunción del urbanismo americano del siglo XVI: la tradición prehispánica, la organización de un nuevo Estado absoluto y las propuestas de las órdenes religiosas, con aportaciones realmente reveladoras como la idea de que el éxito de la traza reticulada no es debido tanto a una imposición como a una aceptación, casi de forma natural, coherente con las culturas anteriores. “No basta con imponer una traza sino que la consolidación de la misma dependerá exclusivamente de la aceptación por el desarrollo cotidiano de esa comunidad.”  

Esta realidad más rica y compleja se traduce también en la división que hace de las trazas urbanas en ciudades administrativas y de españoles, pueblos de indios, enclaves mineros y poblaciones de frontera. Mas allá de las grandes realizaciones urbanas de gran valor simbólico pero que apenas representan un porcentaje mínimo del urbanismo americano, en este libro podemos encontrar las trazas que eran más numerosas y frecuentes. Así, el análisis no se centra únicamente en las grandes construcciones religiosas, sino que su tipología arquitectónica pone la atención primeramente en la arquitectura doméstica, de donde extrae datos muy reveladores sobre una arquitectura marginada y denostada historiográficamente y, hay que decirlo, hoy patrimonialmente muy poco protegida; es una línea de defensa e investigación de esta arquitectura en la que Rafael López Guzmán lleva trabajando años. En cuanto a los edificios religiosos, estas Relaciones Geográficas en ocasiones son, como el autor denomina, “monografías” o verdaderos retratos casi fotográficos de la arquitectura del XVI, lo que permite “reconstruir” edificaciones ya desaparecidas. Entre los edificios institucionales,  menciona los cabildos indígenas y recupera de esta última tipología el texto descriptivo del de Tlaxcala, de los pocos que han llegado hasta nosotros y que nos permite conocer cómo era un cabildo indígena. Recoge, además, aspectos de la arquitectura hidráulica del siglo XVI, así como de los temascales. De estos últimos llama la atención la consideración y valor que se les da en estas Relaciones Geográficas por su uso medicinal, muy diferente a la demonización de los hamman que se conservaban de la época de al-Andalus y que fueron considerados como espacios de intrigas en la España de Felipe II.

Otro elemento a destacar es el tratamiento integral de la fuente documental. El análisis que hace de las pinturas no es el de meras ilustraciones que acompañan al texto, tentación en la que algunos investigadores caen frecuentemente al pensar que pinturas o miniaturas de un códice o de un manuscrito son simplemente ilustraciones decorativas. Las pinturas son una parte más del documento y, como buen historiador del arte, el autor lo sabe y saca el máximo partido de ellas, desgranando profundamente lo que con el lenguaje de las formas visuales se concentró y se quiso expresar. Hasta esta obra de Rafael López Guzmán, se sesgaba la información del texto de la relativa a las pinturas de las Relaciones Geográficas: la presente obra equilibra magistralmente las noticias del texto con las de las pinturas, porque ambos son documentos de la historia.  

Dentro de la visión integral del documento, el autor no olvida quién lo hizo y para qué, llegando a dos nuevas conclusiones que renuevan el conocimiento en esta materia. Frente a la idea de que algunas pinturas fueran clasificadas como comunicéntricas,  en el sentido de que han sido hechas por la comunidad indígena, recuerda que pasaban un filtro y que eran documentos oficiales por lo que la visión de la comunidad se volvía también, en cierta manera, oficial. Pero, a pesar de ese valor, López Guzmán reconoce la mezcla de las dos concepciones, europea y prehispánica, y por tanto califica las pinturas de las Relaciones Geográficas como las “primeras representaciones del territorio mesoamericano por sus propios habitantes” y aquí hay un dato interesante: para el autor los habitantes son tanto los indígenas como los colonos, esa sociedad mestiza que en alguna ocasión menciona sin caer en el uso peyorativo, banal o incluso político que a veces se le ha querido dar al concepto. Supera claramente esa dialéctica de conquistador frente a conquistado para adentrarse en una realidad más compleja.

Hay que destacar su conocimiento, como hemos indicado, de los espacios, de los edificios, visitados uno a uno. Ha cotejado lo que dicen las fuentes documentales con la realidad, desmontando teorías que consideraban que algunas descripciones y pinturas eran formas y métodos de la tradición hispánica (por la tipificación de una  montaña o un río), cuando en realidad esa montaña y ese río están en esa ciudad; no es un símbolo aprendido y repetido sino que es una parte de la realidad.             

El libro está redactado en ese lenguaje tan claro, directo y didáctico que caracteriza la obra, docencia e investigación de Rafael López Guzmán, a partir del uso de todos aquellos recursos que pueden ayudar a la comprensión: por ejemplo, poner entre paréntesis los nombres del actual estado mexicano al que pertenecen las ciudades descritas en las encuestas del XVI, el esplendido material fotográfico tanto de las pinturas como de los lugares, algunos cuadros muy ilustrativos como el de las distancias que saca el autor de las Relaciones Geográficas y que nos permiten conocer objetivamente las dependencias jurisdiccionales y las distancias del territorio en la época. Este carácter claro y didáctico es propio de su pensamiento y del conocimiento profundo, de su dominio sobre la materia, de una minuciosidad que impide que se le escape algún aspecto. Baste mencionar como ejemplo que, cuando trata las tipologías arquitectónicas, dedica primeramente un capítulo a los materiales constructivos, explicando términos y procedimientos (tablazones, tejamaniles, morillos, calicanto) para comprender las palabras y la gramática que configuran la construcción de la obra arquitectónica final. 

El autor señala al final que el estudio de las Relaciones Geográficas no se agota con este trabajo. Con inquietudes infinitas, abre y plantea nuevas investigaciones tanto desde la Historia del Arte como desde otras disciplinas.

Supongo que todo ello hará que esta obra sea un referente sobre el arte en la Nueva España, pero también un libro que permitirá entender el proceso de conquista y control del territorio y que ayudará a la recuperación de la memoria histórica sin caer en los discursos fáciles de buenos y malos. Asimismo, contribuirá a la recuperación del patrimonio arquitectónico en su integridad, sin menospreciar unas arquitecturas de otras.