A P O R T E S • • • • • •
 


Interior de la casa de Francisco Iturbe en Isabel la Católica núm. 30, ciudad de México. Foto: Manuel Álvarez Bravo, 1932. Archivo María Luisa Novelo.

 

 

Apuntes biográficos de un coleccionista olvidado: Francisco Iturbe


Debido a que sus contemporáneos escribieron poco sobre él, a la escasez de referencias indirectas y a que la opción de la historia oral es prácticamente nula, resulta difícil reconstruir la biografía de este coleccionista. En seguida algunos avances en esta investigación
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ANA GARDUÑO HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora del Cenidiap
xihuitl2@yahoo.com.mx




Para Karen Cordero y sus 25 años en México

 

I

El coleccionismo mexicano tiene en Francisco Iturbe (1879-1957) a un destacado representante. El tipo de patrocinio y mecenazgo que ejerció durante las primeras décadas del siglo XX sentó un significativo precedente. Quizá su mayor mérito haya sido el de apuntalar al muralismo en una fase crítica, en 1925: cuando parecía que el Estado renunciaba a su compromiso con el movimiento artístico que tradicionalmente llamamos “Escuela Mexicana de Pintura”, un individuo, a título personal, salió al rescate. Esto en una época en la que los particulares se acercaban poco al arte contemporáneo y lo adquirían todavía menos.

Con la colección que reunió durante varias décadas, ocurrió un fenómeno frecuente en México: perdió su identidad, perdió el apellido de quien la formó ya que, si bien está constituida por piezas conocidas porque el acervo fue vendido al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en la década de 1960 y se exhibe con cierta regularidad, las obras se han mostrado de manera aislada y, sobre todo, sin identificar su procedencia. De hecho, la única ocasión que se presentó como conjunto específico fue en 1959 en el Museo del Palacio de Bellas Artes.

A pesar de las connotadas intervenciones de Iturbe en el ámbito cultural de su época, dos hechos contribuyeron a restarle visibilidad pública: que sus selecciones artísticas fueran prioritariamente de personalidades ubicadas fuera del top ten nacional y su retiro temprano del coleccionismo; en este sentido cobra relevancia que la noticia de su muerte, ocurrida en 1957 y anunciada mediante inserción pagada en la prensa, no haya motivado a los críticos de la época a escribir sobre su perfil como mecenas, promotor y difusor de arte en los años veinte y treinta del siglo pasado. Se trata de un coleccionista olvidado por la historiografía del arte.

En primer término, Francisco Iturbe fue un atento consumidor y patrocinador de las vanguardias estéticas de su tiempo, lo que sin duda obedece a su larga residencia en Francia, sitio donde formó una primera colección, prioritariamente con arte europeo contemporáneo y del siglo XIX. Este era un acervo constituido por obras de creadores como Pablo Picasso, Georges Braque y Jacques Villon; en él también había dibujos de quienes protagonizaron dos momentos cumbre y hasta contrapuestos de la pintura romántica y neoclásica francesa: Eugène Delacroix y Jean Dominique Ingres. Poco sabemos de este conjunto porque, salvo excepciones, esas piezas no llegaron a nuestro país.

Su privilegiado conocimiento de las vanguardias le proporcionó el andamiaje intelectual para admirar el arte primitivista, naïf y antiacademicista, tanto europeo como mexicano. De allí que inicie su colección con los cuadros pretendidamente ingenuos de Abraham Ángel y que acumule numerosas esculturas de Mardonio Magaña, el “auténtico campesino-escultor”, según la imagen pública que de él construyó Diego Rivera.

El proceso de formación de su acervo corrió paralelo al inicio del movimiento artístico en los años veinte del siglo pasado y concluyó cuando éste entraba en decadencia, al finalizar los treinta. Así, coincidió con los mejores años de esa producción, cuando se estaba construyendo un lenguaje estético y formal, una iconografía que después se repetiría por décadas.

A principios de la década de 1920, Iturbe se adentró en el ambiente artístico mexicano a través de su interés por la obra de Abraham Ángel y fue Roberto Montenegro quien en 1923 le presentó a Manuel Rodríguez Lozano, el compañero emocional del novel pintor,(1) y en quien concentrará su fascinación. De hecho, buena parte de los amigos —y amores— de Rodríguez Lozano mantendrán una cierta relación con el coleccionista, desde Orozco hasta Ignacio Aguirre, desde Abraham Ángel hasta Tebo y Nefero.(2) Cabe señalar que tanto Montenegro como Rodríguez Lozano sostuvieron amistad con Alfonso Reyes, quien los apoyó y promovió en su carrera profesional. En realidad se trataba de un grupo de personajes con intrincadas relaciones interpersonales que giraban alrededor de Rodríguez Lozano, quien además sostenía estrechos contactos con diversos escritores de la revista Contemporáneos y fungiría como puente entre ellos e Iturbe.

Pero Rodríguez Lozano no era el único. Guillermo Dávila, abogado y diplomático a quien conoció en la legación de México en París y al cual contrató de por vida y convirtió en su amigo y apoderado legal, conocía muy de cerca a los Contemporáneos. Dávila había estudiado en la Escuela Nacional Preparatoria con Carlos Pellicer y ambos habían colaborado en la efímera revista San-ev-ank, justo diez años antes de la publicación de Contemporáneos, en la que participó el mismo núcleo de amigos.(3) Dávila le presentó a Pellicer en París e Iturbe invitó al poeta a acompañarlo, en 1929, de marzo a junio, a Medio Oriente. A raíz de ese periplo establecieron una relación que incluyó visitas a la casa de la familia Pellicer Cámara. El poeta dejó un breve comentario acerca de la personalidad de don Paco: “Un hombre excepcional que tiene un gran sentido poético de las cosas”.(4)

Su mecenazgo se centró en dos artistas que estructuran su colección: José Clemente Orozco, a quien encargó el mural Omniciencia en 1925, primer obra de esa trascendencia realizada por el patrocinio de un particular, y Manuel Rodríguez Lozano, quien en 1945 realizara el mural Holocausto y sobre el que ejerció un auspicio total y vitalicio. Más aún, diversas e importantes exposiciones se realizaron bajo su patrocinio al mismo tiempo que promovió y difundió la obra de sus artistas predilectos, tanto en México como en Francia. Insertarse en el ámbito artístico, desempeñar una función multifacética y posicionarse dentro de él, son las acciones culturales que Iturbe decidió acometer.(5)

 

II

La formación de Francisco Iturbe fue francesa, ya que si bien nació en la ciudad de México su familia se trasladó a Europa en 1885; con la muerte del padre,(6) el regreso a México se hizo más lejano porque su madre era de origen ruso, sin ninguna liga directa con nuestro país. Creció y se educó en los últimos años de la belle époque. No cursó estudios profesionales pero era un culto autodidacto que además dominaba varios idiomas: ruso, español, francés, alemán e inglés.(7) Una disputa familiar grave lo alejó de sus hermanos ya que su madre, por favorecerlo a él, repartió de manera desigual la herencia, contraviniendo los deseos del padre.(8) El conflicto se centró en la heredad más importante, la Casa de los Azulejos.(9)

El único empleo formal de Francisco fue en el servicio diplomático, donde obtuvo el puesto de agregado, la categoría más baja en la diplomacia. Así, en 1898 comenzó a prestar sus servicios en la embajada mexicana en Bruselas; permaneció allí por dos años y en 1900 pidió licencia para venir a México “a recibir su herencia”, ya que cumplió la mayoría de edad, en ese entonces estipulada en veintiún años.(10) Recibió al menos los siguientes inmuebles en la ciudad de México: la ya citada Casa de los Azulejos, de avenida Madero 4; Isabel la Católica 30, hoy centro joyero conocido como el Bazar del Centro, y Madero 55, edificio que Iturbe construyó y bautizó como Edificio Idaroff. Además, tuvo dos haciendas madereras, La Cañada y Caltengo, cerca de San Juan del Río, Querétaro, pero las vendió antes de la Revolución de 1910.(11) Los locales del antiguo Pasaje América fueron de su propiedad por lo que, supongo, también el edificio que forma el pasadizo, que tiene entrada por las avenidas 5 de Mayo y Madero, en la capital del país. También fue dueño de dos edificios en la avenida Puente de Alvarado.

La llegada a México debe haber representado un fuerte impacto para Francisco, pues en realidad no lo conocía. Decidió permanecer aquí por más tiempo del planeado originalmente, de tal manera que renunció a su puesto diplomático en 1902. Es posible que su dimisión haya obedecido también a cuestiones familiares: tal vez prefirió no regresar rápido a Europa por su rechazo al nuevo matrimonio de su madre; de hecho, la familia tuvo una percepción similar y decidió también enviar a sus hermanas a radicar a México, alejándolas de la nueva pareja.(12) Años más tarde, en 1911, Iturbe volvió a salir del país huyendo de la Revolución, aunque en Europa le tocó la primera Guerra Mundial. En su constante ir y venir entre ambos continentes, estuvo en México de 1923 a 1925 y, al menos, entre 1930 y 1933, años en que remodelaría la casona de Isabel la Católica 30, aquella que en el periodo colonial se conoció como Palacio de Sierra Gorda y después como casa de los condes de Miravalle: “Cuando dejó de ser residencia, en el siglo XIX, se tornó en el Hotel Bazar, muy de moda en la época por su fonda a la francesa, su servicio de baños y el sitio de coches de alquiler para los huéspedes. Allí funcionó también el Ateneo Mexicano, una de las primeras asociaciones literarias del país. En este siglo su nuevo dueño, don Francisco S. Iturbe, lo bautizó como Edificio Jardín y le acondicionó oficinas y departamentos”.(13)

En 1939, a pesar de la inminencia de una nueva guerra, se encuentra en Europa, preocupado por los bienes que allá conservaba; hacia 1942-1943, con la creencia de que sus posesiones estarían mejor protegidas si pertenecían a un miembro de la diplomacia mexicana, solicitó un nombramiento honorífico en la legación francesa, razón por la que cuando el gobierno se trasladó a Vichy él también lo hizo. La grave consecuencia de esta decisión fue que cuando México declaró la guerra a Alemania, Japón e Italia, fue detenido y enviado, en compañía de su hijo, a un hotel dentro de un balneario de lujo, de los que proliferaron en el Viejo Continente desde el siglo XIX, convertido en una especie de campo de concentración para diplomáticos de países enemigos, ubicado en el centro-oeste de Alemania. Finalmente, de Gobesberg viajó a México vía Nueva York, ciudad en la que estuvo transitoriamente en marzo de 1944. Al ingresar a territorio mexicano tomó la decisión de ya no volver a Europa. La devastación que había vislumbrado le indicaba que la Francia que él amó había desaparecido. En México, en cambio, al final de su vida presenció la era de bonanza económica y optimismo político que imperó en el sexenio de Miguel Alemán. Fue así que finalizó una trashumancia de varias décadas. Esos lapsos de ausencia son evidentes en su colección mexicana, ya que no hay continuidad en las adquisiciones.

 

III

La Casa de los Azulejos fue la residencia que habitó su familia antes de radicar en Francia y en la cual él mismo nació.(14) Con la destrucción del Teatro Nacional y la apertura de la calle 5 de Mayo, la mansión perdió una sección, por lo que fue necesario remodelarla. En 1905, Iturbe hizo colocar azulejo en una nueva fachada y también en otra parte del exterior, que da hacia el Callejón de la Condesa. Su afición por la arquitectura le proporcionó los conocimientos necesarios para planear una remodelación integral, proyecto que no logró concretar. Tenía además la intención de destruir el edificio aledaño a la casa y colocar también azulejos en esa cuarta fachada. En esos trámites estaba cuando llegó la Revolución de 1910 y no pudo materializar su idea.

Para escapar del caos imperante en el país, se instaló durante algunos años en Francia y allá emprendió un nuevo proyecto: la construcción en 1911 de una casa en Biarritz, elitista centro turístico de reconocimiento mundial que después de la primera Guerra Mundial inició su decadencia al empezar a captar turismo de menor nivel socioeconómico y, progresivamente, perdió el sitio que había ocupado desde la segunda mitad del siglo XIX como uno de los lugares preferentes para el veraneo de la nobleza y la alta burguesía europeas. No fue casualidad que Porfirio Díaz y las enriquecidas familias que lo acompañaban en 1914 iniciaran su exilio en Biarritz. Incluso, en el comité de recepción del dictador, en representación de la comunidad mexicana en Francia se encontraba un familiar cercano de Francisco Iturbe.(15)

A la llamativa mansión, ubicada en una colina, la bautizó con el nombre de Fal por Parsifal, una de las últimas óperas de Richard Wagner, su compositor predilecto.(16) José Vasconcelos atestiguó que:

En sus años de ocio europeo se había hecho un perito, precisamente en arquitectura […] Se sabía de memoria a los franceses y me encomendaba a Viollet-le Duc, el restaurador de lo gótico. Me llamó particularmente la atención sobre un punto que yo había ignorado: la relación de la explanada con el edificio y el arte de los embaldosados, los listones de pavimento que separan los cuerpos de edificación y los comunican. El secreto de la impresión grandiosa de plazas como la del Ayuntamiento, de Santiago de Compostela, está justamente en la sabiduría del trazo de la explanada.(17)

Es un hecho que Francisco Iturbe codificó su vida cotidiana a través del arte; como el consumado esteta que era, diseñó personalmente sus espacios de representación, haciendo suyo un movimiento reformista que reducía el aparato ornamental, de moda en Europa hacia la primera década del siglo XX. En paredes estrictamente blancas y con muebles de líneas rectas, limpió los interiores de sus residencias y renunció a los estilos decorativos tradicionales, mucho más abigarrados, que seguían de moda entre las élites avecindadas en Francia, a las que pertenecía por herencia. De esta forma, en sus austeros espacios y en su excéntrica vida, el arte ocupó un lugar esencial, logrando con ello cumplir una de las aspiraciones de la modernidad: fusionar vida y arte.  

 
La austeridad se convirtió en el común denominador en las residencias de Francisco Iturbe hasta radicalizar su posición. Fal todavía era una elegante residencia con mobiliario de excelente calidad y finos acabados. En su casa de México ya predominaban muebles muy prácticos, sencillos e incluso algunos confeccionados en madera de baja calidad, de hechura nada elaborada, sin ningún adorno; incluso, algunos de ellos eran del tipo que utilizaban los estratos bajos, que hizo convivir con mobiliario usado por sus antepasados en marquetería poblana. Así, Iturbe reivindicó los estilos de vida populares al incorporar piezas destinadas a las clases bajas, a diferencia, por ejemplo, de dos connotados coleccionistas de la época: Antonio Haghenbeck, quien renunció a toda modernidad al perpetuar la afrancesada decoración en la que habitaron sus antepasados, y Franz Mayer, quien si bien patrocinó el rescate de bienes muebles y artes aplicadas antiguas, preferentemente realizadas en territorio nacional, en mayor medida acopiaba objetos destinados al consumo de las élites.

Esta decisión decorativa acusa un modo de deslindarse de su clase de origen y, al mismo tiempo, de encarnar los lenguajes reductivos de la modernidad, tal como se entendían en las primeras décadas del siglo XX y especialmente desde el ideario de la Bauhaus. No es sólo una inclinación, un gusto personal, sino también una cuestión de contexto. Sobre esto, Archivaldo Burns, quien lo conoció, atestiguó que se relacionaba en un minúsculo sector de la sociedad; Iturbe:

Era de difícil acceso. Formaba un grupo o sector aparte. Aparentemente vinculado a lo auténtico mexicano pero era tan simplificado que caía en una especie de sofisticación particular  […] En realidad, rayaban en la extravagancia y el esnobismo  […] Sí lograban con su actitud y distancia que guardaban con la demás gente formar un sector social diferente que tuvo influencias sobre Luis Barragán, Chucho Reyes. Luis es un poco producto de esa sofisticación: lo sencillo de buena calidad y en cierta forma monástico.(18)

La mansión en Biarritz fue cedida por Francisco a su madre, una vez que ésta no pudo mantener su propia residencia a raíz de sus propias perdidas por la Revolución mexicana. La nieta de Elena Idaroff atestiguó que: “Vendió durante la guerra su villa Haitsura, en Anglet. Lloró mucho después de firmar la escritura de compraventa […] Paco, su hijo, le prestó su casa, Fal […] Era un templo griego, blanco y frío, de altísimas columnas flanqueadas de puertas. Entrábamos a un gigantesco vestíbulo de mármol en el que en cada extremo había un piano de cola negro”.(19) La señora se había casado en segundas nupcias, en 1902, con un francés adscrito al circuito intelectual de la época, en especial al de la literatura, el Barón Frederick Arthur Chassériau, amigo del escritor Francis Jammes. Como mencioné, esta boda propició una profunda depresión en Francisco. Con su fallecimiento, en 1932, su viudo continuó habitando la residencia hasta su muerte, ocurrida en 1955. Posteriormente, la casa fue vendida a Juan de Beistegui, emparentado con los Iturbe y miembro de la prominente familia de diplomáticos mexicanos avecindados en Francia desde 1904.(20) 

Una vez que Orozco concluyó el mural de la Casa de los Azulejos, en el trayecto de regreso a Europa Iturbe tuvo la oportunidad de conocer a José Vasconcelos, uno de los gestores más importantes del movimiento muralista, quien escribió: “En el barco viajaba un hombre distinguido, el acaudalado compatriota señor Iturbe, radicado en Francia. Conversábamos hora tras hora”. En términos similares se refiere Orozco al coleccionista: “Hombre de la más alta cultura y todo un caballero”.(21)

La primera mitad de los años treinta del siglo pasado fue para Francisco Iturbe de intensa participación cultural en México, aunque tal vez sólo es la fase más documentada hasta el momento. Se desempeñó en múltiples facetas autoasignadas: mecenas, promotor y difusor cultural, gestor de exposiciones; en fin, participó activamente en el ámbito cultural local. La casa que habitara en México funcionó como un centro de reunión intelectual durante algunos años; incluso en ella se alojaron distinguidos intelectuales como Rodolfo Usigli (1905-1979) o el historiador del arte Francisco de la Maza (1913-1972). 

 

IV

La afortunada combinación de dos prácticas culturales, el coleccionismo y el mecenazgo, hacen de Francisco Iturbe un personaje interesante y al mismo tiempo enigmático, difícil de descifrar. Se trata de un activo agente cultural que obtuvo reconocimiento a partir del ejercicio de una mirada estética que representaba un reto al mainstream nacional, al tiempo que secundaba las corrientes en boga, acumulaba piezas ligadas al arte popular o solicitaba importantes encargos a pintores de la talla de José Clemente Orozco y Manuel Rodríguez Lozano. A raíz de su muerte —ocurrida justo hace cincuenta años— su visibilidad pública se desvaneció y sus acciones culturales cayeron en el olvido.

No obstante, en su época su colección impactó a la sociedad en que se formó, en la que se exhibió. La utilidad pública de una colección privada radica, en buena medida, en que cuando ésta se institucionaliza y comienza a formar parte de los acervos estatales, vía su venta o donación, contribuye a rellenar lagunas estéticas. La colección Iturbe proveyó al INBA de importantes conjuntos artísticos. Las colecciones estatales —resultado de una política deficiente de adquisiciones durante todo el siglo pasado— presentaban carencias graves de piezas de creadores como Manuel Rodríguez Lozano, Abraham Ángel y Mardonio Magaña, que este acervo ayudó a remediar.

Iturbe, a través de su fuerte aunque discontinuo accionar en el ámbito cultural mexicano, construyó una identidad propia que excedía los límites tradicionales de su clase y su familia. Sin duda contribuyó al fortalecimiento y relevancia del coleccionismo y el mecenazgo privado. El análisis de su perfil como agente cultural activo, en una época de consolidación del movimiento artístico mexicano, proporciona un excelente vehículo para reflexionar sobre una problemática de mayor repercusión que la del mero acercamiento biográfico: ¿qué tipo de compromiso ha caracterizado a los coleccionistas y mecenas y qué función desempeñan en la actualidad?

 

Notas

1. Berta Taracena, Manuel Rodríguez Lozano, México, Imprenta Universitaria, 1971,  p. 41.

2. Es probable que hacia el final de su vida el coleccionista haya decidido regresar obra al pintor, tal vez como un acto de recuperación de su pasado artístico. Por ejemplo, el Retrato de Tebo, estaba montado en una de las paredes de la casa de Iturbe y en 1971 Taracena lo registra como propiedad del autor. Ibid., p. 48.

3. La revista era dirigida, además de Dávila, por Luis Enrique Erro y Octavio G. Barreda. Erro era muy cercano a Pellicer. Véase Guillermo Sheridan, Los contemporáneos ayer, México, FCE, 1985, pp. 57, 59, 64 y 70. Pellicer le dedicó un poema a Dávila en 1926: Concierto breve (Brujas). En 1927 y 1929 éste cuidó la edición en París de dos libros del poeta, Hora y 20 y Camino. Guillermo Sheridan apunta que, además de su amigo, era “su administrador y su editor”, en Epistolario (1918-1940) José Gorostiza, México, CNCA, 1995, p. 228.

4. Elena Poniatowska, “Pellicer, árbol de caoba que camina II”, La Jornada, México, 11 de marzo de 2002.

5. Este tema lo desarrollé en mi ensayo “Tras las huellas de un coleccionista trashumante: Francisco Iturbe”, dentro del catálogo de la exposición Francisco Iturbe, coleccionista. El mecenazgo como práctica de libertad, México, INBA, 2007, p. 11-39.

6. Felipe Iturbe y del Villar nació en México en 1847 y murió en Niza en 1889. En mayo de 1889 firma, junto con su esposa, una carta poder. Al parecer una fuente importante de ingresos de la familia era el préstamo de dinero a rédito. Archivo de Notarías, junio 6, fojas 497r-500v, fojas 520r-524, libro 1889, 1 semestre, volumen 1895. “Don Felipe […] fue caballero del Santo Sepulcro de Jerusalem  […] Testó en París  […] [en] 1885  […] donde constan las numerosas propiedades urbanas, más de diez y nueve,  entre ellas el conocido Palacio de Azulejos y las rurales que poseía, así como valores en las casa Baring Brothers y Cia. de Londres y en la Harmony's Nephews y Cia. de Nueva York”. Genealogía de la familia Iturbe, 2007. Agradezco a Javier Sanchiz su generosidad al proporcionarme material inédito. Sus referencias orientaron las búsquedas realizadas en el Archivo de Notarías.

7. Entrevista telefónica con Francisco Luis de Yturbe y Bosch Labrus, junio de 2007. Iturbe escribió en francés veinticuatro libros, edición de autor de 1950, bajo el título general de Notes d’études, enfocados a temáticas culturales y filosóficas. Son, en realidad, notas tomadas de diversos libros y enciclopedias. Citas textuales y comentarios que le parecen relevantes al descubrirlos y que los compila bajo diversos rubros, etapas históricas, estilos arquitectónicos, etcétera.

8. El testamento del padre, enviado a México a través del Consulado de Mexico en Francia en 1885, define que la herencia debía ser repartida entre todos los hijos, Felipe, Francisco, Elena y Teresa, por partes iguales. Estipuló la forma del reparto de las propiedades: Felipe recibiría el “Real de Santo Domingo, "Berruecos", 152. Ciudad de San Juan del Río, Querétaro” y el Hotel del Bazar; Francisco la “Segunda de Plateros, 9”, Elena “Juan Manuel, 22” y Teresa “El Portillo de San Diego”. Archivo de Notarías, ciudad de México. dic. 5., fojas 23-26v., libro 1893, 1 y 2 semestre, volumen 1903; abril 12, fojas 315 r- 333, libro 1889, 1 semestre, volumen 1895; dic. 5., fojas 23-26v., libro 1893, 1 y 2 semestre, volumen 1903; dic. 7, fojas 26v-31v, libro 1893, 1 y 2 semestre, volumen 1903; libro 1893, 1 y 2 semestre, volumen 1903, septiembre,  fojas 2-3v; junio 6, fojas 497r-500v, fojas 520r-524, libro 1889, 1 semestre, volumen 1895; 1885, oct. 31, dic. 5.

9. Una de sus nietas declaró acerca de la señora Idaroff: “Su preferencia por Paco era notoria. La mostraba tanto que hizo sufrir a sus demás hijos. A Paco lo llamaba su ‘niño Dios’”. Paula Amor Poniatowska, Nomeolvides (traducción y prólogo de Elena Poniatowska), México, Plaza y Janés, 1996, p. 45. En el testamento paterno quedó estipulado que la madre entregaría la casa familiar al hijo varón de su elección y éste tendría que pagar una indemnización al resto de sus hermanos. El problema consistió en que ella estipuló para la indemnización una cantidad mucho menor al costo real de la mansión; dos de los afectados se inconformaron con el excesivo favorecimiento a Francisco y el caso fue llevado a tribunales. Véase El reparto leonino de la casa de los azulejos, México, edición particular, 1936.

10. Expediente de Francisco Iturbe Idaroff, Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores. La consulta fue realizada por Claudia Barragán, agradezco que me haya proporcionado copia de estos documentos.

11. Entrevista con Corina Calvo de Yturbe, junio de 2007.

12. Paula Amor Poniatowska, op. cit., pp. 45-46. Profunda depresión le causó ese matrimonio; escribió: “lloro como un niño de dos años, lloro como se llora a una muerta”. Diario de Francisco Iturbe, manuscrito en francés, de 1900 a 1904, colección de Corina de Yturbe.

13. Ángeles González Gamio, Agasajo múltiple”, La Jornada, México, 14 de diciembre de 1997.

14. En esa casa se organizó, en 1914, un festejo con Victoriano Huerta como invitado especial para cerebrar la muerte de Francisco I. Madero durante la Decena trágica. Al ocupar Venustiano Carranza la presidencia firma un decreto de expropiación y la destina a fungir como la Casa del Obrero Mundial en 1915. Iturbe se dio a la tarea de rescatarla, cosa que logró en breve tiempo. La mansión se mantuvo en propiedad de los herederos de Don Paco hasta 1978 que la vendieron a la empresa Sanborn Hermanos. Para este tema véase Magdalena Escobosa de Rangel, La Casa de los Azulejos: reseña histórica del palacio de los Condes del Valle de Orizaba, México, Ediciones San Ángel, 1986, 131 p.

15. Carlos Tello Díaz, El exilio. Un retrato de familia, décima edición, México, Cal y arena, 1994, p. 20-22 y 27.

16. Sobre su afición por la música dejó testimonio Salvador Novo, quien ubica en mayo de 1945 la siguiente escena, poco antes de iniciar un concierto en el palacio de Bellas Artes: “Don Paco Iturbe se aprendía de memoria la letra de la Pasión según San Juan, impresa en los programas […] junto a su gerente el Cabezón Dávila”, en La vida en México en el periodo presidencial de Manuel Ávila Camacho”, México, Conaculta, 1994, p. 322.

17. Vasconcelos iba en camino de uno de sus exilios políticos. José Vasconcelos, El desastre, México, Trillas, 2000, p. 314.

18. Entrevista con Archivaldo Burns Luján, 2 de junio de 2007.

19. Paula Amor Poniatowska, op. cit., p. 29. 

20. Javier Sanchiz, Genealogía de la familia Iturbe, 2007. En 1964 la casa fue traspasada al municipio de Biarritz. http://webetab.ac-bordeaux.fr/Etablissement/Fal/villa/historiq.htm. El nieto de Francisco Iturbe relata el destino del menage de la casa: “Cuando Paco murió, mi padre vendió una colección bastante grande de obras de arte, muebles y piezas de decoración que se encontraban en la casa de Biarritz  […] muy pocas cosas de este lote llegaron a México. Esta venta se realizó en Francia por medio de una casa de subastas  […] En esta colección es donde estaba el óleo de Rembrandt […] No recuerdo ninguna escultura”. Pablo de Yturbe, comunicación electrónica, junio de 2007.

21. José Clemente Orozco, “Autobiografía”, Excélsior, México, 24 de marzo de 1942.

 

 

 


Serie de Santa Ana muerta, de Manuel Rodríguez Lozano, colocada
en una de las habitaciones de la casa de Francisco Iturbe en Isabel la Católica núm. 30, ciudad de México. Foto: Manuel Álvarez Bravo, s/f. Archivo María Luisa Novelo



Interior de la casa de Francisco Iturbe en Isabel la Católica núm. 30, ciudad de México. Foto: Manuel Álvarez Bravo, 1932. Archivo María Luisa Novelo.



Fotografía del boceto de retrato de Francisco Iturbe por Manuel Rodriguez Lozano, ca. 1931.
Archivo María Luisa Novelo.