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Caracol de Oventic, Chiapas, México.

 

 

Zapatistas, lucha en la significación. Apuntes


Dentro del estudio y reflexión sobre las diferentes implicaciones del movimiento zapatista, que hizo su irrupción pública en Chiapas, México, a mediados de la década de 1990, la autora del presente texto propone el análisis de sus recursos discursivos, ubicados ya dentro del capital estético y artístico latinoamericano, que representan “prácticas nuevas, relaciones sociales de otro tipo, concepciones del mundo, la naturaleza y la comunidad que ocupan un lugar indiscutible en el espectro político actual”.

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CRISTINA HÍJAR GONZÁLEZ LICENCIADA EN DISEÑO
DE LA COMUNICACIÓN GRÁFICA
Investigadora del Cenidiap
cristina_hijar@hotmail.com

 

En un documento de la maestría en Comunicación y Política de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco(1) se afirma: “Nunca antes en la historia del pensamiento occidental los procesos múltiples y heterogéneos de cultura se erigieron como un hecho político de imprevisibles consecuencias”. En el mismo sentido, Naomi Klein plantea: “Este enjambre descentralizado y multicéfalo ha conseguido educar y radicalizar una generación de activistas en todo el mundo”,(2) al referirse al movimiento altermundista, el nuevo modelo de activismo político-social surgido a finales de la década de 1990 y al que desde México el movimiento zapatista contribuyó de manera fundamental desde el primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo (Chiapas, 1996). Dos años después, la misma autora plantearía que el activismo ha rebasado la marcha y pasado a la acción directa.

La organización más importante en términos históricos y políticos de fines del siglo pasado es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Casi inmediatamente después de su aparición pública en enero de 1994, la lucha zapatista, icono de la resistencia cultural en un primer momento, se convirtió en una propuesta mundial arrolladora, no sólo por lo justo de sus demandas en tanto exigencia de reivindicación de pueblo indígena maya, sino por el ejercicio de una nueva política y por el discurso que la involucra. Su estudio y reflexión, a estas alturas, tiene ya un lugar en los tópicos académicos y demás espacios de construcción de conocimiento y no es ajeno a nadie, incluso a sus detractores.

En una primera aproximación al tema, la relación entre arte y utopía lleva a considerar que en la historia reciente de América Latina, dentro del contexto de sus luchas de liberación nacional y movimientos populares, se han producido una multiplicidad de significantes de formas y soportes diversos (verbales, musicales, visuales, escénicos, entre otros) que han incidido de manera definitiva en estos procesos sociales y constituyen la dimensión estética de la utopía presente en todo proyecto político, entendiendo la política como el arte de lo posible (Franz Hinkelammert) y la utopía como generadora desde el futuro de prácticas políticas transformadoras en el presente (Raúl Vidales, Horacio Cerutti, Adolfo Sánchez Vázquez, et al.).

Dentro de este planteamiento, cabe mencionar, por ejemplo, la realización de pegotes zapatistas desde 1994 por diversos colectivos y organizaciones civiles como apoyo y difusión de la lucha indígena. A pesar de que esta producción gráfica fue hecha con fines de difusión y propaganda, no se limitó a ello si se atiende su dimensión social y política como capital estético y en la línea de una poética latinoamericana construida por las expresiones de estas luchas a lo largo y ancho del continente.

Esta importante producción de recursos de significación rebasa los límites de la agitación y la propaganda y exige adentrarse en análisis pluridisciplinarios para comprender sus condiciones de producción, circulación y recepción y, sobre todo, sus consecuencias y efectos políticos y sociales. Explorar, por mencionar algunos, los lugares y sujetos de enunciación; las temáticas tratadas que proponen una sensibilidad y una racionalidad distintas, que logran el desplazamiento y la resignificación de conceptos y la construcción de nuevos imaginarios colectivos; el uso y propuesta de nuevos recursos discursivos y vehículos constructores de sentido (enunciativos, argumentativos y retóricos); las formas y los modos del decir que acaban por conformar una poética asentada más en prácticas concretas que en teorías discursivas, y de ahí la importancia de las fuentes que me ha interesado explorar. Todo ello acaba por constituir prácticas nuevas, relaciones sociales de otro tipo, concepciones del mundo, la naturaleza y la comunidad que ocupan un lugar indiscutible en el espectro político actual. Una discursividad que replica al discurso hegemónico y que propone una nueva construcción de sentidos, de subjetividades, de anticipación de realidades fundamentalmente intuidas y deseadas. Naturalmente, la imaginación y la memoria ocupan un lugar predominante en todo esto para descubrir y proponer el marco de lo posible. Considero todo esto necesario para abordar un movimiento cultural que es también producción artística, dimensión estética, acto significativo, hecho político e ideológico, práctica social, intercambio comunicativo.

 

Lucha en la significación                             

Dentro de la complejidad y diversidad de estrategias de comunicación, en juego y en disputa en el escenario político actual, mi interés se centra en aquellos procesos colectivos que inciden en el devenir político y social. Procesos de comunicación con nuevas e innovadoras formas de producción y de circulación, con recursos significativos que tienen sus raíces en una tradición latinoamericana de expresión de y en las luchas populares que nos informan de un universo de significación paralelo al dominante. Éstos forman parte del conjunto de discursos y prácticas que replican y resisten al discurso hegemónico dominante.

André Reszler (La estética anarquista, 1974) plantea que es a partir del movimiento estudiantil mundial de 1967 que se dio una estetización progresiva de los movimientos contestatarios o de réplica; yo coincido con esta tesis. Si bien siempre han existido manifestaciones artísticas que acompañan movimientos sociales o políticos, fue en la década de los sesenta en que hubo una especie de democratización de estos recursos que rebasan el ámbito de lo artístico oficial en su producción y circulación. Herbert Marcuse (Hacia la liberación, 1969) lo advierte también cuando afirma que la lucha política adquiere un carácter total al apropiarse la dimensión estética. De entonces a la fecha, abundan los ejemplos de producciones de significación en los que resulta muy difícil, por no decir reduccionista, separar las demandas y las denuncias de los recursos artísticos y estéticos. Al revés, son conjuntos complejos susceptibles de ser abordados desde diferentes perspectivas pero, indudablemente, de gran riqueza significativa.(3)

           
El discurso zapatista no sólo coexiste con otros discursos en el espectro político actual, sino que tiene un lugar preponderante al sustentar el proyecto de otro presente y futuro posibles contrarios a lo propuesto por el poder hegemónico. Es, pues, necesario atender y considerar, en todo momento, sus implicaciones tanto teóricas como prácticas

Asimismo, resulta necesario identificar su justa ubicación dentro del discurso social actual y atender sus particularidades, desde su producción y condiciones enunciativas (Mabel Piccini propone la atinada definición de “maquinas colectivas de expresión y dispositivos colectivos de enunciación”), su circulación y su recepción, que van desde sus aportes al conocimiento de nuevos ámbitos simbólicos hasta su instrumentación por parte del poder del Estado.

Una de las características y condiciones distintivas la otorga su naturaleza comunitaria, de donde deviene el carácter popular de esta discursividad. Lo popular no como adjetivo impuesto desde fuera, sino como sustantivo que define un conjunto cultural particular por sus condiciones de producción, circulación, valoración y consumo, y contra aquellas concepciones que ubican lo “popular” sólo como una construcción de la cultura dominante, que no le reconocen una existencia más que en relación de aquella, como conjunto de prácticas que se ubican en el resto… no como bien común en donde razón y sensibilidad se imbrican, se determinan, un resto, sí, discriminado, oculto, excluido, amputado, pero en proceso de recuperación.

En el mismo sentido, resulta necesario definir y ubicar los sujetos múltiples presentes en esta discursividad, desde el sujeto de la enunciación (las comunidades y pueblos indígenas organizados), el sujeto político constituido (sujeto autonómico), el sujeto histórico propuesto y en permanente construcción (dueño de su historia con justicia, democracia y libertad), a los que hay que vincular y ubicar en y con las representaciones sociales a las que este complejo proceso da lugar y sus derivaciones en términos de comportamientos y organización social.

Dentro del discurso y, en particular, en el análisis de la poética zapatista, los modos y medios de su decir, podemos ubicar los elementos que constituyen también este discurso como una novedad expresiva y comunicativa. Sin duda, ha desplazado o resignificado viejos conceptos, categorías, instrumentos poéticos y teóricos e, incluso, ha incorporado nuevos (desde el silencio hasta lo invisible) que pueden convertirse, como conceptos inéditos por la novedad de su enfoque y su aplicación, en herramientas estético-políticas.

La relación lingüística-icónica, las formas retóricas y literarias, los recursos argumentativos textuales y visuales, el uso del tiempo y del espacio, el humor, la ironía, el animismo, el realismo mágico, los recursos de ficción, el uso de la metáfora y otras herramientas poéticas, son sólo algunos de los elementos presentes en la discursividad zapatista.

La eficacia y contundencia del discurso zapatista, además de la justeza de sus planteamientos y demandas sociales y políticas, provienen también de la afectación directa a la dimensión estética. Pero es importante tener todo el tiempo presente la demarcación política de la estética zapatista, sobre todo a la luz de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona (julio 2005), en la que se convoca a otra forma de hacer política, a construir un programa de lucha nacional y de izquierda, y por una nueva Constitución. El EZLN no puede ser sólo avistado desde lo estético, es fundamentalmente un asunto político.

 

La otra comunicación, el otro arte y la otra cultura

El problema de las fuentes en el abordaje de este tema resulta fundamental. Es imperativo acudir a las fuentes directas, de primera mano, visuales, literarias, verbales-discursivas; a los decires múltiples de la expresión del sujeto colectivo de enunciación. Recurrir tanto a la historia oral, a las expresiones de la memoria y al patrimonio cultural colectivo, como a los recursos utilizados para hacerse visibles (comunicados, murales, gráfica, eventos performativos, entre otros). Partir del análisis de objetos concretos de una temática o corpus inédito y subversivo (por la novedad de su propuesta formal y la afectación sociopolítica y estética que ha logrado), que demanda una aproximación reflexiva y analítica que incorpore la consideración de la experiencia empírica a los postulados teóricos en el proceso de conocimiento. Al respecto, resultan muy pertinentes las observaciones que el historiador italiano Carlo Ginzburg ha hecho en relación con estas instancias y vías de conocimiento, no para ver en la empiria una simple referencia sino un real y complejo espacio estético y cognoscitivo.

Lo artístico, como potencial humano de expresión y conocimiento complementario y diferente a lo racional, está presente en muchas de las formas de este discurso y, sin duda, lo está lo estético como capital y dimensión afectada desde nuevas perspectivas de la sensibilidad y la sentimentalidad.

La misma noción de creación se extiende hasta ser una posibilidad para todos, como también lo es el acceso a manifestaciones y expresiones artísticas realizadas por todo aquel que quiera desde integrarse a un colectivo mural hasta cantar o interpretar algún instrumento en el transcurso de alguno de los muchos actos realizados, o realizar un bordado de nuevo tipo integrando el estilo tradicional de las regiones específicas con alguna consigna zapatista. En la práctica, y a la par de las propuestas educativas y de comunicación e información, se da una democratización de la cultura y el arte en todos sus ámbitos y se cumple una de las demandas zapatistas enarboladas desde 1994.

En un bello ensayo, Eduardo Galeano advierte sobre la censura estructural que permea a nuestras sociedades, específicamente en el plano cultural. Es decir, el ubicar a la cultura como algo dado, que se consume pero que no se crea más que sólo por algunos iluminados. Apunta sobre la necesidad de fomentar una idea de creación como derecho colectivo frente a una política cultural y artística censora y discriminatoria. En este sentido enuncia hermosos ejemplos y destaca su poder subversivo, desde el mismo hecho de rescatar la memoria o de anticiparse a un mejor futuro. Contra los artistas que reivindican el privilegio de la irresponsabilidad.(4)

 

Apuesta a aquellos que encienden “fueguitos de la identidad, la memoria y la esperanza”. Los zapatistas tienen claro esto y así lo expresan en algunas de las definiciones de la mesa sobre “La otra comunicación, el otro arte y la otra cultura”, realizada en el Caracol de Oventic el 1 de enero de 2007 en el marco del primer Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo. La otra comunicación, concebida como “intercambio de conocimientos”, incluye desde el periódico mural, el Internet, la “cámara filmadora” como instrumento para la memoria, el testimonio y la denuncia, hasta las radios comunitarias e incluso, y literalmente como medios de comunicación, al sistema de transporte zapatista. Vislumbran su importancia “para fortalecer la resistencia” al ser medios para “orientar, educar, informar y animar a los pueblos”. Todo esto impulsado por promotores elegidos por sus pueblos que desarrollan su trabajo o comisión en acuerdo con las asambleas de zona, la reunión municipal o local y, por supuesto, con las Juntas de Buen Gobierno.

Sobre el otro arte, afirman: “Como parte del trabajo de los pueblos zapatistas es aprender e imaginar cosas nuevas, como el aprender a componer e inventar sus propias canciones, músicas, poesías, teatros, dibujos y pinturas, son ahora las formas de manifestarse y expresarse sobre todo [de] los jóvenes”. Por supuesto incluyen los bordados “en donde expresamos nuestros pensamientos” porque “el arte es saber construir nuestras experiencias” y ahí también están los objetos de barro, los juguetes inventados por los niños e incluso el arte de cocinar “experimentando hojas, frutas de sabores y olores”. Sobre los murales los consideran muy importantes “ya que es otra forma de expresar o contar nuestra historia”, después de pasar algunos ajustes cuando “los hermanos y hermanas pintores llegaban a pintar lo que él quiere o piensa”, formaron equipos de muralistas, “ahora nosotros, o sea el pueblo, es el que dice qué es lo que quiere que se pinte.”(5)

Todas estas reflexiones incluyen referencias a la relación respetuosa y en armonía con la naturaleza, la importancia de sus lenguas, vestimenta y música tradicional, el rescate de las tradiciones y las fiestas y celebraciones:

Otra cultura, en este tema de la otra cultura es muy importante, para nuestros pueblos son importantes el vestimento, los actos ceremoniales, su forma de respetarse la creencia, el rezo tradicional, es decir, su forma de adorar el padre sol, la madre luna, la madre tierra, el agua, el fuego y la lluvia. Como pueblo tiene su propia forma de amar y cuidar la naturaleza, su forma de sembrar y producir la tierra, también su forma de curar sus enfermedades, nosotros como pueblos zapatistas seguimos cuidando, conservando y mejorando las buenas culturas que nos dejaron nuestros ancestros. Las culturas propias de los pueblos es parte importante de la autonomía y resistencia de las comunidades y los municipios autónomos. La cultura también es un derecho y es la que nos identifica como pueblos indígena, como pueblos maya que somos.(6)

Esta es la concepción zapatista de cultura, no reducida sólo al arte, que da lugar a modos de comprensión histórica y social de nuevo tipo. Alberto Híjar plantea que:

la cultura es lucha por y en la significación. Transformarla exige criticar a la par los significados evidentes y no evidentes, así como los significantes diversos y complejos que integran estructuras de significación. Las alternativas culturales al poder del Estado no serán marginales sí desean transformarlo, sino han de procurar revivir tradiciones de organización procreadoras de instituciones populares con proyectos de largo plazo que van cumpliéndose con la evaluación, la crítica y la autocrítica, de modo de afectar los significados culturales en disputa y con ellos, los modos de significación a fin de dar vida al sujeto histórico de la liberación nacional.(7)

Vemos así la dimensión de la lucha zapatista, el tamaño de sus desafíos; la transformación de la realidad objetiva en beneficio de los pueblos y comunidades indígenas, y no sólo a la par sino como única garantía de lograrlo: la construcción del sujeto autonómico. La propuesta y posicionamiento político del movimiento zapatista está, en los hechos, enriquecido por el conocimiento sensible. Esto dota a su lucha de una radicalidad sin precedentes por su capacidad de impugnación, de proposición y construcción de otra realidad posible y en marcha: la real existencia de comunidades organizadas y autogestivas.

Raúl Zibechi plantea una propuesta que, a mi modo de ver, habría que considerar cuando de estos temas se trata:

Los movimientos sociales de nuestro continente están transitando por nuevos caminos, que los separan tanto del viejo movimiento sindical como de los nuevos movimientos de los países centrales. A la vez, comienzan a construir un mundo nuevo en las brechas que han abierto en el modelo de dominación. Son las respuestas al terremoto social que provocó la oleada neoliberal de los ochenta, que trastocó las formas de vida de los sectores populares al disolver y descomponer las formas de producción y reproducción, territoriales y simbólicas, que configuraban su entorno y su vida cotidiana.(8)

Enseguida, propone ocho ejes como rasgos comunes de estos movimientos que habría que analizar en su contexto y condición histórica particular: la territorialización, la autonomía; la revalorización cultural y la afirmación de la identidad; la capacidad para formar sus propios intelectuales; el papel de las mujeres; la organización del trabajo y la relación con la naturaleza; el tipo de la organización política; las formas de acción, y abordar, también, los retos y desafíos que de esto derivan.

La lucha zapatista se inscribe en esa corriente en que la principal característica es el poder hacer de quienes la emprenden, de ahí su distancia de otras tradiciones organizativas en las que el objetivo es, o fue, la conquista del poder, como espacio y como institución, para entonces comenzar las transformaciones necesarias. En el caso zapatista, esta es una realidad en curso.

 

Bibliohemerografía

Bollème, Geneviève, El pueblo por escrito. Significados culturales de lo “popular”, México, CNCA/Grijalbo, 1990.

Galeano, Eduardo, “Literatura y cultura popular en América Latina. Diez errores o mentiras frecuentes”, en Adolfo Colombres (comp.), La cultura popular, México, Premia Editora, 1984.

Híjar, Cristina, Calcomanías zapatistas: contribución a una poética latinoamericana, México, CNCA/INBA/Cenidiap/AMV/Estampa Artes Gráficas, 2004.

Híjar, Cristina, “Utopías para caminar”, en Arte y utopía en América Latina, México, Cenidiap/CNCA/INBA, 2000.

Piccini, Mabel, “La sociedad de los espectadores”, Versión, México, núm. 3, UAM-X, abril de 1993.

Reszler, André, La estética anarquista, México, FCE, Colección Popular, 1974.

Zibechi, Raúl, “Los nuevos rostros de los de abajo. Movimientos sociales latinoamericanos: tendencias y desafíos”, en La Jornada, Masiosare núm 302, 5 octubre 2003.

 

Notas

1. Sin autor, posgrado en Comunicación y Política, México, UAM-X, 2003.

2. Naomi Klein, Vallas y ventanas, España, Paidós, 2002.

3. Cristina Híjar, Siete grupos de artistas visuales de los setenta, inédito.

4. Idem.

5. Relatorías del primer Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo, Caracol de Oventic, Chiapas, 30 diciembre 2006-2 enero 2007. http://enlacezapatista.ezln.org.mx

6. Idem.

7. Alberto Híjar, La cuestión cultural. Tesis iniciales para corregir, Documento Uno, agosto de 1994.

8. Raúl Zibechi, “Los nuevos rostros de los de abajo. Movimientos sociales latinoamericanos: tendencias y desafíos”, La Jornada, suplemento Masiosare, México, núm 302, 5 de octubre de 2003.


 

Detalle de mural, Caracol de Oventic, Chiapas, México.

Red de Defensores Comunitarios de Derechos Humanos • manta San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México.

Petul • Las compañeras son viudas y son rebeldes pintura, 30 x 30 cm.

Municipio Autónomo Rebelde Zapatista San Pedro Polhó, Caracol de Oventic, Chiapas, México.

Salón comunitario, Moisés Gandhi, Municipio Autónomo Rebelde Zapatista Ernesto Che Guevara, Caracol de Morelia, Chiapas, México.