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El derecho a disfrutar del arte
Nuestra relación con el arte y los museos de arte no es, sino en última instancia, una cuestión de gusto o sensibilidad individual. Se trata más bien de las posibilidades, o falta de ellas, que hemos tenido de explorar, obtener conocimientos, valorar y adquirir hábitos de disfrute de la "alta cultura", a la que hoy se dedica la mayoría de los museos.
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GRACIELA SCHMILCHUK • HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora del Cenidiap
gamina@laneta.apc.org
¿ Por qué estamos como estamos?
En México —así como en otros
muchos países— los museos de historia y de ciencias
tienen muchos más visitantes que los museos de arte. Es
decir, con algunos museos sentimos que podemos tutearnos. ¿Por
qué?, hay buenas razones históricas para ello, sobre
todo en nuestro país. Por lo pronto, en el sistema escolar
la enseñanza de la historia y las ciencias ha tenido un
lugar de primera importancia en relación con la enseñanza
del arte. La historia como base para la construcción de
una conciencia nacional, de la identidad mexicana según
la ha entendido el Estado; las ciencias, por garantizar conocimientos
básicos para la vida laboral.
En México, la apertura de los modernos museos Nacional de Historia (1944), Nacional de Antropología (1964) y de Historia Natural (1964) reforzó esa necesidad del Estado ya desarrollada por el sistema educativo.(1) Los tres recintos fueron dotados rápidamente de maestros comisionados para ocuparse de los servicios educativos y los acuerdos entre museos y escuela, en cuanto a facilitar y luego volver obligatoria la asistencia de grupos escolares a los mismos, se dieron sin mayor dificultad.
En cambio, con el arte los programas escolares
han tenido relaciones intermitentes y frágiles. Desde 1920
hasta por lo menos 1940 se promovió la pintura mural, el
arte popular, la enseñanza del dibujo en las escuelas y
exitosas exposiciones de pintura infantil dentro y fuera del país.
Las Misiones Culturales reforzaron esta opción a lo largo
del territorio mexicano. La formación visual promovida entre
las mayorías estaba muy alejada de la pintura de tradición
académica o de las vanguardias artísticas internacionales.
A partir de la apertura del Museo Nacional de
Artes Plásticas en el Palacio de Bellas Artes (1947-1952),
del Museo de Arte Moderno (1964) y tantos otros en años
posteriores, la tendencia anterior se revirtió por completo.
Ya no se estimuló la enseñanza artística
escolar sino la difusión, en particular la de los grandes
artistas de la Escuela Mexicana y luego otros de vanguardia. Ello
sólo atrajo a pequeños grupos de la población
ligados con el medio artístico o a sectores tradicionalmente
privilegiados. Además, los museos de arte, excepto el Nacional
de Artes Plásticas, no se dotaron de un aparato informativo y pedagógico
sólido, como los de historia y antropología, a pesar
de necesitarlo más que ningún otro.
De esta manera, en las escuelas de la Secretaría de Educación Pública tanto los maestros como los alumnos y sus familias se vieron privados de los conocimientos y las prácticas que facilitaban la familiaridad con las artes plásticas "cultas", no obstante algunos esfuerzos discontinuos aunque loables de dependencias como el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) por compensar con programas extracurriculares los vacíos del sistema educativo.
No es un deber ni una virtud ser aficionado al
arte, a la historia o a la ciencia, porque eso no es un valor en
sí mismo; ya vimos que en otras etapas históricas
del país
era mejor visto el gusto por el arte popular o la pintura mural.
Pero lo indudable es que todos tenemos derecho a obtener conocimientos
y experiencias —a una "alfabetización cultural
más completa"— para abrirnos camino a la familiaridad
y disfrute de ciertos objetos culturales. Por ejemplo, los conocimientos
brindados por la escuela, los medios masivos y los museos, combinados
con las costumbres y tradiciones culturales de la familia de cada
quien —más o menos cercanas a alguna de las artes—
darán
como resultado distintos grados de afición al arte. Tales
hábitos favorecen un mayor desarrollo de la personalidad,
de la sensibilidad y la capacidad de reflexionar.
Los diversos grados de afición al arte tienen que ver, por una parte, con la reproducción de las desigualdades culturales de generación en generación, con la reproducción de los miedos a ciertas prácticas consideradas dignas de "otros" sectores sociales más cultos que el propio. Es decir, en buena medida la capacidad para asimilar la educación artística escolar o extraescolar está precondicionada por el origen social.
No asistir a museos puede ser una forma de resistencia sana, si surge de una elección y si genera propuestas de prácticas alternativas, por ejemplo, promover colectivamente un tipo de museo o exposición distinto al que nos disgusta. De lo contrario, no asistir a museos es renunciar a un derecho, renunciar de entrada a algo que nos corresponde, y perpetuar así la desigualdad cultural.
Si educar significa integración a una cultura común
—en un intento aparente por borrar diferencias sociales, económicas
o étnicas— la incorporación del área
artística, difícil de abordar, será siempre
un enriquecimiento. Cuando los padres puedan elegir para sus hijos
entre una escuela con educación artística y otra
sin ella, no dudemos que la mayoría elegiría la primera.
Y en esta elección se depositarían muchas esperanzas
de movilidad social, de acceso a espacios sociales nuevos. Aunque
si pudieran elegir entre una escuela con educación artística
y otra con educación artesanal u otra aún con acento
en nuevas tecnologías, la elección se haría
según el principio que mencionamos antes: el origen y la
posición social actual de cada familia y su bagaje cultural.
En términos generales, esto es inevitable, pero sujeto
a pequeñas variaciones valiosas según la orientación
de la acción educativa y cultural.
De manera que para la mayoría de los maestros
de todos los niveles educativos, el uso frecuente de los museos
—como espacio de goce y conocimiento, y como recurso complementario
para su trabajo— sería un modo de decir basta a la "condena" de
la desigualdad cultural. Sería transgredir sanamente una
norma social no escrita, pero muy fuerte.
Reglas sociales y uso del tiempo libre
La cantidad de opciones que tenemos para el uso
del tiempo libre aumenta día con día, sobre todo,
la televisión abierta y por cable, el video, la radio, los
juegos electrónicos y por computadora, los espectáculos
populares masivos, los deportes, las religiones, las actividades
comunitarias y políticas, los paseos por centros comerciales,
el cine, los libros, el teatro, la música, la danza. Hasta
aquí podríamos decir que casi todos los sectores
sociales, según su poder adquisitivo, usan alguna de estas
posibilidades, puesto que existe detrás una industria cultural
cuya oferta es tan variada que puede llegar a atraer a grupos de
distintas edades y niveles de instrucción.
Sin embargo, en cuanto a exposiciones y museos
respecta, el uso es restringido y la diversidad social aparece
representada sobre todo en la asistencia de grupos escolares. Es
cuantitativamente muy pobre, en relación con el uso de la
televisión. Son las escuelas privadas las que sacan más
provecho de esta oportunidad, porque esta actividad es un tanto
más familiar o "natural" —ya
sabemos que no lo es— a padres y maestros e inclusive a algunos
niños.
Esa familiaridad no se fabrica de un día
para otro. Los maestros de las escuelas públicas son la
pieza clave para iniciar un cambio de actitud, primero en sí mismos,
luego en sus alumnos y en sus familias. El cambio puede comenzar
en cualquier momento, con el apoyo de los funcionarios del sistema
educativo y cultural en lo relativo a oportunidades de formación
suplementaria para maestros en materia de patrimonio —artístico,
natural, científico, histórico, etcétera—
y de todo el personal de cada museo.
No se trata sólo de un esfuerzo que los
maestros tienen que hacer. Hay una parte fundamental que corresponde
a los museos: que todo el equipo trabaje a conciencia para ampliar
el tipo de visitantes, de rienda suelta a la imaginación
y emplee tiempo, energía y dinero para idear programas de
exposiciones y educativos que interesen a muchos. El Museo Nacional
de Culturas Populares lo logra, por los temas que aborda, las originales
museografías y formas de difusión que suele inventar.
Las actividades educativas y espacios lúdicos del Museo
Nacional de Arte, del Museo Universitario de Ciencias y Arte, de
los museos Rufino Tamayo y de San Carlos, en el Distrito Federal,
son algunos ejemplos.
Cuando los museos dan cabida a exposiciones temáticas
bien pensadas, alrededor de asuntos que conciernen a mucha gente,
la claridad de sus mensajes orienta mejor las elecciones de la
población y los maestros sobre lo que pueden esperar del
evento. El tema, el título mismo de la exposición
es una clave informativa importante. Si, además, los museos
amplían sus criterios y enriquecen sus colecciones con objetos útiles
para comprender contextos y relaciones entre distintos niveles
de la realidad —artes cultas-diseño-artes populares,
o historia política nacional, historias locales, historia
de la vida cotidiana— y anuncian debidamente estos cambios,
las posibilidades de aumentar el interés de maestros y población
se incrementa sensiblemente.
¿Qué hacer con los museos?
Atravesar el umbral de un museo significa, entonces,
mucho más que un viaje en metro o “pesera” y
dar unos pasos. Implica, para la mayor parte de la población,
ir contra una corriente subterránea, y aprender a usarlos
como herramientas para sí mismos.
Antes de llevar a los alumnos a un museo, o de enviarlos a investigar por su cuenta, sería conveniente que el maestro ya conociera esas exposiciones. Es evidente que su carga de trabajo es pesada, que con dificultad puede atender sus clases, su hogar y su familia. Pero si de vez en cuando le es posible visitar exposiciones por puro gusto, podría transmitir ese gusto a sus alumnos. Si no, puede permitirse descubrirlas junto con ellos y, mejor aún, a través de su mirada.
Uno de los tantos temores que nos acechan a los adultos cuando vamos con niños a museos es el de no tener respuestas acertadas para sus preguntas. Pero en realidad nadie tiene respuesta a todas las preguntas, menos aún si se trata de arte. Entonces, ya sea en el salón de clases o en las salas de exposición, lo que podemos decir es "yo no sé todo, pero vamos a investigar". Y para ello acudir a los educadores de los museos, solicitar los materiales didácticos que hayan elaborado, discutir sobre cómo convertir en juego algunos temas y problemas o consultar bibliografía.
Hasta hace pocos años, sólo algunos museos contaban con servicios educativos. Hoy, la mayoría de ellos los ofrecen, y nunca antes la preocupación por su calidad y cantidad habían sido tan intensas, y es apenas el comienzo de un desarrollo profesional que el Estado debe a todos, puesto que desde siempre ha afirmado la función educativa de los museos.
Como maestros, pues, ¿qué podemos
pedir y esperar de los museos? ¿Y qué habremos de
poner de nuestra parte? Véamos: ¿qué hacemos
cuando tenemos delante un espacio con cosas poco conocidas? Explorar. Los
niños, desde bebés, preguntan a su manera: exploran,
recorren, observan, si es posible manipulan los objetos, y se toman
su tiempo. Cuando ya saben hablar, formulan verbalmente esas preguntas.
Tal actitud posibilita el aprendizaje a cualquier edad y los maestros
y guías de museos pueden ayudar a que resurja esa actitud.
Las colecciones siempre tienen algo que todavía no hemos
explorado, preguntas que no les hemos hecho, o respuestas que se
construyen poco a poco, con cada visita. Motivar. Es
un requisito indispensable para dar lugar al aprendizaje. De una
sola visita a una exposición podríamos esperar eso,
en primer lugar: niños, jóvenes o adultos motivados
a explorar, preguntar y reflexionar sobre lo que vieron en la exposición,
durante y después de la visita. Y con deseos de regresar.
Para las escuelas de las ciudades es difícil
y costoso programar varias visitas en un año a un solo
museo. Si la motivación fue suficiente y, si el museo puede
ofrecer a los niños y sus familias programas de varias
sesiones o más
—talleres, visitas especiales, tertulias, etcétera—
el paso más difícil se habrá superado: esas
personas sentirán que ya es fácil regresar al museo, reconocerán espacios,
obras, guías; se lo irán apropiando poco a poco y
pronto por su cuenta.
Pensemos un momento: los niños adquieren conocimientos y habilidades en matemáticas, historia y lenguaje durante años y no por ello se vuelven aficionados o profesionales de estas disciplinas. ¿Podríamos decir que aprenden realmente a disfrutarlas, que llegan a ser lectores creativos de literatura e historia? Admitamos que esto sucede en muy pequeña medida. De modo que no se vale menospreciar las etapas de motivación y exploración pretendiendo que las realmente válidas son las de comprensión, análisis, síntesis o, si ustedes quieren, adquisición de conocimiento, habilidades y aptitudes.
De cómo el maestro estimule la elaboración de la experiencia placentera del museo en la escuela, y cómo los niños y jóvenes la compartan entre sí también depende tanto el nivel de comprensión al que lleguen como la futura relación que mantengan con esos museos y sus contenidos. Si el maestro convierte la experiencia en un deber de rendir cuentas, el museo será asociado con el aspecto más penoso de la escuela y eso resultará más que positivo, impositivo. Si sabe respetar el carácter de aventura y exploración e incitar a los alumnos a expresarse de distintas maneras sobre ella, logrará lo que tantos deseamos: abrir las puertas del museo a cada vez más públicos.
De lo dicho se desprende, además, una propuesta operativa: la organización de comisiones con representantes del sistema educativo y de los museos, comisiones en cuyo seno se discutan y acuerden los elementos básicos requeridos para que la relación museo-escuela fluya creativamente.
Bibliografía
Bourdieu, Pierre, La distinción, Madrid, Taurus, 1988.
Barrera Bassols, M., Iker Larrauri Prado, Teresa Márquez Martínez, Graciela Schmilchuk, Museos al revés. Modalidades comunitarias y participativas en la planificacion y el funcionamiento de museos, inédito.
Cimet, Esther, Martha Dujovne, Néstor García Canclini, Julio Gullco, Cristina Mendoza, Francisco Reyes Palma, Guadalupe Soltero, El público como propuesta. Cuatro estudios sociológicos en museos de arte, México, INBA, Cenidiap, 1987, pp. 20 a 35.
Sherman, Daniel, Irit Rogoff (comps.), Museum Culture. Histories, Discourses, Spectacles, University of Minessota Press, 1994.
Nota
1. El antiguo Museo Nacional inaugurado en 1824 abarcaba las tres disciplinas e incluso algunos objetos de arte popular. En tanto la exhibición de objetos artísticos estaba a cargo de las Galerías de Pintura y Escultura de la Antigua Academia de San Carlos.
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