Luis Ortiz Monasterio
• El soldado herido •
1933, bronce.
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El legado escultórico
de Luis Ortiz Monasterio
El 23 de agosto de 2006 se cumplieron cien años del nacimiento
de Luis Ortiz Monasterio. Ese día se llevó a cabo
un homenaje al insigne escultor en el Museo Casa-Estudio Diego Rivera
y Frida Kahlo, en la ciudad de México. En seguida, una de
las ponencias que se presentaron en esa ocasión.
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GUADALUPE TOLOSA
• HISTORIADORA
Investigadora del Cenidiap
guatolo@yahoo.com
Luis Ortiz Monasterio (1906-1990) fue un artista
que conjuntó en su amplia producción, durante casi
setenta años del siglo xx, los valores plásticos de
las tradiciones escultóricas precolombinas, el legado artístico
de Occidente y una constante búsqueda formal de indiscutible
valor universal. “Lo universal con acento propio”, como
lo afirmó Antonio Rodríguez en uno de sus textos dedicado
al escultor.(1)
Estimado como uno de los pilares de la escultura
mexicana contemporánea, de acuerdo con Salvador Toscano,
Ortiz Monasterio buscó en la tradición mexicana, particularmente
en el arte prehispánico, muchos de los motivos que plasmó
en su obra. Sin embargo, su plástica, aun cuando nutrida
en las raíces del pasado, es profundamente actual:
Ortiz Monasterio conoce […] todas las
corrientes universales y, siguiendo sus propias orientaciones,
ha logrado imprimir a su obra un carácter nacional y un
sello absolutamente personal […] sabe hundir con vigor
y paciencia su cincel, sabe el valor de los materiales pétreos
y conoce con disciplina y buena orientación los trabajos
de fundición […] su talento creador lo coloca como
el escultor más original de México.(2)
Perteneció a la generación de vanguardia
de artistas inmersos en la encrucijada del arte emanado de la Revolución,
cuando, en los años veinte del siglo pasado, en la Escuela
Nacional de Bellas Artes (antigua Academia de San Carlos) se vivía
una etapa de transición de la enseñanza. Alfredo Ramos
Martínez, entonces director de la Escuela, le asignó
un taller-estudio personal para que el escultor desarrollara su
obra con libertad. En 1931, cuando ingresó como profesor
a uno de los talleres de la Escuela de Escultura y Talla Directa,
Ortiz Monasterio presentó una exposición individual
(en la Sala de Arte de la Secretaría de Educación
Pública) de dibujos y tallas en piedra y madera en las que
se advierte una síntesis de la escultura egipcia, griega
y precolombina, lo cual será una constante en su obra.
Luis Cardoza y Aragón afirma que “su
obra nos dice lo que piensa y siente. En ella advertimos la presencia
de una tradición renovada, antigua y futura, porque […]
en Ortiz Monasterio todo tiende a conseguir que la piedra hable
por él y que él hable por la piedra”.(3)
En sus primeros monumentos públicos, de
la segunda mitad de la década de 1930, parece que el escultor
sigue la antigua tradición de La piedad de Miguel
Ángel, pero con un estilo personal y nacionalista: El
soldado herido, la madre sosteniendo al hijo en sus brazos,
nos transmite el dolor y la pena a pesar de la aparente rigidez
de las formas; El esclavo es una pieza muy bien lograda
de gran expresividad, se ve la angustia y la desesperación
de la madre acariciando a su hijo muerto quizá por su propia
condición de esclavo, y Monumento a los defensores de
la ciudad de Puebla, erigido en la Alameda Central de esa ciudad,
en el que se muestra nuevamente una especie de Piedad, aunque en
este caso vemos representada a la madre como la patria enjugándose
con la bandera las lágrimas derramadas por su hijo muerto,
o herido, que es el soldado con las cananas y el rifle. Y aquí
vemos también la constante fusión de elementos clásicos
y mexicanos: por ejemplo, en la columna, en los pliegues de la falda
y en la desproporción anatómica deliberada. Este monumento
lo realizó en 1943 y desapareció hacia principios
de los años ochenta sin que nunca se supiera su paradero.
La victoria, realizada
en 1935, es una de sus obras magistrales que muestra el tema de
la victoria de una manera muy peculiar: no es una victoria clásica,
con el talante glorioso, la cabeza erguida; por el contrario,
presenta
un concepto moderno de victoria con raíces en el mundo clásico,
probablemente inspirada en La victoria de Samotracia (cuya
copia conoció Ortiz Monasterio en la Academia de San Carlos):
es una victoria alada, sin brazos y con la cabeza caída
como en señal de derrota.
Tres de sus obras más representativas que
combinan elementos clásicos con elementos mecanicistas, que
sugieren el reflejo de un México preindustrial, son El
nacimiento de Apolo, La Venus mecánica y La
Diana. En esta trilogía, el escultor toma los antiguos
héroes de la mitología clásica y los ubica
en un nuevo contexto mucho más moderno. Aunque son representaciones
naturalistas, ciertas partes del cuerpo hacen referencia a las máquinas,
como se ve claramente en los brazos de la Diana.
En los monumentos públicos que realizó
en la ciudad de México se aprecian estas mismas características,
además del nacionalismo predominante en la época,
de acuerdo con los paradigmas del muralismo posrevolucionario. Entre
1946 y 1948 ejecutó los altorrelieves del frontispicio de
la Escuela Normal de Maestros, en los que representó en 14
paneles, por un lado, el desarrollo de la cultura universal desde
la tradición judeocristiana y la tradición clásica,
hasta la evangelización de los frailes y, por otro lado,
el desarrollo de la cultura nacional, desde la Independencia y la
Reforma hasta el zapatismo.
Uno de los primeros proyectos escultoarquitectónicos
significativos de Ortiz Monasterio fue la monumental Fuente de Nezahualcóyotl,
realizada en el Bosque de Chapultepec, en la ciudad de México,
entre 1955 y 1956. Aquí demuestra la genialidad para lograr
una verdadera integración entre escultura y arquitectura.
Otro proyecto fue el de la Plaza Cívica
de la unidad habitacional Independencia, al sur de la capital del
país, ejecutado entre 1961 y 1963, en donde esculpió
las fuentes, esculturas y el pórtico del Teatro al aire libre;
en este trabajo muestra fuertes reminiscencias con lo prehispánico.
Durante 1963 y 1964 cinceló en el Centro Médico Nacional,
también en la ciudad de México, la columna y el emblema
del Instituto Mexicano del Seguro Social.
En 1948 Ortiz Monasterio fue invitado por el arquitecto
Carlos Villagrán a participar junto con él en el concurso
convocado por el periódico Excélsior y el
Departamento del Distrito Federal para la realización del
Monumento a la madre, el cual ganaron. Ortiz Monasterio se
encargó de su ejecución en talla de piedra. En los
laterales derecho e izquierdo están representadas la educación
y la tierra, símbolos del conocimiento y la fertilidad, emblemas
de la maternidad. Hay una anécdota sobre la estatua que dice
que entre los asistentes a la inauguración, el 10 de mayo
de 1949, corrió el dicho: “Mucha piedra y poca madre.”
Ortiz Monasterio utilizó prácticamente
todas las técnicas en su producción escultórica,
desde la talla directa, pasando por el barro cocido y el yeso, hasta
los complejos trabajos de fundición. Entre sus aportaciones
más originales se encuentran las terracotas policromadas
realizadas entre 1949 y 1950. Cuando las exhibió en la Galería
de Arte Mexicano de Inés Amor, dijo en una entrevista que
pintó sus esculturas “[…] por un simple placer,
el simple y a la vez complicado placer que todos sentimos ante el
color, además de obtener los más variados matices
y tonalidades que acentúan diversos valores formales de las
terracotas”.(4)
Estas piezas muestran el rescate de ciertos elementos ya utilizados
en el arte de las antiguas culturas del mundo –que sabemos
que pintaban sus esculturas–, pero ubicados en nuevo contexto,
el contemporáneo. Metamorfosis del dinero es muy
interesante pues, según palabras del propio escultor, “intentaba
plasmar en la obra cómo lo material estaba por encima de
los sentimientos, el dinero en la cabeza, hecho que conduce al hombre
a la muerte que, en este caso, la colocó en el sitio que
corresponde al corazón”.(5)
Hacia mediados de la década de 1960 Ortiz
Monasterio se dedicó más a su obra íntima de
caballete. Parece como si después de sus grandes obras públicas
necesitara volver a su taller a trabajar piezas de pequeño
formato y fruto de intereses más personales. Después
de haber desarrollado el realismo en sus grandes monumentos, comenzó
a crear obras con tendencia al arte abstracto, cercanas a las esculturas
de Henry Moore, pero siguiendo con el uso de algunos elementos del
arte prehispánico.
El maestro Ortiz Monasterio experimentó
con la materia prima, incluso hasta poco antes de morir: transformó
la piedra, retomó y conjugó el arte clasicista con la
plástica prehispánica. Lo inerte fue su medio de expresión,
le dio vida. Su obra, la de pequeño y la de gran formato, emociona,
transmite, dice. Con cada una de sus cinceladas el escultor hizo hablar
a las piedras y nos dejó su voz grabada en la roca.
Notas
1. Publicado en 1982 en el catálogo del Museo
de Arte Moderno, cuando se exhibió la exposición Luis
Ortiz Monasterio: sesenta años de labor artística.
2. Ibidem.
3. Ibid.
4. Entrevista a Luis Ortiz Monasterio por Guadalupe
Tolosa, el 11 de enero de 1990 en la ciudad de México.
5. Ibidem.
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