Carlos Vázquez Olvera,
• Iker Larrauri Prado.
Museógrafo mexicano •
México, Instituto Nacional de Antropología e Historia,
2005,
365 págs.
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Museofilia en la vida de Iker
Larrauri:
de los museos estatales a
la museografía independiente
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ANA GARDUÑO
• HISTORIADORA DEL ARTE
Universidad Iberoamericana, México
xihuitl2@yahoo.com.mx
Iker Larrauri Prado. Museógrafo mexicano es un libro
dividido en 18 secciones, todas ellas producto de una serie de entrevistas
que su autor realizara al museógrafo entre 1996 y 1997, esto
es, hace una década. Carlos Vázquez no ha sido responsable
de tal retraso en la edición del libro. Es sabido que la
rapidez no es una de las características de los departamentos
editoriales de las instituciones culturales. Y ese lapso entre una
publicación y otra, el autor lo ocupa con lo que más
le gusta hacer: dedicarse de lleno a otro proyecto, esto es, a preparar
y realizar otra serie de entrevistas a alguno de los grandes museógrafos
nacionales. En su empeño por legarnos materiales de primera
mano sobre aquellos agentes culturales que padecen, de manera especial,
el “ninguneo” o la invisibilidad en el ámbito
cultural mexicano, Vázquez ha iniciado un recorrido casi
en solitario.
Otras iniciativas también han contribuido
al reconocimiento de trayectorias profesionales como la de Iker
Larrauri; me refiero a los premios que desde 2004 la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM) ha dedicado a profesionistas
otrora marginados en el reparto de distinciones, como son críticos
de arte, galeristas o restauradores. Así, desde la Dirección
General de Difusión Cultural de la UNAM, Graciela de la Torre
y Gerardo Estrada han otorgado reconocimientos a destacadas galeristas,
como las actuales propietarias de la añeja Galería
de Arte Mexicano, Mariana Pérez Amor y Alejandra Reygadas
de Yturbe; críticas de arte como Raquel Tibol, restauradores
y museógrafos como Tomás Zurián, entre otros.
Como reitera Iker Larrauri a lo largo de las entrevistas en el libro, el hecho de que la museografía sea una creación colectiva, interdisciplinaria e incluso anónima puede haber contribuido al sistemático escamoteo del reconocimiento público a prominentes miembros de dicho gremio. Carlos Vázquez ha dedicado buena parte de su vida académica a revertir este fenómeno. Lo que sin duda hace falta, no sólo en este producto editorial, es la aplicación de un mínimo aparato crítico, indispensable en todo proyecto que aspire a trascender el simple acopio documental.
No obstante, para el interesado en la historia
cultural este libro le proporcionará un panorama amplio de
lo que ha sido la mecánica de elaboración de museos
en las últimas décadas, tanto en nuestro país
como en recintos de exhibición internacionales. Para aquellos
que han tenido una relación personal con Larrauri, amigos
y familiares, colaboradores y discípulos, esta obra representa
un re-encuentro o re-descubrimiento de un profesional sensible,
inteligente y con conciencia crítica. Por supuesto, para
historiadores e historiadores del arte, sociólogos, restauradores,
museólogos y demás especialistas en el desarrollo
cultural de nuestro país, proporciona información
de primera mano para futuras investigaciones sobre la historia de
los museos en México.
A pesar de que en el formato final se eliminaron las preguntas, es evidente que el armazón interno va encaminado a que el entrevistado proporcione desde datos básicos de su trayectoria hasta reflexiones, siempre muy personales, sobre las características que reviste su quehacer, el de sus contemporáneos y las problemáticas más acuciantes en el campo de los museos, nacionales e internacionales.
A través de estas páginas se recorre
una vida profesional que inició, para la museografía,
en 1955. La llegada al universo de los museos no pudo ser de mejor
manera: por medio de una invitación de Miguel Covarrubias,
a Iker Larrauri se le contrató en uno de los recintos más
importantes del país, el antiguo Museo de Antropología
de la calle de Moneda. Ese origen marcó un destino, ya que
se especializó en la planeación y diseño de
museos de arqueología e historia, sea la historia de bronce
o la de la vida cotidiana. ¿Cuán distinta hubiera
sido su trayectoria si la invitación hubiera sido a trabajar
en el Museo Nacional de Artes Plásticas?, el único
otro gran recinto que en esos tiempos se distinguía por la
trascendencia de su acervo y la calidad e inventiva con que se le
exhibía.
En diferentes ocasiones, diseminadas entre las
365 páginas del libro, Larrauri se declara poco afecto a
las tendencias expositivas que a mediados de siglo se instauraran
en los museos de arte del país. Y es que, de manera evidente,
se trataba de dos formas de concebir el quehacer museográfico.
La preocupación por hacer didáctica toda exhibición
desplegada en los museos adscritos al Instituto Nacional de Antropología
e Historia (INAH) –y que gracias a personajes como Felipe
Lacouture ya en la década de 1970 se lograra establecer también
en algunos de los recintos del Instituto Nacional de Bellas Artes
(INBA)– ha caracterizado la práctica museal de Iker
Larrauri y de otros miembros destacados de su generación.
Por otra parte, de la historia narrada a Carlos
Vázquez se desprende que fueron tres los prominentes funcionarios
culturales que más contribuyeron al desarrollo de la vida
profesional de Iker Larrauri. Hacia mediados de los años
cincuenta fue, sin duda, Miguel Covarrubias quien lo introdujo en
un tipo de museografía artesanal e intuitiva que por aquella
época se practicaba; Guillermo Bonfil Batalla, director del
INAH entre 1972 y 1976 y director del Museo de Culturas Populares
entre 1981 y 1985, lo colocó en puestos de alta responsabilidad,
como en la Dirección de Museos del INAH, entre 1973 y 1977,
o le contrató ya como profesionista independiente y como
empresario especializado para la elaboración de ambiciosas
e interesantes exposiciones en uno de los más vigorosos e
innovadores recintos de los años ochenta: el Museo de Culturas
Populares. En el plano internacional, buena parte de la proyección
de que Iker Larrauri y su empresa gozaron durante décadas,
obedece sin duda al apoyo que Luis Monreal, secretario general del
Consejo Internacional de Museos (ICOM), le dispensara. Convencido
de la alta calidad que caracteriza las proyecciones y diseños
museográficos de Larrauri, sea a título personal o
como integrante de Museográfica, la empresa que cofundara
en 1979, Monreal lo recomendó ampliamente en numerosos proyectos
internacionales. El prestigio y reconocimiento que tales encargos
le proporcionaron, por ejemplo, se concreta en el éxito obtenido
a raíz de la fundación del Museo Olímpico de
Suiza, ya a inicios de la década de 1990. Mucho más
horizontal es la cercana relación que Iker estableció
con su colega, cómplice y estrecho colaborador Jorge Agostoni;
numerosos apartados del libro dan testimonio de tan productiva asociación.
Iker Larrauri señala que su ingreso a la museografía fue absolutamente circunstancial y que no se había formado para ello, como casi todos los miembros de las primeras generaciones de museógrafos mexicanos que llegaron desde vías diversas al trabajo en museos y nunca como resultado de estudios formales. Para el ejercicio inicial de lo que, sin saberlo, sería la profesión y pasión de su vida, en mucho contribuyó que haya estudiado arquitectura y en este sentido quiero resaltar la estrecha relación que existe entre museografía y creatividad artística: estudios de arquitectura y/o ejercicio de la pintura o la escultura son una constante en casi todos los grandes museógrafos nacionales.
Ya metido de lleno en la vida de los museos, en
concreto el del antiguo Museo Nacional de Antropología, Larrauri
fue seleccionado en 1956 para realizar estudios semiformales en
Europa y Estados Unidos, gracias a una beca otorgada por la Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura. En realidad se trataba de un viaje de estudio para recorrer
museos de todo tipo, de larga trayectoria y de nuevo cuño,
tanto tradicionales y conservadores como innovadores y experimentales,
después de un tiempo en archivos y bibliotecas de París.
Se trata de una fase indispensable en la formación de todo
museógrafo y al vivirla, Larrauri se insertó en una
tradición que habían instaurado personalidades como
Rubín de la Borbolla, Miguel Covarrubias, Roberto Montenegro,
el Dr. Atl, Carlos Pellicer, Fernando Gamboa y Víctor M.
Reyes, entre otros.
Después de tan enriquecedora experiencia,
Iker Larrauri estuvo en posibilidad de contribuir a revolucionar
la museografía local. Es por ello que cuando ocurrió
el “gran parteaguas” de la historia de los museos en
México, de la segunda mitad del siglo XX, él no podía
permanecer al margen. Me refiero, por supuesto, a la creación
del Museo Nacional de Antropología (MNA) en el bosque de
Chapultepec de la ciudad de México. Su edificación,
sin duda, sólo puede ser equiparable, en cuanto a innovación
museográfica, con lo que había significado en 1934
la terminación del Palacio de Bellas Artes y con la inauguración
en 1947 del Museo Nacional de Artes Plásticas en el mismo
recinto, a raíz de la fundación del INBA.
Iker Larrauri formó parte del equipo que
tuvo a su cargo la sala de Introducción al nuevo MNA; esto
es, en buena medida es responsable del halo de misterio y de verdad
revelada con que se dotó a la sala que tenía la importante
función de crear la atmósfera apropiada para despertar
la curiosidad y el ferviente deseo de recorrer el museo a todo aquel
que pasara por allí. Hacer la delicia de varias generaciones
de visitantes fue uno de sus cometidos ampliamente logrados.
Sería muy largo el proceso de, por lo menos,
enlistar los diversos proyectos museográficos en los que
el maestro Larrauri ha colaborado. Baste mencionar que desde la
Dirección de Museos del INAH intervino en la conclusión
del Museo Regional de Cuauhnáhuac y el de Oaxaca, o la remodelación
y reapertura del Museo Regional de Puebla y Guadalajara; ya como
miembro de Museográfica, se ocupó de proyectos tan
importantes como el Museo de Culturas Populares de Sinaloa, el Museo
de Jalapa o el tan laureado de Paquimé.
En este sentido, quiero destacar que su tránsito
de funcionario cultural, principalmente dentro de la estructura
del INAH, a empresario privado independiente, revela la magnitud
de los cambios que durante las tres últimas décadas
del siglo XX se sucedieron en el ámbito cultural mexicano.
Tan importante como la emergencia de museos con acervo y administración
privada, fue el nacimiento de empresas relacionadas con los recintos
de exhibición. Ante la llegada a la Presidencia de la República
de José López Portillo y el consiguiente recambio
de funcionarios, el maestro Larrauri y su equipo de colaboradores
cercanos se vieron precisados a renunciar, en 1977, y la opción
más viable fue la del autoempleo. Su prestigio y los contactos
establecidos a lo largo de ya varias décadas de trabajo los
respaldaban. No fue así en 1953, cuando un caso similar ocurrió
a Fernando Gamboa, director fundador del Museo Nacional de Artes
Plásticas y entonces subdirector del INBA, quien ante el
cambio sexenal tuvo que recurrir a sus contactos en el mundo cinematográfico
para sobrevivir.(1) En la época de Gamboa, si no lo contrataban
las grandes instituciones culturales, como el INBA o el INAH, no
había a quién recurrir. Por fortuna, México
ha cambiado y los museógrafos también.
En el último tercio del siglo XX se fundaron
en México numerosos recintos por parte de particulares, tales
como el Museo Amparo, el Franz Mayer y el Dolores Olmedo, entre otros;
los gobiernos de los estados también se han preocupado por
crear sedes tan importantes como el Museo Arqueológico de Jalapa
o el Museo de Historia Mexicana de Monterrey. Sin duda, se diversificó
e intensificó la actividad cultural en todo el país
y en ese proceso de ampliación, en calidad y cantidad, de los
recintos de exhibición e instituciones museográficas,
el maestro Iker Larrauri participó en calidad de protagonista.
Nota
1. Si bien Gamboa intentó fundar una especie
de museo particular que se sostuviera con un patronato de mexicanos
interesados y mediante convenios internacionales para obtener acervo
en préstamo, a fin de realizar exposiciones temporales novedosas,
no contó con los apoyos que veinticuatro años después
sí permitieron la creación y el fortalecimiento de
una empresa dedicada al diseño museográfico.
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