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El arte actual en México
El modo actual "de
darse" el arte debe entenderse como una explosión o
expansión de prácticas estéticas que han roto
las fronteras que la modernidad instituyó en las disciplinas
artísticas. Para el caso de México, el autor del presente
texto plantea cuatro vertientes o posiciones, con las que realiza
un análisis “taxonómico” del campo artístico
actual y de algunos de sus principales protagonistas.
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ALBERTO ARGÜELLO
GRUNSTEIN • SOCIÓLOGO
Investigador del Cenidiap
albargru@yahoo.com.mx
Para ofrecer un panorama del arte actual en México, lo primero
es aclarar nuestra postura sobre la tesis que señala un cambio
cultural que distingue entre la modernidad y otro estadio cultural
que presuntamente comienza en Europa y en Estados Unidos a finales
de los años cincuenta del siglo XX: la posmodernidad. Opiniones
en contrario señalan que no hay tal cosa como la llamada
posmodernidad sino, como en otras épocas de la humanidad,
lo que realmente existe es una modernidad tardía
que es secuela de una modernidad temprana y otra plena.
La discusión se complica si observamos este asunto desde Latinoamérica. Algunos intelectuales de acá han precisado que nuestra situación es paradójica: puesto que no hemos arribado a la modernidad, con todos sus beneficios en lo social, económico y político –a pesar de sus problemas–, cómo es posible que estemos ya en la posmodernidad, porque se supone, según Fredric Jameson, que la posmodernidad es, más que un estilo, una nueva era cultural (Jameson, 1995).
Algunos pensadores, como Bolívar Echeverría
y Samuel Arriarán, sostienen, en sentido contrario, que siempre
hemos sido posmodernos, pues durante nuestras vivencias culturales
como colonia de un país europeo estuvimos inmersos en un
ambiente cultural y artístico ecléctico que recibió,
en desorden, los estilos artísticos europeos y, para colmo,
en ciertos lugares y momentos se mezclaron con prácticas
artísticas locales para dar lugar a hibridaciones originalísimas.
Sin embargo, nuestra condición colonial
nos heredó una situación de subordinación,
de dependencia, de subdesarrollo, que no mejoró sustancialmente
con la vida independiente de nuestro país (las intenciones
de modernización han estado presentes, en México,
como promesas, desde los tiempos de Porfirio Díaz). Aún
hoy en día se dice que formamos parte de los países
“en vías de desarrollo” (¿hacia dónde?,
cabría preguntarse, pues antes de la crisis del socialismo
había dos opciones).
Esto tiene repercusiones importantes en relación con el tema que nos ocupa: en realidad nuestra situación es de premodernidad articulada con un modelo macroeconómico de modernidad tardía que, mientras subsista como tal –con Estados Unidos a la cabeza– nos mantendrá en esa condición secundaria y presa de sus políticas de expansión de modelos culturales de ser, vivir y consumir. Con esta situación es poco probable que lleguemos a ser un país moderno con un modelo autosustentable en lo social, económico y político.
Nuestra vinculación con una de las economías capitalistas más poderosas del mundo nos ha acarreado que padezcamos muchos de los males de la modernidad y algunos de sus beneficios. En lo que concierne a los rasgos culturales que caracterizan la posmodernidad, que surgió como postura crítica ante las promesas incumplidas de la modernidad en esos países, éstos nos han llegado a retazos y tardíamente, con planteamientos e ideas que poco a poco se han asentado en nuestra cultura.
La posmodernidad, en su acepción crítica y progresista (porque hay otra acepción fatalista y reaccionaria, como la que hacía referencia al “fin de la historia”) tuvo su origen en la lógica de transformaciones que se fueron produciendo en los países desarrollados. La alta tecnificación de los procesos industriales (robotización de la producción), el desarrollo de la biotecnología, la “terciarización” de la economía (mayor importancia y crecimiento de los servicios y la intermediación financiera), la expansión mundial de la misma y otras características, tuvieron repercusiones inesperadas: desempleo, afectación a la ecología, nuevas guerras, daños a la salud, saqueo de las economías subdesarrolladas, grandes migraciones (por el desempleo que también se padece en estos países), desaparición de facto de los Estados nacionales subordinados, surgimiento de una economía subterránea (que lo mismo maneja tráfico de armas, drogas, mercancías, mujeres y niños para su explotación sexual), entre otras. Las posturas críticas del posmodernismo apuntaron sus baterías contra esos saldos negativos del desarrollo capitalista que los ideólogos neoliberales se niegan a observar; en su perspectiva unívoca, sólo se trata de daños colaterales pasajeros que se irán atendiendo. Lo cierto es que ni son pasajeros ni se han atendido a cabalidad. Además, con la desintegración de la Unión Soviética, se desvaneció, como modelo a seguir, un tipo de sociedad que se presentaba como alternativo.
En ese remolino social, económico y político,
el arte moderno también vio sucumbir sus promesas y sus esperanzas.
La misión de las vanguardias como conciencia crítica
de la sociedad capitalista, al subvertir su orden racionalista y
regulado, conoció los límites de su impacto social
ante las imparables guerras del siglo XX, la mercantilización
de sus obras y la utilización del arte abstracto como arma
cultural de la llamada “guerra fría”. Finalmente,
el arte no pudo cambiar la realidad, no fue capaz de crear conciencia
en las sociedades sobre los cambios que habrían de producirse
para que no sobrevinieran el caos, la discriminación y la
guerra.
Las propuestas críticas, demoledoras, radicales,
acabaron siendo subsumidas como mercancías, ya sea en los
museos, en la publicidad o en las pantallas del cine comercial.
La cultura global masiva y masificante fue imparable. Dos posturas
surgieron al respecto. Según Umberto Eco, la expansión
de la cultura de masas engendró posturas apocalípticas
y posturas integradas. Las primeras se recluyeron en las universidades,
en la producción de un arte incomprensible y lejos “del
mundanal ruido”. Otras se vincularon crítica o
festivamente con esa cultura de masas (mucho del primer arte pop
norteamericano y europeo siguió este segundo sendero).
La expansión de la cultura de masas a lo largo del siglo XX fue facilitada en el ámbito mundial gracias a la operación de las llamadas industrias culturales: cine, radio, televisión, industria disquera, moda, publicidad, industria editorial, etcétera, lo que generó, a la par, interrelaciones culturales sorprendentes, como las que advertimos en México.
A pesar de nuestra premodernidad generalizada (en
lo económico, social y político), vemos en el país
un panorama complejo. Existen implantes económicos de punta,
por ejemplo, en industrias cuya producción está parcial
o totalmente robotizada y que operan como enclaves locales de grandes
corporaciones mundiales que ya no tienen nacionalidad; lo mismo
sucede con las grandes cadenas comerciales y bancarias. Esto propicia
una acumulación de capitales en el ámbito local que
les permite a algunos (empresarios, políticos y narcotraficantes)
poseer mansiones, automóviles de lujo, mercancías
suntuarias exóticas y obras de arte costosísimas.
Esto ocurre por lo alto, donde se encuentran las minorías
enriquecidas; pero por lo bajo, particularmente en las clases medias,
otro fenómeno de punta se presenta: miles de computadoras
domésticas conectadas a las redes mundiales de información.
Como lo señalara el viejo Lenin, la realidad
nos presenta, querámoslo o no, un desarrollo desigual y combinado
muchas veces inextricable. Al lado de aquellos enclaves y accesorios
hiperdesarrollados y costosos, pertenecientes a unas minorías
y clases medias que más o menos se defienden, existen en
México alrededor de diez millones de indígenas, millones
de campesinos y obreros sumidos en estructuras laborales arcaicas,
como las que padecen las costureras que desveló el terremoto
de 1985 en la ciudad de México o los mineros que se hicieron
visibles a raíz de la tragedia de la mina Pasta de Conchos,
en Coahuila, en este año. También coexisten comerciantes
ambulantes con empresarios “changarreros” que viven
al día, junto con pequeñas, medianas y grandes empresas
nacionales que se sostienen pasando penurias o con holgura, según
su especificidad, pero asediadas por las multinacionales. Las clases
medias, mientras tanto, viven en la espiral que va de los malos
salarios al desempleo que sufren los profesionistas de toda índole.
Es en este contexto social donde nuestros artistas
se forman, producen y se convierten en operadores de la cultura,
para asumir posturas distintas, a veces polares, acomodaticias o
críticas, institucionales o marginadas, como veremos adelante.
Al pertenecer a un país que no podríamos catalogar
como moderno o posmoderno, lo mismo podríamos preguntarnos
acerca de los artistas: ¿son modernos o posmodernos?, ¿acaso
modernos tardíos o premodernos? Estas preguntas quizá
son más relevantes para los teóricos y menos importantes
para los propios artistas. Para estos últimos, la preocupación
principal es producir: es posible hacerlo mientras se está
al tanto de cómo se produce en los países desarrollados
y hacer algo semejante en busca de aceptación allá
(con lo cual se cae en una postura provinciana) u observar lo que
se produce fuera, pero con una distancia crítica que reoriente
la mirada hacia los temas y los problemas que atañen a nuestras
culturas (esto se resume con la frase que han formulado algunos
activistas sociales “piensa global y actúa local”).
Con esto quiero decir que los propios creadores son quienes están o deberían estar al tanto de los acontecimientos de nuestro país y el mundo contemporáneo, de manera que puedan desenvolverse y producir sus propuestas con conocimiento de causa.
Hemos dicho antes que en Europa y Estados Unidos se hablaba de posmodernidad desde finales de la década de 1950 (particularmente cuando surgieron los artistas neodadaístas que se confrontaron con los abstractos), dentro de una lógica propia en la que el retorno a la figuración se presentó como una alternativa crítica frente a un arte abstracto que se había institucionalizado y era el preferido por plutócratas y gobiernos guerreros.
En México, en cambio, las artes figurativas no sólo tenían aún ciertos efectos nacionalistas sino algunos tintes izquierdistas y socialistas desde el punto de vista de los estadunidenses. Por ello, a finales de los años sesenta, el debate entre figurativos y abstractos tuvo aquí otro significado. La alternancia abstraccionista se presentaba como progresista frente a los amilanados figurativos progubernamentales. Fue, tal vez, el de los abstractos el último aliento modernista que se manifestó en un país colonizado culturalmente por el imperio norteamericano (aquí se le llamó “La ruptura”, que incluyó diversas propuestas, figurativas o no, adversas a la hegemónica plástica nacionalista).
La revocación de los abstractos, interioristas,
informalistas, formalistas y demás provino del ámbito
sociopolítico, al calor de las revueltas estudiantiles, y
del ámbito del teatro, donde destacados directores fusionaban
el happening, la música y los performances de John
Cage en propuestas irreverentes para la época; me refiero
a Alejandro Jodorowsky y Juan José Gurrola. En el campo
de las artes visuales, luego de los acontecimientos del 68, se perfiló
aquel movimiento denominado de “Los grupos”, que favoreció
también prácticas artísticas afines a las
que en otros lados se reconocieron después como posmodernas:
happenings, arte callejero, instalaciones, ambientaciones,
arte pobre, entre otros, que desplegó con fuerza fuera
de las galerías (arte callejero) y retomó las temáticas
sociales y políticas. En estos trabajos colectivistas tuvieron
que ver creadores como Felipe Ehrenberg, Carlos Aguirre, Mónica
Mayer y Melquiades Herrera, por mencionar algunos.
El posmodernismo, entonces, se introdujo como un
injerto mayor en la década de 1980. Concebido como moda o
estilo, muchos lo siguieron acríticamente porque se trataba
de hacer aquí “lo que se debe hacer ahora”. Así,
con los antecedentes mencionados, mismos que han sido poco valorados,
y pese a sus avatares, ese injerto posmodernista ya tiene en México
más o menos veinte años de existir y ha dado lugar
a diversas vertientes en el terreno artístico.
Cuatro vertientes que se perfilan a partir de los años noventa del siglo pasado, pero que no se circunscriben tan sólo a las artes visuales, son las siguientes (concebimos estas vertientes como posiciones dentro de lo que pudiéramos llamar el campo artístico mexicano):
- La dominante instituida. Apela a un liderazgo que ellos mismos sostienen e imponen y que, más bien, hacen valer como guías del posmodernismo “local” (si es que cabe la expresión), de un posmodernismo que se hizo, en principio, para estar en sintonía con lo que se practica en las principales ciudades de los países desarrollados. Si el espíritu posmoderno tiene, como una de sus características, un sesgo irracionalista, estos artistas se asumen muy racionalmente (en busca de apoyos –privados o públicos– y espacios de reconocimiento y legitimación) como irracionales (en la línea exhibicionista y mercantil trazada por Dalí y Warhol). En algunos casos se trata de creadores que tienen facilidad para moverse internacionalmente en los principales foros o ferias del arte actual. Algunos casos son:
- Eloy Tarcisio
- Fernando Leal Audirac
- Francis Alÿs
- Gabriel Orozco
- Guillermo Santamarina
- Lorena Wolffer
- Melanie Smith
- Yoshua Okon
- La replicante. Aquélla
que insufla nuevo aliento a las posturas críticas y politizadas
del arte. De alguna manera revive el arte de compromiso social
pero con un sesgo de irracionalidad lúdico-irónico
ante el reconocimiento de que el arte (por ejemplo, de “las
vanguardias”) por sí solo no pudo transformar a la
sociedad capitalista, por más que la cuestionó y
reveló sus incongruencias e irracionalidades:
- Carlos Aguirre
- César Martínez
- Helen Escobedo
- Hermandad Musgo (colectivo)
- Laura Anderson
- Lorena Orozco
- Maris Bustamente
- Minerva Cuevas
- Mónica Mayer
- Neza Arte Nel (colectivo)
- Sublevarte (colectivo)
- Teresa Margolles (antes SEMEFO)
- Yishai Jusidman
- Yolanda Gutiérrez
- La hedonista a-programática. Es, quizá, la vertiente más auténtica, “desmadrosa”-imaginativa y descomprometida (y no se angustia por ello), que hereda el espíritu dadá (en la línea de Duchamp, Klain, Manzoni); postura, o mejor dicho, impostura que tiene el privilegio de criticar todo y a todos e, incluso, a sí mismos hasta la destrucción:
- Antonio Ortiz Gritón
- C.U.L.I.T.A. (Colectivo Universitario Libre de Investigación y Teoría del Arte)
- Damián Ortega
- Diego Gutiérrez
- Gabriel Kuri
- Manifiesto conceptual (colectivo)
- Marco Arce
- Melquiades Herrera
- Miguel Ventura
- Producciones Atari a Go-go (colectivo)
- Rubén Gutiérrez
- Rubén Ortiz
- Santo Cacomixtle (colectivo)
- La reflexivo-filosófica.
Cuyos trabajos se despliegan en un espacio muy particular que
se interesa por la investigación sobre las nuevas técnicas
expresivas y los temas de altos vuelos filosóficos, que
tienen que ver con la existencia humana, el arte como problema
filosófico y los mundos paralelos que éste crea.
A menudo se concibe al arte más como un fenómeno
cultural que como un asunto de exhibición:
- Alfredo de Stéfano (foto, video)
- Betsabeé Romero
- Boris Viskin
- Enrique Jezik
- Gerardo Suter (foto, instalación)
- Jorge Yaspik
- Kioto Ota
- Marcos Kurtycs
- Rafael Lozano-Hemmer
- Silvia Gruner
- Simulacro 7 (colectivo)
- Thomas Glassford
Los artistas que despliegan estas vertientes no
producen sus obras con ciertas técnicas exclusivas ni tradicionales.
Sus medios expresivos son de diversa índole (desde los meramente
pictóricos hasta la instalación, la ambientación,
el video, el performance, etcétera). Son creadores
que hace mucho han roto con los de “La Ruptura” y con
los de “Los grupos”. A golpes de postnacionalismo,
postmexicanismo, postidentidad, postpictorialismo, postobjetualismo
(con los atinados neologismos externados por Abraham Cruz Villegas),
estos artistas se abrieron su propio espacio una vez que se
apropiaron del espíritu del posmodernismo, adecuándolo
a nuestra circunstancia pero con muchos contactos con lo que sucede
en el ámbito internacional.
Como se aprecia en la producción más
reciente, los artistas no sólo trabajan individualmente sino
que han constituido agrupaciones artísticas de nuevo
corte (colectivos artísticos independientes) en las que siguen
experimentando con todas las técnicas: la pintura y la foto
trastocada, las propuestas conceptuales y la experimentación
con las nuevas tecnologías, desde el video hasta la Internet,
pasando por el arte electrónico.
Lo que debemos advertir sobre esto último
es algo que han destacado algunos historiadores del arte: la tecnología
no crea por sí sola nuevas artes, pero presenta a los artistas
nuevas alternativas y nuevos problemas que deben afrontar.
A estos problemas y retos hay que
añadir la observación de los temas y los problemas
que caracterizan al mundo contemporáneo, donde México
tiene un sitio innegable. Esto viene a colación puesto que
hemos observado los nuevos ejes temáticos que ocupan
a los artistas desde los años noventa:
- Feminismo. Cuestionamiento
de la feminidad tradicional burguesa, de la familia, del machismo,
del patriarcado, de lo público y lo privado, del trabajo
doméstico, del sexismo, del acoso sexual; a favor del empoderamiento
social y político, de la visibilidad, de la diversidad
sexual; revelando la especificidad del cuerpo femenino desde su
propia mirada (sus materiales: leche, fluido menstrual), problemas
como la bulimia y la anorexia, el sida, el placer, el aborto.
- Homosexualidad. Discriminación,
diversidad sexual, visibilidad, el cuerpo y sus materiales, salud
y enfermedad, sida y muerte, trasgresión, erotismo, placer,
cuerpo y política.
- Ecología. Medio ambiente,
recursos naturales, contaminación, especies en extinción,
desastres naturales, confrontación entre natura y cultura,
santuarios naturales, crítica a la sociedad moderna y a
la industrialización.
- Pluriculturalidad. Diversidad
social y cultural, regionalismos, intelectuales descentrados,
diversidad de creencias religiosas, tolerancia, globalización
y fragmentación, cruces culturales, mestizajes.
- Vida cotidiana. La grandeza
de lo minúsculo, de lo simple, el individualismo, el consumo
y el consumismo, la familia y sus rituales, lo privado, lo propio,
la evasión (drogas), hedonismo, onanismo.
- Altermundismo. Violencia social,
económica y política; compromiso y descomprometimiento,
globalifobia, antimilitarismo, salvajismo y cinismo de los narcotraficantes,
muerte y vida, guerra y paz.
Como puede apreciarse, más que hablar simplemente
de arte, debemos referirnos a una verdadera explosión
o expansión de prácticas estéticas que han
roto todas las fronteras que la modernidad instituyó en las
disciplinas artísticas y aun aquellas que definieron los
límites entre lo artístico y lo no artístico.
En síntesis, el modo actual "de darse"
el arte conlleva un nuevo concepto del mismo que debe entenderse
como una noción expandida. Algunas de sus principales características
son: antirrenacentista y antimoderno; disarmónico, informal,
practicante, acaso, de un nuevo ilusionismo (tecnológico);
efímero, antisolemnne, que suple la representación
por la presentación; materista (que rechaza el uso de los
materiales nobles de la tradición y emplea, en cambio, sangre,
cabellos, semen, hielo, cera, plásticos comerciales, etcétera);
crítico de la belleza eurocentrista; que juega con distintos
aspectos de “la muerte del arte”; que une arte y política
con ironía y burla; que cuestiona “el compromiso”
de antaño o “la misión” que le adjudicaron
al arte los artistas de las llamadas vanguardias.
Ahora observamos la hegemonización de una sensibilidad irracionalista, la confesión de que no se quiere crear un nuevo estilo sino integrar todos los del pasado, la confesión parcial de no-originalidad, la exhibición de la malhechura… Todo esto que vemos y entendemos nos permite afirmar que, sobre cualquier otro valor, predomina la exaltación de la libertad de expresión.
Lecturas recomendadas
Acha, Juan, Las culturas estéticas de América Latina (reflexiones), México, UNAM, 1994.
Argüello, Alberto, Pensamiento y arte en
los 90. Debates, versiones, rupturas (libro electrónico),
México, Cenidiap-INBA, 2003. Discurso Visual núm.
8 (primera época), Adenda núm. 5. http://discursovisual.cenart.gob.mx
Arriarán, Samuel, Filosofía de la posmodernidad. Crítica a la modernidad desde América Latina, México, FFyL-DGAPA-UNAM, 1979.
Bell, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo, México, Conaculta-Alianza Editorial Mexicana, 1977.
Dauvignaud, Jean, El sacrificio inútil, México, FCF, 1997.
Debroise, Olivier, “¿Un posmodernismo en México?”, México en el arte, núm. 16, México, INBA-SEP, 1987.
De la Mora, Laura (coord.), “Artes conceptuales”, Tierra adentro, núm 102, México, Conaculta, febrero-marzo de 2000.
Echeverría, Bolívar, La modernidad de lo barroco, México, Era, 1998.
García Canclini, Néstor, Culturas
híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad,
México, Conaculta, 1990.
Guevara Meza, Carlos, Posmodernidad en América
Latina, México, Cenidiap-INBA, col. Abrevian Ensayos,
2005.
Hobsbawm, Eric, “La muerte de la vanguardia:
las artes después de 1950”, en Historia del siglo
XX, Barcelona, Crítica, 1996.
Huyssen, Andreas, “Cartografía del posmodernismo”, en Josep Picó (comp.), Modernidad y posmodernidad, Alianza Editorial, 1990.
Jameson, Fredric, El posmodernismo o la lógica
cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós
Studio, 1995 (núm. 83).
Museo de Bellas Artes, Yo y mi circunstancia. Movilidad en el arte contemporáneo mexicano, Montreal, Museo de Bellas Artes, noviembre 4 de 1999-febrero 6 de 2000.
Generación (número dedicado al arte actual en México), núm. 20, año X (tercera época), México, Generación Publicaciones Periodísticas, octubre 1998.
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