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El arte prehispánico
de México como patrimonio
nacional, según un agente cultural privado
A mediados del siglo pasado, Alvar Carrillo Gil pudo denunciar los puntos centrales de la problemática de la preservación del arte mesoamericano porque su posición era la de un particular que, desde su esfera de poder, reprochaba al Estado el incumplimiento de sus obligaciones. Esa era la justificación que esgrimía en su intervención pública y para, a partir de allí, también legitimar su colección.
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ANA GARDUÑO
• HISTORIADORA DEL ARTE
Universidad Iberoamericana, México
xihuitl2@yahoo.com.mx
Para Doris Heyden y Mariana Frenk-Westheim, in memoriam
El médico y coleccionista de arte Alvar
Carrillo Gil estaba convencido de que al Estado mexicano le correspondía
–y estaba obligado– regir todos los aspectos fundamentales
de la vida nacional, como era el caso de las políticas relacionadas
con la cultura. Como muchos de sus contemporáneos, sostenía
que la dirección estatal era la única que lograría
“llevar la cultura al pueblo”,(1)
estrategia que consistía, fundamentalmente, en orientar las
acciones culturales hacia los artistas nacionales y en crear espacios
para la exhibición de su producción.
De hecho, se generó cierto consenso, al
menos durante la primera mitad de siglo XX, de que desde el Estado
emanara un control casi absoluto en materia cultural. Para garantizar
la intervención estatal directa en ese sentido fue que durante
la primera mitad del siglo XX se crearon dos poderosas instituciones
oficiales: el Instituto Nacional de Antropología e Historia
(INAH) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Pero también para Carrillo, sin cuestionar
la rectoría estatal, era indispensable la participación
de los particulares, tanto a título personal como por parte
de organizaciones no gubernamentales. Específicamente en
cuanto al coleccionismo privado, el médico yucateco legitimaba
su intervención a partir de los valores simbólicos
atribuidos a las piezas seleccionadas: éstas formaban parte
del patrimonio nacional y quedaban desprotegidas porque el Estado
no las había adquirido para los acervos públicos ni
había diseñado los mecanismos necesarios para garantizar
su permanencia en el país.
Así, su discurso se basó en una política
conciliatoria: brindar protección a aquello que el Estado
no coleccionó y proporcionarlo temporalmente al aparato burocrático
cultural para la exhibición pública, aunque intermitente,
de “las obras maestras” del arte mexicano. De esta manera,
no era un secuestro del patrimonio lo que se practicaba sino un
resguardo preventivo.
En cuanto a lo relacionado con el arte prehispánico, Carrillo Gil, en su calidad de agente cultural privado, elaboró y aplicó un plan en varios actos a fin de evitar, en la medida de sus posibilidades, el expolio de vestigios tan antiguos, en especial el de los mayas, pueblos a quienes colocó en la cima de las diversas sociedades mesoamericanas y, por tanto, del patrimonio nacional.(2)
Su estrategia consistió en coleccionar objetos
para evitar que salieran del país; promover tanto el
pasado de las sociedades mayas mesoamericanas como la especificidad
cultural del estado de Yucatán, a través de la exhibición
de sus bienes artísticos e históricos; denunciar saqueos;
criticar el descuido gubernamental; proponer medidas concretas para
la protección de piezas prehispánicas y vestigios
arqueológicos; propiciar la donación de colecciones
privadas, y presionar para que los gobiernos crearan espacios de
exhibición adecuados.
De esta forma, de entre las piezas que circulaban en el mercado mexicano, constituyó una pequeña colección de arte, aunque declaró que no le obsesionaba su origen y autenticidad. Seleccionó con base en una categorización —no definida por el coleccionista— las de valor estético,(3) aunque la colección en sí misma tiene su razón de ser en objetivos extrartísticos: el coleccionista argumentó que consideraba su obligación evitar que tales objetos, legalmente comercializables al interior, salieran del país para formar parte de colecciones en el extranjero, ya que documentaban el pasado y el presente gloriosos de México.
En 1958 presentó su acervo en el Palacio
de Bellas Artes y anunció que era el paso previo a la donación
para su exhibición permanente en un reestructurado Museo
Regional de Yucatán.(4)
Se montaron más de doscientos objetos cerámicos y
escultóricos, además de un número no especificado
de cuentas de materiales diversos –hueso, piedra, jadeíta,
etcétera– que la esposa del coleccionista había
engarzado para formar collares. En este caso, no crearía
el museo regional de arte maya sólo para albergar su colección
sino planeaba la incorporación de otros conjuntos relevantes.
Sus posesiones no eran suficientes, ni por calidad ni por cantidad
para dar vida a un nuevo museo, y él lo sabía.
En cuanto a las denuncias por saqueos de piezas
arqueológicas, en 1959 Carrillo Gil publicó,
en el suplemento México en la Cultura, nueve artículos
con el título “La verdad sobre el cenote sagrado de
Chichén Itzá”, mismos que, unificados, se editaron
como libro, el cual envió a diversas instituciones de Yucatán,
Centroamérica y Estados Unidos.(5)
Estos textos fueron la punta de lanza de su campaña en la
prensa, donde la demanda central era la exigencia de la devolución
de piezas que Edward H. Thompson localizó durante sus exploraciones
arqueológicas y que después se llevó al museo
de antropología Peabody, dependencia de la Universidad de
Harvard. Como resultados positivos de tal estrategia, anunció
que dicha universidad devolvió “silenciosamente”
a México cerca de noventa piezas de oro y cobre.(6)
Sin embargo, Carrillo no sólo culpaba de los saqueos a los diferentes arqueólogos extranjeros que realizaron exploraciones con financiamiento de otros países,(7) sino también a las deficientes políticas de protección del patrimonio nacional y a la apatía de los funcionarios estatales. Igualmente denuncia que los reclamos legales no prosperaban por la falta de continuidad e interés de los diplomáticos mexicanos. Con tales acciones, se presenta como un hombre con preocupaciones culturales, empeñado en salvar el patrimonio a pesar de la indiferencia y desinterés que lo rodea.
Se autonombra abogado y defensor de la cultura de México en general y, en particular, de Yucatán. Desde esa posición, Carrillo exigió a los funcionarios del INAH que detuvieran el despojo de su estado natal en aras de una errónea política de centralización de la cultura y el arte en museos nacionales, formados con el patrimonio de las diversas regiones culturales. Como yucateco, aplicaba toda su capacidad de gestión y sus contactos con funcionarios federales para, por ejemplo, evitar el traslado de objetos mayas al acervo permanente del Museo Nacional de Antropología, en vísperas de su inauguración en 1964. Cuando esta gestión fracasó, entonces recurrió a la denuncia periodística.(8)
En cuanto a política externa, el coleccionista también denunció el tráfico internacional de objetos mesoamericanos. Al ingresar a las prestigiadas galerías, éstos legitimaban su procedencia y podían ser vendidos sin impedimentos legales a coleccionistas privados, muchos de los cuales ni siquiera habían viajado al lugar de origen de los bienes que adquirían. Al denunciar la indiferencia estatal frente a esta problemática, Carrillo legitimó su propio coleccionismo con el argumento de que acumuló bienes culturales para garantizar su preservación y su permanencia en México.
A mediados de siglo XX, el mercado internacional de piezas prehispánicas estaba en auge y era dominado por la inversión estadounidense; en casi todas las grandes ciudades del vecino del norte existían importantes galerías dedicadas a ese tipo de arte. Estos comercios, a decir de Carrillo:
Tienen conexiones con los más astutos y poderosos comerciantes en obras de arte indígena de nuestro país, de Guatemala, Perú y otros países ricos en arqueología artística; las piezas de estos comerciantes en antigüedades tienen la garantía de haber pasado por las manos de los más expertos compradores de nuestro país y de los más conocedores y estudiosos del país vecino. Eso sí, el solo hecho de venderse una pieza en las Galerías Stendhal puede dar al comprador una garantía máxima de calidad y autenticidad.(9)
El vínculo entre la exhibición en
recintos prestigiados y su cotización en el mercado no se
le escapó ya que como coleccionista conocía los mecanismos
del mercado del arte, nacional e internacional.(10)
Sin mencionar nombres ni hacer una denuncia explícita, relacionó
la prosperidad del comercio internacional con las exposiciones itinerantes
de arte mexicano –que incluían una sección dedicada
a lo prehispánico– en diferentes países europeos.
En concreto, consignó que la exposición artística
mexicana en Europa, en 1959, generó un auge en la venta de
objetos precolombinos, ya que fue este tipo de arte el más
aclamado por la crítica occidental, muy por encima de la
crítica que recibió el movimiento moderno.(11)
Al mismo tiempo, el yucateco detectó la
estrecha relación entre los saqueos y las exhibiciones internacionales
organizadas por el gobierno mexicano. Por ejemplo, denunció
un robo ocurrido en 1959, el mismo año de la muestra, cuyas
piezas fueron presentadas en galerías europeas siguiendo
el itinerario de la exposición de arte mexicano. Concluyó:
“La exhibición de estas extraordinarias piezas en Europa,
coincidiendo con la exposición mexicana, no creemos que tenga
otra finalidad que despertar el deseo de posesión de los
grandes museos o coleccionistas europeos, para que alcancen los
más altos precios”.(12)
Ante esto, solicitó el rescate de las piezas mayas que estaban
en “mercado abierto”, a la venta en Estados Unidos,
Francia, Alemania y otros países.
A pesar de ello, Carrillo Gil reiteró los
beneficios que tales exhibiciones proporcionaban para la consolidación
de la imagen nacional. Aliado entusiasta del tradicionalismo patrimonialista
que en su vertiente populista irradiaba el Estado mexicano,(13)
estaba convencido de que los vestigios mesoamericanos servían
como documentación fidedigna de la calidad del arte y la
cultura mexicanos. Así, le parecía lógico el
interés que éste despertaba en Europa.(14)
Ante la disyuntiva de dejar de exhibir y promover
el arte mesoamericano para evitar la codicia exterior –lo
que redundaría en reducción de la demanda y de los
índices de saqueos– o de continuar la estrategia de
presentar al mundo esas manifestaciones artísticas como la
prueba de la antigüedad y refinamiento de las sociedades prehispánicas
–lo que generaba una moda que incrementaría los robos
bajo pedido–, optó por una ambigua vía intermedia:
exigir la mejor custodia de dicho patrimonio al mismo tiempo que
no interrumpir la gira triunfal de un grupo selecto de “obras
maestras” por los países más importantes del
orbe.
Hay congruencia en la posición de Carrillo: se asume como un privado que escribe para legitimar sus colecciones –y por tanto a sí mismo– y para defender sus intereses; no es un agente cultural que predique desde la neutralidad. Por ello no cuestiona la manera en que él obtuvo su colección, ni cómo, en general, se conseguían piezas en México; es evidente que sólo crítica el comercio exterior de arte mesoamericano, pero del comercio interior, para la formación de colecciones particulares, no se ocupa porque lo considera legítimo.(15)
Incluso, en sus críticas al INAH y otras
instituciones gubernamentales no precisa que en su concepción
el Estado tenga la obligación de evitar el mercado al interior.
De este modo, estaba de acuerdo con que los mexicanos o radicados
aquí formaran colecciones privadas de arte prehispánico,
siempre y cuando no se enviaran las piezas fuera del país;
esto es, acepta el comercio local, interno, pero no el internacional.(16)
En el México de inicios del siglo XXI esta postura continúa
vigente. En la necesaria discusión pública que deberá
realizarse para llevar a cabo un consenso en cuanto al mejoramiento
de las leyes sobre patrimonio cultural es un punto de vista, entre
muchos otros, que deberá tomarse en cuenta
Notas
1. El tipo de política cultural practicado en México “se basa en el supuesto de que existe un núcleo cultural positivo, de importancia superior para una comunidad y de ámbito restringido, que debe ser compartido por el mayor número de personas en calidad de receptores o espectadores […] ‘Llevar la cultura al pueblo’ es su lema habitual. Lema revelador que mal oculta la representación según la cual ‘cultura’ y ‘pueblo’ son entidades distintas y apartadas una de la otra, cuando no opuestas”. Coelho, Teixeira, “Política cultural”, en Diccionario crítico de política cultural: cultura e imaginario, México, Conaculta, Iteso, Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco, 2000, p. 381.
2. En diversas ocasiones se refirió al arte maya como “el arte más exquisito de las culturas antiguas de América”, y a Yucatán como “la región que ostenta la mayor riqueza arqueológica de México”. Presentación al catálogo de la exposición Colección de arte maya del Dr. Alvar Carrillo Gil, México, SEP-INBA, 1958, p. 4.
3. También Diego Rivera partía del mismo principio al seleccionar las piezas de su colección y declaraba que no le interesaba si eran antiguas o no, ya que ambas habían sido confeccionadas por indígenas; unos del pasado y otros contemporáneos, pero con la misma tradición artística.
4. Ceferino Palencia, “Carrillo Gil dona dos hermosas piezas de arte maya”, México en la Cultura, Novedades, 26 de enero de 1958, p. 6.
5. Los artículos se publicaron del 8 de marzo al 3 de mayo de 1959 en México en la Cultura del periódico Novedades. El libro, que incluyó fotografías y dibujos de los objetos saqueados, también se tituló La verdad sobre el Cenote Sagrado de Chichén Itzá, México, Asociación Cívica Yucatán, 1959.
6. Explica que a pesar de que la noticia se dio a conocer en la revista Time del 22 de febrero de 1960, las autoridades mexicanas no habían informado de la devolución, cuáles eran las piezas —si eran relevantes, si eran repetidas— y en dónde se expondrían de manera definitiva. Carrillo proponía que fuera un tiempo en el Museo de Antropología y que después deberían permanecer en Yucatán de manera definitiva. El coleccionista adjudica este éxito a México en la Cultura, suplemento en el que se publicaron originalmente sus denuncias. Alvar Carrillo Gil, “Harvard devuelve algunas de las joyas que Thompson robó del cenote sagrado de Chichén y llevó a Estados Unidos en valija diplomática. Un nuevo triunfo de México en la cultura”, México en la Cultura, Novedades, 28 de febrero de 1960, p. 1.
7. El coleccionista hace un recuento de los numerosos saqueos de las zonas mayas de Yucatán por los mismos estudiosos que las exploraron o de las cuales escribieron, entre otros, Stephens, Charnay y Thompson. Muchos de esos objetos pasaron a ser propiedad de museos norteamericanos. Alvar Carrillo Gil, “El saqueo atroz del arte maya”, La cultura en México, Siempre!, 26 de agosto de 1964, pp. XIII a XV.
8. El 13 de julio de 1964 se entrevistó con Donato Miranda Fonseca, secretario de la Presidencia de la República, a quien solicitó que ya no pretendieran “arrebatarnos los restos de los restos”; al parecer esta exigencia no tuvo buenos resultados. Poco más de un mes después, publicó un artículo en una revista de circulación nacional. Véase Luis Suárez, “El primer día libre de Siqueiros”, Siempre!, 29 de julio de 1964, p XII, núm. 579 y Alvar Carrillo Gil, “El saqueo atroz del arte maya”, op. cit.
9. Consigna Carrillo que las piezas “más buscadas por los coleccionistas” eran las olmecas y las mayas. Alvar Carrillo Gil, “Señores del gobierno: ¡YA BASTA! ¿Qué hacen ustedes para impedir el saqueo de un tesoro que pertenece a los mexicanos”, México en la Cultura, Novedades, 13 de septiembre de 1959, pp. 1 y 7.
10. En términos generales, el precio en ámbitos internacionales de una pieza de arte se multiplica por diez con relación a su valor comercial en el país de origen. Sally Price, Arte primitivo en tierra civilizada, México, Siglo XXI, 1993, p. 17. Dos reglas sobre la fijación del valor monetario: “El precio de las obras […] en mercados secundarios es mayor que el de obras […] en mercados primarios […] [y] a mayor promoción […] mayor es el precio”. Miguel Peraza y Josu Iturbe, El arte del mercado en arte, segunda edición, México, Universidad Iberoamericana-Miguel Ángel Porrúa, 1998, p. 58.
11. Así, en los lugares donde la exposición se presentaba, “lógicamente las transacciones sobre estas obras de arte se han multiplicado y los precios deben estar ahora por las nubes”. Carrillo explicó que “las ofertas de las galerías y de particulares para la venta de objetos de arte precolombino de México, se pueden ver en las revistas de arte europeas y americanas”. El coleccionista sabía muy bien que la circulación de las piezas así como su propaganda –textos o ensayos de críticos de arte definiendo los valores de las obras en cuestión, reproducción en revistas y periódicos, etcétera– casi siempre propicia el aumento de los precios en que tales obras se cotizan. Alvar Carrillo Gil, “Señores del gobierno: ¡YA BASTA! ¿Qué hacen ustedes para impedir el saqueo de un tesoro que pertenece a los mexicanos”, op. cit.
12. El saqueo de dos objetos importantes fue dado
a conocer en Time, en el número correspondiente
al 31 de agosto de 1959. Carrillo creía que los sacaron por
barco de México y directamente los enviaron a Europa, exhibiéndolos
en París y Holanda, en coincidencia perfecta con la exposición
mexicana que por esos meses estaba en la Akademie der Künste
de Berlín, y de allí pasarían a Londres, a
la Tate Gallery. Ibidem.
13. Dicho tradicionalismo “Consiste en la preservación
del patrimonio folklórico, concebido como archivo osificado
y apolítico. Este folcklor se constituye a veces en torno
de un paquete de esencias prehispánicas, otras mezclando
características indígenas con algunas formadas en
la Colonia o en las gestas de la Independencia […] Tales
tendencias coinciden al pretender encontrar la cultura nacional
en algún origen quimérico de nuestro ser, en la tierra,
en la sangre o en ‘virtudes’ del pasado desprendidas
de los procesos sociales que las engendraron y las siguieron transformando”.
Néstor García Canclini, “Introducción.
Políticas culturales y crisis de desarrollo: un balance latinoamericano”,
en Políticas culturales en América Latina, segunda
edición, México, Grijalbo, 1987, p. 32.
14. Así, Carrillo equiparaba lo mesoamericano –el arte de “nuestras culturas autóctonas, que dan fuerza y categoría a nuestro pueblo, como uno de los más refinados que han existido sobre la tierra”– con lo egipcio, griego, chino, inca, persa o japonés. Alvar Carrillo Gil, “El arte mexicano en el mundo. Próxima meta: Moscú”, México en la Cultura, Novedades, 4 de septiembre de 1960, pp. 7 y 12.
15. Carrillo sólo afirmaba que las piezas las había adquirido en México, sin proporcionar detalles. Colección de arte maya del Dr. Alvar Carrillo Gil, México, SEP-INBA, 1958. Cuando en 1963 fue acusado de saqueador de piezas mesoamericanas, especificó que todas las había adquirido de un comerciante que tenía su tienda abierta a todo el público en Mérida. Esto es, para el coleccionista el comercio interno es legal. Carta de Carrillo Gil publicada por Antonio Rodríguez en “No todo coleccionista es un saqueador, ¡Diego no lo fue!”, México, El Día, 2 de julio de 1963, p. 9.
16. En la Ley Federal del Patrimonio Cultural de la Nación, publicada en el Diario Oficial el 16 de diciembre de 1970, el artículo 52 establece que “Los monumentos arqueológicos […] están fuera del comercio, serán inalienables, imprescriptibles y no podrán ser objeto de ningún gravamen”. En este como en otros aspectos, Carrillo tuvo serias restricciones: no hizo una defensa sistemática en el extranjero sencillamente porque su ámbito de influencia era interno. Tampoco creó sistemas de prevención del delito de saqueo o de lucha legal por la recuperación del patrimonio en el exterior en parte porque su perfil no era el de mecenas que financiara, a través de inversión directa, proyectos de larga duración.
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