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Fachada de la iglesia de Santa Brigida, ciudad de México, ca. 1930. Foto: Archivo Carlos Contreras.


 

 

Patrimonio, urbanismo y arquitectura:
la iglesia de Santa Brígida


En 1933, al iniciar las obras de ampliación de San Juan de Letrán, para transformarla en la gran avenida de la capital mexicana, urbanistas y funcionarios se encontraron con que el nuevo alineamiento dejaba fuera gran parte de la nave de la iglesia de Santa Brígida; el dilema era conservar, demoler o modificar el inmueble. En este trabajo se reflexiona acerca de estas posturas frente al patrimonio virreinal a partir de un ejemplo de arquitectura barroca
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ALEJANDRINA ESCUDERO HISTORIADORA
Centro Nacional de Investigación,
Documentación e Información de Artes Plásticas, México
hisescudero@yahoo.com.mx

 

 

Al rescate del patrimonio

A pesar de que gran parte de la herencia edilicia virreinal de la ciudad de México había sido destruida, en las primeras décadas del siglo XX hubo un movimiento que actualizaba esa arquitectura desde varios frentes: la creación de instituciones, la promulgación de leyes, el arranque de una producción historiográfica, su divulgación en las cátedras de la Universidad y la construcción de edificaciones que la adoptaran.

Durante los primeros años del siglo pasado, en el Museo Nacional se iniciaron los registros fotográficos y la recopilación de información de lo que llamaban joyas coloniales y objetos artísticos varios.(1) Años más tarde, en el mismo museo se crearon dependencias, cuyas tareas fueron el registro, la catalogación y la protección de obras. En 1920 se fundó la Inspección de Monumentos Artísticos e Históricos de la República Mexicana, y en 1930 el Departamento de Monumentos Artísticos, Históricos y Arqueológicos y la Comisión de Conservación de Monumentos, que convergen en la creación del Instituto Nacional de Antropología e Historia en 1939.(2)

La Ley sobre Protección y Conservación de Monumentos y Bellezas Naturales (1930) otorgaba la declaratoria de monumento a aquellos inmuebles construidos en los siglos XVI, XVII y XVIII, que por su importancia artística o histórica merecieran tal denominación. La investigadora Eugenia Prieto advierte que “Entre 1930 y 1933 fue cuando se realizó la mayor parte de las declaratorias y su número superó las que se efectuaron en los cuarenta años siguientes.”(3)

Además de instituciones y una legislación que se encargaran de la protección y conservación de esa herencia inmueble, algunos personajes se dedicaron a la misma tarea. El Dr. Atl, Roberto Montenegro, Francisco Monterde, Jorge Enciso, Antonio Cortés, Ixca Farías, Enrique A. Cervantes, Justino Fernández, Manuel Toussaint, José R. Benítez, Jesús Galindo y Villa, Federico Mariscal y Carlos Contreras iniciaron una especie de cruzada a favor del estudio y divulgación de la historia de ciudades y arquitectura coloniales, lo que se hizo patente en una notable producción de obras monográficas entre 1908 y los primeros años de la década de 1930.(4) Como instituciones editoras de este tipo de publicaciones destacan la Universidad Nacional, la Secretaría de Fomento, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y la Editorial Cultura. En el medio arquitectónico se mostró el interés de varias formas: la circulación de temas en dos diarios capitalinos y en algunos libros, la cátedra y la construcción.

En sus secciones dominicales de arquitectura, en los periódicos Excélsior y El Universal se publicaron entre 1924 y 1927(5) varios artículos sobre el tema.(6) Hubo varias formas de presentarlo, por medio de dibujos, fotografías y textos sobre su historia y su estado de conservación. En 1924 se creó en Excélsior una serie llamada Del México monumental, en la que se publicaron croquis, detalles y perspectivas que tenían como objetivo, decían los editores, “conseguir hacer volver los ojos, hasta hoy indiferentes, hacia esas joyas que, olvidadas o escondidas, constituyen el manantial de nuestras futuras creaciones.”(7)

El Universal, por su parte, dio a conocer una gran variedad de artículos sobre la historia y la importancia de ese tipo de inmuebles, tales como: “La historia de nuestros monumentos nacionales”, “La capilla del Rosario de Puebla, una maravilla de la arquitectura colonial”, “El Acueducto y las fuentes coloniales de Querétaro” y “Hornacinas y remates coloniales”.

La divulgación de esos temas la encabezó Federico Mariscal(8) con obras como La patria y la arquitectura nacional, en la que resumió las conferencias leídas en la Casa de la Universidad Popular Mexicana, entre 1913 y 1914, y que ilustró con 550 fotografías; en la introducción del libro, el arquitecto expresaba que con esta publicación pretendía “despertar el más vivo interés por nuestros edificios y dar a conocer y estimar su belleza, a fin de iniciar una verdadera cruzada en contra de la destrucción.”(9)

Otro libro fue La arquitectura en México. Iglesias, proyecto iniciado en 1907 por Genaro García para conmemorar el primer centenario de la Independencia; estaría compuesto por varios tomos, que comprenderían la “Historia de la arquitectura y el mueble en México”.(10)

En la Escuela Nacional de Arquitectura (ex Academia de San Carlos), Mariscal fundó la materia Historia del Arte en México, en la que impulsó el conocimiento del patrimonio monumental del pasado prehispánico y colonial. La cruzada que emprendió en las aulas fue a favor de que los arquitectos estimaran, amaran y hasta imitaran “las arquitecturas que heredamos en nuestro suelo: la precortesiana y en particular la virreinal”.(11)

Por el lado de la construcción, en varios de sus escritos Mariscal promovía la búsqueda de una arquitectura propia que tuviera “cara indígena o colonial”, hecho que se inscribe en el nacionalismo del siglo XX. La unión de las formas nuevas con la tradición era una de sus máximas, y argumentaba que “el progreso no puede ser, si no se basa en el más completo conocimiento del pasado.” En la capital del país, el uso de elementos de la arquitectura virreinal trajo, en algunas obras ubicadas particularmente en el entonces recién creado fraccionamiento Chapultepec Heights (hoy Polanco), el estilo llamado colonial californiano o neocolonial, que por esos años competía con el déco de la colonia Hipódromo Condesa.

En la revista Forma se publicaron algunos artículos sobre el estilo neocolonial; por ejemplo se dieron a conocer unos dibujos arquitectónicos de Antonio Ruiz en ese estilo: “Son una manifestación espontánea en que el juego de las formas se concuerda dentro de proporciones plásticas, características del estilo colonial mexicano.” (12)


Urbanismo y patrimonio: el caso de Santa Brígida

El interés por el patrimonio edilicio virreinal se desarrolló, también, en una incipiente disciplina urbanística en México. La revista Planificación, órgano de la Asociación Nacional para la Planificación de la República Mexicana –ambas dirigidas por Carlos Contreras–, fue un instrumento que tuvo como propósito dar a conocer, en nuestro país, la vanguardia de los estudios urbanísticos y constituye una fuente para saber cómo era considerado el patrimonio monumental por los urbanistas.(13)

Entre  1927 y 1934, en la revista se publicó una serie de artículos dedicados a algunas ciudades mexicanas que todavía conservaban traza y arquitectura colonial. Aunque el foco de interés fue la ciudad de México, se publicaron textos sobre Uruapan, Puebla, Zacatecas, Guadalajara, Morelia, Guanajuato y Taxco. En sus páginas se dio a conocer la Ley para la conservación de la ciudad de Taxco de Alarcón,(14) la primera que se expedía en la materia y el primer esfuerzo para conservar monumentos del pasado colonial.

Si bien los proyectos de Contreras y otros urbanistas trataron de respetar los monumentos del pasado, al formalizarse las acciones en el articulado de la Ley de Planificación y Zonificación del Distrito Federal y Territorios de la Baja California, promulgada por Abelardo L. Rodríguez en 1933,(15) no fue tomado en cuenta ese patrimonio de la ciudad de México.(16)

El proyecto de la apertura y prolongación de arterias en el Distrito Federal, preparado por Carlos Contreras, tenía como propósito cruzarlo con una serie de avenidas y circuitos, previendo futuras expansiones.(17) En su estudio de trazo, San Juan de Letrán constituyó el eje que cruzaría la ciudad de norte a sur y ligaría a Tlalnepantla con el arranque del camino a Cuernavaca. Se inició la ampliación, alineación y prolongación del primer tramo que corría de la Avenida Juárez (Plaza de Bellas Artes) hacia el sur, hasta el Mercado Hidalgo (calzada del Niño Perdido y calle de Dr. Pasteur). La anchura prevista era de 35 metros de paño a paño de construcción y las demoliciones afectarían únicamente la acera poniente.

El 24 de junio de 1933 se emprendieron los trabajos y en las primeras seis calles fueron demolidos varios inmuebles; algunos eran los vestigios de obras virreinales, tales como el Hospital Real y el Asilo Matías Romero, así como otras del siglo XX, como el edificio Gore, ubicado en la tercera calle de San Juan de Letrán, esquina con Artículo 123; otro inmueble afectado parcialmente fue el primer Cine Teresa, construido en 1924.(18) En diciembre de 1934, la ampliación llegaba hasta la Plaza del Salto del Agua y Arcos de Belén.

En la primera calle fue en donde se presentó el problema de mayor consideración porque en ella se ubicaba el convento y la iglesia de Santa Brígida. Al respecto Justino Fernández argumenta:

El trazo de la nueva arteria pasaba precisamente sobre el templo de Santa Brígida dejando fuera del nuevo alineamiento prácticamente tres cuartas partes de su nave. Era éste un problema de difícil solución pues si bien por un lado quería conseguir la conservación del monumento, por el otro el saliente que se producía estorbaba en cierta forma a las necesidades del tránsito.(19)

El convento de Santa Brígida fue la única construcción en nuestro país de la orden de las recoletas y estaba limitado al norte por las casas del puente de San Francisco (hoy avenida Juárez); al oriente por la calle de San Juan de Letrán; al sur por la calle de Independencia y, al poniente, por el, en ese entonces, callejón de López.

El convento había sido desocupado hacia 1867 como consecuencia de las Leyes de Reforma y quedó convertido en la prisión militar del Estado. Más tarde, albergó en una parte al colegio de niñas pobres y, en otra, a la Congregación de San Luis. Durante la Revolución se estableció ahí la Casa del Obrero Mundial. El templo siguió abierto al culto hasta su demolición. Justino Fernández narra que a finales del siglo XIX y principios del XX ahí “tenían lugar los casamientos lujosos de las clases acomodadas, habiéndose convertido el templo, por lo tanto, en el más favorecido de la ciudad de México. Su auge vino en decadencia durante los años de la revolución”.(20)

Sobre su importancia, Justino Fernández arguía que el templo de Santa Brígida tenía una característica que la hacía única dentro de la arquitectura barroca:

Su planta era excepcional dentro de las que generalmente se hicieron en Nueva España precisamente por su barroquismo, y todos sus alzados de gusto sobrio y moderado contrastan con los excesos a que se había llegado en esos años, dentro del churriguera; planta y alzados tenían una completa unidad entres sí, siendo ésta quizá su mejor característica.(21)

Contreras consideraba que ése era el problema de mayor gravedad en el desarrollo del proyecto: “en la obras de ampliación de la primera calle de San Juan de Letrán, fue el relativo a la iglesia de Santa Brígida, que en mi opinión constituía un elemento tradicional y arquitectónico de importancia y que debería conservarse.”(22)

El arquitecto preparó tres soluciones posibles, las cuales presentó a la Comisión de Planificación y a la Dirección de Monumentos Artísticos:

1. Conservación de la iglesia en su posición existente sobre la banqueta de las calles de San Juan de Letrán (proyectada sobre el alineamiento del paño de los 35 metros), convirtiendo este monumento en un pasaje cubierto sobre la banqueta a través del templo, reconstruyendo una fachada al norte y otra al sur y posiblemente estableciendo en su interior un museo o bien la oficina de turismo; abriendo dos calles de doce metros de ancho de San Juan de Letrán a López y creando en la parte poniente del templo de Santa Brígida una plazoleta, es decir, dejando tres edificios de importancia en la primera calle de San Juan de Letrán con cuatro frentes cada uno de ellos, además de la iglesia de Santa Brígida para que lucieran sus fachadas y su cúpula de planta elíptica, que hacía de este monumento uno de los ejemplos más interesantes de arquitectura del siglo XVIII.

2. Movilizando todo el tempo de Santa Brígida y remetiéndolo al nuevo alineamiento de los treinta y cinco metros.

3. Demoliéndolo.(23)

Se iniciaron los trabajos para la primera alternativa que era conservar la iglesia; se hicieron las demoliciones necesarias a su alrededor, para ver el efecto de la perspectiva de la avenida. Las fotografías muestran, también, que se realizaron algunas obras relativas a la segunda opción, que era la movilización con el fin de remeterla.(24) Sin embargo, acabó por ser demolida. El urbanista argumentó que las autoridades correspondientes decidieron que era más importante la ampliación de la avenida de San Juan de Letrán que la conservación del templo,(25) a pesar de que la iglesia de Santa Brígida estaba protegida por la Ley de Monumentos, según la declaratoria del 27 de agosto de 1931. Después de su destrucción Contreras hizo el siguiente comentario: “Los años habrán de criticar o de justificar si ésta fue la correcta solución a tan importante problema”. En descargo del urbanista habrá que reconsiderar que, en el mismo proyecto, él planteó rematar el primer tramo de la avenida San Juan de Letrán con lo que llamó “conjunto barroco”, formado por tres obras ubicadas en el crucero de las calles de San Juan de Letrán, Arcos de Belén y Niño Perdido. El proyecto pretendía conservar la Fuente del Salto del Agua, tramo final de lo que fue el Acueducto de Chapultepec, y aislar la Iglesia de la Purísima Concepción, creando con estos dos elementos y con el Colegio de las Vizcaínas “una gran plaza de carácter arquitectónico colonial.”(26)

 

Epílogo

La destrucción de las obras del pasado, que en el caso expuesto fue conseguir que San Juan de Letrán se convirtiera en la main street de la ciudad, fue un acto que todavía no ha sido valorado en su entera dimensión porque Santa Brígida y muchos otros ejemplos de nuestro patrimonio arquitectónico han sido destruidos en aras de la llamada “modernidad”.

Si durante las primeras décadas del siglo XX se desarrolló un movimiento a favor del estudio, protección y conservación del patrimonio virreinal, en forma de instituciones y leyes, no comprendemos por qué, por ejemplo, la Ley de Planificación y Zonificación del Distrito Federal y Territorios de la Baja California no tomó en cuenta la protección de este tipo de inmuebles y, aún estando protegidos por Ley de Monumentos, fueron destruidos, como sucedió con la iglesia de Santa Brígida.

 

 

Notas

1. Otra acción importante de registro de inmuebles de la capital y del interior del país la hizo entre 1904 y 1908, el fotógrafo Guillermo Kahlo, comisionado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público para tal fin. Las fotografías de estas primeras décadas se publicaron posteriormente en libros y colecciones dedicadas al arte de nuestro país, como por ejemplo la serie Monografías Mexicanas de Arte o la Colección Anáhuac de Arte Mexicano.

2. Agradezco esta información a la investigadora Thalía Montes de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

3. Eugenia Prieto, “Inmuebles declarados monumentos del Distrito Federal", Boletín de Monumentos Históricos, núm. 2, 1979, p. 61.

4. Destacan Ciudades coloniales y capitales de la República Mexicana de Antonio Peñafiel que incluyó Puebla, Querétaro, Guerrero, Morelos y Tlaxcala; la serie de seis volúmenes de Iglesias de México (1924-1927) dirigida por el Dr. Atl. Sobre la ciudad de Taxco hubo una especie de boom bibliográfico; asimismo, se publicaron las series Monografías Mexicanas de Arte, dirigida por Jorge Enciso, y Monografías Mexicanas que inició en 1932.

5. La sección de Excélsior se llamaba Sección de Arquitectura, Terrenos y Jardines y la de El Universal  Casas y Terrenos, Guía del Hogar Económico y Arquitectura.

6. No sólo se escribió sobre la arquitectura virreinal, también hubo varios textos sobre la llamada arquitectura precortesiana. En este tema fueron notables los artículos de Federico Mariscal y, en especial, las transcripciones de las conferencias de Sylvanus Morley cuando estuvo en Yucatán en su recorrido por Chichén Itzá y Uxmal.

7. Aunque el primer dibujo estuvo dedicado a la Iglesia de Loreto, edificada por Agustín Paz a principios del siglo XIX, el resto de la serie incluyó inmuebles virreinales. Excélsior, 18 de mayo de 1924.

8. Al arquitecto Jesús T. Acevedo también se le deben reflexiones acerca de la importancia del patrimonio virreinal, expuestas en conferencias y en su libro Disertaciones de un arquitecto (1920).

9. Federico Mariscal, La patria y la arquitectura nacional, México, Imp. Stephan y Torres, 1915.

10. La Revolución vino a interrumpir tan vasta labor editorial y sólo se publicaron dos tomos: el primero en 1914 y el segundo de 1932, en el que Mariscal escribió la introducción y las noticias histórico-descriptivas de siete templos, seis del siglo XVIII. La sección gráfica incorpora 135 fotografías de Antonio Cortés.

11. No sólo impulsó el rescate para el movimiento arquitectónico de lo virreinal, su interés también se basaba en lo prehispánico. Una muestra es su Estudio arquitectónico de las ruinas mayas: Yucatán y Campeche (1928), resultado de un viaje que hizo comisionado por la Dirección de Arqueología. Ahí proponía aprovechar esas “notables ruinas, en la creación de una arquitectura americana o nacional en nuestros días.”

12. Forma, núm. 4, 1927, pp. 40-42.

13. Se publicaron veinte números entre 1927 y 1934.

14. Francisco Antúnez Echegaray, Planificación, t. I, núm. 8, junio de 1928.

15. En la Ley de Planeación de la República Mexicana promulgada en 1930, aunque sí menciona que se ocupará de las zonas “arqueológicas y de conservación de monumentos artísticos, históricos y arquitectónicos”, en uno de sus incisos sólo se refiere a los inmuebles del gobierno federal y propone la clasificación y ubicación adecuada, edificación de los que sea necesario construir y restauración y acondicionamiento de los ya existentes.

16. Planificación, t. II, núm. 1, ene-feb-mzo, 1934, pp. 8-9.

17. Estas propuestas se encuentran en su Plano Regulador del Distrito Federal, 1933.

18. Años más tarde fue reconstruido por el arquitecto Francisco J. Serrano. Cuando las obras llegaron al cine –cuenta el arquitecto Serrano– fue parcialmente destruido y “se tuvo que comprar un terreno atrás y aprovechar sólo parte del cine pero ya entonces se hizo completamente moderno, ya fue la nueva época de los cines”. “Francisco J. Serrano”, Testimonios vivos. Veinte arquitectos, Cuadernos de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico, núms. 15-16, 1983,  pp. 57-58.

19. Justino Fernández, “Santa Brígida de México”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, v. IX, núm. 35, 1966, p. 24.

20. Ibidem, p. 18.

21. Ibidem, p. 23. A partir de las observaciones de Diego Angulo Íñiguez acerca de la “sobriedad y falta de movimiento” en las plantas del barroco español, Justino Fernández hace esta aseveración.

22. Carlos Contreras, “Trabajos de planificación emprendidos para la ampliación de la calle de San Juan de Letrán”, Planificación, t. II, núm. 6, diciembre de 1934,  p. 9 y ss.

23. Idem.

24. Las fotografías muestran cómo fueron numeradas las piezas de la fachada para ello.

25. Carlos Contreras, “Trabajos de planificación...”, op. cit., p. 15. No hemos hallado documentos que certifiquen esa decisión.

26. Esta propuesta implicaba otro tipo de obras como la ampliación, también, de las calles de Arcos de Belén y de San Miguel (Izazaga) que desembocan en la plaza y la demolición de algunas construcciones entre San Juan de Letrán y el callejón de San Ignacio, para darle frente y vista al Colegio de las Vizcaínas, así como la prolongación del frente del teatro Politeama hasta el paño de alineamiento que ve al poniente en la plaza del Salto del Agua. Carlos Contreras, “Trabajos de planificación...”, op. cit., p. 32.


 


Interior de la iglesia de Santa Brígida, ciudad de México, ca. 1930.
Foto: Archivo Carlos Contreras.


Trazo del proyecto de ampliación de la avenida San Juan de Letrán, ciudad de México, en el que se aprecia como es interrumpido por la iglesia de Santa Brígida. Croquis: Justino Fernández, ca. 1933-1934. Publicado en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas (UNAM), núm. 35, 1966.



Trabajos previos al proyecto de rescate y reubicación de la iglesia de Santa Brígida, ciudad de México, 1934. Esta iniciativa no se llevó a cabo y el edificio fue demolido.
Foto: Archivo Carlos Contreras.


Demolición de la iglesia de Santa Brígida, ciudad de México, 1934.
Foto: Archivo Carlos Contreras.