|
|
Arqueólogos vs.
coleccionistas:
Ley Federal sobre Monumentos de 1972
La Ley Federal sobre Monumentos
y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos
constituye un hito en la historia de la protección de los
bienes culturales en México; esta legislación no sólo
ha sido la primera y única en ser debatida públicamente
antes de ser aprobada, sino que también representa el último
tête à tête
que tuvieron los coleccionistas y los antropólogos para decidir
qué bando tomaría el control definitivo de los bienes
arqueológicos. Este breve artículo tiene como objeto
presentar como se dirimió la discusión entre estos
dos grupos y cuál fue el resultado que arrojó antes
de que la iniciativa de ley entrara a ser discutida en la Cámara
de Diputados.
• • •
ALBERTO HERNÁNDEZ
SÁNCHEZ • HISTORIADOR
Universidad Iberoamericana, México
albherna@hotmail.com
Antecedentes(1)
La discusión que se desató entre
los coleccionistas y los antropólogos en torno a la Ley Federal
sobre Monumentos de 1972 tiene como antecedente directo la Ley Federal
del Patrimonio Cultural,(2)
que había sido aprobada el 19 de diciembre de 1968. Este
código despertó una gran preocupación entre
la comunidad de coleccionistas en México –poseedores
de piezas arqueológicas y obras de arte–, pues facultaba
al Gobierno Federal para expropiar, asegurar u ocupar bienes culturales
de particulares, bajo condiciones poco claras y confusas.
Ante esta situación, la Secretaría
de la Presidencia de la República decidió evaluar
dicha legislación y creó un grupo de trabajo encabezado
por José López Portillo, Bernardo Sepúlveda
Amor y Enrique Loaeza Tovar. Los miembros consultivos de ese equipo
fueron Horacio Quiñónez, Raúl Cacho, Mario
Pani, Enrique de la Mora, José Reyes Meza, Jorge L. Tamayo,
Daniel Rubín de la Borbolla, Manuel Porrúa, Josué
Sáenz, Ricardo Hecht, Ignacio Rubio Mañé, Jesús
A. Arroyo Moreno y Luis Ortiz Macedo.(3)
Luego de reunirse durante año y medio, el
grupo recomendó la publicación de la Ley Federal del
Patrimonio Cultural en el Diario Oficial de la Federación,
con la condición de que se trabajara en nuevo proyecto de
ley. Así, pues, se tomó la determinación de
presentar el 21 de diciembre de 1971, ante el pleno de la Cámara
de Diputados, la iniciativa de Ley Federal sobre Monumentos Arqueológicos,
Artísticos, Históricos y Zonas Monumentales.(4)
El debate del Salón Verde
La Comisión de Desarrollo Educativo de la Cámara de Diputados decidió que la iniciativa de ley no fuera debatida y comentada sólo por los miembros de la misma, sino que la opinión pública debía participar mediante una discusión abierta. Fue así como se contó con la participación de diversos sectores de la sociedad civil, principalmente aquellos que estaban involucrados con el estudio y recolección de bienes culturales. Esta discusión se realizó a través de cuatro audiencias públicas entre el 22 y el 29 de marzo de 1972.(5)
La Comisión de Desarrollo Educativo estaba
presidida por el diputado Alejandro Peraza Uribe, quien fue auxiliado
por los diputados Óscar Hammeken G., José Luis Alonso
Sandoval, Ramiro González Casales, Bernardo Bátiz
Vázquez, Maximiliano León Murillo, Adbón Ortiz
Cruz, Orlando Valencia Moguel, Agapito Hernández Hernández,
Carlos Osorio Aguilar, Diamantina Reyes Esparza, Ramiro Robledo
Treviño, Manuel Origel Salazar, Luciano Arenas Ochoa, Frida
Pabello de Mazzotti, Octavio Cal y Mayor, Jesús Arroyo y
Guillermo Ruiz Vázquez.(6)
El miércoles 22 de marzo iniciaron las sesiones en el Salón Verde de la Cámara de Diputados.(7) Entre los asistentes se encontraban Luis Carral y de Teresa, Alfonso Ramírez Horta, Josué Sáenz (delegados de la Asociación Nacional de Coleccionistas) y Julio César Olivé Negrete (representante de la Asociación Mexicana de Antropólogos Profesionales), quienes atrajeron los reflectores; también estuvieron representadas las comisiones de Antropología del Consejo Técnico de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) y la de la Sociedad Mexicana de Antropología del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).
La discusión entre la Asociación
Nacional de Coleccionistas y la Asociación Mexicana de Antropólogos
Profesionales (AMAP) comenzó cuando los primeros pidieron
que se respetara la tenencia de sus colecciones, que la nueva ley
no fuera retroactiva y que se permitiera la exportación de
piezas que fueran consideradas como no insustituibles y no irremplazables;
para ello, propusieron una posible tipificación de piezas
arqueológicas.(8)
Por su parte, Josué Sáenz pidió a la comisión
encargada de las audiencias que estudiara los documentos emanados
del grupo de trabajo creado para estudiar la Ley Federal del Patrimonio
Cultural.
Ante tales argumentos, Julio César Olivé
Negrete exigió la prohibición para que los coleccionistas
exportaran bienes arqueológicos e insistió en la necesidad
de considerarlos como propiedad nacional. También afirmó
que, al no existir un registro de todos los coleccionistas que poseían
piezas arqueológicas, se podía hacer una legislación
que fuera retroactiva y que los regresara a manos de la nación.
En su exposición, Olivé dijo que por desgracia los
antropólogos, arqueólogos y demás personas
dedicadas profesionalmente al cuidado del patrimonio no habían
participado en las discusiones legislativas, para lo que dio como
ejemplo el no haber participado de la comisión de la que
hacía mención Josué Sáenz;(9)
con esto abrió una discusión que estaría presente
en las subsecuentes reuniones. A pesar de las posturas encontradas,
ambas partes estuvieron de acuerdo en que el saqueo de piezas arqueológicas
era un problema evidente que debía solucionarse.
El meollo de la controversia desatada entre antropólogos y coleccionistas era la incompatibilidad de intereses de ambas partes, más allá de que realmente hicieran propuestas que beneficiaran a la colectividad y al patrimonio cultural. Los coleccionistas no estaban dispuestos a perder, bajo ninguna circunstancia, la propiedad de sus joyas arqueológicas; pero estos bienes, a ojos de los arqueólogos y antropólogos, debían estar en manos de “La Nación”, o mejor dicho, en manos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Sí la Ley Federal del Patrimonio Cultural de 1970 había exacerbado la disputa directa por los bienes arqueológicos entre ambas partes, con el perjuicio de los coleccionistas, y éstos habían tratado de sacar ventaja en la revisión que se hizo a la ley, ahora con esta nueva iniciativa ambos tratarían de salir victoriosos.
El viernes 24 de marzo de 1972, al llevarse a cabo la siguiente reunión,(10) ésta se convirtió en un “circo de dos pistas”. El “show” se lo llevó Julio Cabrera Ruiz, quién expuso una singular apología de sí mismo; narró sus aventuras como “investigador de saqueos arqueológicos” y lanzó acusaciones en contra de Alfonso Caso, Ignacio Bernal, Román Piña Chan, R. Venegas Arroyo de Honda, Rubín de la Borbolla, Raúl P. Abreu y Jorge Enciso.
Junto con Cabrera Ruiz, asistieron al recinto legislativo David Alfaro Siqueiros, Julio César Olivé, Luis Ortiz Macedo (director del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura), Guillermo Bonfil Batalla (director del INAH), Constantino Rábago (director de la Academia de Ciencias y Artes), Raquel Tibol y Jaime Litvak King (secretario de la Sociedad Mexicana de Antropología).
Fue Litvak quién retomó el punto del saqueo y planteó algunas sugerencias para combatirlo: a) considerar al saqueo arqueológico como un robo a la nación, dando un real valor a las piezas sustraídas, para así elevar las penas; b) crear un registro nacional de colecciones privadas para obligar a sus propietarios a exhibirlas públicamente; c) la posibilidad de tasar la tenencia y transferencia de bienes arqueológicos; d) promover una campaña nacional vía municipios para responsabilizar a las autoridades del mantenimiento de las zonas arqueológicas, previniendo al gobierno que cuando realice obras públicas tenga el cuidado de no destruir tesoros arqueológicos y que evite que las piezas que se pudiera encontrar sean traficadas por los contratistas, y e) evitar que los campesinos se conviertan en traficantes arqueológicos. Constantino Rábago secundó a Litvak en lo referente a la campaña de concientización, con el argumento de que el propio pueblo es el mejor vigilante.
Para la audiencia del lunes 27 de marzo(11)
varios investigadores salieron en defensa de los agraviados en la
reunión anterior y arremetieron fuertemente contra de Julio
Cabrera Ruiz, quién fue tachado de “enfermo mental
sin autoridad moral ni representación alguna y además
con antecedentes penales”. Los concurrentes en aquella ocasión
fueron nuevamente Olivé Negrete y Litvak King, los cuales
estuvieron acompañados por Amalia Cardoz Domingues; Noemí
Castillo Tejero; Mario Collignon, coleccionista de Guadalajara;
Daniel Rubín de la Borbolla, Enrique Nalda, además
de los pintores David Alfaro Siqueiros y José Luis Cuevas.
Cardoz Domingues y Castillo Tejero lanzaron un
virulento ataque a los coleccionistas. La primera argumentó
que los intereses de la nación estaban por encima de los
de particulares en materia de bienes arqueológicos y que,
más que la expropiación o la indemnización,
lo que procedía era el decomiso de las piezas, pues la nación
no tenía que pagar por algo que le pertenece legalmente;
también pidió que el nuevo ordenamiento debería
prohibir la propiedad particular de bienes arqueológicos.
En el mismo tenor, Noemí Castillo recalcó que la sustracción
de dichos bienes a manos de particulares debería ser considerado
un hurto a la nación y solicitó que el ejército
mexicano le brindara al INAH toda la ayuda posible para cuidar zonas
arqueológicas, combatir el saqueo y para hacer trabajos de
exploración y restauración de los monumentos arqueológicos
bajo la supervisión de ese instituto.
Mario Collignon, en un tono mucho más mesurado, retomó la preocupación de los anticuarios y coleccionistas; propuso que se controlara y se llevara un registro de quienes se dedicaran a estas actividades. José Luis Cuevas arremetió contra aquellos que acusaban a los coleccionistas e investigadores y habló de que se respiraba un “tufillo nazifacista”. En lo referente a los monumentos artísticos, criticó el hecho de que no se permitiera a los creadores vender sus obras y que no se hiciera nada en contra de la falsificación. Siqueiros concluyó al pedir que en la nueva legislación se incluyera un artículo que protegiera al muralismo mexicano, tanto de la mutilación como de otros muchos aspectos que terminan por afectar dichas obras.
La última sesión se realizó
el miércoles 29 de marzo de 1972,(12)
teniendo como ponentes a Gonzalo Aguirre Beltrán (subsecretario
de la Secretaría de Educación Pública, SEP),
Ramón Bonfil (presidente de la Sociedad Mexicana de Arquitectos
Restauradores, A.C.) Benjamín Flores Barrueta (presidente
de la Barra de Abogados), Jorge Williams (quien representaba al
Museo de Antropología de Jalapa, Veracruz), Román
Piña Chan (presidente de la Sociedad Mexicana de Arqueólogos),
José Nito Gómez, Alfonso Ramírez Horta y Luis
Ortiz Macedo.
La intervención de Aguirre Beltrán fue de tal contundencia, que significó la puntilla para las aspiraciones de los coleccionistas y sirvió como espaldarazo para la postura sostenida por los antropólogos y arqueólogos. Primero, comenzó con la defensa a los investigadores que habían sido atacados días atrás y, después, desestimó la posición de los coleccionistas e insinuó que gracias al coleccionismo existía el comercio ilegal y tráfico de piezas arqueológicas; también dijo que éstos sólo se preocupaban del aspecto artístico de las piezas y que debido al traslado de las mismas fuera de su lugar de origen el trabajo in situ del arqueólogo se echaba a perder. Pero lo más significativo de su conferencia fue cuando afirmó que el principio de la identidad nacional estaba contenido en los bienes arqueológicos, pues en ellos se encontraba “la herencia cultural que recibimos del componente indígena de nuestra nacionalidad y que estos bienes contribuyen, como símbolos de la identidad nacional a formar la conciencia nacional, dar cohesión y sentido de patria al grupo de hombres, mujeres y niños que constituimos la nación mexicana”. Para finalizar, apuntó que dichos bienes, por ser símbolos de la identidad nacional, eran de propiedad exclusiva de la nación, por su carácter de implementos que conforman al valor de la patria, el cual es el más eminente y excelso de los valores que un mexicano podía poseer. Con lo anterior, Aguirre Beltrán estaba “dando la bendición” al INAH para poder tomar a su cargo el patrimonio arqueológico de México.(13)
En las demás exposiciones Ramón Bonfil insistió en la necesidad de proteger a las zonas de belleza natural y las que contuvieran inmuebles con arquitectura popular. Alfonso Ramírez Horta pidió que se hiciera a la población más consciente de este tema a partir de campañas publicitarias. Finalmente, para Luis Ortiz Macedo, la protección del patrimonio del país era una labor conjunta de todos los organismos de gobierno.
Conclusión
Tras haberse llevado a cabo las consultas y discusiones
de la iniciativa, la controversia por definir la posesión
de los bienes arqueológicos (que resultó para los
medios escritos como la más visible) había quedado
prácticamente dirimida. Aunque los coleccionistas habían
dado batalla, al mostrar propuestas interesantes y metiéndose
de lleno a la discusión, las instancias de gobierno habían
ya tomado partido por la postura enarbolada por los antropólogos
y arqueólogos.
Fue así como la posición del Gobierno
Federal, apelando a una figura de gran talla como lo era Gonzalo
Aguirre Beltrán, fue más que clara: los bienes arqueológicos
son propiedad de la nación, por lo tanto debían quedar
bajo su tutela y protección. Esto abría la puerta
para que en la nueva legislación se allanara el camino a
los organismos estatales competentes para administrar a los bienes
arqueológicos, tal y como quedó finalmente plasmado,
cuando se le dieron todas la atribuciones al INAH para hacerse cargo
de ellos.
Si bien es cierto que la confrontación
entre arqueólogos y coleccionistas presentaba de antemano a
un posible ganador (tal y como lo señalan las crónicas
periodísticas), creo que dicho enfrentamiento, en lugar de
restarle importancia a la Ley Federal sobre Monumentos, nos acerca
a un hecho trascendental, como lo fue la discusión pública
de la propia iniciativa, que finalmente contribuyó a enriquecer
el texto final de dicho código. Debemos entender que con esto
se marcó un precedente que no se debe obviar al momento de
legislar en materia de cultura. Hoy día podemos estar de acuerdo
o no respecto a la vigencia y validez que tiene la Ley Federal sobre
Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos,
sin embargo, no podemos negarle una virtud que, de origen, la convierte
en una ley distinta a muchas otras y que marca una pauta que debe
mantenerse en la elaboración de las leyes: la participación
ciudadana.
Notas
1. Agradezco a la Dra. Ana Garduño por su invitación
a colaborar en Discurso Visual a través de este artículo.
2. Esta ley puede consultarse en Alejandro Gertz Manero, La defensa jurídica y social del patrimonio cultural, México, Fondo de Cultura Económica, 1976, pp. 131-155.
3. Todos los documentos relacionados con este grupo de trabajo se encuentran en el Archivo General de la Nación, Ramo Presidentes, Grupo documental: Luis Echeverría, Caja 733, Exp. Patrimonio cultural.
4. Diario de debates de la Cámara de Diputados,
XLVIII Legislatura, martes 21 de diciembre de 1971.
5. Hasta donde tengo conocimientos, sé que
existe (o existió) una memoria de estas audiencias. Tuve
la oportunidad de acceder sólo a unos fragmentos de la primer
audiencia, gracias a que el profesor Bolfy Cottom me proporcionó
transcripciones de este primer encuentro; desgraciadamente no he
podido encontrar la memoria completa. Al momento de hacer esta investigación
me encontré con que, en la propia Biblioteca de la Cámara
de Diputados, no cuentan con ningún ejemplar de dicho documento.
Asimismo, me fue casi imposible localizar a alguno de los participantes
de dichas reuniones; sólo pude tener contacto con Alejandro
Peralta Uribe, quien en un principio accedió a una entrevista,
pero posteriormente se negó a dármela.
6. Los diputados se fueron intercalando en distintas reuniones.
7. El Universal, jueves 23 de marzo de 1972, primera sección, p. 12. El Día, jueves 23 de marzo de 1972, p. 11.
8. Transcripción de la “Audiencia Pública en relación con la iniciativa de Ley Federal sobre Monumentos Arqueológicos, Artísticos e Históricos y Zonas Monumentales”, rollos 1–11.
9. Ibid., rollos 15–17.
10. El Universal, sábado 25 de marzo de 1972, primera sección, pp. 1, 13. El Día, sábado 25 de marzo de 1972, p. 3.
11. El Universal, martes 28 de marzo de 1972, primera sección, pp. 1, 7. El Día, martes 28 de marzo de 1972, pp. 1, 3.
12. El Universal, jueves 30 de marzo de 1972, primera sección, p. 14. El Día, jueves 30 de marzo de 1972, pp. 1, 3.
13. No hay que olvidar que para fines legales
hablar de “Bienes arqueológicos” es referirse a
“Bienes prehispánicos".
|
|