E N T O R N O • • • • • •
 


Desfile militar frente a Palacio
Nacional, ciudad de México. Excélsior, 17 de septiembre de 1930.


 

 

Desfiles militares y política de masas(1)

En el México de las décadas de 1920 y 1930, los gobiernos posrevolucionarios entendieron el poder cada vez mayor de las masas y la necesidad de controlarlas. En este breve ensayo el autor hace un ejercicio comparativo entre dos conmemoraciones que, a partir de esos años, han tenido gran relevancia en el calendario cívico del país: las del 16 de septiembre y del 1 de mayo –esta última relegada en décadas recientes. Se analizarán dos imágenes: una fotografía del desfile militar realizado en 1930 con motivo del aniversario del inicio de la Independencia nacional y una pintura de Diego Rivera sobre la celebración del Día del Trabajo.

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ENRIQUE PLASENCIA DE LA PARRA HISTORIADOR
Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas,
Universidad Nacional Autónoma de México
epdlp@servidor.unam.mx

 

 

En términos generales, el desfile militar es sinónimo de orden, de cómo un contingente muy numeroso marcha por las calles de una ciudad. El orden lo podemos identificar también con la armonía; la prensa muchas veces utiliza esa palabra para elogiar el desarrollo de una parada castrense. El conjunto armonioso y la simetría de la formación militar son la base de la estética de los desfiles. Pero también es una demostración de fuerza, por la cantidad de soldados que participan, la calidad de sus armas y de los equipos con que van pertrechados. Durante el periodo posrevolucionario, en México se retomó la tradición de los desfiles septembrinos, que se originó en el siglo XIX, con motivo de la conmemoración por el inicio de la lucha por la Independencia nacional.


La fotografía en Excélsior

En una foto del desfile del 16 de septiembre de 1930, publicada al día siguiente en el periódico Excélsior, vemos a los soldados marchar de forma ordenada frente a Palacio Nacional, sede de los poderes federales del país y símbolo por excelencia de la jerarquía política en México. Por ello, el momento culminante de la parada es cuando cada jefe de batallón o regimiento saluda al entonces presidente Pascual Ortiz Rubio. En la imagen podemos apreciar el momento en que un contingente del arma de caballería se detiene un instante, al parecer para saludar al palco de honor o tal vez para corregir la distancia con el grupo que va adelante. También vemos cómo una sección de infantería da la vuelta para dirigirse hacia el frente de la Catedral Metropolitana. La multitud se aglomera en el Zócalo, como es popularmente conocida la Plaza de la Constitución, para ver mejor. Es notorio cómo el fotógrafo quiso captar el desfile, pero desde un ángulo en que también se viera el enorme frente de Palacio Nacional. Era como un intento de asociar el poder presidencial con la fuerza del ejército. El resultado es un tanto irónico, pues Ortiz Rubio era un presidente débil: siete meses atrás había asumido el poder y el mismo día que lo hizo, justo cuando salía su automóvil por una puerta de Palacio, un hombre atentó contra su vida. Cuentan que camino a la Cruz Roja, con una herida de bala en el maxilar, se quejaba del estado del asfalto, más doloroso por su condición, musitando: "¡Qué calles, qué calles!"(2)  Por otro lado, la fuerza política del ejército iba en ascenso, pues el país parecía quedarse con esa única institución fuerte, aunque una pequeña parte de su plana mayor se había levantado en armas el año anterior, siendo sofocado rápidamente por el general Plutarco Elías Calles. Por eso, el ejército requería, particularmente en 1930, mostrar que era una fuerza leal, ordenada y disciplinada. Un cronista, con tono un tanto fogoso, describe la reacción de los espectadores:

"¡Ya tenemos Ejército!" Ese era el comentario que como una sinfonía bajo el sol, se elevaba de todas las bocas, entusiástico y cordial. La obra maravillosa, de organización, estaba patente. La disciplina, la marcialidad, la resistencia de nuestro ejército, se ponían de manifiesto, dejaban de ser una vana palabrería. Por eso la grandiosa parada militar estremeció los pechos de júbilo [...] En concepto general, el de ayer ha sido el desfile militar más importante y más brillante desde hace muchos años. Mayor contingente, mejor organización y mejor presentación de los regimientos y batallones; mucho más espíritu y mayor dedicación. Es muy difícil calcular el número de espectadores [...] Eran más de trescientas mil personas.(3)         


Aquí habría que matizar el excesivo entusiasmo del cronista y recordar que acerca del mejoramiento del ejército siempre se decía lo mismo: que nunca había sido mejor. Lo cierto es que el desfile de 1930 fue muy grande, tanto por el número de soldados que participaron como por su duración, de más de cuatro horas. Otra particularidad fue la participación de dos escuadrones aéreos, que parecían bendecir a la masa castrense que marchaba. Vuelve el cronista:

El escuadrón aéreo al mando del mayor piloto aviador Adolfo López Malo, fue el encargado de ir arrojando sobre la columna, flores y confeti [...] Cuando la cabeza del Cuerpo de Ejército del desfile llegaba frente a la puerta central de Palacio Nacional, los dos escuadrones, en perfecta formación, volaban a baja altura, dando con ello un espectáculo grandioso que fue entusiastamente elogiado por los millares de personas que lo presenciaron.(4)


La pintura de Rivera

En la segunda década del siglo XX inició el auge del muralismo mexicano, que exaltó, entre otros temas, la gesta revolucionaria, vista como la irrupción del pueblo en la historia del país. Los muralistas, debido a la extensión casi infinita de muros por pintar y también porque creían en la necesidad de representar a ese nuevo protagonista, “llenaron de pueblo” las grandes paredes de los recintos públicos, pero también de algo más amorfo, más difícil de representar: las masas. En los años veinte y treinta del siglo pasado se hablaba mucho en México y en el mundo del "poder de las masas", la "época de las masas" o del "hombre-masa". El entorno era cada vez más industrializado, más urbano y con mejores comunicaciones; valores antes incólumes como el individualismo o el liberalismo fueron cuestionados abiertamente.

Los líderes de esa sociedad que surgía sabían de la necesidad de controlar y dirigir a ese nuevo protagonista de la historia. En México era muy leído Gustave Le Bon, quien en su libro La psicología de las masas intenta caracterizar a este novel actor y dilucidar –a la manera de Maquiavelo que trata de instruir al príncipe– la forma de controlarlo.(5) Los líderes de centrales obreras como la Confederación Regional Obrera de México (CROM) eran conscientes de ello. Fue una época de grandes disputas intergremiales: en lo ideológico, la CROM era socialista y la Confederación General de Trabajadores (CGT) anarcosindicalista y también fue común la disputa con agrupaciones afines al Partido Comunista; en lo político, la CROM era más cercana a las posturas gubernamentales. Por esas disputas, la celebración del Día del Trabajo cada 1 de mayo podía ser motivo de enfrentamientos entre obreros y también con la fuerza pública, aunque también simbolizaba por antonomasia la solidaridad proletaria y la creencia en el internacionalismo obrero. De ahí que los líderes buscaran mostrar la fuerza obrera, como una masa compacta, sin fisuras. Para ello siguieron el patrón de los desfiles militares, reflejado en el orden con que se llevaba a cabo la marcha y, por supuesto, en el número de obreros convocados. Existía el antecedente, tan glorificado y exagerado que terminó convirtiéndose en leyenda, de la participación de los Batallones Rojos de la Casa del Obrero Mundial, que "tanto ayudaron" a la causa revolucionarisa en 1915. Luis N. Morones, líder máximo de la CROM, se aprovechó de este mito para fomentar la formación de nuevos batallones obreros; tuvo poco éxito en este proyecto, pero logró darle una disciplina militarista a la CROM que, aunque terminó pareciéndose más a la de las Camisas Negras de Mussolini que a la del Ejército Rojo de la URSS, el ideal de una nueva sociedad bolchevique, con el proletariado obrero como vanguardia, le daba legitimidad a cada acción y cada gesto de los líderes cromistas. Beatriz Urías, estudiosa de esta época, ha señalado cómo la imagen de un México rojo, bolchevique, comenzó a popularizarse en la década de los veinte, y "esta imagen fue uno de los recursos, aunque no el único, que permitió encuadrar a las masas en tanto que base de apoyo del nuevo Estado", a la vez que ayudó a crear una relación clientelar entre el Estado y las masas; el mito de una nueva sociedad, inherente a la retórica bolchevique, atrajo tanto a funcionarios como hombres de letras, artistas plásticos y líderes sindicales.(6)

Diego Rivera, uno de los “tres grandes” muralistas, asistió a varios de esos eventos, uno al lado de Tina Modotti el 1 de mayo de 1929 y el año anterior había presenciado el llevado a cabo en Moscú. Rivera se presentaba como un hombre de izquierda, durante algún tiempo vio como modelo a seguir lo que estaba sucediendo en la Unión Soviética. Aunque más bien podríamos decir que Rusia representaba lo más cercano a la sociedad ideal a la que debía aspirar su país. Y es que políticamente, el pintor era contrario al máximo líder soviético, José Stalin, y partidario del enemigo más conspicuo de éste, León Trotsky, a quien acogió en México años después. De hecho, Rivera fue expulsado del Partido Comunista Mexicano, que seguía fielmente la línea estalinista. Pero más allá de lo ideológico, al parecer no era ajeno a la idea de la necesidad por controlar a las masas, de ahí que la representación que hace de las mismas se acerque más a la imagen de orden y disciplina. Pienso más en las representaciones que hace de las masas contemporáneas a él, o bien las de murales que aluden a un futuro por alcanzar, y menos a las imágenes que hace de éstas en luchas históricas, como la Independencia, la Reforma o la Revolución. Como ejemplo de lo primero, están los murales El hombre controlador del universo que pintó en Bellas Artes en 1934, La dotación de ejidos y Mítines del primero de mayo que pintó en el edificio de la Secretaría de Educación Pública (1923-1924). 

Miguel Rodríguez ha estudiado esta celebración y señala cómo los símbolos, motivos, pancartas e himnos de los primeros festejos, que hacían alusión al afán internacionalista de ese día, pasaron poco a poco a ser motivos nacionalistas. Así nos indica que en la marcha se oía La Marsellesa o La Internacional, pero en los años cromistas se empezó a escuchar también el Himno Nacional; asimismo, se tocaban melodías mexicanas o abrían el desfile charros y chinas poblanas; la bandera rojinegra comenzó a convivir con la mexicana.(7)

Rosendo Salazar, líder obrero de esa época, recuerda así el 1 de mayo de 1932:

La FSTDF [Federación Sindical de Trabajadores del Distrito Federal] llevó a sus abanderados; fulgía el sol en el estandarte de la agrupación, guardado por dos lábaros nacionales. Yo veía a Fidel Velázquez, Alfonso Sánchez Madariaga, Fernando Amilpa, Luis Quintero, J. Leonardo Flores y Rodolfo Piña Soria, plenos de vida y con la sonrisa en los labios, como acabados de llevar a la escuela y ser aquella su primera formación. Despuntaban, todavía muchachos, jubilosos, siendo ésta su jornada de consagración por un proletariado sin lacras para avanzar.(8)

En el párrafo citado encontramos términos asociados con lo militar: abanderados, estandartes, lábaros nacionales, formación. Hay que destacar la importancia que da a elementos como los estandartes de cada uno de los gremios –como si se tratara de batallones y regimientos–, la luminosidad de la fiesta y la juventud como atributo no sólo de los líderes, sino también –implícitamente– de la masa obrera. El simbolismo del mes de mayo se ha relacionado con el inicio de la primavera, el renacimiento del mundo vegetal y, por tanto, se puede asociar con el nacimiento de un mundo nuevo, más brillante, lleno de ímpetu y juventud; esto creían, o querían hacer creer, los líderes obreros y los gobernantes "revolucionarios" acerca del futuro: una sociedad más igualitaria, en la que los proletarios tendrían preeminencia, como supuestamente ya sucedía en la URSS. En México, esa marcha de 1932 fue financiada por el gobierno, como también sucedía en Rusia.(9) En esos años se vivía el desmoronamiento de la CROM, pero no el modelo de centrales obreras controladas por el Estado. Con Lázaro Cárdenas el corporativismo se perfeccionó en México y se fue conformando la “santísima trinidad” que hizo la Revolución: el campesino, el obrero y el soldado, con sus respectivos sectores dentro del partido oficial. En buena parte la política de masas de los gobiernos posrevolucionarios consistió en la sacralización de esos tres pilares; de una retórica que estetizaba cada uno de ellos. De nuevo Rosendo Salazar da un buen ejemplo:

El dragón proletario, la infranqueable ola roja de los trabajadores [...], golpeó con toda su furia la calma de cristal del espíritu burgués de la ciudad de México. Rítmica, armoniosa, acorde en un todo fue la marcha de esta colectividad, que ha dado al arte social y a la economía del mundo un esbozo del mayor espectáculo [...] Sólo Moscú puede ufanarse, quiza, de una cosa semejante.(10) 

Algunos de estos elementos los encontramos en La plaza roja de Diego Rivera. Aunque en ella retrata el 1 de mayo en Moscú en 1928, existen elementos comunes en las celebraciones mexicana y soviética. Hay banderas, mantas y estandartes; impresiona el riguroso orden de la columna obrera.(11) 

George Mosse ha estudiado el nacionalismo en Alemania y cómo éste se fue transformando en una religión secular; sobre un 1 de mayo de la era guillermina nos dice:

La manifestación obrera más numerosa, la del primero de mayo, debía ser silente, se puso de moda insistir en ese silencio porque estaba calculado que impresionara por su pura y simple enormidad. Estas marchas tenían influencia de modelos militares, pero también estaban impregnadas de milenarismo, del anhelo de un mundo mejor. En una de esas procesiones los obreros portaban una bandera con este lema: "Los trabajadores son la roca sobre la que se construirá la iglesia del futuro". El componente religioso se relacionaba una vez más con el secular para conformar el espíritu de masas. El "silencio sagrado" de esos desfiles no sólo pretendía impresionar a los espectadores burgueses, sino generar un sentimiento de unidad entre los propios asistentes a la marcha. La acumulación de banderas era la única muestra sorprendente de color y de simbolismo. Lo que contaba era la pura y simple masa.(12)

 
Al leer este párrafo de Mosse y ver el dibujo de Diego Rivera podemos imaginar la marcha representada por el mexicano, como un momento en que las banderas y mantas proporcionan el colorido y la luz al movimiento humano. Como si fuera una procesión religiosa, la masa pasa por el corazón de la ciudad. No hay más elementos que los de la monumentalidad misma de la masa y la de los edificios representativos del poder ruso, en primer plano el Kremlin. Al lado de estos tres elementos, todo parece y es pequeño. En el dibujo, que no se caracteriza por ser muy realista, se aprecia el Mausoleo de Lenin, que tiene forma piramidal. Enfrente a éste, un grupo de obreros carga una enorme serpiente, que en muchos de estos eventos representaba al capitalismo, pero ignoramos si eso fue lo que quiso representar el artista. De cualquier forma es indudable que la forma del Mausoleo, y la serpiente que cargan los obreros, le dan un cierto aire mexicano al dibujo. En esta serpenteante procesión, el espectador puede apreciar que inevitablemente va hacia una dirección preestablecida. Se dirigen hacia el corazón político del Estado soviético. Esto parece sugerir que es la dirección de la Historia, que lleva inevitablemente al comunismo, hacia una sociedad sin clases. En otro lugar con idéntica carga simbólica (Palacio Nacional), Rivera pintó a Carlos Marx, a quien retrata indicando al pueblo de México el camino hacia el comunismo.(13) En realidad Rivera podía haber sustituido la figura de Marx por la de Calles, Ortiz Rubio, Cárdenas o Miguel Alemán, indicando al pueblo, si no el camino al comunismo, sí el de cualquier otro paraíso. El último de los mencionados recibía de las masas obreras el rango del "primer trabajador de la nación".(14)


Masa, culto y efecto visual

Tanto en el dibujo de Diego Rivera sobre el desfile del 1 de mayo en Moscú, como en la foto del desfile militar en la ciudad de México, encontramos una masa que marcha ordenadamente, de forma más abigarrada la primera, más disciplinada la segunda. Ambas forman parte de un ritual: ya sea rendirle pleitesía al líder de la Unión Soviética o mostrar su lealtad al presidente mexicano. Miguel Rodríguez ha señalado cómo la celebración se fue sovietizando, "con un énfasis en lo político y en el papel centralizador, en una escenografía cada vez más rígida de la tribuna. Frente a Palacio Nacional pasaron y se manifestaron todos los participantes en el desfile. Como en las celebraciones soviéticas, la fiesta de los trabajadores se convirtió así en uno de los procesos de creación de imagen del primer mandatario".(15) En ambos casos importa mucho la monumentalidad del lugar, que lo convierte en "espacio sagrado": la del Kremlin/Mausoleo y la de Palacio Nacional. En ambas también se da gran valor a la marcha, la procesión que rinde culto, donde importa menos si es al líder vivo o al embalsamado. Incluso, como si el autor quisiera "sacralizar" más el lugar, no parece gratuito que en la composición del dibujo el Mausoleo parece estar enmarcado por una gran pancarta que se alza sobre la columna obrera. 

Otro elemento común, y de gran importancia, tanto en la marcha del 1 de mayo como en el desfile militar, es el énfasis de lo visual sobre lo auditivo, ya sea música, consignas o discursos.(16) Y es que el efecto visual lo consigue la propia masa, con la trayectoria de su movimiento. Mosse ha señalado cómo a partir de la Revolución francesa, con la idea de que la soberanía reside en el pueblo:

[…] la voluntad general se convirtió en una religión secular, en la que el pueblo se adoraba a sí mismo. En consecuencia el culto al pueblo se convirtió en culto a la nación y la nueva política trató de expresar esa unidad mediante la creación de un estilo político que en realidad se tornó en una religión secularizada [...] La implicación directa de las masas populares obligó a la política a convertirse en un drama basado en los mitos y en sus símbolos; un drama al que se otorgaba coherencia mediante un ideal de belleza determinado de antemano. Con frecuencia se consideraba que los actos políticos eran especialmente efectivos por ser hermosos, y así eran cuando los nacionalistas alemanes describían sus festejos y monumentos, y también cuando los trabajadores alemanes se referían a los desfiles de su primero de mayo.(17)  

Hannah Arendt y François Furet, entre otros, han estudiado las semejanzas, principalmente en lo formal, con las dos formas de totalitarismo del siglo pasado, el comunismo y el fascismo. En este trabajo no quiero dejar de mencionar que tanto en el desfile del 16 de septiembre como en la marcha del Día del Trabajo existen muchos elementos que se pueden asociar con el fascismo y el nazismo, como la importancia que se le da a la monumentalidad, tanto del espacio abierto donde se realizan los actos políticos como la de algunos de los edificios; el culto al guía del pueblo; el énfasis en el nacionalismo, y la importancia de mantas y banderas, por mencionar algunos. En este trabajo hemos revisado dos imágenes que nos remiten a esa nueva política, en la que las masas son actores principales, no sólo de estos rituales sino de la Historia.


Notas

1. Este texto fue elaborado durante el seminario de investigación La construcción artística de una identidad nacional. Políticas culturales en México (1920-1960), con sede en el Instituto Nacional de Estudios Históricos sobre la Revolución Mexicana, del 17 de febrero al 15 de diciembre de 2005, coordinado por Ana Garduño. Seminario que tuvo el apoyo del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales del Fondo Nacional para Cultura y las Artes.

2. Alfonso Taracena, La verdadera Revolución mexicana (1930-1931), colección Sepan cuántos (núm. 617), México, Porrúa, 1992, p. 22.

3. Excélsior, 17 de septiembre de 1930.

4. Idem.

5. Gustave Le Bon, La psicología de las masas, Madrid, Ediciones Morata, 2000. La primera edición de esta obra es de 1895.

6. Beatriz Urías Horcasitas, "Retórica, ficción y espejismo: tres imágenes de un México bolchevique (1920-1940)", en Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, núm 101, invierno de 2005, p. 261-263. En este artículo la autora analiza la retórica del Estado radical y obrerista, la de los muralistas que pintaron una sociedad utópica conducida por las masas proletarias, y la de algunos gobernadores radicales.

7. Miguel Rodríguez, "Chicago y los charros: ritos y fiestas de principios de mayo en la ciudad de México", Historia Mexicana, vol. XLV, núm 178, octubre-diciembre de 1995, p. 383-421. En El Heraldo de México se describía la fiesta el 2 de mayo de 1921: "Múltiples banderas rojo y negro, carteles con leyendas obreristas, estandartes con signos y nombres simbólicos, y dominando en ellos siempre los colores rojo y negro; todo esto formaba un conjunto de un colorido lleno de vida, aunque un tanto extraño, dado que es la primera vez que en México se hace gala en forma tan inusitada, de los colores revolucionarios", citado en Aurelio de los Reyes, Cine y sociedad en México, 1896-1930, vol II, Bajo el cielo de México, México, UNAM, 1993, p. 348.

8. Rosendo Salazar, Los primeros de mayo en México. Contribución a la historia de la Revolución, México, Costa-Amic Editor, 1965, p. 114-115.

9. El gobierno de Abelardo Rodríguez pagó los gastos de la marcha, con lo que buscaba rematar a una ya debilitada CROM y, eventualmente, controlar a las organizaciones obreras en otras centrales. Marjorie Ruth Clarck, La organización obrera en México, México, Era, 1981, pp. 214-217.

10. Rosendo Salazar, "La manifestación única del primero de mayo", Crisol, 31 de mayo de 1932, citado en Beatriz Urías Horcasitas, op. cit., pp. 274-275.

11. Sobre su estancia en Moscú véase William Richardson, "The dilemmas of a communist artist: Diego Rivera in Moscow", Mexican Studies/Estudios Mexicanos, vol. 3, núm 1, invierno 1987, pp. 49-69.

12. George L. Mosse, La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimientos de masas en Alemania desde las Guerras Napoleónicas al Tercer Reich, Madrid, Marcial Pons Historia, 2005, pp. 216-217.

13. Itzel Rodríguez Mortellaro ha relacionado el mito del dios Quetzalcóatl con Carlos Marx, quien guía al pueblo mexicano hacia el comunismo. "El pasado indígena en el nacionalismo revolucionario. El mural México Antiguo (1929) de Diego Rivera en el Palacio Nacional", tesis de maestría en Historia del Arte, UNAM, 2004, pp. 50-56, 171-183. Véase también Renato González Mello, "Diego Rivera entre la transparencia y el secreto", en Esther Acevedo, Hacia otra historia del arte en México. La fabricación del arte nacional a debate (1920-1950), tomo III, México, Conaculta-Curare, 2002.

14. Miguel Rodríguez, op. cit., p. 412.

15. Miguel Rodríguez, op. cit., pp. 410-411.

16. En las celebraciones cromistas se hacía una pausa de diez minutos durante la marcha para rememorar a los mártires de Chicago, los de Río Blanco o el Héroe de Nacozari. Miguel Rodríguez, op. cit., p. 399.

17. George L. Mosse, op. cit., pp. 16, 23.


 


Diego Rivera
• La Plaza Roja •
1928, óleo. Tomado de Justino Fernández, Arte moderno y contemporáneo de México, tomo II, México, UNAM-IIE, 2001.