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Lo sublime o la infancia imposible: experimentación y anamnesis en la estética de Jean-François Lyotard

La figura de la infancia que continúa en el adulto y la memoria que se resiste al olvido, como aspectos paradigmáticos de lo indeterminado, se convierten dentro del sistema social en un pathos transgresor y revolucionario, en alteridad. En un punto de contacto entre la labor del artista y del filósofo, la noción de la niñez como metáfora resulta la figura más sugerente de las recientes elaboraciones lyotardianas.

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FABIÁN GIMÉNEZ GATTO DOCTOR EN FILOSOFÍA
Investigador del Cenidiap
fgimenezgatto@yahoo.com.mx

 

A Lucía y Santiago

 

I

Posmodernidad resulta ser un concepto íntimamente vinculado con la noción de lo inhumano en la producción teórica de Jean-François Lyotard en el final de la década de 1980.(1) Inhumanidad del entramado social que tiende, cada vez más, a la complejidad. Una aceleración en los procesos –que se vincula con el desarrollo vertiginoso de la tecnociencia– conduce a un enrarecimiento de la experiencia,  puesta en práctica de la inhumanidad inherente a lo inercial de todo sistema en desarrollo acelerado.

Esta complejidad creciente tiene, como contrapartida, el imperativo de la simplicidad en la transmisión de la información, siendo este mandato el único que podría asegurar la complejidad sin la amenaza de posibles catástrofes.

Un llamado al orden, a dejar atrás toda posible experimentación, recorre el entramado social y cultural: "dejemos atrás los excesos vanguardistas, busquemos la transparencia comunicativa", parece decirnos una sociedad del espectáculo que se solaza en la afirmación de la unidimensionalidad. Aceleración, abreviación, pueden servir como otros nombres para designar la unidimensionalidad de nuestra cultura. Paradoja de la complejidad, la aldea global requiere de la uniformidad de lo kitsch para sostener la ilusión de la universalidad, ya hace tiempo perdida.

Si bien los metarrelatos, las grandes narraciones dadoras de sentido, sufren un descreimiento cada vez más notorio, eso no implica que su lugar haya quedado vacante. La performatividad, la “realizatividad”, los criterios pragmáticos, tienen hoy el lugar que antes era ocupado por los relatos de emancipación. El sistema social se autolegitima, en la actualidad, por la optimización de su funcionamiento.(2) La máquina social, con sus engranajes de marginación bien aceitados y en perfecto funcionamiento, parece no necesitar ningún discurso para legitimarse, salvo el discurso de los hechos, la aceptación del orden de cosas como el único orden posible.

El progreso, vaciado de su sentido emancipatorio, se convierte en simple desarrollo, el cual cuestiona los ideales del humanismo, perversión del thelos moderno que nos conduce al malestar en la cultura, a mayor civilización mayor barbarie, inhumanidad de los sistemas que funcionan con una lógica que ya nada tiene que ver con lo moderno. Es en este sentido como Lyotard entiende a la posmodernidad como lo inhumano, el destino trágico de lo moderno.

El diferendo, el movimiento contradictorio que impulsa la reflexión en nuestro inicio de siglo, radica en la confrontación de la inhumanidad del sistema con otra inhumanidad, la cual se encuentra en lo excluido del proceso de racionalización emprendido por la modernidad. Lo que se opone al posmodernismo presente, a nuestra modernidad exacerbada, es aquello que ha sido dejado de lado, la inhumanidad de lo paramoderno, de aquello excluido del discurso moderno.

En este sentido, frente a la inhumanidad proveniente de la experiencia posmoderna, Lyotard propone una suerte de resistencia.(3) Esta resistencia intenta explotar el poder transgresivo de esa otra inhumanidad que se opone al estado de cosas; esta inhumanidad, opuesta a la ley del sistema, representa el espacio utópico en el que se desarrolla todo pensamiento crítico. Lyotard encuentra dicho espacio en aquello que no puede ser asimilado por el sistema, es decir, la corporalidad, lo figural, el deseo y, más concretamente, la infancia.

Ahora bien, el drama del pensamiento se desarrolla en la escena de un diferendo, un disenso imposible de consenso, un enfrentamiento entre dos inhumanidades, la inhumanidad entrópica y asfixiante del sistema, es decir, de las instituciones, de la regla, de los intercambios regulados, de lo determinado y, del otro lado –si es que todavía podemos seguir hablando de "otro lado"–, la inhumanidad de lo indeterminado, del evento, del poder transgresor de lo excluido, de la alteridad inasimilable, en definitiva, de lo olvidado. Afortunadamente, olvido no necesariamente significa ausencia.

La filosofía, el arte, la escritura, han intentado explorar estos terrenos que se encuentran más allá o más acá del dominio de la ley, territorios no dominados por el lenguaje, el poder, el saber. Las vanguardias artísticas han cifrado su labor en la búsqueda de la alteridad que se insinúa en los lenguajes, experimentación que se dirige a conducir la creación a su límite, interrogándose sobre su propio estatuto.(4) La búsqueda de nuevos lenguajes, emprendida por las vanguardias, es una tarea que debe ser retomada, en vista de una posible resistencia a la unidimensionalidad del sistema.

En este punto, la labor del artista y del filósofo se entrecruzan, ambos exploran zonas oscuras del arte o del pensamiento, no sólo con el fin de arrojar luz sobre ellas, sino también para testimoniar en favor de lo que no existe todavía. Creación que apunta al surgimiento de nuevas frases, imágenes, pensamientos, sonidos, colores. Creaciones que transgreden las reglas artísticas y de pensamiento, cuestionando lo existente, abriendo una puerta hacia lo desconocido.

Diferentes frentes conforman la llamada resistencia, el deseo, lo figural, el cuerpo, la infancia.(5) Sin embargo, consideramos que la niñez como metáfora, resulta la figura más sugerente de las recientes elaboraciones lyotardianas, convirtiéndose en una figura paradigmática de lo indeterminado.

Lyotard, en la introducción de su libro Lo inhumano, toma como ejemplo a la educación para clarificar la idea de lo inhumano; la niñez representa lo inhumano de lo humano, lo que debe ser abolido tras un largo proceso de aprendizaje. Aprendizaje que introduce al niño en el mundo adulto, al universo del orden, del lenguaje, de la ley. La paradoja radica en que, mediante este proceso, el sujeto pierde su inhumanidad primigenia sólo para sustituirla por la inhumanidad del sistema.

Sin embargo, la niñez continúa en el adulto, ésta representa una fuerza contrasistémica, una indeterminación y un sentimiento de extrañeza frente a la complejidad que nos envuelve. Un pathos transgresor, revolucionario, una esperanza de humanidad. Segunda paradoja, lo humano, como ideal utópico, se delinea en esta agonística entre dos inhumanidades enfrentadas, la resistencia se manifiesta en esta "miserable y admirable indeterminación"(6) que nos acompaña desde nuestra infancia, oponiéndose a la determinación de las instituciones y las constricciones de lo regulado, a la conformidad con las reglas.

La resistencia se concreta en micrologías, en pequeños relatos, éstos articulan la voz de aquello excluido, de lo heterogéneo, de lo que no puede ser asimilado por la totalidad sistémica. De esta forma, la infancia, en tanto singularidad, evento, no es considerada simplemente como una etapa a ser abolida, sino que, más bien, representa un punto de resistencia ante el terrorismo de la totalidad. Sin embargo, estas voces no son fáciles de escuchar. La filosofía procura dar testimonio de esta diferencia, reelaborando un "olvido inicial".


II

Una filosofía de lo irrepresentable será, según Lyotard, aquel pensamiento que intente reescribir la modernidad a la luz de la anamnesis psicoanalítica, tomando como guía la experiencia estética de lo sublime.(7)

El sentimiento de lo sublime se imbrica en el análisis anamnetico, siguiendo a Kant, podemos decir que lo sublime es el resultado del trabajo de la imaginación, no del concepto. Explora las tensiones entre las ideas de la imaginación y sus vínculos con la realidad a partir de su representación. Esta experimentación nos conduce al terreno de lo irrepresentable, ya que lo sublime consiste en esa mezcla de placer y pena producida por la incapacidad de representar aquello que excede cualquier representación. 

En este punto, la noción psicoanalítica de represión originaria se vincula con lo sublime kantiano, ambos tienen en común la incapacidad de su representación transparente. Tanto uno como el otro evocan la idea de la opacidad, de lo carente de forma, de lo que se halla más allá del lenguaje y el pensamiento. El sentimiento de lo sublime se ubica, como los objetos que intenta abordar la anamnesis, en el territorio de lo impresentable. Podríamos decir que lo sublime es a la represión primaria lo que lo bello es a la represión secundaria.

Aquí, es necesario detenerse en la diferencia radical que separa una estética de lo bello de una estética de lo sublime. Si entendemos al arte simplemente como una artefactualidad edificante, como una consolación gracias a las bellas formas, entonces estaremos pensando en una estética de lo bello. En cambio, si consideramos a la labor artística como la búsqueda de inconmensurabilidades, como la experimentación que intenta aludir a aquello que trasciende cualquier representación, presentación que intenta representar negativamente lo sublime sin conseguirlo nunca, como sucede asimismo con la translaboración psicoanalítica, entonces, en este caso, evocamos una estética de lo sublime.

Para Lyotard, la estética ha sido, a lo largo de su historia, una estética de lo bello; aun cuando ha intentado abordar lo sublime, lo ha hecho procurando lograr el placer y el consuelo mediante las bellas formas. En cambio, si pensamos en la experimentación emprendida por las vanguardias, encontramos un anhelo de infinito, una búsqueda constante por superar los límites de la representación, por trascender las reglas y ubicarse en el límite de lo visible, en un punto donde la visibilidad insinúa lo invisible.

"Lo posmoderno sería aquello que alega lo impresentable en lo moderno y en la presentación misma; aquello que se niega a la consolación de las formas bellas, al consenso de un gusto imposible; aquello que indaga por presentaciones nuevas, no para gozar de ellas sino para hacer sentir mejor que hay algo que es impresentable."(8)

De este modo, la filosofía posmoderna de Jean-François Lyotard se convierte en filosofía deudora de las vanguardias, deudora de lo que representa el corazón del modernismo artístico. En este sentido, la experimentación estética, como la translaboración psicoanalítica, brindan pistas al pensamiento filosófico contemporáneo. Nutriéndose de estos enfoques, la filosofía está en condiciones de reescribir la modernidad, de convertirse en un medio de explorar la opacidad heterogénea de lo micrológico. Su labor no apunta a consolidar un lenguaje universal sino a investigar el misterio del acontecimiento encerrado en cada nueva frase.

Este pensar se ubica del lado de lo paradójico, no del lado de la regla. Este thelos dirige el rumbo de la reflexión hacia terrenos inexplorados. El discurrir de la filosofía es el del logos que se interroga sobre sí mismo, reflexiona, se vuelve sobre sí, intentando hallar la regla que lo rige, pero desconociéndola mientras la busca. Translaboración sin fin, experimentación interminable.(9) 

Experimentación que no tiende a una áisthesis, al gusto o al placer estético, sino a la representación negativa de un olvido irremediable, una lucha tendiente a recordar el olvido mediante alusiones a lo sublime olvidado.

Lo olvidado encierra la forma de un "pasado radical", un pasado anterior a la representación, un pasado que tiene diferentes nombres, aunque algunos parecen ser los más apropiados, lo informe, lo carente de forma, lo indeterminado.

Este pasado informe e indeterminado es la figura de la infancia, ésta "no sería una época de la vida, sino una incapacidad para representar y conectar algo."(10) La infancia toma aquí el sentido de una sublime indeterminación, es decir, la idea de lo infinito dentro de la finitud, de lo irrepresentable en el seno de la representación.(11) Un exceso que transgrede el orden y la Ley, una fuerza que nos seduce revistiendo las formas de la alteridad, una ausencia siempre presente y amenazante. Y es en este lugar donde se desarrolla la anamnesis.

Lugar paradójico, por cierto. Nos movemos en un territorio que trasciende la oposición entre memoria y olvido, ya que, en realidad, ambos términos se complementan más de lo que se oponen. Es necesario inscribir algo en la memoria para que sea recordado pero, también, sólo lo inscrito se puede borrar, sólo lo inscrito es plausible de olvido. ¿Qué sucede con aquello que no posee una superficie de inscripción, que está fuera de toda representación? Lidiar con estas opacidades, moverse en los márgenes del lenguaje y del pensamiento, es la tarea de la filosofía. Moverse en los pliegues, en los claroscuros, en los límites. Sabiendo que lo esencial se escurre entre los dedos, que la salida de un laberinto siempre conduce a otro, que no hay escape de la representación, salvo la representación misma, más una representación que deje oír la voz de la diferencia. Desviar a la escritura (de palabras, de colores, de sonidos) de sus tradicionales carriles, cuestionando al lenguaje y sus límites.            

"En el escritor hay odio hacia la literatura, en el pintor hacia el arte; ese odio es el amor de lo que el arte y la literatura re-cubren al representarlo, y que hay que presentar otra vez, por lo tanto re-presentar, y cubrir de nuevo".(12)

La escritura y el arte anhelan poder expresar el evento, el acontecimiento, lo nuevo, el por-venir. Esta idea de lo nuevo es reformulada de acuerdo con la anamnesis, este giro resigna el sentido de lo nuevo, lo nuevo pasa a ser lo más antiguo, lo siempre olvidado, esta lucha contra el olvido prefigura una novedad anterior a lo presente, una infancia siempre recomenzada.


III

La infancia representa, entonces, el lugar de un exceso y de una escisión. Un pasado-presente, un futuro-anterior, margen de la temporalidad que se ubica en un espacio más allá del pasado y el presente, en una utopía temporal o, para ser más precisos, en una ucronía.

Esta escisión es constitutiva del sentimiento de lo sublime, el enigma de la diferencia radical, de la alteridad de la figura del otro. Freud ha denominado a esta escisión insoslayable con el nombre de diferencia sexual, sin embargo, la diferencia reviste infinidad de formas, diferencia entre hombre y mujer pero, también, entre infancia y madurez.

Exogamia es el nombre con el cual Lyotard designa esta diferencia, "un apareamiento ineludible (imparable) e impar, entre hombre y mujer, pero primero entre niño y adulto."(13) Lo que llamamos diferencia radical, supera la simple diferencia sexual o de edades, constituye un diferendo mucho más profundo, una imbricación de dos naturalezas disímiles, contradictorias, pero también inseparables.

Más allá del espacio, es decir, más allá del lugar que ocupa nuestro cuerpo sexuado, más allá del tiempo, o sea, más allá de nuestra condición de niños o adultos, se procesa el drama de la diferencia. En este margen, en esta agonística, se construye la escena primaria de la alteridad.

Este antes y después, es, sobre todo, el diferendo existente entre lo indeterminado y lo determinado, por ello, es la infancia la figura que signa el antes, el pasado ucrónico, lo informe anterior al reinado de la ley, lo sublime exogámico.

La perversidad polimórfica del niño contrasta con la determinación de lo regulado, es decir, con el terreno representacional en el que nos vemos inscritos, cuando el  lenguaje instituye la representación donde antes sólo existía la informidad irrepresentable de la niñez. Por tanto, la infancia como lo sublime exogámico, imbrica las múltiples alteridades que entran en juego en el terreno de la diferencia, concentrando toda una serie de antagonismos, lo indeterminado vs. lo determinado, lo informe vs. la forma, la perversidad sexual vs. la consolidación de lo sexual bajo la égida de lo masculino o lo femenino, la ausencia de lenguaje vs. el lenguaje.

In-fans significa etimológicamente "el que no habla", el que está privado de lenguaje. En este sentido, el lenguaje de la infancia es, de acuerdo con esta lógica antagónica, lo "otro" del lenguaje, es decir, el cuerpo, el deseo, la esbeltez de lo carente de forma y de Ley. Si entendemos a la infancia como el discurso de lo que carece del estatuto de lenguaje, nos percatamos del poder transgresor de lo excluido, el lenguaje del cuerpo, el lenguaje del deseo. Es decir, si tratamos de oír la voz de lo que está fuera del lenguaje, en sus márgenes, arribamos a la noción de infancia como alteridad, lo prelinguístico se nos presenta como el lado oscuro del lenguaje, su falta y su exceso a la vez.

La anamnesis es la escucha de este lenguaje silencioso en los márgenes del lenguaje, la experimentación con ese objeto sublime que nos priva de la palabra cuando a él queremos referirnos. Este afecto inconsciente nos torna niños otra vez cuando a él nos enfrentamos; nos convierte, a nosotros adultos, en infantes, es decir, nos turba con su inhumanidad y transfigura nuestras palabras.

Lyotard se refiere, en cierta oportunidad, a una frase de Apollinaire que viene al caso en este momento: "Más que nada, los artistas son hombres que quieren convertirse en inhumanos."(14) ¿Qué significa este devenir inhumano sino el deseo de experimentar más allá del lenguaje, dirigiendo la mirada hacia el horizonte prelinguístico de nuestra infancia, de nuestra inhumanidad originaria?

La contingencia incontrolable de la escritura nos arroja hacia la periferia del lenguaje, el discurso silencioso de lo paramoderno. Ahora bien, este retorno a la infancia, en tanto extrañeza del lenguaje consigo mismo, resitúa el discurso filosófico y su relación con la escritura.

"En el mundo en el que ‘todo es posible’, ‘no hay problema’, ‘todo se puede arreglar’, la escritura, que también sigue siendo posible declara lo imposible y se expone a ello."(15) Este declarar lo imposible es, en la perspectiva de lo micrológico, una apertura hacia la otredad, una transfiguración de la escritura que la convierte en un discurso sobre lo sublime, sobre la infancia imposible. Una operación tendiente a la exacerbación de las tensiones del lenguaje, rompiendo las sujeciones de lo determinado. En este sentido, un discurso sobre la infancia sólo puede ser posible desde la infancia, operando un descentramiento en el lenguaje, una anamnesis, una translaboración de la propia escritura.(16)

Frente a la transparencia de los espacios de significación y de designación, esta escritura se presenta como opacidad, como distorsión del orden discursivo, como des­plie­gue de la alteridad de la infancia. Labor que incursiona donde la traducción se vuelve problemática, donde el lenguaje experimenta sus límites y opacidades. El discurso desde la infancia es, como todo discurso en torno a lo sublime, un discurso desde la incertidumbre.


Notas

1. Véase, Jean-François Lyotard, The Inhuman (trad. G. Bennington y R. Bowlby), California, Standford University Press, 1991.

2. Un temprano análisis de estas transformaciones se encuentra en Jean-François Lyotard, La condición postmoderna (trad. Mariano Antolín Rato), 4º edición, Madrid, Cátedra, 1989.

3. Una primera elaboración de esta noción se encuentra en "Glosa sobre la resistencia", en Jean-François Lyotard, La posmodernidad (explicada a los niños) (trad. Enrique Lynch), 3º edición, Barcelona, Gedisa, 1990, pp. 103-112.

4. Véase, Jean-François Lyotard, "Reglas y paradojas" (trad. Alejandro Pignato), Zona Erógena, año III, núm. 12, Buenos Aires, 1992, pp. 55-59.

5. En relación con estos diferentes frentes, véase Jean- François Lyotard, Economía libidinal (trad. Tununa Mercado), 2º edición, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1990, y Discurso, figura (trad. J. Elias y C. Hesse), Barcelona, Gustavo Gili, 1979.

6. Jean-François Lyotard, The Inhuman, op. cit., p. 7.

7. Lo sublime es, de acuerdo con la interpretación lyotardiana de la estética kantiana, "la incapacidad que aqueja a la mente imaginativa para producir formas de representación de lo absoluto." Véase a este respecto, Jean-François Lyotard, Heidegger y "los judíos" (trad. A. Kaufman y V Weiss), Buenos Aires, La marca, 1995.

8. Jean-François Lyotard, La posmodernidad (explicada a los niños), op. cit., p.25.

9. "La regla del discurso del filósofo ha sido siempre la de encontrar la regla de su propio discurso. Habla para encontrar la regla de lo que quiere decir y de ella habla antes de conocerla." Jean-François Lyotard, "Reglas y paradojas", op. cit., p. 57.

10. Jean-François Lyotard, Heidegger y "los judíos", op. cit., p. 29.

11. "'El niño, ese fantasma de Occidente, el niño, es decir el deseo, es energético, económico, no representativo.", Jean-François Lyotard, Economía libidinal, op. cit., pp. 29-30.

12. Jean-François Lyotard, Heidegger y "los judíos", op. cit., pp. 43-44.

13. Ibid., p. 30.

14. "More than anything, artist are men who want to become inhuman.", la traducción es nuestra. Jean-François Lyotard, The Inhuman, op. cit., p. 2.

15. Jean-François Lyotard, Heidegger y "los judíos", op. cit., p. 53.

16. Si no entiendo mal, este es el sentido de lo micrológico en la filosofía de Lyotard.


Bibliografía

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