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Conservación y preservación del patrimonio documental en México, la mirada en la balanza

Durante los últimos veinticinco años, los archivos, las bibliotecas y los museos que custodian información documental, ya sea en papel o en soportes audiovisuales, han experimentado diversas situaciones que afectan, para bien y para mal, la conservación de sus acervos. A continuación, una crónica analítica sobre algunos de los esfuerzos realizados en materia de conservación en México, con la propuesta de temas para una futura reflexión y discusión.(*)

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FERNANDO OSORIO ALARCÓN MAESTRO EN CIENCIAS
Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, México
haluro@prodigy.net.mx


 

A finales de la década de 1970, más de cuarenta instituciones preocupadas por el precario estado que presentaban los documentos a su cargo, hicieron un llamado urgente a los directivos y personal responsable de la custodia de archivos nacionales, públicos y privados con el fin de reunir esfuerzos que coadyuvaran a la mejor y más rápida conservación de los acervos. Ese grupo se convirtió en el Comité Permanente de Conservación de Documentos, Libros, Papel y Materiales Fotográficos, conocido por las siglas Codolmag.


Crónica analítica

En el seno de los diversos grupos de trabajo que conformaron el Codolmag y de los diferentes seminarios nacionales e internacionales que se desarrollaron entre 1979 y 1985, se subrayó la necesidad de actualizar al personal técnico y de adoptar un criterio común para el tratamiento de documentos por conservar y preservar. También se discutió la adquisición de insumos tan importantes como el papel japonés para la estabilización y restauración de los soportes de papel e incluso se desarrolló un prototipo de papel japonés con fibra de henequén en los extintos Laboratorios de Fomento Industrial, con el financiamiento de la Fundación Cebada; además, entre otros logros, se reporta el desarrollo de papel desacidificado –producido por la firma Papel Satinado de México– que actualmente se encuentra en uso en algunos archivos.

A partir de enero de 1986, el Codolmag se abocó a la formación y actualización de técnicos que se dedicaran a la conservación de fotografía. Para ello se organizaron más de diez cursos nacionales de conservación fotográfica, con apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y de diversas instancias como la Embajada de Estados Unidos en México, el Consejo Británico, la George Eastman House y el Instituto de Permanencia de la Imagen de Rochester, Nueva York.

Así, en siete años se tuvo un conocimiento preciso de las directrices de la conservación fotográfica. En las sesiones quincenales del Codolmag se logró discutir, en la sede del Consejo Mexicano de Fotografía, ahora casi extinto, las líneas de catalogación de acervos fotográficos y se organizaron varios encuentros para reportar estudios de caso, los cuales se llevaron a cabo en el entonces Centro Nacional de Conservación de Obra Artística, del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).

Un ejemplo de la gran importancia y utilidad de esa interacción institucional y de comunicación constante se presentó en 1986 cuando se inundaron la bodegas del Museo Carrillo Gil, las cuales albergaban varias colecciones importantes, como las de José Luis Cuevas, Francisco Toledo, Remedios Varo, Siete décadas de pintura Mexicana, entre otras. Entonces fue el Codolmag, convocado por Carlota Creel Alcántara, María Cristina Hernández y Jorge Salas, el encargado de integrar un equipo de noventa restauradores y conservadores que convirtieron los tres niveles del museo en grandes "salas de emergencia" para rescatar del lodo y de la humedad ese acervo cultural. Entre otros, participaron Lolita Fernández y Tomás Zurián, del INBA; la maestra Conchita Ortiz Macedo y su equipo de Patrimonio Universitario; el personal del Centro de Información y Documentación de la Cultura Audiovisual de la Universidad de Puebla; los colegas de la Fototeca del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de Pachuca; el equipo del Centro de Estudios sobre la Universidad (CEsU) y del Instituto de Investigaciones Estéticas, ambos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); de la Biblioteca Nacional; del Consejo Mexicano de Fotografía, y del Archivo Histórico Diplomático. Fue, durante más de tres meses, una muestra de la voluntad política que imperaba en esos días cuando al país lo golpeaba una de las crisis más severas en materia económica y social. 

Hay otro aspecto que debo resaltar en esta crónica analítica: el hecho de que quienes formaban el Comité y quienes trabajaban en sus tareas de manera constante eran conservadores y restauradores experimentados y otros de carrera,  todos profesionales. Era un grupo de especialistas que mostró su capacidad en situaciones críticas como la del museo Carrillo Gil, así como en la organización de los cursos nacionales de conservación de fotografía o en la búsqueda de soluciones a problemas comunes.

En 1990 se comenzó a aplicar la Prueba de Actividad Fotográfica, desarrollada por el Instituto de Permanencia de la Imagen de Rochester, y se apresuró su aplicación en los papeles para sobres y cajas que permitieran una mejor esperanza de vida de los documentos y fotografías. En ese mismo año, con los esfuerzos del Codolmag, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) de México y el CEsU, se impartió el curso más extenso hasta ese entonces sobre conservación de fotografía, el cual se pensó que sería el último. Pero no fue así, siguieron otros menos largos y más puntuales como los desarrollados en el Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (INAOE) en Tonantzintla, Puebla, y en la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del INAH. En el campo de la conservación de libros, el Codolmag se enfocó al análisis de las investigaciones de Donald Severa de la Biblioteca del Congreso estadounidense. Se advirtió con toda oportunidad la necesidad de afrontar este problema con el uso de papeles alcalinos para la industria editorial, así como la urgencia de detener la acidificación de bibliotecas y hemerotecas. También se hizo énfasis en las conveniencias de la microfilmación con películas de plata de legajos y fojas para así evitar la encuadernación de expedientes coloniales y en su lugar microfilmar en alta calidad como medida de preservación. En 1990, el Codolmag, junto con el Archivo General de la Nación, fue convocado por la Organización de Estados Americanos (OEA) para realizar un encuentro latinoamericano y sentar las bases de cooperación futura en materia de conservación y acceso de información automatizada. La propuesta de la OEA era distribuir mejor y con mayor eficiencia los apoyos financieros para la conservación de archivos y bibliotecas. Se obtuvo una radiografía descarnada del estado paupérrimo que en tecnología de la conservación y preservación imperaba en la región. En esa reunión se habló de redes de comunicación electrónica y de parques de computadoras cuando apenas si había papel japonés. Pero una fortaleza de ese encuentro fue el esquema de organización que mostramos los mexicanos y que dejó fuertemente impresionados a los asistentes. También se logró un mejor conocimiento de las personas clave que trabajaban en Latinoamérica y el Caribe, con quienes se continuó el contacto e, inevitablemente, las lamentaciones.

Para 1995 Codolmag abrió un paréntesis en sus actividades. Sin embargo, dejó tal huella que podemos evaluar los impactos que ese proyecto obtuvo y sigue obteniendo hasta la fecha, ya que diversas instituciones han seguido trabajando con misiones claras y explorado nuevas temáticas. Por ejemplo, desde 1991 en el INAOE se cuenta con un equipo multidisciplinario que incursionó en la práctica de las ciencias fotográficas y la aplicación de nuevas tecnologías y diseminó éstas disciplinas, a tal grado –como lo demuestra el proyecto INAH-INAOE– que llevó a establecer las bases de la digitalización de códices mexicanos de la Biblioteca del INAH, primer acervo registrado como Memoria del Mundo.

El Museo Nacional de los Ferrocarriles se estableció en Puebla y para 1993 contó ya con un laboratorio de conservación de papel y con un equipo de técnicos en restauración dirigidos por una restauradora experimentada. En esa misma ciudad existía, desde 1986, un centro de restauración de obra gráfica que cuida del acervo de la Biblioteca José María Lafragua de la Universidad Autónoma de Puebla y que está dirigido por un doctor en patología del libro. En esa misma universidad poblana hay, desde 1982, un centro dedicado a la conservación de los materiales audiovisuales.

Fototecas como la del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y el Archivo Histórico Universitario a cargo del CEsU se destacan por su actitud de vanguardia. La primera cuenta con uno de los laboratorios de imágenes digitales mejor equipado, el segundo es quizá el centro que cuenta con personal de planta más capacitado.

La Fototeca del INAH en Pachuca tiene más de veinte años de existencia, cuenta con más de ochocientas mil imágenes y actualmente es la punta de playa del Sistema Nacional de Fototecas. En este momento, y desde mi mejor entender, es importante pensar en nuevas instalaciones para las bóvedas y laboratorios. Aunque cuenta con personal capacitado, apenas hace un año se sumó un restaurador profesional a sus cuadros profesionales.

A partir de  1997, la Escuela Nacional de Conservación Restauración y Museografía ofrece, en su programa de licenciatura en Restauración de bienes muebles, el seminario taller de conservación de fotografía, exactamente cuando el mundo experimentaba ya con una nueva plataforma de imágenes: las imágenes digitales.

En 1998 se realizó en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia un seminario sobre nuevas tecnologías de la imagen. La digitalización empezó a tomar su lugar en la vida de los archivos y bibliotecas como herramienta parcial de preservación y herramienta de acceso. La palabra acceso, a grandes volúmenes de documentos e imágenes, empezó a preocupar a directivos debido a una tendencia y moda modernizadora. A este seminario acudieron los colegas del Codolmag, pero atomizados. Este hecho vale la pena reconocerlo, así como resaltar que participaron con la misma voluntad de hacer mejor las cosas y conocer de las experiencias digitales. De ese encuentro nacieron proyectos importantes como, para mencionar solo uno, el laboratorio de imágenes digitales del Instituto de Investigaciones Estéticas. También es importante subrayar que ya había proyectos pioneros como el de la Fototeca del INAH en Pachuca, que había iniciado ya la digitalización en baja resolución de sus imágenes para ofrecer el servicio de consulta en la ciudad de México y en sus instalaciones. En 1995, la Biblioteca de Antropología, con el apoyo del Conacyt y del INAOE, inició un proyecto de digitalización de códices y fotografías con tecnología de punta en ese tiempo: el sistema Photo CD de Kodak.

Las nuevas tecnologías siempre nos remitirán a la puesta en valor de las técnicas anteriores y los actores de la conservación en México no han sido ajenos a esta dinámica. Conservar los documentos analógicos, cualquiera que sea su soporte, requiere de tecnología, a veces no tan nueva y otras veces no tan vieja. Por eso se hizo un llamado en este sentido, en el año 2001 en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, dentro de un seminario sobre almacenamiento frío y seco de documentos fotográficos, pero que lo mismo aplica para documentos sobre papel y libros. En ese marco se discutió con los ingenieros en aire acondicionado y deshumidificación los costos y detalles de los sistemas de enfriamiento de bóvedas y repositorios. Se explicó a los directivos que la inversión “no sólo valía una misa”, como París, sino todo un cónclave de “obispos del patrimonio cultural documental”. En ese momento había en el país un ejemplo acabado en esta materia: la Cineteca Nacional, cuyas bóvedas frescas contaban con parámetros muy aceptables de enfriamiento, control de humedad y calidad del aire. El caso de la Cineteca se equipara el día de hoy con las condiciones que ha alcanzado la bóveda instalada en el Centro Cultural Casa Lamm para albergar la Colección Fotográfica formada por Manuel Álvarez Bravo de la Fundación Televisa, y con la Fototeca Pedro Guerra de la Universidad de Yucatán, que en condiciones extremas de calor y humedad ha logrado bóvedas estables para almacenar sus colecciones de nitrato, acetato, vidrio y papel. Este último caso ha sido reconocido por el experto austriaco Dietrich Schueller, director de la Fonoteca de la Academia de Ciencias de Austria, la más antigua del mundo, así como del presidente del comité de tecnología del Programa Memoria del Mundo de la UNESCO. El Dr. Schueller visitó hace dos años la Fototeca Guerra y quedó impresionado de la calidad de almacenamiento de sus bóvedas en ese clima tropical y húmedo. En el nuevo milenio podemos contar con los dedos de una mano, y dedos nos sobrarán, los repositorios que tienen estas condiciones normalizadas. No es posible garantizar la esperanza de vida de las colecciones documentales si no se les permite vivir en un hábitat aséptico, frío o por lo menos fresco y seco, es decir, con menos de cuarenta y cinco por ciento de humedad relativa. Sobre todo en una ciudad como México, cuyos índices de contaminantes derivados del azufre son tan altos.


Temas para reflexión y discusión

Las nuevas tecnologías digitales imponen, a los acervos de documentos analógicos, que cada imagen se encuentre catalogada porque sin catalogación no podemos digitalizar. Cuántos de nuestros archivos tienen un buen porcentaje de ítems catalogados. A diferencia de los libros, los documentos sueltos, las fotografías, los videos, las películas y las diapositivas requieren de su lectura integra para ser catalogados. Los documentalistas que trabajan en fototecas, videotecas, cinematecas y fonotecas son profesionales que tienen un nuevo perfil, el cual, cada vez que aparece una nueva tecnología, requiere de actualización.

Pero las nuevas tecnologías también exigen programas curatoriales muy precisos que indiquen qué series, fondos o colecciones se digitalizarán primero. Si ya la catalogación implica una tarea especializada que consume mucho tiempo, ahora es necesario que cada ítem por digitalizar esté debidamente catalogado, limpio, estable y restaurado para que sea “escaneado” y transferido a una nueva plataforma de información visual y textual. Pero, ¿en dónde guardamos esa memoria digital?

La memoria digital también, ahora sí, requiere de ambientes controlados. ¿No es cierto que hay cajeros automáticos con mejor temperatura y humedad relativa que nuestros archivos y salas de consulta? Nos preguntamos los conservadores ¿por qué? La memoria digital además requiere de ciertas condiciones que permitan el almacenamiento masivo automatizado, un respaldo en espejo en otro lugar, pero igual de dimensiones masivas, pues los documentos digitales de archivo con valor patrimonial no deben comprimirse y estar en alta resolución, parámetros que demandan mucho espacio de memoria a niveles de terabytes y, por si fuera poco, se debe garantizar su migración a tecnologías de punta. Entonces, dentro del personal de archivos y bibliotecas, se requiere ya de especialistas en ciencias de la computación que se concentren en estas aplicaciones tecnológicas tan cambiantes día con día. En poco tiempo se tendrán dos tipos de herencia documental conviviendo: la analógica y la digital; para ambas se requiere de conservadores y tecnólogos, de laboratorios y nuevos espacios de trabajo muy bien diferenciados y asépticos, de inversiones cuantiosas y frecuentes.

¿Estamos preparando respuestas y estrategias para enfrentar este escenario, que está a la vuelta de la esquina? Para enfrentar esta realidad es importante que discutamos sensata y seriamente la presencia de conservadores profesionales en la estructura de cada archivo y biblioteca. No puede seguir siendo personal eventual, pues los conservadores y restauradores son especialistas en una disciplina y no son magos, ni artesanos finos y sofisticados. Es importante que este prejuicio desaparezca de una vez por todas. No es posible garantizar la salvaguarda de los acervos documentales del país sin profesionales en conservación de papel, libros, encuadernación, fotografía y materiales audiovisuales que participen de manera integral en programas de conservación a largo plazo; quiero decir, muy puntualmente, que se requieren conservadores y restauradores como mandos superiores y medios, que es indispensable una dirección de conservación de acervos y no un restaurador profesional contra kilómetros de documentos que requieren atención de diagnóstico, estabilización e intervención. No es que se deban desplazar a archivistas y documentalistas que hoy manejan los acervos, pero éstos tienen que actualizarse y profesionalizarse para poder avanzar junto a conservadores y restauradores.

El conservador y restaurador de un acervo debe tener el control y las herramientas para defender su presupuesto y hablar al mismo nivel que los directores de otras áreas de la institución. Deben ser escuchados por administradores y contralores para llegar a entender la importancia de la conservación, misma que es una tarea cara, cuantiosa de recursos. Pero, ¿cuánto vale el patrimonio cultural?

Lo más importante: los investigadores deben asumir su papel primordial de usuarios de un acervo y no de custodios herméticos del mismo. Yo personalmente creo que “mucho ayuda quien no estorba”, pero con justicia reconozco que muchos estudiosos en su trabajo diario han rescatado archivos de la total destrucción y que otros han ayudado de manera capital a las tareas de catalogación al sumergirse en los fondos documentales para darles contexto, publicación y uso. Pero lo que se pide es que una vez que esto haya sucedido dejen el fondo, la serie o la colección en manos expertas para su permanencia. También vale decir que la investigación de fondos, colecciones y archivos debe promoverse de manera sistemática y no sólo cuando hay que sacar una publicación, catálogo y exposición. Creo que no requiero explicar más este punto: queda claro que la propuesta es sobre la línea de una tarea horizontal entre profesionales y de manera integral, inclusiva y que sostenga muy por arriba de la superficie a la misión capital del archivo o de la biblioteca.

Sólo podremos garantizar la permanencia de nuestro acervo documental cuando tengamos el control físico (estado de conservación, necesidades de intervención, estabilización contra el deterioro de materiales frágiles) y el control intelectual (descripción, por lo menos de contenidos, identificación de autores y contenidos, catalogación de primer nivel, entre otras tareas) sin importar los soportes o las plataformas de datos que se trate.

Para terminar: con bóvedas frescas, frías y control de humedad, equipadas con estantería móvil de alta densidad de almacenamiento; con catalogación normalizada de primer nivel; con preservación parcial en entornos digitales, y con conservadores y restauradores como directores de área y actualización constante de archivistas y documentalistas, podremos avanzar en la preservación integral del patrimonio documental del país.

Nota

* El presente texto fue leído el 17 de octubre de 2005 en el Salón de Usos Múltiples de la Escuela Superior de Música (México), durante el Encuentro de Investigación y Documentación de Artes Visuales “¿Qué, veinte años no es nada?”, que se realizó con motivo del XX aniversario del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas.