Anónimo
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La dama de los pensamientos •
1499. París, Museo de Louvre.
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La adoración del ausente en la poesía y el retrato del Renacimiento francés
Las pequeñas
fotografías de madre, mujer, esposo o hijos que se suelen
llevar en el bolsillo o en la cartera tienen su antecedente en el
retrato íntimo renacentista. En el Museo de Louvre, en la
sala dedicada a la pintura francesa, se exhiben retratos de pequeña
dimensión de algunas de las esposas de los hombres más
influyentes de la Francia de finales del siglo XV, como Margarita
de York o Jacqueline de Rohan-Gié. A continuación
analizaremos una de estas obras, La
dama de los pensamientos,
anónimo de 1499. Para comprender mejor la expresión
en el rostro retratado tomaremos fragmentos de la poesía
escrita por mujeres durante el Renacimiento francés, en particular
Louise Labé (1524-1566) y Pernette du Guillet (1520-1545),
representantes de la Escuela de Lyon.
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LOURDES RANGEL
• POETA Y PERIODISTA
Estudiante del doctorado en literatura y civilización francesas
en la Sorbona de París
tototito@yahoo.fr
Palabras y símbolos: una revolución de orden filológico
De acuerdo con la semiótica cognitiva, cada signo –ya sea el rostro, el cuerpo, la palabra, las formas que trazan los pintores– es un “contenedor” de ideas y sentimientos construidos y transformados por nuestra percepción del mundo en un contexto cultural determinado. Por ello, habrá que precisar las condiciones en las que florecían la poesía y la pintura renacentistas en Francia. Primero, tomemos en cuenta que durante el siglo XV (es decir, pocos años antes de la ejecución del retrato anónimo La dama de los pensamientos), el francés se convierte en lengua nacional. A partir de entonces, los grandes poetas del siglo XVI se proponen hacer de su idioma materno el estandarte de una civilización comparable a la de las antiguas Grecia y Roma.
La pintura francesa, por su parte, antes únicamente
concebida en los muros de las catedrales, los libros y los vitrales,
pretende también convertirse en el testimonio del esplendor
del reino de Francia, sin dejar de imitar la nueva pintura de los
grandes maestros florentinos, romanos y venecianos. Los hombres
de finales del siglo XV y principios del XVI, bajo la influencia
del humanismo toscano, regresan al conocimiento clasicista de sí
mismos, dejan de lado la apariencia etérea del vitral, estudian
la anatomía y perfeccionan la perspectiva.
Las formas del rostro y el cuerpo son respetadas como nunca antes en la historia del arte. El pintor es capaz de reproducir las proporciones exactas, así como los colores y las manifestaciones de la naturaleza. La creación del artista, que aspira a la perfección divina, subraya que la belleza es también pagana, como las figuras que el poeta Joachim du Bellay rescata del esplendor grecolatino en su famoso tratado Defence et Illustration de la Langue Française, publicado en 1549. Para embellecerse y enriquecerse, la lengua francesa reproduce, a través de la poesía, las imágenes de una civilización profundamente admirada por los humanistas. La pintura, por supuesto, también reproducirá las imágenes de los dioses de la antigüedad en un intento por nacionalizar la traslatio imperii.
Durante esas centurias, los elementos paganos se mezclan con los religiosos. Los sabios humanistas del Renacimiento, admiradores de la cultura grecolatina, no olvidan los textos fundadores de la filosofía cristiana, que se traducen a las lenguas vulgares. El Renacimiento fue sobre todo una revolución de orden filológico. Los retóricos franceses escriben numerosos tratados en los que no se dejan de lado las formas de versificación medievales, a pesar de la admiración de los poetas por los grandes escritores de la antigüedad clásica.
Los pintores también cuentan con tratados revolucionarios. Hacia 1440, Leon Battista Alberti escribe De pictura. Es muy probable que el pintor francés Jean Fouquet, que vivió en Roma hacia 1450, haya leído o asimilado muchas de las ideas de este gran humanista florentino. A través de Fouquet, las enseñanzas tanto teóricas como prácticas de la obra de Alberti llegaron a una nueva generación de artistas franceses modernos. De pictura incluye reflexiones sumamente interesantes sobre cómo los hombres de la época percibían el retrato y el arte del retratista:
La pintura contiene una fuerza divina, pues logra que estén presentes los ausentes, de igual manera que lo logra la amistad, pero además hace que los muertos se vean casi como los vivos [...] Hay quienes piensan que la pintura dio forma a los dioses que eran adorados por los pueblos. Éste ciertamente fue el mayor regalo que hicieron a los mortales, pues la pintura es más útil a esa devoción que nos acerca a los hombres y conserva nuestras almas llenas de misticismo.(1)
Gracias a esta nueva concepción de la pintura, el retrato tuvo un papel de enorme relevancia. La gramática de signos que implican desde ahora los rostros retratados es definitiva para la comprensión de la naturaleza humana. Los hombres del Renacimiento, devotos de la imagen divina, se convertían en admiradores de la imagen de los dioses paganos e incluso de los aristócratas y burgueses de la época. Esto se debe en parte a que los pintores de la época solían representar una imagen idealizada de la aristocracia. En La dama de los pensamientos, por ejemplo, el artista hace uso de palabras y símbolos para crear un cuadro de una enorme y sutil riqueza, en el cual la dama se encuentra idealizada. La protagonista de la obra es probablemente Ana de Bretaña, mujer del rey Luis XII de Francia. El pintor tuvo un motivo importante para crear la obra: la ausencia del monarca por la guerra que en aquel tiempo había en Italia. La composición cautiva por la actitud reflexiva de la reina. Al mismo tiempo se puede leer lo que supuestamente escribió a su marido: “no olvido lo que no veo”, por cierto, escrito en la lengua del rey y no en latín. La imagen y la frase se encuentran estrechamente relacionadas; tienen el mismo significado.
La dama de los pensamientos
El acto poético de recordar al amado se materializa en un retrato que ha sido concebido con el fin de que el ausente nunca olvide que una mujer de gran valor moral lo espera a su regreso con una actitud de devoción, trasladada de los cuadros religiosos a estos retratos íntimos. Detrás de la imagen de Ana de Bretaña, distribuidas como sobre un tapiz, se aprecian las rosas estilizadas, que recuerdan a la flor de lis, forma que remite al origen noble de la reina y de su amante. Por otro lado, recordemos que cuando la diosa del amor nace de una concha en la costa de Chipre, nacen las rosas. La rosa, desde el punto de vista de la retórica poética, apostrofa a Venus, diosa a la que se dirigen los versos de los poetas enamorados para soportar las noches de soledad, como lo hace Louise Labé, que no pide la ayuda de Dios, sino de Venus, que en varias ocasiones se enamoró y hasta sostuvo relaciones adúlteras con Marte. La diosa comprende la pena de la poeta porque ha vivido un calvario semejante y a la vez se encuentra en el cielo, a la altura de Dios. Entonces, cuando está sola, en su lecho frío, se dirige a la diosa del Amor:
Clere Venus, qui erres par les Cieus,
Entens ma voix qui en pleins chantera,
Tant que ta face au haut du ciel luira
Son long travail et soucis ennuieus.
Mon œil veillant s’atendrira cien mieus,
Et plus de pleures voyant gettera.
Mieus mon lit mol de larmes baignera
De ses travaus voyant témoin tes yeux.
Donq des humains son des lassez esprits
De tous repos et de sommeil espris,
J ’endure mal tant que le Soleil luit:
Et quand je suis quasi toute cassee
Et que me suis mise en mon lit lassee,
Crier me faut mon mal toute la nuit.(2)
(Louise Labé, “Soneto VI” p. 127.)(3)
La retórica poética del siglo XVI
comparte una serie de elementos metafóricos con la pintura,
muchos de ellos recuperados de la antigüedad clásica,
aunque también otros derivados del gótico. El vitral
reproduce, de una manera etérea, las formas humanas, mientras
que el retrato está dotado de una mayor precisión
no sólo gráfica sino psicológica. Además,
la frase “no olvido lo que no veo” posee un contenido
espiritual. Nadie puede ver a Dios pero el alma no lo olvida. Una
mujer no puede ver a su marido y es otra vez el alma, pero también
el cuerpo quienes no olvidan. Esto era común en la poesía
femenina que recibió una influencia de Francisco Petrarca:
Pernette du Guillet, discípula y amante de Maurice Scève,
convierte a su amado poeta en Dios. Es decir, las poetas hacen una
relación entre su amante y el Todopoderoso. Para ellas él
es la luz y, en el caso de Ana de Bretaña, es la luz dorada
que la envuelve al fondo del retrato, noble, magnánima y
embellecida por las flores de Venus, que recuerdan a la flor de
lis. En el siguiente texto, Pernette du Guillet confiesa que antes
de conocer al poeta, se encontraba rodeada de una terrible oscuridad
que le impedía reconocer las figuras. Era una sombra hasta
que conoció el amor. He aquí una transformación
de ciertos conceptos relacionados con la luz en la poesía
femenina. La luz es también un hombre. Como vemos, ya en
el Renacimiento se escribía poesía para hombres idealizados
que es poco conocida debido a la falta de mujeres que supieran y
se atrevieran a escribir en la época. Si en la Edad Media
los hombres eran más bien héroes que nunca fueron
comparados con Dios, el hombre idealizado del Renacimiento, que
contaba hazañas más peligrosas que las de sus abuelos,
era casi un Dios:
La nuict estoit pour moy si tres obscure
Que Terre et Ciel elle m’obscurcissoit,
Tant qu’à Midy de discerner figure
N’avois pouvoir qui fort me marrissoit:
Mais quand je vis que l’aulbe apparoissoit
En couleurs mille et diverse, et seraine,
Je me trouvay de liesse si pleine –
Voyant desjà la clarté à la ronde –
Que commençay louer à voix haultaine
Celuy qui feit pour moy ce Jour au Monde.(4)
(Pernette du Guillet, “Rima II”, p. 229)(5)
En La dama de los pensamientos el pecho
de la reina se encuentra adornado con una imagen, por lo cual percibimos
a Ana de Bretaña como una mujer piadosa, que ama a Dios,
y que además expresa sus sentimientos amorosos sin que estos
lleguen a ser profanos. Por su parte, Pernette du Guillet habla
de su deseo amoroso con mucha discreción y recato. Aunque
murió a los 25 años de edad, su breve pero sustanciosa
obra tuvo mérito suficiente para ser publicada el año
siguiente de su fallecimiento bajo el título de Rymes.
De Gentile et Vertueuse Dame D. Pernette Du Guillet Lyonnoise.
Robert Sabatier hace referencia a estas características en
su ensayo La Poésie du XVIe siècle, y no
deja de mencionar la melancolía:
Un poco aquí y allá, ella produce encanto, un encanto nacido de su recato, de su voz sostenida, de su inclinación melancólica que la hace sobresalir en la elegía y en la canción gris. Sin ingenuidad excesiva, tiene fe en la lealtad del amor, y todo en ella tiende a hacer nacer una representación de la pureza.(6)
Del mismo modo que en Pernette du Guillet, en Ana de Bretaña existe una representación pura, en el sentido moral, del amor. Ambas muestran su sentimiento de una forma recatada digna de ser representada por un pintor del siglo XVI.
A fines de la Edad Media y en el Renacimiento la sensualidad se conjuga muchas veces con elementos religiosos. En La dama de los pensamientos, el foco de atención del cuadro es la mirada esquiva de la reina. Ella no mira al espectador, en primer lugar porque, como lo indica la filacteria, está pensando, y también porque probablemente piensa en el amor y en los placeres de Venus, es decir, conserva cierto pudor de virtuosa dama renacentista que no quiere descubrir sus deseos en una mirada. Poner en evidencia este pudor de la reina en un área aquí considerada como el foco de atención es una de las más poderosas intenciones del autor del lienzo. Otra de las características interesantes de la mujer retratada es la edad. En esta pintura Ana de Bretaña tiene aproximadamente veintitrés años, lo cual hasta cierto punto le da derecho a descubrir su sensualidad, misma que justifica Louise Labé ante las damas lionesas en su Élegie III:
Quand vous lirez, ô Dames Lionnoises,
Ces miens écrits pleins d’amoureuses noises,
Quand mes regrets, ennuis, despits et larmes
M’orrez chanter en pitoyables carmes,
Ne veuillez point condamner ma simplesse,
Et jeune erreur de ma folle jeunesse,
Si c’est erreur… mais qui dessous les Cieus
Se peut vanter de n’estre vicieus?(7)
(Louise Labé, Élegie III, p. 149)
De ciertos poemas se dice que se encuentran escritos
en un tono confesional, como el que acabamos de leer. Sin duda,
se podría afirmar que Ana de Bretaña se encuentra
así retratada, pero tan refinadamente confesional que a primera
vista sería difícil descifrar los signos de una melancolía
que el pintor ha querido acentuar.
Alma y espíritu: adornos del cuerpo
En La dama de los pensamientos se da mayor
énfasis al rostro, no a través del volumen como normalmente
ocurría, sino de la luz. El pintor aprovecha la intensa blancura
de la piel de su modelo para subrayar su parentesco con la divinidad.
Además, la reina, como las mujeres de su época, tomaban
en cuenta la armonía del círculo, símbolo de
la perfección, al momento de cuidar su arreglo. Se sabe que
se rasuraban la frente para dar a su cabeza formas más redondeadas,
y el círculo representa también la belleza y la armonía
en la cultura occidental.(8)
Esta misma forma era considerada al delinear y pintar las cejas,
lo cual habla de la enorme influencia que la filosofía –en
este caso neoplatónica– ejercía en las costumbres
más mundanas de los cortesanos. Sin embargo, esta aparente
búsqueda de inmaterialidad en el mundo físico, a través
de las formas, se puede interpretar también como una lucha
por unir el cuerpo con el alma a través del deseo, la sabiduría
y la fe amorosos. Esta idea se refiere a una concepción espiritual
del amor carnal y nos remite a la reflexión anterior del
amado-Dios. Pernette du Guillet llega a la conclusión de
que el alma y el espíritu se subordinan al cuerpo una vez
que hemos logrado comprender la voluntad divina:
L’âme et l’esprit sont pour le corps orner,
Quand le vouloir de l’Eternel nous donne
Sens et sçavoir pour pouvoir discerner
Le bien du bien, que la raison ordonne:
Pourquoy, si Dieu de telz biens te guerdonne
Il m’a donné raison, qui a pouvoir
De bien juger ton heur, et ton sçavoir.
Ne trouve donc chose si admirable,
Si à bon droict te desirent de veoir
Le Corps, l’Esprit, et l’Âme raisonnable?(9)
(Pernette du Guillet, “Rima XVI”,
p. 233)
En el poema de Pernette, el cuerpo, la inteligencia y el alma aparecen unificados por el amado, lo que sucede también en La dama de los pensamientos. Las manos, que le escriben al amado y que han tocado su cuerpo, son el elemento que unifica porque su blancura es espiritual y su belleza y finura son también sensuales, además de que una de ellas sostiene con delicadeza la filacteria, que contiene un discurso nacido del intelecto. La unificación de estos elementos queda reafirmada por las piedras que adornan el camafeo y los anillos, combinadas con las perlas del tocado, piedras preciosas que simbolizan a Venus, ya que tanto la piedra como la diosa nacen de una concha.
El vestido vuelve a disfrazar la sensualidad de la reina porque sus pechos son casi imperceptibles y el color es azul, relacionado normalmente con el manto de la virgen, que es también la esposa de Dios. En el texto que a continuación citamos, Louise Labé confiesa su deseo, describe su martirio y concluye por renegar del hombre que ama como si éste fuera Dios. La apasionada poeta, que siempre se había mostrado devota de su amor, se queja porque ha perdido la fe en el ausente:
D’un tel vouloir le serf point ne desire
La liberté, ou son port le navire,
Comme j’atens, helas ! de jour en jour
De toy, Ami, le gracieus retour.
Là, j’avois mis le but de ma douleur,
Qui finiroit, quand j’aurois ce bon heur
De te revoir : mais de la longue atente,
Helas ! en vain mon desir se lamente.
Cruel, cruel, qui te faisoit promettre
Ton brief retour en ta premiere lettre?
As-tu si peu de memoire de moy,
Que de m’avoir si tot rompu la foy?
Comme oses tu ainsi abuser celle
Que de tout tems t’a esté si fidelle?(10)
(Louise Labé, Elegía II, p.145)
El azul de los ojos de Ana de Bretaña es exactamente el mismo que utiliza el pintor para el vestido, detalle que resemantiza el azul, que deja de ser simplemente un color frío y se convierte en un signo amoroso y melancólico, cálido por el recuerdo y frío por la ausencia. Estos contrastes son muy evidentes en la poesía de los integrantes de la Escuela de Lyon y tienen su origen en la obra de Petrarca. El amor une lo opuesto física, espiritual y semánticamente. Da vida y es muerte, quema y ahoga, hace gozar y sufrir. Este soneto de Louise Labé hace énfasis en los contrarios, influenciado por la obra de Petrarca:
Je vis, je meurs : je me brule et je me noye,
J’ay chaut estreme et endurant froidure:
La vie m’est et trop molle et trop dure.
J’ai grans ennuis entremeslez de joye:
Tout à un coup je ris et je larmoye,
Et en plaisir maint grief tourment j’endure:
Mon bien s’en va, et à jamais il dure:
Tout en un coup je seiche et je verdoye.
Ainsi Amour inconstamment me meine:
Et, quand je pense avoir plus de douleur,
Sans y penser je me treuve hors de peine.
Puis, quand je croy ma joye estre certeine,
Et estre au haut de mon desiré heur,
Il me remet en mon premier malheur.(11)
(Louise Labé, “Soneto VIII”, p. 129)
Esta serie de sensaciones que describe Louise Labé son síntomas de melancolía, explicada en la época como un desequilibrio que seguramente conduce a la bipolaridad que manifiesta el poema anterior: “C’est le déséquilibre, la prédominance de l’une ou de l’autre des humeurs [melancolía, cólera, sangre y flema] qui explique désormais les dérèglements parmi lesquels les effets de la mélancolie ont retenu l’attention des théologiens, juristes ou médecins. ”(12) Este desequilibrio también se percibe en las proporciones de los miembros de la modelo, lo cual nos hace pensar también en Aristóteles, en la vida que comparten en cada célula el cuerpo y el alma.
Adoración del ausente
Si bien La dama de los pensamientos es un antecedente de los retratos fotográficos que llevamos en el bolsillo, hemos podido comprobar que el retrato íntimo renacentista tiene sus particularidades. Entre el retratado y el dueño del retrato hay una relación de idolatría que se deriva de la pintura sagrada y el vitral del arte medieval. Sólo que esta vez, el retratista está consciente de que el objeto de adoración, que es la modelo, debe guardar una relación con la divinidad que da sustento al poder del rey francés Luis XII.
Hemos analizado varios elementos en La dama de los pensamientos que nos hacen pensar en la idealización de la modelo pero también en la idealización del ausente. Las pistas para descubrir al ausente las encontramos en la poesía del Renacimiento francés, en las figuras retóricas que los cortesanos y los artistas de la época comparten.
Por otro lado, en esta obra pictórica también encontramos una frase escrita sobre una filacteria que sostiene la reina: “no olvido lo que no veo”; el hecho de que haya sido escrita en francés es sumamente relevante para comprender la obra del artista anónimo. La lengua francesa será un día tan bella y tan importante como el latín porque es la lengua del rey, lo cual será planteado cincuenta años después por un poeta: Joachim du Bellay, autor de Defence et illustration de la langue francaise.
Pero el detalle más importante del cuadro es la fe. Primero la fe en que el alma permanece profundamente unida al cuerpo y a sus placeres pero, por supuesto, también a Dios y al intelecto. Sobre todo, y esto es lo más importante, la fe en la unión con el amado y en su regreso triunfal de la guerra más violenta.
Notas
1. Leon Battista Alberti, Tratado de pintura, ed. de Carlos
Pérez Infante, México, 1998, pp. 77-78.
2. Clara Venus, que vagas por los cielos, oye mi
voz que en lamentos cantará sus largos trabajos y sus inquietantes
sosiegos mientras tu rostro en lo alto del cielo resplandece. Mi
ojo vigilante se conmoverá cien veces, y en sus visiones
más llanto regará. Mi cama suave se bañará
con lágrimas por los trabajos de los que tus ojos fueron
testigos. Cuando el espíritu humano flaquea, todos duermen
presas del sueño. En esto yo soporto tanto dolor como
brilla el sol: y cuando yo estoy casi agotada, y cuando acuesto
en el lecho mi flaqueza, toda la noche paso gritando mi dolor. (T.
de la a.)
3. Para las citas de Louise Labé utilizaremos la edición de Gérard Guillot, Œuvre, Viena, 1962.
4. La noche era para mí tan oscura que me
oscurecía el cielo y la tierra, tanto que a medio día
me era muy molesto no poder distinguir figuras: pero cuando vi que
el alba aparecía en mil colores diversos, serena, me sentí
tan llena de alegría al mirar esa claridad a mi alrededor
que comencé a alabar en voz alta a aquel que para mí
hace la luz en el mundo. (T. de la a.)
5. Para nuestras citas de Pernette du Guillet utilizaremos la edición de Albert-Marie Schmidt, “Rymes de Gentile et Vertueuse Dame D. Pernette du Guillet Lyonnoise.”, en Poètes du XVIe siècle, París, Gallimard, 1959.
6. Robert Sabatier, La Poésie du XVIe.
Siècle, París, 1975, p. 120. (T. de la a.)
7. Cuando ustedes lean, oh, señoras lionesas,
estos escritos míos llenos de penas amorosas; cuando mi dolor
y mi sosiego, mis decepciones y mis lágrimas me oigan cantar
en conmovedores versos, no quieran condenar mi torpeza ni el error
juvenil de mi loca juventud. Error fue… pero ¿quién
bajo los cielos puede vanagloriarse de no ser pecador? (T. de la
a.)
8. Patricia Magli. “El rostro y el alma,” en Fragmentos para una historia del cuerpo humano, Madrid, 1987, p. 96.
9. El alma y el espíritu son para adornar
el cuerpo, cuando la voluntad del Todopoderoso nos da consciencia
y sabiduría para poder discernir el bien del bien, como la
razón manda. ¿Por qué si Dios te otorga tales
bienes y me dio la razón, que tiene el poder de juzgar tu
contento y sabiduría, no piensa que es algo admirable que
de buena fe deseen verte el cuerpo, el espíritu y el alma
razonable? (T. de la a.)
10. Con tal voluntad el siervo rechaza su libertad
y el navío su puerto, como yo espero, ¡ay!, tu dulce
regreso, amigo, cada día. He llegado al fondo de un dolor
que sólo terminará cuando tenga la dicha de volver
a verte, pero con la larga espera, ¡ay!, en vano mi deseo
se lamenta. Cruel, cruel, quien en tu primera carta te hacía
prometer que tu ausencia sería breve. ¿Tan pocas memorias
tienes de mí que pronto la fe me rompiste?, ¿cómo
te atreves a engañar a aquella que desde siempre te ha sido
fiel? (T. de la a.)
11. Vivo, muero, me quemo y me ahogo. Tengo demasiado
calor e insoportable frío. La vida me parece demasiado ligera
y demasiado dura. Siento un gran dolor y también un gran
contento. Al mismo tiempo lloro y me río, y dentro de los
muchos placeres, grandes tormentos padezco. Mi felicidad se va de
pronto y dura eternamente. Al mismo tiempo me seco y reverdezco.
Así, Amor constantemente me invade: cuando pienso que ya
no tengo dolor, sin pensar me encuentro sin pena; después,
cuando creo que mi alegría es verdadera y estoy en la cima
de mi deseado contento, él me instala en mi primera desgracia.
(T. de la a.)
12. “Es el desequilibrio, el predominio
de un humor sobre el otro lo que explica los desajustes, entre los
cuales los efectos de la melancolía han llamado la atención
de teólogos, juristas y médicos.” Thèmes
d’histoire littéraire: Période Médiévale.
Mélancolie. http://www.unil.ch/fra/HistLitt/Cours
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