D I V E R S A C R E A D O R E S • • • • • •
 



Ricardo Legorreta
• Meditación •
2005-2006, obra efímera.
Antiguo Colegio de San Ildefonso, ciudad de México.
Foto: Marta Olivares.

 

 

Meditación. Ricardo Legorreta

Con motivo de la exposición intitulada Legorreta.
Poeta mexicano de muros y color
–llevada a cabo de septiembre de 2005 a enero de 2006–, el artista homenajeado realizó una singular obra efímera en el segundo patio del Antiguo Colegio de San Ildefonso, en la ciudad de México, a la que llamó Meditación.

• • •

MARTA OLIVARES CORREA DOCTORA EN ARQUITECTURA
Investigadora del Cenidiap
cantalapiedra@prodigy.net.com


El puente se tiende “ligero y fuerte” por encima de la corriente. No junta sólo orillas ya existentes. El puente es propiamente lo que deja que una yazga frente a la otra. Es por el puente por el que el otro lado se opone al primero. Las orillas tampoco discurren a lo largo de la corriente como franjas fronterizas indiferentes de la tierra firme. El puente, con las orillas, lleva a la corriente las dos extensiones de paisaje que se aumentan detrás de estas orillas. Lleva la corriente, las orillas y la tierra a una vecindad recíproca. El puente coliga la tierra como paisaje en torno a la corriente. De este modo conduce a ésta por las vegas.

Martin Heidegger


Meditación
constituyó una pequeña muestra de síntesis de la obra de Ricardo Legorreta, de sus encuentros y desencuentros con el quehacer arquitectónico pues, como sabemos, al igual que en otras artes, sólo el tiempo y la práctica ayudan a madurar el método de componer. Como obra, fue una morada pero no como parte de la región de nuestro habitar, porque construir y habitar están íntimamente relacionados como medio y como fin, y también con el objetivo de permanecer.(1) En cambio, Meditación no se construyó para continuar de manera indefinida; fue efímera y aun cuando su forma era prefigurada no implicó la posibilidad de su habitabilidad. Sin embargo, se podía transitar por ella, detenernos unos momentos e impulsados por una columna mirar, por ejemplo, el cielo, y penetrándola (saliendo y entrando) encontrar sus recovecos por los desfases de los muros y sorprendernos al percatarnos que podíamos ver por sus ventanas, finamente enmarcados, pequeños detalles del claustro de San Ildefonso.

En el recorrido también dejamos un reflejo de nosotros en el espejo de agua, cuyo líquido se filtraba por una rendija al exterior a una especie de abrevadero. Y al salir podíamos observar y escuchar el exterior y, a la vez, encontrar el interior en toda su dimensión. Y entonces, quizá, evocar parte de un poema de Ángeles Mastretta:

Hay una dama que se llama agua
No podemos vivir sin ella.
El agua es...
Romántica, sensual, bella,
Alegre, fuerte, dulce y fresca.
Paz y movimiento,
Limitada y eterna,
Paisaje y arquitectura,
El agua es la vida.(2)

Podíamos recogernos allí, sin habitar propiamente la construcción, y percatarnos de que al mismo tiempo era abrigo y cuidado por la sencillez de su misterio o bien ser un asistente que la circundaba; un espectador que soñaba con ascender por la escalera que, despegada de la superficie cual serpiente, rodeaba los muros sin comprometerse con lo terrenal y, no obstante, emerger aun cuando no contaba con la solidez del claustro que la albergaba como una desteñida ala bermeja buscando el infinito.(3)
 
En un simulacro y alegoría, el recorrido era más visual que físico, pues en su interior se caminaba de manera acompasada y cada compás propiciaba un momento de profunda reflexión. Mientras que, al exterior, en el viejo espacio que la atrapaba, se divagaba y se contemplaba como un monumento o una escultura, respecto a la cual se sabía que uno no podría persistir en ella, que sólo se estaba de paso, en una evanescente mutación, imaginando pequeños guiños entre lo real e imaginario.

Reposar en lo ficticio, celebrar ese juego lúdico del agua, las escaleras, y los volúmenes que producían los muros. Esos muros de arcilla o barro que un horno artesano torna en ladrillo y que unas manos laboriosas colocan, cuchara en mano, uno a uno, a hilo y a plomo. El propio Ricardo Legorreta dice:

Muro mexicano
Esencia de todo
Soporte de nuestro techo
Límite de propiedad y de sueños
Inspirador de emociones
Testigo de nuestros amores
Muro mexicano
Esencia de nuestra arquitectura...
Cuando en alguna etapa histórica
México ha sido dominado
Por una civilización extraña
El muro se esconde
Parece desaparecer,
Pero de pronto resurge y grita
Y junto con el país
Recobra su presencia
El muro mexicano
Nunca morirá
Pues si alguna vez muriera
México morirá con él.(4)

 

En efecto, afuera de Meditación permanecíamos abrazados por los colores y la textura contrastada con el piso que, a manera de tablero de ajedrez, nos hacía brincar con la mirada de una esfera a otra, como si de una fuga barroca se tratara, y cuya variación de un mismo tema nos invitaba a la elevación y la reflexión. ¿Será acaso que “el habitar no es experienciado como el ser del hombre; el habitar no se piensa nunca plenamente como rasgo fundamental del ser del hombre”? y, sin embargo,“El habitar es la manera como los mortales son en la tierra”.(5)

Pero seguimos caminando a su alrededor o en su interior haciendo de esos muros sustancia propia, en la medida en que éramos capaces de habitarlo, de permanecer y residir en el interior o estar sentados en el claustro, en ese estar dentro y fuera que Meditación brindaba a nuestro pensamiento. Y ser libres dentro de ese patio, que en su ritmo de arcadas, balcones, contraluces, nos llevaba a trascender, a pesar de la conciencia de la brevedad de nuestra residencia en la tierra porque tan terrestre es la obra de Legorreta como apegado es el cuerpo mortal del hombre que se templa con sus pies gracias al propio suelo. Así, hombre y Meditación, emergen de la arcilla, la misma que le da figura, continente y transforma, como los muros que enmohecen desgastados por el viento y el tiempo, y perforados por el agua, retornan a ser greda como el hombre que muere. Bien se dice que no hay obra que sobreviva al tiempo, pero mientras permanecemos, nos cuidamos y nos valemos de la tierra para comer, protegernos y meditar.
 

Como un puente que se tiende en la vida, en ese espacio de andadura, un lugar tiene cabida, un mundo se divide y corroe las fronteras. Símbolos al fin, Meditación y puente son la representación entre dos mundos, liga entre lo sensible y suprasensible.(6) Marea, laberinto, pleurótomido que asciende y se asoma para no ser visto mas que por una alusión al balcón, siempre con una salida atrayente como el abismo, cual vértigo en ese peregrinar de una conciencia cual “nudo de Salomón”. ¿Cómo distinguir hoy día lo real de lo ficticio en Meditación? La figuración del muro de color cálido refleja y absorbe la luz que lo transforma, volviendo inasible-asible la existencia del hombre.

 

Notas

1. Martin Heidegger, “Construir, habitar, pensar”, Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal, 2001, pp. 108 y sigs.

2. Ángeles Mastretta, Ricardo Legorreta. La pasión en la arquitectura, México, Conaculta, 2001, p. 34.

3. Para Wayne Attoe, en la obra de Legorreta el muro se desvanece, el tratamiento de la superficie niega el plano del muro y une la estética vernácula con la moderna. Wayne Attoe en colaboración con Sydney H. Brisker, La arquitectura de Ricardo Legorreta, Japón, Noriega, 1993, p. 19.

4. John V. Mutlow,  Legorreta Arquitectos, México, Gustavo Gili, 1979, p. 8.

5. Martin Heidegger, “Construir, habitar, pensar”..., op. cit., p. 109.

6. Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Barcelona, Siruela, 2004, p. 379.

 

 



Ricardo Legorreta
• Meditación •
2005-2006, obra efímera.
Antiguo Colegio de San Ildefonso, ciudad de México.
Foto: Marta Olivares.



Ricardo Legorreta
• Meditación •
2005-2006, obra efímera.
Antiguo Colegio de San Ildefonso, ciudad de México.
Foto: Marta Olivares.

 



Ricardo Legorreta
• Meditación •
2005-2006, obra efímera.
Antiguo Colegio de San Ildefonso, ciudad de México.
Foto: Marta Olivares.