|
|
Los acervos documentales
y la reconstrucción fotohistórica
Ante la falta de suficiente
información textual generada por los propios fotógrafos,
el estudio de la fotografía en México ha tenido que
recurrir a diversas fuentes, en archivos nacionales e internacionales
y en testimonios orales. Entre los documentos que han permitido
reconstruir la fotohistoria se encuentran los artículos que
escribió el crítico Antonio Rodríguez con motivo
de la exposición Palpitaciones
de la vida nacional (México visto por los fotógrafos
de prensa), efectuada en 1947
en
el Palacio de Bellas Artes.
• • •
REBECA MONROY NASR
• HISTORIADORA DEL ARTE
Dirección de Estudios Históricos,
Instituto Nacional de Antropología e Historia, México
remona@mac.com
La discusión sobre la imagen fotográfica y su capacidad
documental ha llevado a los especialistas a teorizar en torno a
ella y a buscar diferentes metodologías para su análisis.
Destaca el investigador brasileño Boris Kossoy, con un método
de análisis de las imágenes desde una perspectiva
histórica y social, al considerar que toda fotografía
es documental, es decir, que en cada imagen podemos encontrar información
en torno a una gran diversidad de temas. Esto conlleva una carga
ideológica que no niega la procedencia historicista del brasileño,
quien además de ser un conocedor de imágenes y de
cámaras fotográficas también ha sido realizador.
Por ello, en sus textos podemos encontrar esa doble vía,
la del practicante y la del iniciado:
A partir del contenido documental que encierran, las fotografías que retratan diferentes aspectos de la vida pasada de un país son importantes para los estudios históricos concernientes a las más diferentes áreas del conocimiento. Esas fuentes fotográficas, tomadas como objeto de un previo examen técnico-iconográfico e interpretativo se prestan definitivamente para la recuperación de las informaciones.(1)
En sentido estricto, la fotografía es documental
(al reconocimiento de esta peculiaridad he dedicado varios años
de labor); sin embargo, el enfoque meramente historicista se enriquece
en la distinción del término de su homónimo
que se usa para designar un género fotográfico. Es
necesario recordar que las imágenes provienen de funciones
creativas diversas y de ahí se han elaborado diferentes categorías
de análisis.
Se le llama fotografía construida a aquella
en la que el fotógrafo recrea la escena al colocar los objetos
y los sujetos en un lugar específico, tiene control absoluto
de la luz, el encuadre y las condiciones que rodean al objeto frente
a la cámara. A las que provienen de una intención
estética o estetizante, sin tener otro fin inmediato que
el expresivo y el de mover los sentidos, se les ha llamado “de
autor”,(2)
en un sentido más ligado con las artes de la tradición
y que buscan espacios como museos y galerías para su exhibición.
Otro género fotográfico es el documental,
que suele ser complemento del fotoperiodismo y por ello se les confunde
constantemente. La manera de diferenciarlos y acotarlos se basa
en su uso social primigenio, es decir, el destino para el que fueron
realizados o la intención de su autor. Sobre el entendido
de que las fotografías documentales son las que, sin tener
un destino cierto de su publicación, son captadas con el
afán de dejar un testimonio de los acontecimientos o con
el deseo de legar un documento visual sobre un determinado personaje,
objeto o hecho; en otras palabras, el fotógrafo se propone
documentar en sentido estricto, contribuyendo con su enfoque, encuadre,
composición, ángulo visual y elección técnico/formal
para dejar constancia de lo que sucede a su alrededor, sin intervención
personal en el arreglo de la escena. Este tipo de fotografías
gozan de una gran estima en el medio del fotodocumentalismo, como
las que realizara Henri Cartier-Bresson, que desde la toma serían
respetadas en su integridad visual, sin recortar nada de la escena,
sin ampliaciones o manipulaciones posteriores en el cuarto oscuro,
lo cual hablaría de la habilidad y gran ojo del fotógrafo
in situ. Para dejar constancia de esa pulcritud de la toma
se imprimían las imágenes integrando los márgenes
del negativo, que tendría como resultado final una marialuisa
negra en la versión positiva de la imagen. Esto quiere decir
que el fotógrafo, desde el momento mismo de la toma, tiene
conciencia de lo que va a fotografiar y cómo lo hace. El
purismo del fotógrafo europeo impuso un fuerte acotamiento
a ese tipo de imágenes y así los fotodocumentalistas
se imponían la tarea de no recortar ni reencuadrar la imagen
creada. Bresson decía: “si tu imagen no es lo suficientemente
buena, es que no estás lo suficientemente cerca”.
El documentalismo y el fotoperiodismo se entremezclan,
sobre todo, cuando los autores (o los estudiosos) no tienen claro
el uso social al que será destinada la imagen, sin embargo,
cuando la escena es capturada bajo el precepto de que es factible
su publicación y, por ende, responde a ciertas necesidades
o líneas editoriales, en ese momento pasa a formar parte
de los anales del periodismo gráfico. Esta línea es
de una sutileza tal que, frecuentemente, se desdibuja.
Se han escrito varios libros que evocan las bondades
y trampas que puede acarrear la imagen. Se ha desmitificado su carácter
de documento “fiel” de la realidad, pero también
se ha comprobado su capacidad documental, siempre y cuando se analicen
los elementos intrínsecos y extrínsecos de la imagen
y se comprenda que, además de ser un documento, contiene
de suyo elementos visuales que deben ser abordados desde perspectivas
de análisis diferentes a las de fuentes tradicionales.
Respecto a los acervos gráficos en México,
es escasa la documentación textual; además se cuenta
con pocos testimonios de los fotógrafos y en torno a su obra,
pues como la mayoría de ellos ha expresado: “yo soy
gráfico, hablo con mis imágenes y no con las palabras”.
Así, casi no existen acervos que estén acompañados
de una producción epistolar o de materiales concernientes
a la poética del fotógrafo, que describan o hablen
de su obra.
Por ejemplo, en el caso particular de Enrique Díaz
encontré sólo algunas páginas de una publicación
con su firma; de su puño y letra sólo hay anotaciones
de trabajo en sus agendas diarias. En el Fondo Azurmendi que está
en el Sistema Nacional de Fototecas, Patricia Massé no ha
encontrado testimonios escritos, a excepción de una carta
que dirigió el fotógrafo a un amigo. De los Casasola,
hasta donde se sabe, tampoco hay referencias escritas más
allá de notas, facturas y diarios de trabajo que han permitido
"husmear" algunos de sus planteamientos sobre los signos
visuales y las formas de realización. Por ello, en gran medida,
las investigaciones en torno a los fotógrafos y su obra han
sido audaces, ya que es necesario inferir datos y formas de apreciación
desde diferentes perspectivas culturales de la época que
se estudia.
Edward Weston es una de las gratas excepciones,
ya que su diario –material editado por él y posteriormente
publicado– es un legado invaluable acerca de sus formas de
percibir, sentir, apreciar y discernir en un monólogo interno
sobre los cambios tecnológicos, formales y estéticos
–también los amorosos muy relacionados con su labor.
Asimismo, su intercambio epistolar con Tina Modotti abre formas
de conocimiento no sólo de sus desventuras, sino de sus avatares
fotográficos por éstas y otras tierras.(3)
Otro fotógrafo que hizo las veces de teórico fue Nacho
López, quien formó a varias generaciones de afamados
trabajadores de la lente y los condujo, como maestro, no sólo
en los caminos de la plata sobre gelatina sino con sus materiales
escritos que fueron un legado muy valioso, sobre todo para los fotodocumentalistas
de los años ochenta; muchos de esos textos fueron publicados
en el periódico Uno más Uno.
Fuera de estos casos, los estudiosos de la fotografía
mexicana hemos tenido que buscar en otras fuentes, en archivos nacionales
e internacionales y en testimonios orales. También hemos
utilizado formas, mecanismos y metodologías interactivas
y multidisciplinarias para reconocer y reconstruir el discurso propio
de los operadores de la cámara fotográfica. Esta labor
de reconstruir la fotohistoria desde un ángulo más
complejo permite abrevar en nueva información, tocar aspectos
de la historia cultural, de la social, aplicar metodologías
y aportaciones que la antropología nos ha legado al lado
de una función empática de los creadores de las imágenes,
todo ello con la preocupación por incidir, desde otra perspectiva,
en la reconstrucción histórica.(4)
Un andar en la reconstrucción fotohistórica
En la reconstrucción de la fotohistoria,
uno de los más gratos momentos se refiere al encuentro entre
imágenes y texto, donde el análisis pertinente, la
descripción acuciosa y las imágenes que generan el
discurso revisten un universo que permite al estudioso comprender,
desde diferentes ángulos, la complejidad de un episodio o
un grupo documental con un vínculo o tema en común.
A partir de esta posibilidad se han estudiado materiales fotoperiodísticos
de fines de los años cuarenta cuando el crítico e
historiador del arte Antonio Rodríguez realizó una
serie de entrevistas a los fotorreporteros que trabajaban en el
país, con motivo del primer concurso/exposición que
se promovía en torno a los reporteros gráficos. La
revista Mañana, bajo la dirección de José
Pagés Llergo, impulsó este evento. Enrique Díaz,
como representante de la Asociación Mexicana de Fotógrafos
de Prensa, participó entusiastamente. Escritor, reportero
gráfico y editor lograron abrir un espacio destinado al arte
“culto” y en una coyuntura particular se negoció
que se exhibieran los materiales del concurso, convocado con el
nombre de Palpitaciones de la vida nacional, en el Palacio
de Bellas Artes.
Meses antes del certamen y después de darse
a conocer la convocatoria, Antonio Rodríguez publicó,
de manera anónima, diecinueve artículos/entrevistas
que hacían referencia a algunos de los participantes.(5)
Este material significó una valiosa fuente de información
y no hay duda de que su autor sabía la importancia de dar
a conocer una serie de testimonios de los sencillos pero afanados
reporters que estaban formando una memoria visual del país.
Dedicados a aprehender la realidad externa, tangible, reinterpretándola
para los diferentes diarios y revistas en los que trabajaban, esos
fotorreporteros tenían, entre sus acervos, materiales que
conformaron la "época de oro" de las revistas ilustradas
nacionales.
De los treinta y tres participantes en el concurso,
Rodríguez publicó los artículos mencionados
entre junio y octubre de 1946, los cuales dan cuenta precisa de
la manera cómo se estaba trabajando la fotografía
del país; además: “estableció los prolegómenos
de la diferenciación genérico-estilística que
marcaría los discursos sobre la fotografía en los
últimos años setenta y ochenta".(6)
Posiblemente los fotógrafos a los que Antonio Rodríguez
entrevistó enviaron a tiempo su material a la redacción
de Mañana; del resto se desconoce la causa por la
que no fueron reseñadas sus obras, aunque se puede aventurar
la idea de que sus materiales no llegaron a tiempo a la redacción
o bien no se logró la entrevista en el momento justo. Entre
los entrevistados están Antonio Carrillo (padre), Antonio
Carrillo Jr., Agustín Casasola Jr., Ismael Casasola, Enrique
Delgado, Enrique Díaz, Julio León, Leo Matiz, Faustino
Mayo, Francisco Mayo, Ugo Moctezuma, Tomás Montero Torres,
Aurelio Montes de Oca, Manuel Montes de Oca, Agustín el
Chino Pérez, Fernando Sosa, Armando Zaragoza y Luis
Zendejas. Al parecer, los fotógrafos Leo Matiz e Ignacio
Sánchez, aunque entrevistados, no expusieron, pues su obra
no fue publicada en el catálogo de la muestra.
Los escritos de Rodríguez implican una función
primordial para la reconstrucción del discurso histórico
no sólo en términos de lo que se estaba realizando
en la fotografía de prensa en México, sino por la
claridad con la que el crítico enfatiza la importancia de
las imágenes, pues sustenta con argumentos su defensa como
documentos históricos y también su importancia estética,
lo que parece provenir no sólo de un conocimiento teórico
que respondía a su formación como historiador del
arte en la entonces Unión Soviética, sino a su experiencia
como fotógrafo, y por lo que he podido apreciar era un buen
fotógrafo. Incluso en el pequeño baño de visitas
de su casa tenía montado su cuarto oscuro, donde fueron procesados
muchos materiales gráficos.(7)
Rodríguez, Díaz y Pagés Llergo,
vinculados por el gusto de la fotografía y su interés
por otorgarle un lugar en el ámbito social y profesional,
se propusieron abrir el Palacio de Bellas Artes a la exposición.
En el último semestre del sexenio del presidente Manuel Ávila
Camacho convinieron con las autoridades del recinto la exhibición.
Los organizadores del concurso/exposición sostuvieron una
negociación inicial con Jaime Torres Bodet, entonces secretario
de Educación Pública, quien ofreció los vestíbulos
del Palacio para la muestra fotográfica. Gabriel Ramos Millán,
en su calidad de presidente del Senado, también acogió
con entusiasmo la idea y ofreció la impresión del
catálogo.
Sin embargo, con el cambio de sexenio los organizadores
se enfrentaron con las nuevas autoridades que menospreciaron la
muestra que se venía preparando. Con la llegada a la Presidencia
de la República de Miguel Alemán, quedó como
jefe de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas
Artes y Literatura (INBAL) Julio Castellanos, quien ofreció
una clara muestra del estrecho criterio y el concepto que prevalecía
en algunos funcionarios de la época respecto a la labor de
los fotorreporteros. El pintor expresó: “No. Esa Exposición
no debe llevarse a cabo en Bellas Artes. Es la modesta obra de un
grupo de trabajadores mexicanos que no tienen categoría para
presentar sus obras en aquel Palacio que levantó don Porfirio.
Hay que dignificar esa institución, presentando obras de
mayor altura.”(8)
Finalmente, la negociación entre el INBAL
y los representantes de Mañana avanzó, a
pesar de que Castellanos deseaba seleccionar la obra. Se logró
que la curaduría la realizara Antonio Rodríguez y
que el jurado calificador estuviera formado por Manuel Álvarez
Bravo (fotógrafo), Gabriel Figueroa (camarógrafo),
Carlos Alvarado Lang (grabador y director de la Escuela de Bellas
Artes), Gregorio López y Fuentes (novelista y
director de El Universal) y Luis Spota (escritor y en ese
momento jefe de Propaganda de la Secretaría de Educación
Pública).(9)
El 27 de julio de 1947, los reporteros gráficos
de los principales periódicos y revistas nacionales asistieron
a un evento poco usual: la exposición de su obra en el Palacio
de Bellas Artes. Un número aproximado de diez fotografías
por autor fueron exhibidas en los muros del Salón Verde del
recinto con la presencia, en su inauguración, del presidente
Miguel Alemán y de otros destacados personajes: Carlos Chávez,
en su calidad de director general del INBAL; Carlos Gual Vidal,
el nuevo ministro de Educación; Rogerio de la Selva, secretario
de la Presidencia de la República, y Fernando Gamboa, el
museógrafo que colgó con gracia y estilo la obras.
Así se cortó el listón de la exposición
Palpitaciones de la vida nacional (México visto por los
fotógrafos de prensa).
La entusiasta idea de generar una segunda edición
del evento implicó que en octubre de 1951 de nuevo se publicara
la convocatoria del concurso, la cual señalaba:
Con el objeto de valorizar debidamente el trabajo de uno de los sectores más importantes de la prensa nacional –la fotografía periodística– y de contribuir a la superación profesional de sus componentes, la Revista Mañana organizó, y llevó a efecto en el Palacio de las Bellas artes, la PRIMERA EXPOSICIÓN NACIONAL DE FOTOGRAFÍA PERIODÍSTICA, que fue oficialmente inaugurada, por el secretario de Educación Pública, licenciado Manuel Gual Vidal y otros miembros del Gabinete, en julio de 1947. Obedeciendo a los mismos propósitos y para continuar la tradición brillantemente iniciada con ese evento, la Revista MAÑANA convoca de nuevo a todos los fotógrafos profesionales de México, a un concurso exposición que deberá realizarse, en fecha oportuna, en uno de los locales más importantes, concurridos y prestigiados de esta Capital.(10)
De nuevo, Antonio Rodríguez inició
una serie de artículos, en los que reseñó las
obras de los trabajadores de la lente. Su labor de entrevistador
y escritor se detuvo en el mes de diciembre, al parecer porque realizó
un viaje. Por lo cual lo sustituyó en esa tarea narrativa
el escritor, cuentista y poeta, inmigrante español, Antoniorrobles.
El también colaborador de Mañana llevó
a cabo los ensayos/entrevistas con los reporteros gráficos
y sus textos se publicaron de marzo a mayo de 1952. Desgraciadamente,
la segunda edición de la exposición no se realizó.
No se saben, a ciencia cierta, las causas que impidieron que la
obra de los reporteros gráficos fuese vista por segunda ocasión
en el Palacio de Bellas Artes. Varios obstáculos pudieron
impedir su realización; aventuremos algunos supuestos: ante
el viaje de Rodríguez se dejó de tener seguimiento
de la exposición; el entonces director de Mañana,
Daniel Morales, dejó de tener interés; también
se sabe que la Asociación de Fotógrafos de Prensa
y su nuevo presidente Alfonso Manrique no participó, como
lo hizo Díaz, en la primera edición; o bien a las
autoridades no les interesó su realización. ¿Convergieron
todas ellas o una fue la determinante? Lo que es claro, en los escritos
que publicó posteriormente Antonio Rodríguez sobre
otros temas, es un malestar con las autoridades de la época
por su poco interés hacia las actividades culturales.
Cualquier parecido con la realidad actual es mera coincidencia.(11)
Gracias a estos materiales que reservó
el mismo Antonio Rodríguez y que ahora están a buen
resguardo en el Centro Nacional de Investigación, Documentación
e Información de Artes Plásticas del INBA, es posible
reconstruir esta parte de la historia y recorrer una pequeña
brecha; también se abre una senda en el reconocimiento de un
capítulo de nuestra historia fotográfica y de sus andanzas
institucionales. En esa época la fotografía de prensa
era el género menos reconocido, menos valorizado, por ello
la labor sustancial de Antonio Rodríguez, Enrique Díaz,
Regino Hernández Llergo y José Pagés Llergo le
abrió un espacio dándole un nicho importante y definitivo.
Los textos, las publicaciones, las imágenes de la época
aunadas a la sencilla pero sustancial exhibición de los materiales
dio paso a nuevos planteamientos estéticos y a la formulación
de novedosos conceptos para apreciar y comprender la fotografía
documental y periodística, desde un ángulo mucho más
perceptivo que respetara sus capacidades discursivas y propositivas.
Pasaron muchos años para ver en perspectiva y valorar la importancia
de aquel concurso/exposición; esto ocurrió hasta
1980 cuando el fotodocumentalismo y el fotoperiodismo pisaron de nuevo
los mármoles de Bellas Artes, con las imágenes de la
primera Bienal de Fotografía en nuestro país, ciento
cuarenta y un años después de la invención del
procedimiento fotográfico.
Notas
1. Boris Kossoy, Fotografía e historia, Buenos
Aires, Biblioteca de la Mirada, 2001, p. 44.
2. Este término ha sido arduamente criticado
por José Antonio Rodríguez (crítico actual)
y en realidad tiene sentido cuando él argumenta que toda
la fotografía es de autor; sin embargo, ha funcionado como
categoría de análisis de las imágenes y a falta
de un término nominativo actual he decidido mantener el término
para los fines del presente texto.
3. Vid., Antonio Saborit, Una mujer sin país. Las cartas de Tina Modotti a Edward Weston, México, Cal y Arena, 2000.
4. Vid., Antonio Saborit, “Actos en
el tiempo. La forma y los sentidos del pasado”, en Ana
Luz Rodríguez (comp.), Pensar la cultura, los nuevos
retos de la historia cultural, Colombia, Universidad de Antioquia,
2004, pp. 47-59.
5. Para mayor información vid. Rebeca Monroy Nasr, Historias para ver. Enrique Díaz fotorreportero, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, Dirección de Estudios Históricos, INAH, Conaculta, 2003.
6. Citado en Oliver Debroise, Fuga mexicana.
Un recorrido por la fotografía en México, México,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994, p. 162 (Cultura
Contemporánea de México).
7. Agradezco enormemente a la familia Rodríguez la posibilidad de conocer y apreciar la vida profesional y familiar del maestro en entrevista el 9 de febrero del 2005.
8. "Noticias", en Mañana, núm. 177, 18 de enero de 1947, p. 4.
9. Ibid., pp. 3-4.
10. Mañana, núm. 424, 13 de
octubre de 1951, p. 21.
11. Gracias a la labor de Eduardo Espinosa del Centro Nacional de
Investigación, Documentación e Información
de Artes Plásticas (Cenidiap) han quedado bajo resguardo;
agradezco la información que me proporcionó el día
6 de abril del 2005, la cual ha sido de gran valor para este trabajo.
Asimismo, a María Elena Durán, Yanet Fernández,
Rodrigo Bazaldúa Calvo y Susana García les agradezco
su ayuda al haberme permitido consultar estos materiales en el Cenidiap/INBA.
|
|