Vista aérea de la ciudad de México, ca. 1927.
Se distingue el Teatro Nacional (hoy Palacio de Bellas Artes) y
a un lado parte de la Alameda Central; la avenida San Juan de Letrán
cruza la imagen.
Foto: Archivo Carlos Contreras.
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Fotografía aérea
y ciudad
En este escrito se revisan
algunas características de la fotografía aérea
y su papel como instrumento para el estudio de la capital mexicana
durante las décadas de 1920 y 1930. Entre los especialistas
que utilizaron este tipo de tomas destaca el urbanista Carlos Contreras,
quien las empleó para conocer la ciudad de México
desde otra perspectiva con el propósito de planear su desarrollo.
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ALEJANDRINA ESCUDERO
• HISTORIADORA
Centro Nacional de Investigación, Documentación
e Información de Artes Plásticas, México
hisescudero@yahoo.com.mx
Mira el paisaje, inmensidad abajo,
inmensidad, inmensidad arriba.
Manuel José Othón
I
En el archivo del arquitecto mexicano Carlos Contreras
Elizondo (1892-1971) encontramos dos fotografías que muestran
un mismo fragmento de la ciudad de México: San Juan de Letrán,
calle que durante el periodo colonial fue su límite al poniente.
Las dos difieren por sus escalas y porque en términos de
fotografía aérea significan métodos distintos
de producción. En la primera, de sur a norte, aparece en
primer plano el ala del avión desde donde fue hecha la toma.
Esa mirada sesgada nos lleva a una lectura de calles y arquitectura
en perspectiva; permite distinguir el Teatro Nacional (hoy Palacio
de Bellas Artes), parte de la Alameda y varios edificios que por
esos años se encontraban en pie; San Juan de Letrán
cruza la imagen. Se trata de un plano muy ligado a las vistas "a
vuelo de pájaro" de la litografía paisajística
del siglo XIX. La segunda fotografía muestra un plano vertical
que por lo general se utiliza en los llamados “trabajos científicos”,
como la topografía y el urbanismo. La toma permite una visualización
fácil y comprensiva de los accidentes físicos de un
lugar; en ella se distingue una retícula no perfecta: manzanas
irregulares divididas por calles desiguales en su alineamiento y
anchura. Con el mismo tema que la anterior, tomada de oriente a
poniente, abarca más terreno; en ella también aparecen
San Juan de Letrán, el Teatro Nacional y un segmento de la
Alameda.
Al ver estas fotografías uno se pregunta
¿qué hay detrás de esa mirada desde las alturas?
y ¿cuál es el discurso que encierran? Para empezar
habrá que caracterizar este género, que se define
por alejarse de su objeto hacia arriba y así, muy por encima,
se erige en una posición de superioridad. En estas imágenes
en picada, sicológicamente conservamos una postura superior.
El objeto fotografiado está tan distante que no parece contaminar
esa mirada abarcadora; así, picada y panorámica es
igual a superioridad y libertad. En suma, la fotografía aérea
parece ser “el ojo de Dios” que observa allá
abajo a las criaturas y a sus obras.
Debemos aclarar que mucho antes de esta innovación
técnica se emprendían vuelos con los mismos fines:
realizar vistas “a vuelo de pájaro”. Casimiro
Castro tomaba apuntes desde lo alto, ya fuera que se subiera en
las azoteas, en las torres y techos de iglesias o en un globo aerostático,
y lo hacía con el fin de abarcar con la vista el todo construido
y el paisaje. En las alturas integraba, en un instante, los fragmentos
recogidos en extensas caminatas.
Sin embargo, las aéreas y las vistas de
Castro de la ciudad de México guardan algunas diferencias.
En éstas el propósito es, en cierta forma, estético:
se invita a acercarse a ese mundo de abajo. El litógrafo
tomaba apuntes desde el globo y después con la visita a los
sitios recreaba un fragmento. En la fotografía aérea
el terreno se ve como a través de un microscopio; se apunta
y de un solo golpe se registra. Las litografías tienen un
creador: Casimiro Castro; las fotografías aéreas son
anónimas, aunque es común dar el crédito a
la compañía que hizo la toma.
II
En 1920, contratado por Excélsior,
un piloto estadounidense realizó un reportaje en el que narraba
la experiencia de su vuelo a diez mil metros de altura sobre la
ciudad de México. Las siguientes líneas revelan su
perspectiva acerca del hombre, de la naturaleza y de Dios, desde
arriba:
La vida del pueblo, sus dolores y miserias
no se ven desde tan alto. Nos deslumbran las riquezas de la naturaleza,
y la esmeralda de los campos nos hacía olvidar la vida
material […] Ese pájaro de acero descubrió
otro mundo. La criatura que en un tiempo abandonara el paraíso
se acerca al ideal, se aproxima a dios…(1)
Tanto la experiencia del vuelo como las imágenes
recuperadas desde las alturas impactaron en varios círculos.
A mediados de los años veinte al referirse a éstas,
el arquitecto Le Corbusier expresó: “reducen a pedazos
el fenómeno cósmico ante nuestros ojos; fotos sorprendentes,
reveladoras, chocantes, o diagramas, gráficos y figuras móviles.
Estamos atacando científicamente el misterio de la naturaleza”.(2)
Extrañamente, ese instrumento que permitía “el
ataque a los misterios de la naturaleza” se perfeccionó
durante la primera Guerra Mundial. Desde el avión se seguían
e identificaban las tropas enemigas; la ametralladora fijaba su
objetivo y disparaba; en el lugar que ocupaba el arma se iba a colocar
más tarde la cámara. La aérea es un tipo especial
de fotografía, porque se añade la utilidad, que es
registrar un terreno o una ciudad para después transformarlos.
En México, las fotografías aéreas
hechas por profesionales y con fines utilitarios y científicos
empezaron a circular en el segundo lustro de los años veinte,
cuando el género ya había alcanzado un alto grado
de perfeccionamiento.(3)
Las demandas para los trabajos urbanos empezaron a ser cubiertas
por compañías estadounidenses. Las fotografías
que circularon entre 1927 y 1932 llevaban los créditos de
American Photo Supply Co., Fairchild American Photo y Fairchild
American Photo Aerial Surveys; probablemente en los tres casos se
trate de la misma empresa. Hacia 1933 se empezaron a reproducir
con el crédito de la Compañía Mexicana de Aerofoto.
Al parecer hubo una continuidad entre la Fairchild American Photo
Aerial Surveys y la Compañía Mexicana de Aerofoto,
y de esa forma la fotografía aérea se convirtió
en la labor de una empresa privada y especializada.
III
Las fotografías aéreas pronto se
convirtieron en un instrumento de trabajo utilizado por ingenieros,
topógrafos, arqueólogos, geógrafos y urbanistas.
Para estos últimos profesionales ofrecían varias ventajas
en los estudios de una ciudad, como lo señaló un especialista:
Si subimos en un aeroplano podremos ver mejor
la ciudad y todos los elementos en una forma comprensiva, mejor
que si la recorremos en un tranvía o en una automóvil
o si nos paseamos por sus parques. Elevándonos así
tendremos una imagen más clara y más grande de lo
que necesitamos para el desarrollo del plano de la ciudad para
el porvenir.(4)
Hay testimonios de que desde el periodo presidencial
de Álvaro Obregón era cotidiano su uso en la Secretaría
de Comunicaciones y Obras Públicas, que las empleaba para
el registro, ubicación e intervención de algunas obras
públicas, tanto en el interior de la República como
en la capital. De esta última se conocen imágenes
de la avenida Insurgentes, la colonia Hipódromo Condesa,
el Bosque de Chapultepec y el puerto aéreo de Balbuena.
En la revista Planificación, especializada
en la divulgación de temas urbanísticos, en 1927 se
publicó un artículo en el que se reseñaban
sus beneficios en los estudios de una ciudad:
Su utilidad es extraordinaria porque
permite formarse una idea exacta y concreta de la clase de
construcciones y del valor de éstas; de la manera cómo
están distribuidos sus parques y jardines; del alineamiento
de las avenidas y calles; de la topografía del terreno;
además, establece la relación precisa de unos elementos
de la ciudad con relación a otros; fija la posición
de ríos, montañas, arboledas, presas, canales, obras
de desagüe, etc. Facilita, en suma, la labor de proyectar
juiciosamente las mejoras municipales, la ampliación de
calles y la apertura de nuevas avenidas a la circulación.(5)
Otros estudios que favoreció fueron los
de tránsito vehicular, porque por medio de este tipo de tomas
se podía hacer el recuento de automóviles y camiones
en una ciudad, estudiándose en los cruceros la corriente
de tráfico y el número de vehículos que circulaban.
Las aplicaciones de la fotografía aérea para la ciudad
de México fueron variadas; un ejemplo fue el levantamiento
hecho en 1933 para determinar impuestos, tal y como se reseña
enseguida:
La Dirección de Catastro contrató
la ejecución de un levantamiento en el Distrito Federal,
abarcando zonas planificadas, en una escala de 1:5000, y los planos
obtenidos han sido de gran ayuda para la determinación
y la delimitación equitativa de las contribuciones prediales.(6)
IV
La fotografía aérea fue instrumento
fundamental para una propuesta de urbanización integral de
la capital mexicana. El arquitecto Carlos Contreras, con un grupo
de profesionales y políticos, reunidos en la Asociación
Nacional para la Planificación de la República Mexicana,
emprendió un movimiento en favor de la planificación
del país, durante los años veinte y treinta del siglo
pasado. Desde su perspectiva, en las últimas décadas
del siglo XIX y las dos primeras del XX, la urbe había crecido
como un organismo enfermo porque su expansión había
sido al azar. Ese crecimiento era definido como esporádico,
por sus “adiciones sucesivas de territorio, que se yuxtaponen
alrededor de una celdilla original”; en un lenguaje menos
especializado, se caracterizaba como una ciudad “de parches”.
El interés de Contreras se centró
en el problema de la circulación; por ello sus estudios se
dedicaron a la traza del Distrito Federal. La principal dificultad
que encontraba se relacionaba con la producción de vehículos
automotores, pues entre 1911 y 1929 había crecido considerablemente.
Para las siguientes décadas, el arquitecto calculaba otro
aumento importante de automóviles, de ahí la necesidad
de una traza adecuada que previera y reglamentara un desarrollo
en un plazo de cincuenta años no sólo de la entidad
sino de la región, teniendo en mente el Valle de México.
En opinión de Contreras debía “respetarse
el trazo original y tradicional de la ciudad de México: la
traza de Cortés”,(7)
por ello propuso una cuadricula, en forma de tablero de ajedrez,
que seguía el núcleo que formaba el primer cuadro.
Le parecía adecuado aprovechar ese diagrama para inyectar
salud al organismo; habría que partir de la cuadrícula
y extenderla hacia los alrededores por medio de grandes ejes circulatorios.
Además de seguir la traza de Cortés, con sus calles
de norte a sur y de oriente a poniente, proporcionaría un
movimiento con avenidas inclinadas de suroeste a noroeste, ligándolas
con las de norte a sur y las de oriente a poniente, al tiempo que
crearía dos anillos de circunvalación, uno interior
y otro exterior, para permitir el paso de vehículos alrededor
del núcleo central sin que tuvieran que circular por el centro.
El sistema que proponía, en sus palabras, “iba a ser
uno de los más completos, más eficientes y más
bellos de mundo”.
Las propuestas de traza de Contreras cambiaron en diez años
(1927-1938), aunque conservaron la idea de abrir grandes avenidas
a lo largo y ancho de la ciudad de México. Sin embargo, la
única acción del urbanista en el terreno fue la apertura
de San Juan de Letrán en su primer tramo. Esta calle, que
fue durante siglos un elemento de unión entre la traza antigua
y la moderna, se transformaría en el eje Norte-Sur, la “arteria
comercial de mayor tránsito e importancia de la capital”.(8)
En 1933 se emprendió la ampliación,
alineamiento y prolongación de San Juan de Letrán,
Niño Perdido, hasta el Río de la Piedad (Viaducto),
para después prolongarse por los terrenos de la que había
sido la Hacienda de Narvarte, hasta Coyoacán, con su posible
extensión futura hasta unirse con el camino a Cuernavaca.
El proyecto planteaba también su continuación hacia
el norte hasta Tlalnepantla pasando por Vallejo. La tarea estaba
dividida en etapas, la primera se proyectó desde la avenida
Juárez hacia el sur, hasta el Mercado Hidalgo (calzada del
Niño Perdido y calle de Dr. Pasteur).
En el primer tramo se pudo constatar lo lento,
difícil y costoso que significaba la construcción
de un sistema de vialidad eficiente. En el cardenismo no hubo fondos
para continuar: a finales de 1937 sólo se había realizado
la apertura del primer tramo, desde la avenida Juárez
hasta la Plaza del Salto del Agua y Arcos de Belén.
San Juan de Letrán, una vialidad destinada
a convertirse en la arteria más importante de la capital,
fue sólo parte de un proyecto integral de circulación
para la ciudad de México y a Carlos Contreras le tocó
poner en práctica el potencial de la fotografía aérea
en sus proyectos urbanos. Las imágenes descritas al inicio
muestran sólo un fragmento de un mapa aéreo que el
urbanista solicitó a los profesionales de ese nuevo género
fotográfico, que fue de suma utilidad para la capital
al mostrar cómo podía ser modificado el trazo de sus
avenidas.
Notas
1. P. F. Healy, “En la región de
las nubes”, en Revista de Revistas, 27 de junio de
1920, p. 19.
2. Beaumont Newhall, Historia de la fotografía.
Desde sus orígenes hasta nuestros días, Barcelona,
G. Gili, 1983, p. 207.
3. Su circulación en los periódicos
y revistas capitalinos fue anterior. Hacia 1920 se reproducían
las de ciudades como París, Nueva York, Atenas, El Vaticano,
Milán y Montecarlo. De México, se difundían
imágenes que anunciaban o promovían algún lugar
de la República; las había de Chapala, Monterrey,
Aguascalientes, Veracruz, Mazatlán, Puebla y de la capital,
sin embargo, el interés en reproducir estas imágenes
se reducía a lo turístico.
4. Francisco Antúnez Echegaray, “La
foto-topografía aérea y sus aplicaciones prácticas”,
en Planificación, t. I, núm. 5, enero 1928,
p. 13.
5. Ibidem.
6. “Planificación aérea”,
en Revista de Revistas, 22 de enero de 1933.
7. El pensamiento y los estudios de Contreras sobre
la ciudad de México se encuentran, principalmente, en la
revista Planificación (1927-1934) y en el Plano
Regulador del Distrito Federal (1933).
8. “Trabajos de planificación
emprendidos para la ampliación de las calles de San Juan
de Letrán y Niño Perdido de la ciudad de México
hasta el 31 de diciembre de 1934. Informe presentado por el Arq.
Carlos Contreras, asesor técnico del Comité Ejecutivo
de San Juan de Letrán”, en Planificación,
tomo II, núm, 6, diciembre de 1934.
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