D I V E R S A L I B R A R I A • • • • • •
 

Victoria Novelo
La tradición artesanal de Colima
México, Conaculta/Gobierno del Estado de Colima/Universidad de Colima/CIESAS/Cencadar,
2005, 312 págs.

 

 

El valor de la diferencia:
artesanía de Colima

 

• • •

CLAUDIA OVANDO SHELLEY HISTORIADORA DEL ARTE
Investigadora del Cenidiap
covando_sh@yahoo.com.mx


“¿Quién construyó Tebas de las siete puertas?” pregunta el lector obrero de Brecht. Las fuentes nada nos dicen de aquellos albañiles anónimos, pero la pregunta conserva toda su carga.

Carlo Guinzburg, en El queso y los gusanos

 

Una de las propuestas centrales del libro más reciente de Victoria Novelo es ofrecer una imagen bien delineada de los artesanos, con lo cual la autora se ubica fuera del discurso posrevolucionario sobre el arte popular, que lo postulaba no sólo como espontáneo sino también como anónimo. Este interés se observa desde su primer libro sobre el tema, Artesanías y capitalismo en México, publicado en 1976 y que implicó una ruptura con las visiones que partían del Dr. Atl, frecuentemente impregnadas de un halo mistificador tan apreciado por los afanes nacionalistas y que tan poco han ayudado a los productores. Otros libros siguieron al primero y hoy vemos el fruto de una nueva investigación y de una estancia de seis años, por parte de la autora, en la ciudad de Colima en contacto directo con los artesanos y su problemática, al fungir como directora del Centro Nacional de Capacitación y Diseño Artesanal.(1)

La tradición artesanal de Colima es un libro que tiene algo de historia social, a secas, y de historia social del arte; también presenta un sesgo etnográfico y otro tanto de lo que hoy se conoce como estudios culturales. El título anuncia la amplitud de sus alcances, que lo llevan a incluir en su repertorio oficios generalmente ignorados, como el de impresor/encuadernador y el de panadero. Además, considera a los promotores de la producción artesanal, de las instituciones que guardan alguna relación con ésta, como el Museo de Arte Popular, el Cencadar, la Universidad de Colima, entre otras.

La obra propicia una relación de cercanía entre el lector y los artesanos gracias a las entrevistas y a las fotos que las acompañan. Aureliano Ramírez Castro, carpintero; Josefina Vázquez, tejedora de hamacas; Arturo Cisneros Soto, equipalero, y muchos más, narran de viva voz su oficio y algunos de sus secretos, así como la historia de cómo llegaron a ejercerlo. Herminio Candelario, mascarero, cuenta muchas cosas, pero más nos dice la fotografía de su taller y, sobre todo, su sonrisa.

La vida y la obra de cada artesano adquieren pleno sentido en función no sólo de su historia personal, sino también como parte de un contexto más amplio que incluye múltiples aspectos de la realidad mexicana. Desde una perspectiva de gran angular se abordan las artesanías colimotas en un prolongado trayecto temporal que se inicia 1 600 años antes de nuestra era y que llega hasta nuestros días.

El libro está hecho para disfrute de los lectores, con un atractivo diseño y abundantes fotografías de gran calidad tomadas por Javier Flores, así como muchas otras de épocas pasadas. No hay una narrativa lineal y continua, sino que la autora convoca, a través de un entramado construido a base de citas breves, a más de un centenar de autores así como a periódicos y archivos, tanto estatales como municipales. El testimonio, la estadística, el documento, la crónica, la investigación histórica y la imagen fotográfica dialogan armónicamente, siguiendo el método que el historiador R. G. Collingwood bautizara como el de “tijera y engrudo”. Por sencillo que pueda parecer este método, sólo quienes tienen oficio en la escritura y los conocimientos suficientes en el tema consiguen buenos resultados, como en este caso. La coherencia, el equilibrio y la fluidez que podemos observar en esta obra son el resultado del cuidadoso montaje realizado por Victoria Novelo.

La especificidad del quehacer artesanal en Colima aparece ante el lector como producto de la impronta de la geografía y de la historia. El relativo aislamiento geográfico de la región le impidió alcanzar la densidad demográfica de culturas como la zapoteca, la mixteca o la purépecha. Mientras en los estados de Oaxaca y Michoacán encontramos artesanías donde el vigor indígena es indiscutible; en Colima éste se diluyó al punto de su extinción. Sólo los comales de barro pueden considerarse herederos de la técnica precolombina del bruñido con que los antiguos pobladores confeccionaron los perros, las calabazas y las vasijas que dieron fama a la región desde que se inició su exploración arqueológica en la década de 1930.

Colima no se mantuvo al margen del intenso proceso de mestizaje étnico y cultural que se produjo en los tres siglos de dominio colonial, fenómeno que directa o indirectamente influyó, y sigue influyendo, en lo que hoy se produce. Pensemos tan sólo en algunos de los aportes de españoles, africanos y filipinos. La actual herrería fina está inspirada en la española de tiempos de la Colonia con interpretación rangeliana.(2) Los gigantes de cartón, conocidos como mojigangas, que se pasean en ciertas festividades, tienen su origen en el continente africano. Por su parte, los filipinos aportaron ni más ni menos que los cocoteros –a los cuales siempre imaginé como originarios de Colima–, así como las técnicas para aprovecharlos haciendo aceite, licor y los cocos labrados montados sobre una base de plata, que fueron tan populares durante el siglo XVIII en la Nueva España y en las cortes europeas.

Sin embargo, los intercambios fueron escasos en comparación con otras partes de México. La lejanía con la capital, sede del poder político y económico, implicó que los procesos de modernización se dieran con extrema lentitud, por eso, como dice la autora en la introducción, “lo nuevo es realmente nuevo”. Precisamente es esta situación, aunada a la belleza del lugar, lo que hace inevitable la asociación de Colima con el paraíso perdido con el que soñamos todos aquellos que padecemos tumultos, embotellamientos de tráfico, inseguridad y contaminación. Alfredo Chavero evocaba un retorno a la naturaleza, de indiscutible filiación rousseauniana, cuando afirmó en 1904 que el buen salvaje vive en Manzanillo.(3)

Cuando finalmente se puso en marcha la modernización, el resultado fue que las artesanías que por centurias se habían producido en la región decayeron. A partir de este hecho se generó un curioso proceso de reinvención de las artesanías locales, como los muebles pintados al óleo o las flores laqueadas. Esta situación, como muchas otras que podemos percibir a lo largo del libro, nos habla de la singularidad de Colima y con ello nos permite salir de la imagen más conocida de la producción artesanal mexicana, la cual ha tendido a borrar las diferencias en aras de construcciones incapaces de incorporar la riqueza de lo diverso. La homogeneización de lo popular ha provocado que expresiones artísticas de un alto grado de complejidad y elaboración hayan caído en el olvido. La tradición artesanal de Colima contribuye, pues, a satisfacer la necesidad de estudios bien pensados y bien documentados sobre temas o regiones específicas que aporten nuevas reflexiones sobre un tema muy socorrido pero sobre el que todavía nos falta mucho por saber.

Notas
1. Véase Victoria Novelo (coord.), Artífices y artesanías de Chiapas, México, Coneculta-Conaculta, 2000.

2. Alejandro Rangel, productor e importante promotor de las artesanías a través de Artesanías Comala, escuela para artesanos. Victoria Novelo, La tradición artesanal de Colima, México, Conaculta, Gobierno del Estado de Colima-Universidad de Colima, CIESAS, Cencadar, p. 219-220.

3. Ibid, p. 74.