Trabajos durante la realización del mural Velocidad
(1953), de David Alfaro Siqueiros, en la planta de Automex en la
ciudad de México.
Foto: Archivo Sala de Arte Público Siquieros/INBA.
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El mural Velocidad, un caso de desintegración de… ¿integración plástica?
El 10 de marzo de 2005,
el mural Velocidad (1953) de David Alfaro Siqueiros fue
trasladado de la Colonia Anáhuac a la Plaza Juárez,
ubicada a un costado del templo de Corpus Christi, frente a la Alameda
Central en la ciudad de México. Lo que parece un acierto,
porque salvó a la obra del abandono e indolencia de sus dueños,(1)
lleva implícito la aniquilación de un concepto arquitectónico
plástico que permeó la actividad constructiva en el
país hacia mediados del siglo pasado.
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GUILLERMINA U. GUADARRAMA PEÑA • HISTORIADORA
Investigadora del Cenidiap
guillegumx@yahoo.com.mx
Los antecedentes
La integración plástica, que implicaba
la conjunción de la arquitectura, la pintura y la escultura
como un todo, fue una tendencia a la que numerosos arquitectos,
principalmente jóvenes, se sumaron en la década de
1950. En esos años, los muralistas Diego Rivera y David Alfaro
Siqueiros impartían conferencias sobre el tema en la Academia
de San Carlos –recuerda Guillermo Rosell de la Lama, entonces estudiante
en la escuela de arquitectura, ubicada en esa época en el
mismo edificio que la de arte. La fuerza de los discursos logró
que esos estudiantes percibieran “la necesidad de conjugar armónicamente
los programas de estudio de acuerdo con la realidad social, política
y económica del país”(2)
y fundaran en 1948 la revista Espacios, Revista Integral
de Arquitectura y Artes Plásticas, la cual se convirtió
en un foro donde se discutían las ideas sobre la integración
plástica. De acuerdo con los editores de la publicación,
los pintores y escultores se habían unido “por primera vez
para luchar por una plástica integral que fuera expresión
viva del arte mexicano”.(3)
Así, algunas de las macroconstrucciones
que se realizaron hacia fines de los años cuarenta y principios
de los cincuenta fueron llevadas a cabo bajo este concepto plástico
arquitectónico: edificaciones hechas por el Estado, fueran
educativas, como el Instituto Politécnico Nacional o la Ciudad
Universitaria, habitacionales, como los edificios multifamiliares,
o las enormes presas hidráulicas; lo mismo sucedió
en ciertas construcciones privadas. Este último fue el caso
del edificio donde Siqueiros realizó el mural Velocidad.
Se trataba de oficinas para ejecutivos de la empresa Automex,
planta automotriz armadora y distribuidora de la firma Chrysler,
que había crecido y necesitaba instalaciones apropiadas.
El inmueble, ubicado en Lago Alberto 320, en la Colonia Anáhuac
de la ciudad de México, fue diseñado y construido
por los arquitectos Guillermo Rosell de la Lama y Lorenzo Carrasco
en 1952. No era la primera vez que ambos arquitectos proyectaban
construcciones en las que la pintura ocupaba un lugar integral;
cuatro casas en la colonia Polanco dan cuenta de lo anterior.(4)
Por su parte, Siqueiros había regresado
a México en 1944 después de un largo exilio en Sudamérica
y traía consigo un amplio bagaje de experimentos plásticos
que había venido aplicando en diversos murales, donde lo
fundamental era la interacción de los espacios como un todo.
Pero en México no encontró otro lugar para plasmar
esas experiencias que la casa donde vivía, propiedad de su
suegra, ubicada en la colonia Roma, sitio en el que realizó
un mural “privado” con el tema de Cuauhtémoc contra el
mito. En él plasmó su primera integración,
que más bien fue un añadido incoherente, al colocar
sobre el piso, junto al mural, dos cabezas escultóricas de
diferentes materiales –una de ellas hecha por el propio pintor.
La “poliplástica”
El camino de Siqueiros hacia ese punto había
sido largo, ya que desde sus primeros murales pintados entre 1922
y 1924, en el cubo de la escalera del Colegio Chico de la Escuela
Nacional Preparatoria, había hecho una rudimentaria integración
de muros y bóvedas; pocos lugares quedaron sin pintar, lo
cual no había sido intencional, como él mismo lo confesó
más tarde, pero marcó el inicio de una serie de experimentos
sobre la materia que desarrolló en sus murales subsecuentes.
Para Siqueiros, la “poliplástica” –como
él llamaba a la integración– tenía que ver
con la sensación de movimiento para un espectador activo,
interés que surge a partir de su fascinación por la
cinematografía, demostrada en su artículo sobre la
película El caporal, en el que aborda la modernidad
en ese género, (5)
que lo llevó a experimentar con el efecto de movilidad, un
elemento que encontró en el futurismo y el cine.
La atracción se acrecentó a partir
de su relación con el cineasta soviético Sergei Eisenstein,
en Taxco, Guerrero, en 1931, y con los cineastas del John Reed Club,
en Hollywood. Pero fue en Argentina donde él mismo trabajó
con la cámara de cine para realizar el mural Ejercicio
plástico (1933), gracias a que el dueño de los
estudios Baires era el mismo de la casa donde Siqueiros pintaba,
lo cual lo ayudó a consolidar su experimentación a
la que llamó “plástica dinámica”, consistente
en una especie de caja compuesta con muros, piso y techo.
De tal manera que las experiencias, tanto del pintor
como de los arquitectos, se conjugaron en la proyección del
edificio de Automex como una obra integral, en consecuencia lógica
de su pensamiento. Una integración que incluyó no
sólo la pintura exterior y la arquitectura, sino también
el interior. Para lograr ese objetivo los arquitectos invitaron
al grabador Leopoldo Méndez, a la fotógrafa Lola Álvarez
Bravo, a la diseñadora Clara Porset y a Siqueiros.
Automex
En lo concerniente a la arquitectura, los autores
hicieron una investigación de las necesidades y los antecedentes
de la empresa con la cual se establecerían las líneas
y relaciones dentro de la organización del corporativo(6)
e iniciaron la construcción en 1952, justo cuando comenzaban
los trabajos para los murales de Ciudad Universitaria.
Para el interior, Leopoldo Méndez realizó un mural lumínico que se colocó en el vestíbulo principal; se trataba de un enorme grabado sobre lámina de acrílico, el cual se alumbraba artificialmente por la parte posterior. Su tema era la velocidad en la prehistoria, representada por un caballo y un búfalo corriendo con celeridad, en medio de los cuales una figura humana, a la que sólo se le ven piernas y manos, parece sostener las riendas de los animales que en realidad son dos barras de metal, lo que simboliza el avance de la época. A Lola Álvarez Bravo le correspondió elaborar un fotomural para la sala de juntas, composición fotográfica que representaba la fuerza del hombre y de la máquina a través de la industria, un tema alusivo a lo que se realizaba en ese lugar. Por su parte, Clara Porset fue la encargada de diseñar todos los muebles de la empresa, con base en las necesidades de los trabajadores, con estética y comodidad.
Finalmente, Siqueiros, quien había quedado
en impasse en sus murales universitarios por falta de
material adecuado para una obra al exterior –habían quedado
en simples trazos– decidió trabajar con Rosell y Carrasco.
A él tocó ejecutar la “decoración de los muros
del cuerpo saliente del edificio de los ejecutivos”, que era una
pequeña porción de la larga fachada. El pintor presentó
bocetos de la obra cuyo tema haría alusión al desarrollo
de la industria automotriz en México, los que fueron aceptados
por los arquitectos y por el cliente, Gastón Azcárraga,
después de lo cual firmó contrato el 21 de enero de
1953.(7)
La velocidad
Este mural fue para Siqueiros un medio experimental
en su búsqueda de los materiales apropiados y duraderos para
obras al exterior, porque aunque había propuesto que se utilizara
aluminio policromado electrolíticamente y el cliente había
aceptado,(8) el
desconocimiento de esa tecnología y posiblemente el alto
costo del material requerido hicieron que el proyecto se modificara.
Entonces el muralista optó por emplear cemento, mosaico veneciano
y azulejo cortado.
No obstante, el lugar señalado para el mural resultó muy pequeño. El cuerpo saliente del edificio era más largo pero tenía un amplio ventanal que redujo el espacio, por lo cual el artista proyectó un mural pequeño, en altorrelieve, donde se uniría la pintura y la escultura, que obviamente no cubrió toda la fachada. En él aplicó su concepto sobre los múltiples puntos de observación para el espectador en movimiento, es decir, la poliangularidad. El objetivo era que la obra pudiera ser vista por espectadores que se desplazaran aceleradamente a pie o en automóvil, pero no hubo la unión de espacios que Siqueiros venía realizando en sus murales, ya que se trataba de una obra al exterior.
El tema que el artista representó fue la
velocidad, como se tituló el mural, pero le dio un enfoque
humanista. En una síntesis magistral simbolizó esa
peculiaridad automotriz con una sola figura, una enorme atleta que
simula correr con celeridad en competencia con el automóvil.
Ese movimiento visual fue logrado gracias a la perspectiva abordaba,
es decir, la imagen está de perfil y parece como si se observara
de arriba hacia abajo. También ayudó el estiramiento
inusual que el artista imprimió a los brazos de la deportista,
así como la posición hacia atrás de la cabeza,
cuya cabellera parece volar al viento, para dar el efecto “de que
va corriendo”. Para redondear la velocidad, Siqueiros ubicó
a la figura femenina “dentro” de una espiral, resultado de un trazado
en forma de elipse.
El altorrelieve fue construido con una estructura de varilla que dio paso a la figura femenina, la cual se “coló” con cemento y fue recubierta con azulejo; tarea para la cual el artista se auxilió de una maqueta de yeso. El autor la denominó escultopintura, pero en realidad se trata de un escultomosaico.
Aunque este experimento fue importante para el
muralismo al exterior, Siqueiros siempre manifestó que “para
la pintura al exterior no aconsejaría definitivamente la
aplicación del mosaico […] debido a las limitaciones ´pictóricas´
propias de su arcaísmo [porque] con este método surge
quiérase o no el aspecto bizantino”.(9)
Además, afirmaba que la falta de práctica de los mosaiquistas
también trajo “graves defectos [porque] las líneas
que deberían haber sido rectas se curvaban o quebraban, y
usaron colores claros donde deberían haber sido oscuros y
viceversa”.(10)
La ubicación del mural en la fachada principal del edificio, como un cartel comercial, le dio una connotación de propaganda, acorde con el espíritu de la empresa en que estaba ubicado. Sin embargo, el tamaño de la obra hizo que se perdiera la intención integral, aunque en su momento cumplió con su objetivo.
La desintegración
Poco después y de manera paulatina, el concepto
empezó a ser destruido por la empresa: primero retiraron
el mural lumínico de Leopoldo Méndez, que de acuerdo
con el grabador no logró el efecto total que él había
propuesto: “En este edificio la luz del día entra a torrentes
y el plástico pierde todo el efecto deseado debido a las
refracciones poderosas de la luz. Sólo luce de noche, pero
es para verse de día”.(11)
Después quitaron el fotomural de Lola Álvarez Bravo.
Por último, en un afán de modernización, suprimieron
los muebles diseñados por Clara Porset.
Velocidad tardó más en
ser separado de su contexto original, tal vez por ser obra de uno
de los llamados “tres grandes”, no obstante le prestaban poca atención
en lo referente a su preservación y restauración.
En el colmo del desinterés, desde 1987 la empresa Chrysler
pretendió “donarla” al Instituto Nacional de Bellas Artes
(INBA), sin llegar a un acuerdo; posteriormente vendió el
predio.
En 2005, el grupo Brener, nuevo dueño del
lugar, terminó por destruir lo que paulatinamente había
hecho Chrysler. El edificio fue desmantelado y para evitar sanciones
por la demolición del mural que se encontraba en la fachada
del mismo lo ofreció al Gobierno del Distrito Federal (GDF)
como pago de impuestos por la adquisición de ese inmueble,
consistente en 23 millones de pesos; como la obra está valuada
en 34 y medio millones de pesos, el grupo empresarial “benévolamente
donó” el resto. Con lo anterior se liberó de la responsabilidad
de restaurar y conservar el mural ya que lo entregó en condiciones
precarias, al tiempo que quedó libre de carga tributaria.
Además, el proyecto de instalar en ese lugar un museo de
sitio, como lo proponía el GDF, fue cancelado.
El traslado del mural fue realizado por el GDF y el INBA(12) y su ubicación actual no ayuda a su cabal apreciación, ya que está colocado en un muro lateral de la entrada a la Plaza Juárez, de manera que sólo puede verlo el peatón que camine sin prisa por Avenida Juárez y si las rejas que cierran el acceso al lugar le permiten visualizarlo. Pero el automovilista, uno de los espectadores para el que estaba destinada la obra, nunca más podrá verla desde su coche, porque además el sentido de circulación en esa calle es inverso. Con lo anterior se contribuyó a destruir la idea original del pintor y de los arquitectos que en 1953 participaron en su realización.
La “desintegración plástica” fue total, con lo que se ha perdido otra obra representativa de una época idealista de la arquitectura en México. A pesar de que en el sitio original tampoco se logró en su totalidad el concepto, la integración plástica no dejaba de ser un modelo arquitectónico ideal.
Notas
1. Desde fines de la década de 1980, la empresa
Chrysler decidió donar el mural ya que resultaba más
barato que restaurarlo. El INBA fue una de las primeras instituciones
a la que se ofreció.
2. Guillermo Rosell de la Lama, Cuadernos de Arquitectura, INBA, s/f ( ca. 1964).
3. Espacios, Revista Integral de Arquitectura y Artes
Plásticas, México, núm. 3, abril de 1953.
Uno de los fundadores de la revista fue precisamente Rosell de la
Lama.
4. En cada fachada de esas casas, construidas antes que las oficinas de Automex, hay un mural de diversos autores.
5. Publicado en El Universal en 1920 como de autor anónimo
y reeditado u n año después en el único número
de la revista Vida Americana, Barcelona, 1921, firmado
como A. S. (Alfaro Siqueiros) .
6. Adrián García, Praxis. Un hombre, su obra , México, Central de Publicaciones, 1971, p. 27.
7. Documento firmado por Siqueiros y la empresa el 21 de enero de 1953. El costo inicial fue de seiscientos pesos por metro cuadrado, con un total de 21.50 metros cuadrados. La empresa proporcionaría los andamios, madera de cimbra para la maqueta y la cooperación para una verdadera integración plástica. Archivo SAPS/INBA.
8. Idem.
9. David Alfaro Siqueiros, “Mi experiencia en el muralismo al exterior”,
Excélsior, 25 de marzo de 1956.
10. David Alfaro Sequeiros, “Mi escultopintura en la Chrysler”,
Espacios, Revista Integral de Arquitectura y Artes
Plásticas, México, núm. 8, mayo de 1954,
p.5.
11. Adrián García, Praxis. Un hombre, su obra,
op. cit.
12. Una placa de agradecimiento, ubicada al lado del mural, está dedicada “a la memoria de Vicente Ariztegui Perochena, para beneficio de los ciudadanos”, quien probablemente fue quien donó el costo del traslado del mural. Este personaje era gerente de las empresas Duty Free.
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